«Oigan, está muy oscuro acá, necesito una lucecita.» Entonces dejó de hablar y acomodó los papeles sobre la mesa. Se apagaron las luces. En la penumbra, alumbrado apenas por la tenue luz de una cámara de video, se levantó. Caminó algunos pasos hacia la parte trasera del templete. Con paso lento, atravesó el umbral. Comenzó […]
«Oigan, está muy oscuro acá, necesito una lucecita.»
Entonces dejó de hablar y acomodó los papeles sobre la mesa. Se apagaron las luces. En la penumbra, alumbrado apenas por la tenue luz de una cámara de video, se levantó.
Caminó algunos pasos hacia la parte trasera del templete.
Con paso lento, atravesó el umbral.
Comenzó a bajar los escalones de madera.
Y su figura se desvaneció lentamente en la oscuridad.
Y dejó de existir.
Entonces se escuchó el silencio cargado de gratitud y de tantas otras cosas de miles de manos que aplaudían al unísono, y los rostros conteniendo las lágrimas, y los corazones repitiendo: Adiós, Subcomandante. «Uno, dos, tres», se escuchó la voz del Comandante Tacho hablando en el radio. Se encendieron nuevamente las luces. Y dijo el Subcomandante Insurgente Moisés, jefe militar y ahora también vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional: «Compañeros, compañeras, vamos a escuchar la palabra de otro compañero».
De las bocinas surgió la voz que hasta hacía unos minutos, desde hace veinte años, perteneció al Subcomandante Marcos, cobrando ahora nueva vida, burlando a la muerte. «Buenas madrugadas tengan, compañeros y compañeras. Mi nombre es Galeano. Subcomandante Insurgente Galeano. ¿Alguien más se llama Galeano?»
Miles de hombres y mujeres respondieron unidas: «¡Yo me llamo Galeano!» «¡Todos somos Galeano!» «¡Todos somos Galeano!»
«Tras que por eso me dijeron que, cuando volviera a nacer, lo haría en colectivo. Sea pues. Buen viaje. Cuídense, cuídennos. Desde las montañas del sureste mexicano, Subcomandante Insurgente Galeano.»
***
Hacía exactamente una hora, cuando el entonces Subcomandante Marcos empezó a hablar, escuchamos estas palabras:
Quisiera pedirles a las compañeras, compañeros y compañeroas de la Sexta que vienen de otras partes, especialmente a los medios libres compañeros, su paciencia, tolerancia y comprensión para lo que voy a decir, porque éstas serán mis últimas palabras en público antes de dejar de existir.
Éramos casi mil mujeres y hombres, adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona de muchas partes de México y de otras geografías, que tras larguísimas travesías llegamos a La Realidad para asistir al homenaje organizado por el EZLN en honor al compañero José Luís Solís López, el maestro Galeano, asesinado con inconcebible saña el 2 de mayo en un ataque paramilitar ejecutado por miembros de la organización supuestamente campesina CIOAC-H y militantes del Partido Verde y del PAN de esa comunidad, y orquestado desde la cúpula del gobierno de Chiapas. Eran también casi tres mil bases de apoyo zapatistas que, con impresionante organización, acudieron desde las cinco zonas del amplio territorio zapatista. Llegamos, todos y todas, cargando el dolor y la rabia y buscando, con la gramática de la ira y la caligrafía de la dignidad, la expresión precisa de una justicia verdadera.
¿Pero qué forma tomaría esa justicia? ¿Cómo conjugar la justicia sin que su forma verbal (en español: «ajusticiar») adquiriera las tonalidades de la venganza? Está claro que los sistemas jurídicos de nuestras «democracias» ni tienen que ver ni se preocupan siquiera por la justicia. Y está más que claro que, en México como en muchos otros lugares, dichos sistemas jurídicos están al servicio del atropello y del despojo. Pero entonces, ¿qué es la justicia?
