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La amarga lección de la desunión revolucionaria y su eco en la América bolivariana

Fuentes: Rebelión

El escenario político boliviano se ha transformado dramáticamente. El 17 de agosto, los resultados oficiales de las elecciones presidenciales marcaron un hito significativo, reconfigurando el panorama de una nación que parecía tener un proyecto revolucionario consolidado. Según los conteos, los bolivianos se encaminan a una segunda vuelta presidencial. En la contienda, el candidato de centro-derecha Rodrigo Paz Pereira (Partido Demócrata Cristiano) dio la sorpresa al obtener el primer lugar con el 32.14% de los votos, seguido de cerca por el derechista Jorge “Tuto” Quiroga (Alianza Libre) que se ubicó en el segundo puesto con un 26.81%. Por su parte, el candidato de centro, Samuel Doria Medina, alcanzó un 19.86% de la votación, mientras que el representante de la ultraderecha, Manfred Reyes Villa, solo logró un 6.62%, demostrando que el pueblo boliviano, a pesar de sus fracturas, rechazó esta opción política. La candidatura oficialista del Movimiento al Socialismo (MAS), encabezada por Eduardo del Castillo, quedó fuera de la contienda con un bajo 3.16% de los votos, lo que marca el fin de 20 años de dominio del partido.

Un dato que exige una reflexión profunda es el 19.29% de votos nulos. Este porcentaje, que superó incluso a varios candidatos -incluido el exlíder sindical cocalero Andrónico Rodríguez, quien, con un 8.22% de los votos por la Alianza Popular, fue visto por algunos como un “traidor” por su separación del MAS-, no es un simple capricho de las estadísticas. Representa la frustración y la desilusión de un sector significativo de la población, que decidió no respaldar a la oposición, pero que tampoco encontró en la opción oficialista una respuesta a sus expectativas. Este voto de protesta fue, en esencia, un acto de ruptura con el sistema político y un eco del llamado de Evo Morales a anular la elección.

Aunque este desenlace electoral es un tema de profunda reflexión, su raíz más amarga se encuentra en una fractura interna que se ha gestado por años en el seno del Movimiento al Socialismo (MAS), que finalmente definió la crisis de un proceso que se devora a sí mismo.

La división entre Evo Morales y Luis Arce no surgió de la nada. Desde el retorno de Arce a la presidencia en 2020, las tensiones se hicieron cada vez más evidentes. Morales, aún con un liderazgo indiscutible dentro del partido, comenzó a cuestionar públicamente las decisiones del gobierno de Arce. La confrontación fue escalando, y el conflicto se convirtió en una guerra judicial, con la Fiscalía boliviana denunciando a Morales por terrorismo y por incitar a la subversión del orden social a través de bloqueos de carreteras. Por su parte, Morales denunció ser víctima de un lawfare o guerra jurídica, una diatriba legal y penal que, según él, busca inhabilitarlo y desacreditarlo.

Este conflicto interno fue el caldo de cultivo que aprovechó el fallido intento de golpe de Estado del 26 de junio de 2024, liderado por el general Juan José Zúñiga. Este intento de golpe, que no logró su cometido gracias a la rápida movilización popular, puso en evidencia la profunda fractura que se ha gestado en el seno del Movimiento al Socialismo (MAS). El presidente Nicolás Maduro, en su momento, hizo un llamado a la unidad, manifestando su apoyo tanto a la gestión de Luis Arce como a la legitimidad de Evo Morales. Sin embargo, este llamado solo subrayó la triste realidad: la principal amenaza al proceso revolucionario boliviano no vino de la derecha, sino de sus propias contradicciones internas. Para quienes creemos en el Socialismo del Siglo XXI, lo sucedido en Bolivia es una lección crucial que debemos analizar con la máxima seriedad, pues sus ecos resuenan con fuerza en el contexto venezolano.

  • Lección 1: El Caudillo vs. el Proceso: La Personalización del Poder

La figura de Evo Morales, el líder histórico y carismático, se convirtió en el principal activo y, al mismo tiempo, en la mayor vulnerabilidad del MAS. Su liderazgo, que le dio victorias y estabilidad al proyecto, también engendró una dependencia de su persona. La incapacidad de Morales para ceder el poder y su estrategia de deslegitimar las instituciones —como el Tribunal Electoral— cuando estas no le permitieron postularse para una nueva reelección, terminaron por minar el propio proceso que él construyó.

Es crucial entender que esta inhabilitación no fue un evento aislado, sino el resultado de una larga disputa legal. En 2016, el pueblo boliviano rechazó en un referéndum la posibilidad de la reelección indefinida. Sin embargo, en 2017, el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) emitió un controvertido fallo que habilitó a Morales para postularse de nuevo, argumentando que limitar la reelección violaba sus «derechos humanos». Años después, y bajo un nuevo contexto político, el mismo TCP revirtió su propio fallo, dictaminando que la reelección indefinida no es un derecho humano, cerrando definitivamente la puerta a su candidatura para 2025.

Esta estrategia de Evo, de deslegitimar el proceso electoral al no favorecerlo jurídicamente, es un fenómeno que no tiene ideología. En Venezuela, hemos visto a líderes de la oposición, como María Corina Machado, utilizar una táctica similar: si no están en el juego, el juego supuestamente no es legítimo. El personalismo es una fuerza corrosiva que, en lugar de fortalecer, devora al movimiento desde adentro, priorizando la figura del líder por encima de las instituciones y del proyecto político colectivo.

