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Seymour Hersh, un periodista que cambió la historia

Fuentes: CTXT - Imagen: Seymour Hersh en la oficina de The New York Times en Washington en 1975. / Netflix

Un documental de Laura Poitras y Mark Obenhaus rinde homenaje al legendario reportero de investigación que destapó la matanza de Mỹ Lai (1969), los abusos en la cárcel de Abu Ghraib (2004) y el sabotaje del gasoducto Nord Stream (2023)

Hay un momento en Cover-Up, el documental sobre Seymour Hersh que se estrena estos días en Netflix, que ilustra perfectamente el método de trabajo del legendario periodista de investigación estadounidense. Ocurre cuando Hersh les explica a Laura Poitras y Mark Obenhaus, los realizadores de la película, cómo dio con el soldado que estaba en el centro de la masacre de Mỹ Lai, uno de los mayores escándalos de la guerra de Vietnam, que Hersh reveló en 1969.

Hersh ya llevaba cierto tiempo cubriendo el Pentágono. Pero en lugar de hacer piña con los otros periodistas y transmitir lo que los mandamases se dignaban a comunicarles en sus ruedas de prensa diarias, Hersh iba a la cafetería, donde forjaba amistades con funcionarios y oficiales. Un día, recibe una llamada de una persona desconocida que le transmite un rumor: un soldado se ha vuelto loco en Vietnam, matando a mucha gente. Poco después, Hersh se topa en un pasillo del Pentágono con un coronel amigo al que no ha visto en años y que acaba de ser no solo promovido a general, sino nombrado jefe de gabinete del comandante de las fuerzas norteamericanas en Vietnam, William Westmoreland. Bromeando con su amigo, Hersh le pregunta a bocajarro: “Oye, ¿qué sabes del tipo que se ha cargado a una aldea entera?”.“Mira, Sy”, le contesta el otro, “a ese tal Calley, espero que se lo lleve el mismísimo diablo”.

Así, sin darse cuenta, el general no solo le confirmó el rumor, sino que además le proporcionó una pista clave: el apellido del soldado. Esto le permitió a Hersh emprender una búsqueda rocambolesca –incluida una visita al despacho de un abogado, donde logró transcribir una página de un expediente que el abogado había dejado expuesto sin querer, mientras charlaban de otra cosa– que finalmente le llevó a una base militar, donde consiguió entrevistar al soldado. Paso a paso, descubrió que la masacre de Mỹ Lai no había supuesto ninguna atrocidad aislada o individual, sino que encajaba en un patrón de violencia militar contra civiles.

La combinación de atrevimiento, persistencia e ingenio que le llevó a esta primicia marcaría toda la carrera de Sy Hersh, un outsider por antonomasia. Nació en plena Gran Depresión, en 1937, en el seno de una familia judía en un barrio negro del South Side de Chicago. Después de la muerte repentina de su padre, se tuvo que encargar del negocio familiar, una tintorería. Fue una casualidad (un profesor que apreció su talento) la que le llevó a la Universidad de Chicago, y otra casualidad (un encuentro fortuito con alguien que trabajaba en un diario) la que le permitió descubrir su vocación de periodista. Como joven reportero, le tocó cubrir a la policía municipal en una ciudad aún dominada por la mafia. Se enamoró del oficio al instante; el flechazo le ha durado más de 60 años.

Cover-Up, que combina un repaso de su carrera con entrevistas en las que Poitras y Obenhaus no esquivan las preguntas incómodas, es un tributo a su protagonista octogenario. Pero también es un retrato de toda una generación. De hecho, nos permite inferir cuáles son los rasgos que han definido a la escuela periodística que Hersh ayudó a consolidar y que consiguió destapar algunos de los mayores escándalos políticos de los siglos XX y XXI, desde el Watergate hasta los desmanes de la CIA en Latinoamérica o los abusos de Estados Unidos en Irak.

Aunque Hersh y compañía se nutren de las filtraciones, nunca caen en lo que hoy conocemos como periodismo de filtración. Las fuentes que acaban por compartir información secreta con el periodista son importantes, pero no controlan el relato. La confianza que ponen en el reportero se basa, ante todo, en que este tratará la información filtrada con responsabilidad y protegerá su identidad a toda costa. De hecho, Hersh –que tardó 20 años en aceptar la propuesta de Poitras de hacer un documental sobre él– se queja una y otra vez ante el equipo de rodaje, al que ha dado acceso a todos sus apuntes. Varias veces se arrepiente y amenaza con tirar la toalla. Lo que están haciendo, dice, “es malo para mi gente”. Llama la atención que se refiera a sus fuentes como si fueran parientes suyos.

Cuando Poitras le pregunta por qué, a lo largo de los años, tantas personas se han mostrado dispuestas a compartir datos sensibles con él, contesta: “La gente filtra por muchas razones diferentes. Yo les ofrezco un servicio. Si la filtración es buena, voy a por ella a toda leche”. Las y los filtradores no siempre comparten los objetivos de Hersh –destapar abusos–, pero no son pocos los que se deciden a dar el paso por motivos éticos.

