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Abel Posse y la ruina cultural como estrategia de las élites

Fuentes: Rebelión

Algo muy importante para el cada vez más poderoso grupo de piratas que controla los medios masivos de comunicación es poder mantener al pueblo adormecido. Hace algunas décadas los miembros de las elites de todo el globo se percataron de que a partir de las posibilidades que abrieron los cambios tecnológicos podían controlar el flujo […]

Algo muy importante para el cada vez más poderoso grupo de piratas que controla los medios masivos de comunicación es poder mantener al pueblo adormecido. Hace algunas décadas los miembros de las elites de todo el globo se percataron de que a partir de las posibilidades que abrieron los cambios tecnológicos podían controlar el flujo de información, la materia prima del pensamiento, y de esa forma atacar de raíz las reivindicaciones sociales que atentaban contra sus intereses empresariales. Aquel pueblo y sobre todo aquella juventud que otrora cuestionaba la legitimidad del orden social y de las estructuras de poder vigentes hoy se encuentra en gran parte desactivada. Y el actual estado de cosas, el hecho de que hoy la mayoría de los jóvenes afirmen que la política no les interesa, que es aburrida, y que su más complejo comentario político consista en señalar que los funcionarios públicos delinquen, no es casual sino una política programada. Donde antes era necesario desplegar un costoso aparato coercitivo para doblegar voluntades, ya no lo es.

Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano (PCI), consideraba que el poder que ejercen las clases dominantes no podría mantenerse en el tiempo si este dependiera del aparato coercitivo. Si esto fuese así las bases de su dominación serían endebles, bastaría con que el proletariado reúna una fuerza militar superior para derrocarla. El hecho de que una minoría de la población mundial tenga la propiedad de la mayor parte de los recursos y el resto acepte pasivamente su situación de desposesión sólo puede entenderse por el accionar de la hegemonía  cultural.

Hace más de 2100 años Julio Cesar creó el primer diario de la historia, el Acta Diurna, en donde las noticias mostraban un mundo que se adaptaba a los intereses políticos de sus editores. Hoy, esa herramienta de dominación ha evolucionado y se ha convertido en la forma más eficaz de control social que la humanidad haya conocido jamás.

La familia, el sistema educativo y la religión son instituciones que en las últimas décadas fueron perdiendo protagonismo como formadores de valores y creencias. En la Argentina, los ciudadanos pasan en promedio seis horas por día frente al televisor. ¿Cuánto tiempo dialogando con su familia?, ¿cuánto en la escuela, ¿cuánto en la iglesia? Esas respuestas deberían hacernos reflexionar sobre un hecho importante: lo que pasa por la televisión, aún en su habitual escenario estúpido y circense, define las temáticas sobre las que se basará la comunicación social. Las implicancias sociológicas que tiene la continua exposición mediática del apologista del derroche y multimillonario Ricardo Fort (un personaje absolutamente menor que, esperemos, próximamente sea condenado al ostracismo mediático como suele suceder con los de su talla) son de una gravedad muy profunda y difícil de contrarrestar.

Joseph Goebbels, responsable del Ministerio de Educación Popular y Propaganda nazi, dijo alguna vez que «si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad». Y esa es la estrategia que la derecha hoy ha tomado. Hace algunas décadas los voceros de la derecha argumentaban, esgrimían ideas. Existía un debate. Ya no, ahora son simples amanuenses de consignas vulgares, facilistas y retrógradas que repiten calcadamente. Lo que se oye es un discurso único cuyo objetivo es moldear un «sentido común» reaccionario, y cuyo principal esfuerzo es el de impedir que toda noción de comunidad atreva a convertirse en pensamiento.

La cotidiana construcción y perpetuación de la ruina cultural es la prioridad de toda elite que desee mantener intactos sus privilegios. En ese sentido, sería ingenuo suponer azaroso que el discurso político derechista y monocorde que emana de los medios tenga como principales protagonistas a vedettes, humoristas de cuarta categoría y periodistas cuasi-analfabetos. Existen determinados sectores con mucho dinero y poder que se benefician enormemente del desconocimiento generalizado.

Tampoco es azaroso que en la Argentina la posibilidad de acceder a un canal de televisión por parte de empresas privadas haya nacido gracias al decreto militar 15.460 del 25 de noviembre de 1957, durante el mandato de Pedro Eugenio Aramburu. Sólo un gobierno dictatorial puede concebir que la comunicación social deba ser manejada autoritariamente por un puñado de millonarios.

La estrategia de las elites es seguir financiando a las fábricas de la ignorancia porque es eso lo que las mantiene como tales, y en esa táctica se inscribe la designación de Abel Posse, quien ha sido designado como Ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires con la misión concreta de limitar el progreso cultural argentino.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.