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A golpes por no ser un bio-macho de base

Fuentes: Rebelión

El lunes pasado en Página/12 (de Buenos Aires) salió «A golpes por diferente», que reseñaba la agresión a un estudiante de la escuela Leloir de Corrientes: «por ser gay«. En realidad, no se trata de una agresión sobre un cuerpo -subjetividad + soporte bioquímico- sino de una violencia sexual. Una vez más la Argentina experimentó […]

El lunes pasado en Página/12 (de Buenos Aires) salió «A golpes por diferente», que reseñaba la agresión a un estudiante de la escuela Leloir de Corrientes: «por ser gay«. En realidad, no se trata de una agresión sobre un cuerpo -subjetividad + soporte bioquímico- sino de una violencia sexual. Una vez más la Argentina experimentó una forma de violencia sexual sobre el cuerpo de un chico por no ser un bio-macho de base. Y sí: una violencia sexual, tal como lo son los agravios verbales, las humillaciones sexuales, el abuso y los manoseos de carácter sexual, los comentarios sexualizados acerca del cuerpo de las víctimas y un largo etcétera. En este sentido, la violencia sexual es una violación a los derechos humanos.

El caso de Corrientes remite a la problemática de los derechos humanos, a una cuestión de género, y a un problema para nuestra democracia. Porque es en democracia que podemos recuperar esa gramática de los cuerpos articulada alrededor de las violaciones sexuales y otros delitos de violencia de género.

Qué duda cabe de que se trata de un problema, grave, de un problema institucional de esa institución que llamamos Escuela y de un problema social sobre el cual debemos reflexionar para intervenir con el objetivo de que se minimice todo lo posible. Porque esa violencia pone en cuestión lo que debe ser el deseo, el placer, la excitación. El «correcto» funcionamiento de los centros bioquímicos de producción hormonal y los mecanismos musculares que soportan la producción de placer. Del uso «apropiado», de la «correcta ubicación» de los signos anatómicos y de los enclaves orgánicos.

El caso de Corrientes es un emergente más de una sociedad aún hiper-hetero-patriarcal: una sociedad en la cual aún hay que ser precisamente hombre o mujer, masculino o femenino para que no entren a jugar factores como «normalidad» o «perversión» en relación con los conceptos de heterosexual/homosexual. Esto es un problema social, serio, que responde a una metafísica naturalista del género: lo hetero es el default, así como la reproducción heterosexual se considera la única natural. Esa metafísica que afirma y sostiene la existencia histórica y biológica de dos sexos (hombre/mujer), dos géneros (masculino/femenino), dos sexualidades aceptadas como normales (homosexual/heterosexual). Fuera de esta esquematización binaria e «inmutable» se sitúa la desviación, la patología, la de-generación. O la enfermedad, merecedora de persecución y exclusión de la esfera pública: la escuela, en este caso. De-generación que debe de ser atacada. El «remedio», ese «fármacon», que es a la vez remedio y veneno, y que se debe aplicar sobre el cuerpo de la víctima, es el uso de la violencia. Castigar y corregir. Castigar las infracciones sexuales, las desviaciones que son consideradas de-generaciones. Y cuando interviene el castigo -venga de dónde venga- se está activando un dispositivo de normalización del cuerpo sin-género (eso quiere decir de-generado en este contexto), de la subjetividad sexual de la víctima, desplegada por un sistema disciplinario. Por una sociedad disciplinaria. Más pruebas: www.corrienteshoy.com/vernota.asp?id_noticia=136367.

En el revés de esta trama, ¿qué es lo que entrama todo esto? Obviamente, la división sexual -una diferencia nítida entre bio-hombres y bio-mujeres- y una clasificación de sexualidades en normales y desviadas. También, los valores familiaristas. De la masculinidad macha, laboriosa y reproductora, por un lado. Ahí la ecuación masculina: erección. Del otro lado, la maternidad doméstica, la situación femenina en la condición de (sexualmente) sometida, receptáculo reproductivo, interioridad, pasividad, sumisión y silencio (en todas sus prácticas). Estos puntos de inflexión remiten a la ecuación femenina: maternidad. Y sobre todo esto reina la sombra de la tradición y los atributos heteropatriarcales. De ese patriarcado que es un dispositivo violentogénico. Patriarcado que aplica su violencia sobre las sexualidades no normativas. Lo de Corrientes, entonces, es un síntoma de una hegemonía hetero que no quiere dar cabida a opciones sexuales distintas; también violentogénica. Es un síntoma de una sociedad intolerante frente a las diferencias, frente a lo otro genérico.

Intervenir sobre el cuerpo homosexual implica/significa proyectar –también– el cuerpo de la mujer y cómo debe estar situado en relación con el cuerpo del hombre. Y esta relación da por supuesta, indeclinable, la coincidencia entre cuerpo de mujer = cuerpo con útero fertilizable capaz de reproducción sexual; y cuerpo de hombre = cuerpo fertilizante capaz de reproducción sexual. Sin embargo, esa relación es todo salvo siempre simétrica.

En un momento en el que la Argentina experimenta una expansión de derechos, es urgente decir (y ejercitarlo) que cuando un cuerpo abandona las prácticas autorizadas por la sociedad como masculinas o femeninas, no se desliza hacia ninguna patología. Y es más que urgente obligarnos a enseñarlo en esa institución que pisamos todos los días: la Escuela. Para que esas enseñanzas impacten en las políticas de justicia y reparación. Y en nuestros cuerpitos: subjetividad + soporte bioquímico.

Rocco Carbone, Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.