La primicia de Mỹ Lai, que le valió un Premio Pulitzer, fue publicada por una pequeña agencia porque los grandes medios no se atrevían

Un segundo rasgo que destaca es que las y los reporteros de la generación de Hersh suelen operar en solitario. Desconfían de los colectivos y de las instituciones, incluidos los propios medios para los que trabajan. No suelen ser colegas de trato fácil; de team players tienen poco. Van a contracorriente, son más bien tercos y se enojan con facilidad. Ponen mucha más fe en su intuición que en el criterio de sus superiores o en los protocolos oficiales. Por otro lado, este modus operandi solitario también les confiere un humanismo y una flexibilidad que les ayudan a mantener sus amplias redes de contactos personales.

En tercer lugar, Hersh y compañía no han sido quisquillosos con respecto a los medios de los que se han servido para difundir su trabajo. Han sido importantes los grandes diarios y las revistas establecidas, claro está. Pero la primicia de Mỹ Lai, que le valió un Premio Pulitzer, fue publicada por una agencia de medio pelo porque los grandes medios no se atrevían. Hersh también ha escrito libros –incluido un relato desmitificador sobre el gobierno de John F. Kennedy– y ha colaborado en documentales. Desde hace varios años, escribe en Substack, donde tiene doscientos mil suscriptores.

Seymour Hersh en una imagen promocional del documental 'Cover-Up' (Poitras y Obenhaus, 2025).

Seymour Hersh en una imagen promocional del documental ‘Cover-Up’ (Poitras y Obenhaus, 2025).

Con todo esto, algo más difícil de precisar ha sido la orientación política de Hersh. Richard Nixon le consideraba un peligroso comunista, por el que, sin embargo, sentía un curioso respeto (“El hijoputa es un hijo de puta, pero suele estar en lo cierto”, espeta el presidente en una conversación con Kissinger cuya grabación reproducen Poitras y Obenhaus). Cuando Hersh se dedicaba a descubrir las atrocidades norteamericanas en Vietnam, hubo quien sugirió que fuera deportado a Cuba.

Pero aunque Hersh suele identificarse como “viejo progre” (“an old leftie”), en realidad opera desde un marco político bastante más básico: es un patriota norteamericano que, como hijo de inmigrantes, se toma muy en serio los valores democráticos y republicanos que le enseñaron en la escuela pública (“Es la persona más patriótica que conozco”, me dijo Dan Kaufman, un antiguo colaborador). Desconfía de toda forma de poder, empezando por su propio gobierno. Al final del documental, Hersh se emociona al abordar el coste emocional de cubrir episodios de violencia extrema. Poitras le pregunta por qué, a pesar de todo, sigue dedicado a esta labor. “Es que no puedes tener un país que haga esto y dejar que [ese país] mire hacia otro lado”, dice Hersh. “No puedes”.

La conclusión más importante del documental, sin embargo, quizá sea otra: el periodismo de verdad –el que cuenta y cambia el mundo– es humano. En todos los sentidos. Puede parecer obvio, pero no sobra reafirmarlo en un momento en que la mayor amenaza que se cierne sobre la profesión es el parasitismo robótico de la inteligencia artificial. Por más que se dediquen a ordenar y sintetizar información, la labor de Hersh y compañía es un producto, por un lado, de valores éticos, solidarios y, por otro, de relaciones interpersonales atravesadas por la confianza y el escepticismo, la intuición y el afecto y, a menudo, una fe francamente irracional en la posibilidad de descubrir y contar la verdad.

Que este periodismo sea humano –ético, intuitivo, interpersonal– también significa que es falible. La intuición no siempre acierta. Hersh tiene fama de terco e irascible, pero cuando Poitras y Obenhaus le preguntan por algunos de sus trabajos más criticados –incluida su cobertura amable del gobierno de Bashar al-Assad, que quiso desmentir el uso de armas químicas– Hersh admite que se dejó embaucar por el líder sirio. “Le vi tres o cuatro veces y no creí que fuera capaz de hacer lo que hizo”, confiesa. “Podemos decir que estuve equivocado. Muy equivocado”. “¿Es un ejemplo de lo que puede pasar cuando uno se acerca demasiado al poder?”, le pregunta Poitras. “Por supuesto”, contesta Hersh.

El periodista se muestra menos contrito respecto a una historia de 2023 que afirma que el sabotaje del gasoducto Nord Stream, en el mar Báltico, fue obra de los servicios de inteligencia estadounidenses. Esta investigación, como otras recientes de Hersh, tiene toda la pinta de estar basada en una única fuente, algo que muchos del gremio considerarían una práctica deontológicamente dudosa. “La crítica es legítima”, dice Hersh, “pero ¿qué quieres que haga?”. “¿Qué pasa si la fuente se equivoca?” le pregunta Poitras. “Pues entonces llevo veinte años equivocándome”, contesta Hersh impertérrito. “Porque llevo veinte años trabajando con este tipo. Y al final siempre se demostraba que lo que me contaba era verdad”.

