Introducción
El escenario político boliviano posterior al ciclo hegemónico del Movimiento al Socialismo (MAS) evidencia un drástico desplazamiento en las formas de legitimación estatal. La narrativa plurinacional y popular, constitucionalizada en 2009 como núcleo del consenso hasta el golpe de Estado de 2019, está siendo suplantada por un discurso moralizante que se condensa en la tríada “Dios, Patria y Familia”, eje articulador del discurso de Rodrigo Paz.
En este artículo, sostenemos que dicho desplazamiento no representa una ruptura estructural, sino la rearticulación de un proyecto hegemónico neoliberal-oligárquico- cuyo objetivo es garantizar la continuidad del capitalismo dependiente boliviano, ahora bajo una nueva reconfiguración. Esta derecha moralizante, constituida como un bloque en el poder precario, emergió coyunturalmente como respuesta a la crisis hegemónica del proyecto “nacional-popular” del MAS, el cual se caracterizó por la cooptación y corporativización de las organizaciones sociales, así como por la estatización de la dirección política de las clases subalternas.
El gobierno de Paz, al no lograr consolidar consensos amplios capaces de generar adhesión –activa o pasiva– de las clases subalternas en un contexto de manifiesta crisis económica, y cuyas medidas político-administrativas trasladan sistemáticamente el peso de la crisis sobre la clase trabajadora en beneficio del empresariado privado, recurre como último recurso a una retórica moralizante, individualizante y conservadora. Sin embargo, lejos de resolver la crisis de autoridad que atraviesa, esta estrategia no ha conseguido, hasta ahora, sino intentar construir una hegemonía sin pueblo.
I. El ciclo del MAS: Proyecto hegemónico “nacional-popular” y sus límites
Para Gramsci, la hegemonía implica dirección intelectual (ético-moral), combinando consenso y coerción. Tras la emergencia del modelo neoliberal –iniciada en 1985–, su crisis y derrota sellada en las guerras del agua (2000) y del gas (2003), el MAS logró construir un proyecto hegemónico de tipo “nacional-popular”. Esto se dio mediante una profunda reconfiguración de las relaciones de fuerza en el Estado y la edificación de un nuevo sentido común: el “proceso de cambio”.
Este proyecto articuló aspectos materiales concretos –a través de la implementación de un capitalismo de Estado, aunque de carácter dependiente y periférico– con dimensiones simbólico-discursivas, entre las que destacan la plurinacionalidad y la retórica de la descolonización y la despatriarcalización como nuevo lenguaje político legítimo. No obstante, esta hegemonía terminó constituyéndose de manera vertical y Estado-céntrica. El Estado asumió un rol hipertrofiado como productor único de consenso, mientras los aparatos “privados” de hegemonía (sindicatos, movimientos sociales y organizaciones de base) fueron subordinados y corporativizados.
En términos gramscianos, se trató de una revolución pasiva que, a través de la incorporación de demandas históricas de las clases subalternas, se realizó desde arriba –en un tránsito, de un proyecto inicialmente “nacional-popular” a uno “nacional-estatal”– sin transformar la matriz extractivista y dependiente del capitalismo. Siguiendo a Poulantzas, podríamos señalar que el Estado Plurinacional operó como una condensación material de relaciones de fuerza, reorganizando la dinámica de clase sin suprimirla. Lo logró mediante un transformismo que integró a las dirigencias subalternas y sus organizaciones, neutralizando así su independencia política.
II. Crisis hegemónica y emergencia del discurso moralizante
El agotamiento del proyecto del MAS estuvo marcado por dos factores decisivos: Por un lado, el límite material que lo sostenía –la caída de los precios de las materias primas a partir de 2014, la capacidad de abastecer hidrocarburos al mercado interno y carencia de divisas por falta de control estatal a los empresarios privados en la última gestión 2020-2025–; por otro, una creciente brecha entre la dirigencia estatal y sus bases sociales. Esta última, condujo a una crisis de hegemonía, posteriormente al golpe de Estado de 2019, la victoria de 2020 y la derrota electoral de 2025. No se trató de una crisis orgánica del orden capitalista, sino del formato político que lo administraba. En este interregno, una derecha política carente de un proyecto “nacional-popular”, capaz de generar consenso activo, recurre a un repertorio ideológico utilizado por la derecha fascista europea en el siglo XX, las dictaduras militares en Latinoamérica y la Falange Socialista Boliviana (FSB): La tríada “dios, patria y familia”.
