Soportar el calor de Acapulco es tarea aparte. Se transpira de sol a sol, incluso echado en una hamaca. Cada día, miles de turistas deambulan por playas y avenidas con la humanidad enrojecida, sudando hasta por las uñas. Desde hace tres semanas, como parte de la «Operación conjunta Guerrero», 7.600 efectivos de seguridad pública (de […]
Desde hace tres semanas, como parte de la «Operación conjunta Guerrero», 7.600 efectivos de seguridad pública (de todas las policías y colores) patrullan el destino turístico en busca de un sueño casi tan utópico como el americano, aplacar a los narcos de gran envergadura. Algo tienen de admirable los miles de agentes del megaoperativo: aguantar el sofocante e histórico calor de la ciudad con todo y uniforme. Los ciudadanos comunes apenas vamos con short y playera. La guachiza, en cambio, soporta una camisola de manga larga que le quitaría el frío a cualquier indígena; un pantalón con más bolsas que guardarropa de primera dama y unas botas como de boxeador, pero chafas; cargan un rifle de dudosa calidad y esconden la cabeza en un casco metálico, situación sólo equiparable a ponerse una olla de aluminio recién retirada del fuego.
Los retenes en las salidas a ciudades vecinas como Zihuatanejo, Chilpancingo y Omepetec son el pan nuestro. Cuicos de caminos y soldados detienen vehículos y repiten el monólogo: «Buenas tardes joven, estamos aplicando un operativo especial contra armas, droga y explosivos, ¿nos permite una revisión?».
Antes de acabar la frase, otros agentes ya han abierto las puertas y hurgan entre los mugreros que habitan en todo automóvil familiar. Hasta aquí todo va bien. Lo malo es cuando el soldado hace de detective y empieza a indagar la procedencia, manufactura, cilindraje, medidas, peso, número de serie, de motor y cuántas personas se han subido al auto en la última semana. Quizá haya gente que sepa eso, pero no la mayoría. ¿Y si es prestado? Ya valió. Peor es cuando el federal a cargo empieza una terapia y te aconseja que no es bueno trabajar de noche porque dejas sola a la familia. Otros peores se ponen a hablar de ética profesional. O sea.
Durante las revisiones, lo más conveniente es no alejarse mucho del auto, no porque te vayan a transar, sino para que les puedas explicar que un iPod no es un cronómetro digital para explosivos caseros; que el penetrante olor de la maleta es obra de tres pares de calcetines sucios y no yerba mala, y que un Zippo es un vulgar encendedor y no una minigranada.
Resultaba sospechosa la llegada de tanta fauna milico-policial, pero lo cierto es que hasta ahora las expectativas de triunfo en esta guerra son tan pinchis como las críticas al exceso de sangre en Apocalypto. Los magros logros del megaoperativo son: recuperación de una decena de autos robados, detención de unos pocos chiquinarcos y, eso sí, miles de quejas ciudadanas.
Y es que acá entre nos, los uniformados se han dado vuelo con las mordidas y pellizcos. Organizaciones de taxistas de Acapulco ya han denunciado que cada pasada por el retén es de a 100 varos, por poner un ejemplo.
En los últimos días las noticias están para el ¡Alarma!: un descuartizado en la colonia Los Periodistas, tres secuestros en Chilpancingo y un granadazo a la sede de la Policía de Caminos en Tecpan de Galeana. Ni los helicópteros en perpetuo vuelo atemorizan a los malos de la película. Todo eso, sumado al exceso de militares, ha ahuyentado a los gringos que ya se preparaban para el springbreak. Según cifras de la industria hotelera del puerto, las reservaciones para la bacanal nuestra de cada año bajaron 30 por ciento.
La cereza en el pastel fue la noticia de hace unas horas: siete agentes de la Procuraduría de Justicia del Estado fueron ejecutados por un comando armado que tuvo la osadía (y el ingenio) de disfrazarse de soldados para llegar hasta la comandancia, pedirles sus armas como parte de una revisión y, ya desarmados, echarles una rociada de cuerno de chivo.
La narquiza que opera en estas tierras ha salido más cabrona que bonita. La pizarra marca una goleada en favor de la delincuencia organizada. En su corrido a Osiel Cárdenas, el cantante Beto Quintanilla -compositor y vocero del cártel del Golfo- dice: «Verse a la luz no conviene, para el que anda en estos tratos». Lo que Beto quiere decir es que los narcos pesados no se hallan bajo una palapa echándose una margarita, menos en una Liberty negra sin placas t cargando un arsenal sobre la costera. Un tip para la inteligencia millitar.
Mientras, tanto la vida sigue.