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Nuevo aniversario de la masacre del 22 de agosto de 1972 en Trelew, cuando la Marina asesinó a 16 guerrilleros presos

A 33 años de la Masacre de Trelew

Fuentes: Agencia Walsh

El 15 de agosto de 1972, en la postrimería del gobierno dictatorial de General Alejandro A. Lanusse, veinticinco presos políticos, pertenecientes al ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo); las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, se fugaron del penal de Rawson en la provincia de Chubut. Seis de ellos lograron llegar al Chile de Salvador Allende. […]

El 15 de agosto de 1972, en la postrimería del gobierno dictatorial de General Alejandro A. Lanusse, veinticinco presos políticos, pertenecientes al ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo); las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, se fugaron del penal de Rawson en la provincia de Chubut. Seis de ellos lograron llegar al Chile de Salvador Allende. Diecinueve no alcanzaron a subir al avión. Se entregaron luego de acordar públicamente garantías para su integridad física.

El 22 de agosto los diecinueve prisioneros fueron fusilados a mansalva con ráfagas de ametralladoras en la base naval Almirante Zar.

Como antes había sucedido en la masacre de José León Suárez, algunos sobrevivieron para contar la historia, para mantener viva la memoria, para no olvidar, ni perdonar.

LA FUGA

La cárcel de Rawson tenía ocho pabellones. Los cuatro primeros eran de presos comunes y los restantes, de los políticos. Los pabellones de mujeres estaban en los pisos superiores. El 15 de agosto a las 18.30 comenzó la toma del penal y la fuga. En diez minutos tomaron los puntos neurálgicos y redujeron a un grupo de aproximadamente 60 guardias. El guardiacárcel Juan Gregorio Valenzuela, que intentó impedir la fuga, resultó ser el único muerto en los sucesos.

Los guerrilleros estaban numerados jerárquicamente para la fuga del 1 al 110. Fuera de la cárcel, no encontraron los camiones que debían estar esperándolos para llevarlos al aeropuerto de Trelew; los disparos que se escucharon provenientes del penal, los habían dispersado.

El primer contingente formado por los seis máximos jefes guerrilleros tomó el único coche que había permanecido, con el estudiante de Agronomía y Veterinaria Carlos Goldenberg (FAR) al volante. Los 19 guerrilleros restantes, que habían logrado salir, llamaron taxis desde la guardia del penal. Llegarían al aeropuerto de Trelew con un retardo fatal.

Los seis jefes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, integrado por Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena, Marcos Osatinsky y Fernando Vaca Narvaja, lograron abordar en el aeropuerto un avión de Austral que previamente había sido copado y escaparon hacia Chile donde el gobierno de Salvador Allende les permitió seguir viaje a Cuba.

Los otros presos que se habían escapado llegaron al aeropuerto justo cuando despegaba el avión que llevaba a sus compañeros. Intentaron tomar, sin éxito, otro avión que debía arribar pero que finalmente no descendió al ser alertado desde la base naval Almirante Zar.

Después de una conferencia de prensa en el aeropuerto, se entregaron ante los periodistas y con la promesa de las autoridades judiciales y militares de que sus vidas serían respetadas, fueron alojados en la base naval Almirante Zar.

LA MASACRE

«El 22 de agosto de 1972, a las 3.30 de la mañana, los 19 presos fueron obligados a salir de sus celdas, los hicieron pararse en fila en el pasillo y los ametrallaron a mansalva. Los gritos se mezclaron con la furia de las ametralladoras, el humo se confundió con la sangre. Gritaban de dolor los heridos, gritaban de locura asesina sus verdugos. Quienes sobrevivieron a la primera ráfaga se tiraron dentro de los calabozos.

María Antonia Berger, luego de recibir un primer impacto en el estómago se arrojó dentro de su celda, la sangre brotaba de su vientre tiñendo su revolución de carmesí. Escuchó ruido de botas y escuchó tiros de gracia. Los quejidos e insultos de sus compañeros en la hora final, se fueron acallando. María Antonia, con su dedo ensangrentado, escribió «papá», «mamá» en la pared. De pronto, un segundo impacto le destrozó la mandíbula. Los asesinos borraron su escrito con zaña. Ella todavía estaba viva, sentía que le estallaba la cabeza, pero no se movió, no se quejó. Creyeron que estaba muerta y siguieron su masacre por las otras celdas.

María Antonia, volvió a pintar su dedo con sangre, pero esta vez escribió en la pared la palabra LOMJE, consigna que durante mucho tiempo se pintó en los muros de la ciudad «Libres o Muertos, Jamás Esclavos». Virginia Giussani

Al amanecer del martes 22 de agosto, la armada hizo circular la versión de que las muertes habían sido el resultado de un nuevo intento de fuga. Mariano Pujadas, uno de los guerrilleros había intentado, según la versión oficial, arrebatarle el arma al teniente de corbeta Luis Emilio sosa. María Antonia Berger; Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar los únicos sobrevivientes de la masacre se encargaron de que el mundo supiera la verdad.

