El fenómeno Paz – Lara comenzó su carrera electoral como una candidatura mediática, pero con escasas posibilidades reales, al menos para la mayoría del electorado. Otros aspirantes del mismo espectro político —como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina o Manfred Reyes Villa— iniciaban la contienda con un capital político mucho más sólido, incluso abrumador. Los representantes de la derecha tradicional venían de ser opositores protagonistas durante la última década, contaban con presencia parlamentaria, respaldo internacional, estructuras partidarias consolidadas en el nivel subnacional y, además, con los recursos económicos suficientes para financiar campañas millonarias.
Frente a ellos, la candidatura de Rodrigo Paz tenía mucho en contra: no había sido relevante dentro de la oposición boliviana en los últimos años, disponía de recursos económicos limitados, la alianza con el capitán Lara se había forjado apenas unos meses antes y ninguno de los dos contaba con una estructura partidaria propia. Surge entonces la gran pregunta: ¿cómo se explica el éxito del fenómeno Paz – Lara?
Para comprenderlo, debemos analizar dos factores: el interno, relativo a la estrategia del propio binomio, y el externo, vinculado al contexto electoral. En esta relación dialéctica, el contexto termina siendo predominante porque es lo que define, en última instancia, si una estrategia resulta viable o no. Lo cierto es que ambos factores se combinaron de forma casi perfecta, generando una sinergia que hizo posible este ascenso inesperado.
Desde el punto de vista interno, más allá de si fue planificado o no, los resultados demuestran que la estrategia electoral del binomio Paz – Lara fue especialmente acertada. Supieron capitalizar el único activo real con que contaban: presentarse como la única renovación dentro de la derecha tradicional. Aprovecharon la ausencia de Jaime Dunn y el desgaste de los demás candidatos, cargados de pasado político. Así, Paz se posicionó como “la cara nueva”, incluso cuando su trayectoria es antigua. Su apuesta por la “centro derecha” fue clave: se convirtió en “el candidato de la nueva derecha boliviana”.
Esa fue la línea que mantuvieron durante toda la campaña: mantenerse al margen de las alianzas tradicionales, acercarse no tanto a las élites empresariales sino a sectores populares, evitar discursos de odio o llamados a la confrontación, y alejarse de propuestas económicas extremistas, ya sean neoliberales de shock o fascistas. Incorporaron además elementos discursivos que conectaron con las preocupaciones sociales: oportunidades para los jóvenes, lucha contra la corrupción (representada por Lara), “capitalismo para todos” y autonomías del 50/50 de Paz Pereira. Todo esto configuró un discurso híbrido que, desde la derecha, supo recoger las sensibilidades predominantes del momento político boliviano.
En cuanto a los factores externos, el país atraviesa una profunda crisis económica. Una amplia franja del electorado —sobre todo de clase media— permaneció indecisa durante gran parte de la campaña, sin encontrar una opción que garantice estabilidad y reactivación sin poner en riesgo sus intereses. Eso fue decisivo en elecciones anteriores para el MAS de Evo Morales; sin embargo, ante la proscripción de su líder histórico, amplios sectores jóvenes y de clase media no vieron en la derecha tradicional una salida viable. La desinstitucionalización y la inestabilidad política reforzaron, además, la inclinación hacia posiciones de centro, reflejando un deseo generalizado de salir de la polarización y la conflictividad constante.
En síntesis, el fenómeno Paz – Lara es resultado tanto de la ausencia de una candidatura fuerte y creíble desde la izquierda, como del desgaste y la necesidad de renovación dentro de la derecha. Más aún, es expresión de la incertidumbre económica, política e institucional que atraviesa la población boliviana, la cual busca opciones moderadas capaces de ofrecer cambios sin asumir grandes riesgos. No obstante, el punto débil de las posiciones de centro es precisamente su intento de conciliar intereses opuestos. Esto los expone a presiones contradictorias y conflictos internos; y cuando no se tiene mayoría absoluta ni una estructura partidaria fuerte con base social territorial, ese es un riesgo que el fenómeno Paz – Lara tendrá que afrontar.
En conclusión, todavía no hay un ganador definitivo. Aunque se vislumbra una eventual coalición entre las viejas y nuevas derechas, es evidente que el papel —y en este caso el discurso— lo soporta todo. Los desafíos reales del binomio Paz – Lara son, primero, mantener la intención de voto que les permitió ganar la primera vuelta, cuidando con cautela las alianzas que formalicen; y segundo, implementar medidas urgentes para estabilizar y resolver la crisis económica. Si logran ambos objetivos, podrían inaugurar un nuevo ciclo político. De lo contrario, el país podría continuar en el mismo escenario. Además, no se puede olvidar que la presencia de figuras como Jaime Dunn o Evo Morales en la papeleta habría modificado radicalmente el resultado. Ambos siguen siendo liderazgos gravitantes que, aunque no estén en la contienda actual, perfilan ya la contradicción ideológica fundamental que marcará el futuro de la política boliviana.
Bayardo Martínez. Politólogo, miembro de la Fundación Centro Especializado de Estudios Políticos (CEEP)
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