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El peronismo

Fuentes: Rebelión

El peronismo no atraviesa una simple crisis interna; vive una disolución espiritual. Lo que alguna vez fue el corazón palpitante de la Argentina hoy se asemeja a un cuerpo disperso que ya no recuerda su propio origen. Aquella fuerza capaz de unir al pueblo bajo una bandera de justicia, trabajo y soberanía se ha transformado en un rompecabezas de facciones, tribus y etiquetas que compiten hoy más que nunca por legitimidad pero carecen de propósito común. El movimiento que alguna vez interpretó el alma nacional parece hoy un mosaico desarticulado donde cada parte defiende su parcela como si fuera el todo.

Lo que fue una épica popular se degradó en una feria de sellos. Hay peronismos para todos los gustos; Nostálgicos del General y Evita, como también de María Estela Martínez de Perón, kirchneristas, massistas, morenistas, Schiarettistas, Quintelistas, Isfrancismos, Axelistas, Graboiscitos, sindicalistas, tecnócratas, progresistas globales y liberales de ocasión. Todos invocan al mismo mito, pero pocos hoy comprenden su sentido profundo, ya que venimos de alianzas atadas con «cinta papel». La doctrina que unificaba se convirtió en un recurso de campaña, y la cultura de la unidad cedió paso a la administración del ego. El peronismo que alguna vez sintetizó capital y trabajo, Estado y pueblo, individuo y comunidad, hoy se expresa en una lógica de microsectas donde la lealtad se mide en hashtags.

Desde hace más de una década, el justicialismo no logra conquistar el poder nacional, pero el problema no es la falta de votos sino la pérdida de causa. El pueblo no abandona al peronismo por cambiar de ideas, sino porque deja de reconocer en sus dirigentes un horizonte de sentido. La misión histórica, la construcción de una Argentina justa, libre y soberana, fue sustituida por discursos importados, por la dependencia intelectual de EE.UU, laboratorios políticos y fundaciones globalistas que traducen el pensamiento nacional en jerga de moda. La política se volvió gestión sin mística, la militancia se volvió marketing.

En este escenario conviven dos almas. De un lado, la línea nacional, enraizada en el trabajo, la producción, el sindicalismo y la comunidad organizada, que todavía entiende que la Nación es una construcción moral y material a la vez. Del otro, una corriente social-progresista que mira a Europa como espejo y confunde justicia social con corrección política. Esta última reemplaza la fe en la Patria por la fe en la agenda internacional, la militancia por la administración de reclamos y la doctrina por el manual de EE.UU. Es la versión posmoderna del peronismo: más pendiente del trending topic que del destino nacional.

El resultado es un movimiento que perdió densidad simbólica. Lo que fue doctrina de liberación se transformó en un eslogan amable; la mística en estadística; la comunidad organizada en clientela dispersa. La política dejó de ser creación colectiva y se volvió contabilidad electoral, un ejercicio de supervivencia burocrática. Y cuando el pueblo deja de sentirse parte de una misión común, deja de ser sujeto político para convertirse en público.

El peronismo fue más que un sello o partido; fue una filosofía del ser nacional, una ética del trabajo, del hombre concreto, de la comunidad organizada. Su raíz no fue ni de izquierda ni de derecha, sino profundamente humana. Recuperar esa dimensión no implica nostalgia, sino lucidez histórica. Volver al pensamiento nacional no es mirar hacia atrás, sino reanclar la política en la realidad del pueblo que la sostiene.

Hoy el movimiento enfrenta una encrucijada definitiva. Renacer desde su raíz o convertirse en un souvenir político, cómodo para los análisis, inofensivo para el poder. O vuelve a ser doctrina de poder para la justicia social y la soberanía nacional, o quedará reducido a una marca vacía, administrada por consultores que confunden representación con marketing. Porque cuando el peronismo se vende en parcelas, la Patria se fragmenta en injusticias. Y si el movimiento que nació para unir al pueblo se resigna a gestionar su propio desorden, el desafío ya no será ganar elecciones, sino recuperar el alma perdida de la Nación.

¿De verdad creen que pueden matar al peronismo? Ni con tormentas, ni con internas, ni con el huracán Milei.

El peronismo siempre vuelve: como el Fénix, pero con memoria y pueblo.
Lo que viene es inevitable. ¿Están listos?

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