En los días sucesivos, hubo manifestaciones en las principales ciudades de la Argentina y más de 60 bombas fueron colocadas en protesta por la matanza. Peronistas, radicales, intransigentes, socialistas, comunistas, trotskistas y democristianos, condenaron al gobierno. Perón calificó a las muertes de «asesinatos». La opinión pública descreyó de la versión oficial. El 25 de agosto la CGT declaró un paro activo de 14 horas. Se prohibieron los velatorios públicos de los guerrilleros ejecutados.

El comisario Alberto Villar -luego jefe de policía de Perón y uno de los mentores de la Triple A- irrumpió con tanquetas en la sede del Partido Justicialista donde se velaban los cadáveres de tres de los guerrilleros asesinados.

.Ana Villareal, compañera de Santucho, fue sepultada en el cementerio de Boulogne.

Pero allí no terminó todo. La sede de la Asociación Gremial de Abogados fue dinamitada, se exterminó a las familias de Clarisa Lea Place, Roberto Santucho y Mariano Pujadas, la mayor parte de los hermanos y hermanas de los fusilados están hoy desaparecidos y el letrado Mario Amaya, que escoltó con su auto al micro de la armada que el 16 trasladó a los detenidos hasta la base naval, fue asesinado durante la última dictadura.

Fuentes: La Voluntad de Eduardo Ánguita y Martín Caparrós. Artículo de «La Fogata» basado en Todo o Nada» de María Seone y «A vencer o morir» de Daniel De Santis (22-8-02) Artículo de Virginia Giussani publicado por «La Insignia» (23-8-02)

HABLAN LOS SOBREVIVIENTES

«Cuando empiezan a disparar, yo veo al gordo ese, que nos había estado cuidando, el suboficial, el de Rosario. Veo que está disparando, y, simultáneamente me siento herida, no me doy cuenta dónde, siento como una quemazón, pero ni dolor ni nada. Mi primera reacción es meterme dentro de la celda, y en ese momento la veo a la Sayo, ahí delante de la puerta, aparentemente muerta, ahí me doy cuenta de que realmente es seria la cosa. Porque por un momento, al principio, pensé que nos tiraban a las piernas, es decir, no me daba cuenta de la situación, me costaba creerlo. Apenas entro yo, entra la petisa agarrándome el brazo y diciendo: «Estos hijos de puta me dieron». Entonces le digo: «Tirate al piso», y yo hice lo mismo. Trato de ver qué es lo que me pasa a mi, y veo que tengo un agujero acá, en el estómago, me acuerdo que tenía un pantalón oscuro y un pulóver rojo, era má s serio de lo que yo creía porque no sentía ningún dolor, ni me sangraba, ni nada. No como vos, que vomitabas.(le habla a Camps) Y simultáneamente comienzo a oír como un estertor de la petisa: empieza a roncar muy fuerte y a dar quejidos al mismo tiempo, esa es la parte más fiera, unos ayes de dolor horribles, como vos decías. Y simultáneamente empiezo a escuchar tiros aislados que empiezan de adelante hacia atrás. Me doy cuenta de que están dando los tiros de gracia. Ahí me pongo a pensar: «Bueno, aquí me llegó la última hora», y me pongo a pensar en mi familia. En ese momento se piensan muchísimas cosas: me acuerdo que pensé en mi familia, en mi compañero, pensé en mi compañero. En hechos lindos, en mi vida, pero no se, yo quería pensar mucho en un corto tiempo, pero los terminé de pensar enseguida y los tiros no llegaban, es decir, no me llegaban a mi. Ahí me entró un poco de impaciencia. Estaba esperando que me mataran de una vez por todas. Porque uno piensa: «Bueno, ya que me m atan, que me maten de una vez por todas». Ahí es cuando escucho que uno, pienso que era el petiso Ulla, por el lugar de la voz, decía: «hijo de puta»; y otro que decía -creo que era uno de los tucumanos-, que decía; «ay, mamita querida». Después veo que llega a la puerta uno vestido de azul yo también me hacía la muerta. Ahora, a esta altura, era lo único que se me ocurría. No me acuerdo si alcanzó a tirar antes un tiro a la petisa, lo que si me acuerdo es que levanta la mano y me apunta con bastante cuidado; yo lo miro entre ojos, yo estoy tirada así sobre el hombro, y con cuidado me tira. Siento como un estallido espantoso en la cabeza, como si tuviera una bomba, pero para gran sorpresa no fui muerta. Me cuesta creer que estoy viva. Siento acá un gran hematoma y que estoy sangrando mucho, pero no pierdo el conocimiento. Sigo escuchando balazos basta que, en un determinado momento terminan; a esa altura yo pienso que ya me queda poco. El tiempo que pasa no lo puedo controlar much o. Después escucho que hacen toda una orquestación diciendo: «Bueno, vos tenías una metra y Pujadas intentó quitártela», haciendo como un armado de la cosa, eso escucho por un lado. Al rato viene un enfermero, viene y entra a la celda y me da vuelta, me mira la cabeza, me toma el pulso y dice: «No, está viva, sólo le interesó la mandíbula, pero se está desangrando», y se va. Viene dos veces más Bravo a la puerta, con un jadeo totalmente nervioso, y muy preocupado por que no me moría, porque decía: «Pero esta hija de puta no se muere, cuánto tarda en desangrarse». Y yo, cada vez que aparecía alguno en la puerta, juntaba sangre en la boca y la escupía para hacer parecer que me estaba desangrando, pese a que ya se me había parado mucho la hemorragia.» María Antonia Berger

