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¿Primera conspiración contra el nuevo gobierno?

Fuentes: Rebelión

Aunque en muchas culturas la lluvia se interpreta como un buen augurio —especialmente en el Feng Shui, donde simboliza el flujo de energía positiva que limpia, nutre y renueva— esta vez la naturaleza pareció tener otros planes.

La tenue llovizna que cae sobre La Paz, y que amenaza con convertirse en tormenta, ha interferido —al menos simbólicamente— con los actos de transmisión de mando, como si el cielo quisiera poner a prueba al nuevo gobierno desde su primer día.

Un bautizo húmedo… y ojalá también bendito.

Entre las delegaciones presentes, Gabriel Boric destacó por su afabilidad. Sin duda, el presidente más accesible: dejó de lado el protocolo y, la noche anterior, salió a recorrer las calles paceñas como un turista más, disfrutando del clima y de las tradiciones locales. Las revoluciones se producen en los callejones sin salida, decía Bertolt Brecht.

En contraste, Milei llegó con su habitual cara de palo, acompañado por Karina, su hermana y sombra política. Su seriedad contrastó con las sonrisas y el buen humor de otros dignatarios. No obstante, accedió a tomarse fotografías con algunos transeúntes, como quien cumple con un trámite diplomático sin perder la compostura libertaria.

Me llamó la atención el arribo de Edmand Lara, sonriente e impecablemente uniformado como policía. Esperemos que el vice emule al personaje interpretado por Mario Moreno Cantinflas en Patrullero 777: Diógenes Bravo, aquel agente que recorría las calles resolviendo problemas y ayudando a los más débiles. Que la ficción inspire la función, y sobre todo, que no olvide a quienes votaron por él.

¿Hora boliviana?

Son las 11:00 y el presidente electo Rodrigo Paz aún no ha llegado. Entre el desconcierto de los asistentes y la espera impaciente de las cadenas televisivas —que optaron por declarar un cuarto intermedio— el episodio se convierte en un reflejo —poco favorable— de nuestra impuntualidad.

Bautismo bajo tormenta

Evidentemente, la llovizna se convirtió en tormenta. 

Con sus truenos pareció traer un mensaje —a través de la Pachamama— del pueblo hacia Rodrigo Paz  y Edmand Lara: “Señores dignatarios, dejen la retórica vacía y, sobre todo, la amnesia política en sus discursos.”

Porque el pueblo podrá ser bueno… pero no tonto.

Conviene recordarle al nuevo presidente que el legado de Víctor Paz Estenssoro, su tío abuelo, fue dejar a Bolivia exhausta y empobrecida, víctima de reformas neoliberales que desmantelaron el Estado y condenaron a las mayorías al olvido.

Su padre, Jaime Paz Zamora, repitió la historia con otra máscara. Ironías del destino: prometió reconciliar al país, pero terminó repartiéndolo en cuotas de poder. Dejó una Bolivia agotada por la corrupción, la hipocresía política y el olvido social. Gobernó en nombre del cambio, pero acabó aliado con los mismos a quienes decía combatir. Su legado fue una mezcla de clientelismo, pactos vergonzosos y una economía tambaleante, tan frágil como la moral de los viejos partidos de la derecha cavernaria que subdesarrollaron al país.

Por tanto, don Rodrigo Paz, no se limpie la boca antes de comer. Y antes de preguntar a Evo Morales “¿dónde están el gas y el litio?”, pregunte primero a sus parientes qué hicieron con los recursos naturales de Bolivia.

Durante las presidencias de sus antepasados, Bolivia era una “banana república”, subordinada al poder transnacional, sumida en una pobreza exorbitante y con un PIB irrisorio: apenas 4.700 millones de dólares en 1989, durante el último mandato de Víctor Paz, y 5.735 millones cuando Jaime Paz, su padre, dejó el poder.

Así, en 2005, tras 181 años de “pasanaku político” y de gobiernos oligárquicos e inoperantes, el país apenas alcanzaba un PIB de 9.500 millones de dólares. Entonces llegó Evo Morales y en catorce años de gestión —hasta 2019— dejó un Estado Plurinacional con un PIB de 43.000 millones de dólares.

Léalo bien: 43.000 millones.

En ese período, Bolivia multiplicó por cinco su economía y su patrimonio, convirtiéndose durante seis años consecutivos en la nación de mayor crecimiento económico de Sudamérica, superando a gigantes como Argentina, Brasil y Chile.

Y más allá de los números, el país creció en dignidad: la nueva Constitución Política del Estado, aprobada en su mandato, reconoció por fin los derechos de millones de hijos invisibilizados por la racista CPE de 1825: nuestros hermanos de los pueblos indígenas, quienes, tras siglos de exclusión, volvieron a tener nombre, voz y nación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.