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A propósito del primero de mayo y la estrategia del movimiento obrero

Fuentes: Rebelión

Los problemas del movimiento obrero en la Argentina no son esencialmente distintos de lo que acontece en el mundo ante la ofensiva del capital contra el trabajo, pero tienen su especificidad.

Esa especificidad es lo que intentaremos explicar en estas pocas líneas, con la motivación de la cercanía de un nuevo día internacional de las trabajadoras y los trabajadores. La Argentina está entre los países que celebraron sobre fines del Siglo XIX la gesta de los primeros de mayo, y eso está asociado a un desarrollo temprano de la clase obrera en el país, sustentada principalmente con base en la inmigración. Es un proceso similar al de EEUU. Argentina y EEUU fueron los dos principales receptores de la inmigración, especialmente europea, entre fines del Siglo XIX y comienzos del XX. El imaginario de “solución” para los empobrecidos en Europa apuntaba hacia América, territorio ávido de fuerza de trabajo disponible para la inversión capitalista.

Una de las especificidades locales deviene de la historia poblacional, con la inmigración, primero de mayoría europea, pero luego diversificada desde distintos territorios, de Asia, de África y crecientemente de los países vecinos en nuestros días. La clase obrera en Argentina tiene una tradición en las migraciones que otorgaron un carácter plural a la conformación social históricamente considerada hasta nuestro tiempo. Es un tema de importancia teórica, ya que no hay capitalismo sin generalización de la relación entre el capital y el trabajo. La inmigración habilitó la posibilidad de la contratación laboral.

Para el desarrollo capitalista local hacían falta “obreros libres”, como destaca Marx en El Capital. Libres de toda posesión de medios de producción y como se sabe, la inmigración suponía fuerza de trabajo llegada al país con “una mano adelante y otra atrás”, desposeídas/os dispuestas/os a ofrecer sus capacidades laborales en un momento crítico para el empleo y el salario en los territorios de origen de las y los migrantes. Esa inmensa masa social dinamizó la organización y potencia del capitalismo local, el impulso a las exportaciones y a la inserción internacional, junto al crecimiento del mercado interno.

Se trata de un proceso que incluyó la “cultura” obrera, política, sindical, mutual, cooperativa, de asociativismo, abonadas con las experiencias delos inmigrantes en sus territorios de origen. Ello suponía una fuerte tradición en el anarquismo, el socialismo y el comunismo, tanto como las formas organizativas de reivindicaciones laborales y de organización empresarial para la satisfacción de necesidades inmediatas, base del mutualismo y el cooperativismo.

Hacia 1910, tiempo del centenario, la Argentina expresaba expectativas de gran destino para la clase dominante en el poder. La base de ello estaba en el crecimiento económico y la acelerada expansión de las relaciones capitalistas. Lo interesante es que la celebración del centenario aconteció con “estado de sitio”, motivado en las expresiones del conflicto liderado por el movimiento obrero y sus expresiones sindicales, políticas y culturales.

El movimiento obrero local adquiere carta de ciudadanía temprana en poco más de medio siglo, entre 1870 y 1930, de construcción de organizaciones y luchas en defensa de los intereses de las trabajadoras y los trabajadores. Son años de conquistas obreras en un marco de ampliación de las relaciones capitalistas en el país, que en su desarrollo emergen nuevas identidades políticas y sujetos en la disputa del poder.

Nueva identidad y restauración conservadora

En particular remitimos a la emergencia del “peronismo”, como identidad de un proyecto político integral que articula desde mediados de los 40 a la mayoría del nuevo sindicalismo, a la conducción de las fuerzas armadas y al núcleo directivo del nuevo empresariado de origen local. Una articulación socio política que imagina la posibilidad de habilitar un camino de construcción de un “capitalismo nacional”, más allá de la condición de posibilidad ante el desarrollo de los monopolios y la elevada concentración del capital global. El peronismo como proyecto político será hegemónico en el movimiento popular y disputará gobierno contra la derecha restauradora, la que se asentaba en el ciclo de golpes de Estado entre 1930 y 1976/83.

Los años de dictadura, serán tiempos de incertidumbre y fuerte confrontación en contra del movimiento obrero; pero tomando el ciclo completo, entre 1945 y 1976, el movimiento obrero logra un conjunto de históricas reivindicaciones democráticas expresadas en la distribución del ingreso y una extendida seguridad social, la que pretendía ser restringida o eliminada por el poder inconstitucional de los golpes de Estado, especialmente el genocida gestado en 1976, que se propuso reestructurar regresivamente el orden capitalista local.

Así, los objetivos del 76, a casi medio siglo de propuestos han avanzado en deterioro de los ingresos y condiciones de trabajo, debilitando las respuestas resistentes, aún con una fortísima tradición de organización y lucha, incluso más allá de lo sindical. Hoy se manifiesta en una gran diversidad de organización territorial y social, de reinserción de anteriores militantes y dirigentes sindicales ahora radicados y construyendo en el territorio, aportando la tradición de lucha clasista al movimiento territorial y popular en su conjunto. Incluso, aun hoy, pese a la de-sindicalización y campaña anti sindical, es Argentina, uno de los países de mayor afiliación en la región, pero con altos índices de empleo irregular, estimada en un tercio de la población trabajadora.