“A pesar de que no he estado de acuerdo con todo lo que ha hecho, Sy Hersh es uno de mis héroes”, me dice por teléfono David Kaplan, un periodista veterano norteamericano que ha dirigido el Centro de Integridad Pública (CPI), el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ) y la Red Mundial del mismo nombre (GIJN). “Todas y todos los que nos dedicamos a esto le debemos mucho. Su obra marca un hito en una tradición norteamericana de largo abolengo, que comienza con los muckrakers del fin de siglo: gente como Upton Sinclair, Lincoln Steffens e Ida Tarbell”, agrega Kaplan. “Son periodistas que, como Sy, parten de la indignación moral. No es casualidad que, cuando se fundó la asociación estadounidense de periodistas de investigación, adoptara las siglas I.R.E. [ira en inglés]. Además de este punto de partida ético, los principios básicos del gremio siguen siendo los mismos. Se trata de emprender investigaciones sistemáticas, de largo aliento, que partan de hipótesis y busquen evidencia sólida para probarlas o refutarlas”.

“Eso sí”, agrega Kaplan, “los muckrakers de antes eran lobos solitarios, como lo ha sido Hersh. Hoy, los cambios tecnológicos y las presiones políticas han hecho que los modelos más efectivos sean colaborativos: muchos trabajamos en equipos de investigación que unen varios medios y que, muchas veces, trascienden las fronteras nacionales. La tecnología, por un lado, ha supuesto una presión añadida, dadas las formas de vigilancia constantes y cada vez más intrusivas que afrontamos las y los periodistas. Por otro lado, las filtraciones también son mucho más fáciles. Hoy es extremadamente difícil guardar un secreto. Todos los registros de un banco, por poner un caso, caben en un solo USB. Y disponemos de métodos de computación que nos permiten analizar datos a una escala que habría sido inimaginable hace quince años”.

Pero incluso Hersh, ese lobo solitario, ha tenido colaboradores y equipos de apoyo. “Era siempre impaciente y duro, pero nos tenía un gran respeto”, me dijo el periodista Dan Kaufman, que trabajó varios años con él como fact checker (contrastador de información) en la revista The New Yorker, en la época en que Hersh destapó, en tres piezas sucesivas, los abusos en la cárcel de Abu Ghraib.

“Nos apreciaba”, recuerda Kaufman, “porque le importaba que reforzáramos el rigor de sus piezas”. “No hay relación más simbiótica que la de un reportero y sus contrastadores”, dijo Hersh en 2018 en una presentación de libro, “porque se basa en la confianza: según las reglas del New Yorker, el contrastador tiene que hablar con todas mis fuentes, por más secretas que sean”.

Su relación con los editores, en cambio, solía ser más tensa. “Hay que entender la presión que pesaba sobre cualquiera de las historias de Hersh. Dados sus temas, la revista siempre se enfrentaba a amenazas legales. Él solía trabajar con dos editores –Amy Sorkin y John Bennet, otra leyenda– y dos contrastadores. Eran días largos, con 40 o 50 llamadas de Hersh, todas brevísimas, impacientes y excitadas. Pero una vez terminado el trabajo, nos agradecía nuestra labor con gran generosidad”.

“Como periodista, aprendí mucho de Sy”, dice Kaufman. “En mi propio trabajo, he asimilado a fondo su mantra personal: quítate de en medio para dejar paso a la historia. Uno de los aspectos que más admiro de él es su capacidad para crear un espacio para la voz de los testigos, a quienes a veces trata con algo parecido a la ternura. Otro es su desconfianza perpetua de los relatos oficiales y de las élites que los propagan. En ese sentido, son cruciales sus raíces obreras. Cuando sabe que el relato oficial que se propaga es falso, se ofende personalmente. La indignación moral que le mueve es genuina y constante, como lo es su patriotismo”.

“No conozco a ningún periodista que persiga sus historias con más tesón”, agrega Kaufman. “Es increíble que, con sus 88 años, escriba al menos una pieza por semana. Y me consta que en Substack sigue trabajando con verificadores. Aunque las piezas que publica allí tienen menos peso que en una revista como el New Yorker, estar en Substack le permite asumir más riesgo –por más que signifique que puede equivocarse–. A estas alturas, se lo puede permitir. Al fin y al cabo, dos de sus primicias, la de Mỹ Lai en 1969 y la de Abu Ghraib en 2004, expusieron las dimensiones ocultas del poder de Estados Unidos. Y al hacerlo, cambiaron el curso de la historia”.

Fuente: https://ctxt.es/es/20251201/Politica/51459/seymour-hersh-periodismo-laura-poitras-documental-my-lai-abu-ghraib.htm