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A 27 años del levantamiento zapatista; su enemigo, el neoliberalismo

Fuentes: Rebelión

El primero de enero de 1994, hace ya poquito más de 27 años, la tierra chiapaneca, el suelo mexicano, e incluso todo el planeta, se cimbró tras la acometida de un grupo de encapuchados insurgentes que buscaban enfrentarse al gobierno federal bajo la proclama de 11 demandas: tierra, trabajo, alimentación, salud, educación, vivienda digna, independencia, democracia, libertad, justicia y paz.

Aquellos hombres y mujeres que emanaron de la selva bajo un pasamontañas y apenas provistos de armamentos, eran el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), hasta ahora, el último movimiento armado que enfrentó al Estado mexicano y que en aquel momento se apoderó de siete cabeceras municipales en Chiapas, el mismo día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

En este mismo país, 84 años antes de la insurrección del EZLN, se había iniciado una lucha campesina a la que se le llamó: la Revolución Mexicana. Aunque terminó siendo un movimiento en beneficio y reacomodo de la clase política del país, hubo algunas cuestiones importantes que dejó aquella guerra civil, como por ejemplo, la instauración de la Comuna de Morelos.

Entre 1915 y 1919, año de la muerte de Zapata, la población campesina de una pequeña zona en Morelos, echó a andar de modelo precapitalista y comunitario en el reparto de las tierras poniéndolas bajo la administración de los campesinos a través de sus jefes militares. Allí donde los campesinos y los obreros agrícolas finalmente establecieron su gobierno directo por un periodo, la Revolución Mexicana recuperó un poco del verdadero espíritu por el cual había nacido.

En tiempos de la Revolución, Zapata logró llevar a cabo, aunque sea por unos años, el experimento de una organización comunal en el trabajo de la tierra. Aunque el EZLN fue acorralado por el Gobierno Federal desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari y durante el período neoliberal, ha rescatado y puesto en marcha esas ideas con las cuales esperan pasar por encima del sistema en el cual los urbanitas de las grandes ciudades estamos tan inmersos que ni nos damos cuenta.

“En nuestras comunidades tal vez no hay casa de cemento, ni televisiones digitales ni camiones último modelo, pero nuestra gente sabe trabajar la tierra. Lo que se pone en su mesa, la ropa que las viste, la medicina que las alivia, el saber que se aprende, la vida que transcurre es suya, producto de su trabajo y de su saber. No es regalo de nadie”, firmó en 2016 el EZLN.
Y en su última proclama, su “Declaración por la vida” del pasado primero de enero, los zapatista han dicho: “El que hacemos nuestros los dolores de la tierra: la violencia contra las mujeres; la persecución y desprecio a los diferentes en su identidad afectiva, emocional, sexual; el aniquilamiento de la niñez; el genocidio contra los originarios; el racismo; el militarismo; la explotación; el despojo; la destrucción de la naturaleza”.

Y añaden: “El entendimiento de que es un sistema el responsable de estos dolores. El verdugo es un sistema explotador, patriarcal, piramidal, racista, ladrón y criminal: el capitalismo. El conocimiento de que no es posible reformar este sistema, educarlo, atenuarlo, limarlo, domesticarlo, humanizar lo. El compromiso de luchar, en todas partes y a todas horas –cada quien en su terreno-, contra este sistema hasta destruirlo por completo. La supervivencia de la humanidad depende de la destrucción del capitalismo. No nos rendimos, no estamos a la venta y no claudicamos”.

Quizás para la gente de las ciudades nos es difícil pensar en una vida sin televisiones, automóviles, o lujos innecesarios los cuales compramos para llenar quién sabe qué vacios. Tal vez los zapatistas no vistan con ropa de marca o no tengan los celulares más avanzados, pero tienen su propio sistema educativo, su propio sistema de salud y sobre todo, se preocupan trabajar la tierra y transmitir ese conocimiento a sus nuevas generaciones.

Como los jóvenes de Chile que se alzaron en 2019 y lograron la promesa de una Constitución diferente a la de Augusto Pinochet en 2020, la proclama que en la selva chiapaneca se alza desde hace más de cinco lustros, se basa en una idea: derrocar al neoliberalismo, un sistema que no sólo aumenta las desigualdades económicas, sino que borra las diferencias culturales: que los pobres estén más lejos de los ricos pero que se vean lo más iguales posibles… ¡Una paradoja tan ridícula como el propio sistema que la acoge!

Hace 27 años un grupo de encapuchados quiso ser diferente, quiso estar fuera de los precios exorbitantes de las gasolinas, fuera de los bajos salarios, fuera del asedio de los partidos políticos… en síntesis, quiso escapar de su peor enemigo: el sistema capitalista. Habría que leer más, no sobre la insurrección del 94, más bien sobre las ideas del EZLN para entender por qué ese grupo de gente no lucha por la toma del poder, sino por un “nuevo mundo”. Podemos estar de acuerdo o no con sus ideas, pero no podemos permitirnos olvidarlos, menospreciar a quienes se atreven a ser diferentes.