Desde una lectura althusseriana, este discurso interpela a los individuos para constituirlos en sujetos-sujetados de una narrativa donde lo impuesto aparece como obvio (¿quién podría oponerse a dios, la patria o la familia?). La operación se despliega principalmente a través de aparatos ideológicos del Estado clave: los medios de comunicación, la religión y la familia –estos dos últimos, de suma relevancia por ser espacios tradicionalmente contenedores de valores conservadores.
De esta manera, la plurinacionalidad es desplazada por una patria unitaria que oculta las diferencias; los derechos sociales, intercambiados por valores conservadores que niegan los conflictos; y la política misma, por una moral tradicional que invoca a la clausura del debate. Así, el núcleo del desplazamiento se revela, ya no se interpela a un pueblo en su conjunto o a una clase, sino a un individuo moral, llamado a restaurar un orden naturalizado y jerárquico que se presenta como “atemporal” y “sagrado”.
III. “Dios, Patria y Familia”: La triada para una hegemonía negativa
La tríada funciona como un dispositivo hegemónico que busca reducir el conflicto. Cada uno de sus elementos opera como mecanismo de despolitización y justificación del orden:
- Dios: Traslada el antagonismo social del terreno histórico-político al moral y trascendente. Las desigualdades se naturalizan como parte de un orden divino inescrutable (teología de la prosperidad) o una prueba de ética individual (teología de la autoayuda), desactivando cualquier reclamo de justicia material con la falsa esperanza de una retribución espiritual (más allá del sol…) o la certeza de que dios nos bendice aquí y ahora (debajo del sol…).
- Patria: Sustituye la noción conflictiva de plurinacionalidad por una comunidad nacional abstracta, homogénea y eterna. Bajo este símbolo unificador –que exige lealtad acrítica–, se diluyen las divisiones de clase y etnia que constituyen la realidad social boliviana. La “patria” es presentada como un cuerpo moral amenazado por la “corrupción”, el “desorden”, el “populismo de izquierda”, y la “ideologización” del Estado. Su problema no sólo es la estructura económica, sino la pérdida de valores. Así, las demandas populares son resignificadas como privilegios indebidos, mientras el ajuste se convierte en acto patriótico (teología nacionalista), donde el mal es de izquierda y el bien es de derecha.
- Familia: Individualiza y privatiza los problemas sociales estructurales (reproducción, cuidado, pobreza). Ante el Estado mínimo neoliberal, la responsabilidad se desplaza de la esfera pública (Estado) al ámbito doméstico, al tiempo que se prescribe un modelo heteronormativo, patriarcal y excluyente como único legítimo.
En clave gramsciana, este ensamblaje no constituye una hegemonía robusta –que organiza, dirige y genera un consenso activo en torno a un proyecto transformador–, sino una hegemonía negativa o restauradora. Su pretensión es lograr producir un consentimiento pasivo, fundado más en el rechazo al ciclo anterior, el miedo al caos o la resignación pragmática, que en una adhesión positiva.
Podemos definir este resultado como un consentimiento negativo, una aquiescencia derivada de la desarticulación sistemática de alternativas y la imposición de un sentido común que se presenta como antipolítico y que pretende clausurar el debate sobre los fundamentos del orden social.