El último dato relativo a la distribución del ingreso señala que entre diciembre del 2021 y un año atrás, se perdieron 5 puntos porcentuales (del 43,1% en 2021, contra 48% en 2020) a mano de mayores ingresos de las/os propietarias/os de medios de producción (47% contra 43,2% respectivamente).[1]

La flexibilización salarial y laboral es un logro de la ofensiva del capital, construido desde 1975/76, base esencial de la derrota del poder obrero acumulado en luchas históricas hasta julio de 1975. Derrota afianzada con el golpe de la dictadura genocida en 1976. Desde entonces, más allá de la resistencia obrera y tiempos gubernamentales menos funcionales a la línea restauradora hegemónica entre 1983 y el presente, la pérdida de derechos sociales, sindicales, colectivos e individuales, que tienen manifestación en la conciencia social y en la desarticulación política, constituye una realidad de la coyuntura.

No me detengo en historiar los logros y experiencias de la resistencia de este último medio siglo, que son inmensos, casos de las ocupaciones de empresas; la conformación de movimientos territoriales y sociales en demanda al Estado por planes de ingresos, créditos y asistencia social, entre otros, incluidas las luchas de jubiladas y jubilados y más aún las luchas de las mujeres trabajadoras, visibilizadas con mucha fuerza en estos años recientes. Son organizaciones y luchas con un gran despliegue en defensa de la reproducción de la cotidianeidad y por derechos.

Son logros en un marco de retroceso en la disputa global entre trabajo y capital. En rigor, remito al objetivo de máxima logrado por la patronal concentrada, extranjera y local en contra del poder obrero. Por eso, el balance es la acrecida flexibilización y precariedad laboral, exacerbado en tiempos de pandemia con el trabajo remoto, a domicilio y el avance del trabajo de plataforma, con medios de trabajo aportados por las/os propias/os trabajadoras/es, adicionando una mayor explotación de la fuerza de trabajo, base de la disputa por apropiar una mayor plusvalía a las trabajadoras y a los trabajadores.

La OIT devuelve estadísticas similares en el ámbito mundial, con tendencias a la baja en la tasa de ocupación en los últimos 30 años, precisamente los tiempos de la ruptura del orden bipolar.

Si para 1991 la tasa de ocupación era del 62,4%, la declinación llegó al 57,3% en 2019, con fuerte caída en la crisis 2007/09. Los datos del 2020/21 y los pronósticos del 2022/2023 no son alcanzan los niveles pre-pandémicos. Son datos que se agravan con la presencia de la guerra y el escenario de sanciones que impactan en la caída de la producción mundial.

Algo similar acontece con el desempleo, con valores de 185,9 millones en 2019, una situación estabilizada luego del alza importante en la crisis del 2007/09, para acrecentarse a 223,7 millones en la recesión del 2020. Los datos posteriores del 2021 y el pronóstico sobre 2022 (207,2 millones) y 2023 (202,7 millones) siguen siendo superiores a los datos del 2019.

El desafío

No es muy distinto a lo que acontece en otros países, pero lo especifico local supone reconstruir una estrategia política de confrontación con las clases dominantes, con la imposibilidad reiterada de hacer posible en tiempos de transnacionalización una perspectiva de “capitalismo nacional”.

La antigua consigna de la internacionalización de las luchas y la organización obrera pasa a tener más actualidad que al momento de su formulación.

En ese sentido, la perspectiva es precisamente en contra del capitalismo, lo que supone una nueva identidad para un proyecto político autónomo de las patronales, los partidos sistémicos y del propio Estado, para afirmar un camino propio por la emancipación humana, imposible sin asumir también las tareas contra toda forma de discriminación y racismo, como el cuidado de la reproducción del metabolismo natural.

Por ello hablamos de desafíos, ante una realidad de crisis agravada por la pandemia y la guerra, con inflación en alza y deterioro de las condiciones de trabajo, de ingresos y de vida de las trabajadoras y los trabajadores.

El movimiento obrero debe recomponer una estrategia propia, lo que supone nuevos agrupamientos y una proyección de organización y lucha en contra y más allá del capitalismo, lo que implica reducir la jornada laboral y disputar la organización de la producción para des-mercantilizar la cotidianeidad y avanzar hacia formas de producción y circulación asentadas en la cooperación, el asociativismo y el orden comunitario.

Todo ello requiere la ampliación de la frontera de la solidaridad y organización obrera, en el continente y en el mundo. En síntesis, implica confrontar contra la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de los bienes comunes. Son tares que trascienden el debate coyuntural por una nueva conmemoración de lucha en el día internacional de las y los trabajadores.

Nota:

[1] INDEC, en: https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/cgi_04_225023F8C53A.pdf

Julio C. Gambina. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.

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