Carlos Mesa resultó presidente boliviano como producto de una crisis parecida a la de Argentina en el 2001. Confundir la crisis del modelo neoliberal y del sistema de representación política con una situación revolucionaria para la instauración del socialismo en Bolivia sería cometer la misma equivocación que cometió gran parte de la izquierda en Argentina […]
Carlos Mesa resultó presidente boliviano como producto de una crisis parecida a la de Argentina en el 2001. Confundir la crisis del modelo neoliberal y del sistema de representación política con una situación revolucionaria para la instauración del socialismo en Bolivia sería cometer la misma equivocación que cometió gran parte de la izquierda en Argentina en aquella fecha.
Un sector del movimiento social, fundamentalmente campesino y de pobladores humildes de las ciudades, percibió esa situación con más inteligencia que en Argentina y no solamente creció sino que pudo proyectarse al plano político con el Movimiento Al Socialismo (MAS) que encabeza Evo Morales y que introdujo un nuevo y desconcertante factor en el juego político institucional.
En Bolivia los nombres de los partidos son engañosos. El Movimiento Nacionalista Revolucionario hace tiempo que dejó de ser nacionalista y revolucionario y llevó a la presidencia a Gonzalo Sánchez de Lozada, el presidente más neoliberal que ha tenido ese país. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria tampoco es de izquierda ni revolucionario y cuenta con el apoyo de empresarios y grupos de presión importantes. Ambos partidos establecieron a su vez alianzas con la agrupación del ex dictador Hugo Banzer.
Esas tres organizaciones constituyen el núcleo de la política tradicional que cayó en picada con la crisis, perdió credibilidad y el monopolio del juego político, primero con la irrupción del movimiento social y luego del MAS, que resultó la primera minoría en las últimas elecciones municipales.
Carlos Mesa no proviene del riñón de ninguno de los tres partidos tradicionales. Es más bien un intelectual con prestigio, que fue apoyado por los políticos porque ninguno de sus dirigentes hubiera podido sostenerse tras la crisis. Por lo tanto, el respaldo que necesita para equilibrar la presión de los movimientos populares le es retaceado y negociado. En realidad, la presentación de su renuncia fue más un reclamo a estos políticos que una crítica a Evo Morales o al dirigente de El Alto, Abel Mamani. Porque en última instancia, ambos son coherentes con el mandato que los promovió al liderazgo.
El reclamo de Mesa es concreto: pide a los partidos que se opongan a la reestatización de la empresa Aguas del Illimani, de capitales franceses, y a la iniciativa del MAS para que las empresas petroleras aporten al Estado el 50 por ciento de sus regalías. Su lógica es clara: si no lo apoyan, es preferible que directamente gobierne el MAS. Mamani y Morales no plantean nada del otro mundo. Señalan que la empresa francesa no cumplió con los contratos de concesión. Y con respecto a las petroleras, en Argentina están pagando el 45 por ciento de retenciones. Aun asi, las diferencias no son abismales pero busca sacar al MAS de las calles.
A Evo Morales tampoco le conviene acceder al gobierno en el marco de una crisis de vacío de poder y por eso ha planteado que Mesa debe quedarse y completar su período. El MAS es un partido nuevo, que apenas se está instalando, necesita consolidar el importante respaldo popular que ha ganado y disputar las elecciones presidenciales del 2007 para que, en todo caso, su llegada al gobierno se produzca de manera absolutamente legítima y transparente. De otra manera sería un gobierno muy vulnerable, lo que crearía un foco de inestabilidad en toda la región.