IV. Continuidad capitalista: De la hegemonía integradora a la hegemonía excluyente
El análisis revela una profunda continuidad estructural bajo dos fases hegemónicas aparentemente distintas: la del proyecto nacional-popular-estatal del MAS y la del bloque neoliberal-conservador liderado por Paz. El núcleo del capitalismo dependiente, extractivista y periférico permanece incólume, rearticulándose a través de formas políticas e ideológicas diferentes.
| Dimensión | Fase MAS (Capitalismo de Estado con rostro indígena-popular) | Fase Post-MAS (Neoliberalismo moralizante) |
| Estrategia Hegemónica | Revolución pasiva y hegemonía integradora. Construcción de una dirección política amplia mediante reconocimiento simbólico, redistribución limitada de la renta y corporativización de las organizaciones sociales. Generación de un consenso activo, aunque subordinado y vertical. | Hegemonía negativa y excluyente. Estrategia basada en la desmovilización, fragmentación social y la interpelación moral individual. Producción de un consenso pasivo o «negativo», sustentado en el miedo, la resignación y la despolitización. |
| Rol del Estado | Estado productor y gestor directo del consenso y la acumulación (capitalismo de Estado). Centralidad en la administración de la renta extractiva. | Estado facilitador y disciplinador para el mercado. La autonomía relativa del Estado se ejerce para reorganizar las relaciones de fuerza a favor del capital privado (nacional y transnacional) para recomponer la hegemonía de la oligarquía. |
| Dispositivo Ideológico | Plurinacionalidad, descolonización, derechos colectivos. Narrativa de inclusión y refundación histórica desde una identidad político-cultural. | “Dios, Patria y Familia”. Narrativa de orden, seguridad y valores tradicionales. Desplazamiento de lo político a lo moral y lo privado. |
| Base del Consentimiento | Activación subordinada de organizaciones sociales. Expectativas de inclusión material y simbólica dentro del marco estatal. | Pasivización y atomización. Descrédito de lo político-colectivo. Apego a valores tradicionales como refugio identitario en medio de la incertidumbre. Legitimidad por oposición al ciclo anterior y promesa de orden. |
| Relación con el Capital y Modelo Económico | Administración estatal de la renta extractiva para sostener un pacto social redistributivo. Continuidad y profundización del modelo primario-exportador, bajo control del Estado. | Profundización neoliberal acelerada: flexibilización laboral, apertura comercial, privatizaciones encubiertas, y privilegio absoluto al capital financiero y extractivo transnacional. |
Conclusión
Podemos caracterizar a la dirección política de la derecha moralizante boliviana como una hegemonía que domina sin organizar, ordena sin integrar y que gobierna con un proyecto restaurador.
Domina sin organizar porque su poder se asienta en la desarticulación previa de la sociedad civil y bloquea activamente la recomposición independiente de los subalternos mediante la coerción normativa-judicial, mediática y policial.
Ordena sin integrar porque su discurso moral despolitiza y deshistoriza las demandas sociales, traduciéndolas como fallas individuales o desviaciones éticas. Este mecanismo cierra los canales de participación para reforzar una cohesión social excluyente.
Gobierna con un proyecto histórico restaurador claramente identificado: la reconfiguración neoliberal del Estado boliviano. Para ello, utiliza la interpelación de “Dios, Patria y Familia” como barniz ideológico que encubre una profunda reestructuración material al servicio de la acumulación capitalista, renunciando así a toda pretensión de dirección intelectual y moral amplia.
En este marco, es crucial enfatizar –aunque parezca una verdad obvia– que el neoliberalismo no emerge como un sistema ajeno al capitalismo, sino como una fase orgánica de éste, diseñada al igual que el capitalismo de Estado para reconfigurar –y no abolir– el sistema vigente. Su objetivo es transformar las formas de gestión, ligándolas directamente a los intereses del empresariado y el capital transnacional mediante políticas de flexibilización laboral, apertura comercial y desregulación financiera, todo ello manteniendo intacta la matriz económica dependiente y primario-exportadora del país.
En definitiva, el tránsito de la Bolivia del MAS a la Bolivia post-MAS no representa la irrupción de un nuevo orden, sino el pasaje de una forma de hegemonía integradora y estatista; a otra excluyente, moralizante y de estadolatría, dentro de la misma continuidad histórica: la reproducción del capitalismo dependiente.
La hegemonía sin pueblo es, por tanto, la fórmula política que hace viable esta transición, tratando de administrar el consentimiento de una sociedad fragmentada mientras se profundizan las bases materiales del dominio de clase.
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