  • Lección 2: La Tiranía del Purismo Ideológico

El conflicto entre el «evismo» y el «arcismo» no fue solo una lucha de egos, sino una profunda batalla por la pureza ideológica que terminó por desmembrar el movimiento. Mientras Luis Arce se enfocó en una gestión más pragmática del gobierno para resolver los problemas concretos del país, Evo Morales adoptó una postura radical que lo llevó a acusar públicamente al gobierno de Arce de ser «neoliberal» y de no ser suficientemente revolucionario.

La cuestión aquí no es quién tiene la razón en sus postulados, sino la estrategia. Morales, desde su posición de líder histórico, se arrogó el derecho de ser el único intérprete de la ideología del MAS, convirtiendo el debate político en una guerra de narrativas internas. Esta lucha fratricida es el mayor error estratégico de un movimiento revolucionario. Las críticas pueden ser válidas, pero cuando se convierten en un fin en sí mismas y no en un medio para consolidar el poder político por parte de las fuerzas progresistas y liberadoras, se transforman en una fuerza autodestructiva que pavimenta el camino para la derecha, incluso sin proponérselo. Este es el autoengaño ingenuo de la izquierda inmediatista.

Este purismo contrasta marcadamente con el modelo político de China. La experiencia del gigante asiático nos demuestra que la supervivencia y la consolidación de un proyecto político a largo plazo a menudo requieren de un pragmatismo estratégico que trascienda el dogma. En lugar de devorarse en conflictos internos por la pureza ideológica, el liderazgo chino ha priorizado la estabilidad, el crecimiento económico y la consolidación del poder político. Un movimiento que se devora a sí mismo por la búsqueda ingenua de una utopía inmediatista, en lugar de defender los avances logrados, está condenado al fracaso.

  • Lección 3: La Desconexión de la Realidad Económica y la Lucha por la Supervivencia

El éxito económico del MAS se basó en los altos precios del gas y en la redistribución de la riqueza. Sin embargo, la falta de una inversión a largo plazo en la exploración de nuevos yacimientos de ese recurso y la consecuente crisis económica se convirtieron en un factor decisivo. Lo más grave es que en lugar de abordar este problema de manera unida, las facciones en disputa se enfrascaron en una guerra de narrativas, utilizando la crisis económica como un arma política.

Los datos económicos lo confirman: la disminución de las reservas de gas ha generado un déficit fiscal y una caída en las reservas internacionales, que pasaron de casi 14 mil millones de dólares en 2014 a menos de 2 mil millones en 2024. Esta reducción drástica en los ingresos por exportaciones, el principal motor de la economía boliviana, ha provocado una escasez de dólares que ha vuelto a generar un mercado paralelo de divisas, algo que no se veía en 40 años.

La postura de Luis Arce, un economista de formación, fue la de una gestión más pragmática para estabilizar las finanzas del país. Sin embargo, esta visión fue interpretada por los críticos del «evismo» como un abandono de la agenda revolucionaria, lo que profundizó la fractura. Para el pueblo boliviano, esta lucha de titanes se tradujo en escasez de combustible y un aumento de los precios, problemas tangibles que le afectaban directamente, y que resultaron en una inflación que, en los últimos meses, ha superado el 15%. La experiencia vivida y encarnada por la población se desconectó de la narrativa ideológica, inclinando la balanza en su contra. La insatisfacción popular se canalizó en contra de los propios líderes de la revolución, generando un caldo de cultivo que facilitó la derrota electoral.

  • Lección 4: La Oportunidad para el Monroísmo y el Retroceso Ideológico

El descalabro político de la izquierda boliviana no es solo una tragedia nacional, sino una victoria estratégica para sus adversarios en el continente. La división no ocurre en el vacío; crea un espacio para que las fuerzas de la derecha y el neocolonialismo occidental avancen. La inestabilidad política allana el camino para que empresas extranjeras obtengan mejores condiciones en la explotación de recursos como el litio, aprovechándose de un Estado debilitado y fragmentado. Y es precisamente aquí, en este escenario de fractura, donde el pragmatismo de la derecha demostró su eficacia al capitalizar cada fisura del oficialismo.

Además, la victoria de la centroderecha en Bolivia representa un inmenso retroceso ideológico para América Latina, que ha luchado por décadas contra el neoliberalismo. Pero el golpe más doloroso es el que sufre el frente regional de unidad. La crisis boliviana y la previsible salida de ese país del ALBA-TCP debilitan a una de las principales organizaciones de avanzada política en nuestro continente. El ALBA, concebida por Fidel Castro y Hugo Chávez como una respuesta bolivariana a la política imperialista de Estados Unidos, a su visión del Monroísmo de «América para los americanos» y a la región como su «patio trasero», sufre un golpe geopolítico crucial.

  • Conclusión

La experiencia boliviana nos deja una advertencia clara: la mayor amenaza para un proyecto revolucionario no siempre viene del exterior, sino de su propia incapacidad para gestionar la unidad. El personalismo, el purismo ideológico y la lucha por el poder interno son elementos que, si no se controlan, pueden corroer y desmantelar los logros más importantes. La fractura interna, magnificada por una crisis económica tangible para la población, se convirtió en el principal adversario del proceso.

Por más doloroso que sea el resultado en Bolivia, es una lección que debemos analizar y asimilar. Nos recuerda que la unidad, la disciplina y el pragmatismo son más que consignas; son los pilares fundamentales para consolidar y sostener una revolución a largo plazo frente a los adversarios internos y externos, y para proteger los avances de nuestros pueblos frente a las fuerzas que buscan detener nuestra marcha histórica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.