«(…)Cuando llegaron los enfermeros me empecé a quejar para que me llevaran. Y bueno, cuando me sacaron yo no había perdido el conocimiento hasta entonces, incluso salí medio apoyándome sobre las piernas, los primeros pasos los hice, antes de salir de la celda me caí. Me tuvieron que levantar para ponerme en la camilla. En una ambulancia me llevaron a la enfermería de la base; yo pensaba que me iban a llevar al sanatorio o algo por el estilo, porque sabía que ahí la base no tenía sala de operaciones ni nada. Pensaba que nos iban a llevar a un sanatorio a la ciudad, para atender a los heridos. Pero por el tiempo que había durado el recorrido me di cuenta de que estábamos en la misma base, no podíamos haber ido en tan poco tiempo hasta la ciudad. Y nos llevaron a un recinto de la enfermería donde nos pusieron a todos en camillas, a todos los heridos. Era oscuro todavía, a mi me limpiaban la herida, me taparon los dos agujeros, el de entrada y el de salida, me pusieron un calmante y me dejaron ahí. Así estuvimos, pasó bastante tiempo. Me acuerdo de María Antonia, que por la herida que tenía le sacaban la saliva con una bomba, me acuerdo de Polti, que cuando estaba agonizando lo sacaron del lugar en que estaba y lo llevaron al medio, porque estábamos todos así, a la par. Polti empezó a tener signos de agonía, ya era de día, lo llevaron al medio del recinto ese, para nada, porque lo dejaron morir. De tanto en tanto, yo le preguntaba al médico, porque vi al médico que me había atendido por una descompostura que yo había tenido unos días antes, le pregunté al médico ese qué es lo que hacían que no atendían al resto de los compañeros, a los que estaban más jodidos, los que estaban graves, por qué no los atendían. Yo, dentro de todo me sentía bien. Me daba cuenta de que solamente si estaba días así, sin atención, me podía morir a ese paso. La cuestión que la atención no se dio. Lo único que se hizo por cada uno fue aplicarle primeros auxilios. Pero ni por asomo se dio una atención acorde con la gravedad de los casos.»

Ricardo René Haidar

(a Carlos Alberto Astudillo; Alfredo Elías Kohon y Miguel Ángel Pólit los dejaron morir sin atención médica)

«Las otras veces que vino a verme, que fueron en total como cinco, siempre era de noche y hacía preguntas relacionadas con la declaración y, por ejemplo, también un reconocimiento de armas. Yo también le había dicho que me habían tirado con una pistola cuarenta y cinco, y un día llega, pone la mesa, pone la máquina, estábamos en una piecita, y saca una pistola y me apunta. A la vez que me apunta me dice: «¿Qué arma es esta?» Le digo que es una cuarenta y cinco, entonces me la acerca para que compruebe, y me dice: «Fíjese». Mientras tanto, el escribiente ese escribía todo esto en la declaración. Así, estaba hablando conmigo, y de pronto se daba vuelta, sacaba un cargador del bolsillo y me apuntaba: «¿Qué cargador es este?» Al otro día de lo que hace con la cuarenta y cinco, sacó una Browning. Me apunta y me dice: «¿Qué arma es esta?» Le digo: «Browning». Me la entrega p ara que confirme, para que la revise. Toda una actitud para intimidarme, pienso que quería demostrar que todavía estábamos en sus manos. Después era con la ropa también. Traía la ropa y me preguntaba si era mía. Toda la que trajo era mía. Y me preguntaba dónde la había «comprado». «Bueno, fíjese en la etiqueta, no tengo la menor idea. Me la mandó mi madre desde Buenos Aires». Y la secuestró, como decía Ricardo, toda la ropa. Incluso la remera de nylon que me quedaba bastante bien, la traje de Córdoba. Después vinieron los camarógrafos del canal de televisión y yo me di cuenta, porque uno me dijo: «Bueno, hacé algún movimiento, porque esto es para televisar y mostrar que ustedes están bien». Entonces me arreglé el tubito que me salía. Estábamos llenos de tubos a esa altura. A los cinco días tengo la primera visita.»

Alberto Miguel Camps

(Habla de los interrogatorios a que los sometió el Juez Militar a cargo del sumario Capitán de Navío Ortiz)

Extractado de «La Patria Fusilada» de Paco Urondo, entrevista realizada en el penal de Devoto el 24 de mayo de 1973, horas antes de la liberación de los presos políticos por la movilización popular.