En el transcurso de ese memorable 24 de mayo, el Subcomandante Moisés anunció que la investigación zapatista ya identificó a los autores materiales del crimen. También detalló los lazos que existen entre la dirigencia de la CIOAC-H y los diferentes niveles del gobierno estatal y federal. Y también afirmó que se haría justicia, pero nos pidió que no dirigiéramos nuestra digna y justificable rabia contra aquellos y aquellas que, en su ceguera y avaricia, se convierten en asesinos a servicio de los poderes del capital. Hay que saber dirigir esa rabia contra el sistema, dijo.
En la encrucijada de las preguntas, las últimas palabras del Subcomandante Marcos antes de dejar de existir intentan iluminar ese espacio indeciso entre la luz y la sombra. En 1994, dijo, los zapatistas nos levantamos ejerciendo el derecho a la violencia legítima de los de abajo frente a la violencia de arriba. «Pero en los primeros balbuceos que fueron nuestras palabras advertimos que nuestro dilema no estaba entre negociar o combatir, sino entre morir o vivir.» De manera que, pasados los primeros combates, en vez de fortalecer el ejército guerrillero, los zapatistas se dedicaron a la vida, construyendo educación, salud, dignidad, justicia, esperanza, autonomía y un gobierno del pueblo que manda obedeciendo. Y en todo esto, resistiendo la violencia de arriba sin las armas, con el cuerpo, con la frente en alto y diciendo: «aquí estamos los muertos de siempre, muriendo de nuevo, pero ahora para vivir».
En el camino, algo fundamental fue cambiando al interior del EZLN, relevos que para mucha gente pasaron desapercibidos:
El de clase: del origen clase mediero ilustrado, al indígena campesino. El de raza: de la dirección mestiza a la dirección netamente indígena. Y el más importante: el relevo de pensamiento: del vanguardismo revolucionario al mandar obedeciendo; de la toma del Poder de Arriba a la creación del poder de abajo; de la política profesional a la política cotidiana; de los líderes, a los pueblos; de la marginación de género, a la participación directa de las mujeres; de la burla a lo otro, a la celebración de la diferencia.
En este camino, ¿quién era Marcos? Hay algo que no deja de sorprendernos a aquellos de nosotros a los que el caminar zapatista nos ha enseñado a ver el mundo de otra forma: el hecho de que, para la gran mayoría de la gente, fuera de las comunidades zapatistas, el EZLN sea solamente Marcos; la incapacidad de la mayoría de la gente de ver a los y las indígenas.
Apenas unos días después [del levantamiento], con la sangre de nuestros caídos aún fresca en las calles citadinas, nos dimos cuenta de que los de afuera no nos veían.
Acostumbrados a mirar desde arriba a los indígenas, no alzaban la mirada para mirarnos.
Acostumbrados a vernos humillados, su corazón no comprendía nuestra digna rebeldía.
Su mirada se había detenido en el único mestizo que vieron con pasamontañas, es decir, que no miraron.
Nuestros jefes y jefas dijeron entonces:
«Sólo lo ven lo pequeño que son, hagamos a alguien tan pequeño como ellos, que a él lo vean y por él nos vean»
Empezó así una compleja maniobra de distracción, un truco de magia terrible y maravillosa, una maliciosa jugada del corazón indígena que somos, la sabiduría indígena desafiaba a la modernidad en uno de sus bastiones: los medios de comunicación.
Empezó entonces la construcción del personaje llamado «Marcos».
El personaje sirvió para dar a conocer un movimiento que luchaba y lucha por la vida. Pero sirvió, también, como «distractor», de manera que, mientras los de arriba y los medios de masivos de comunicación se enfocaban en construir y destruir al personaje, los y las zapatistas continuaban su caminar en la construcción de la vida.
En ese caminar el zapatismo siempre buscó al otro, a la otra, por las veredas que buscan la vida no sólo para las comunidades indígenas zapatistas. Y en esa búsqueda, una y otra vez fracasaron: «A quien encontrábamos o nos quería dirigir o quería que lo dirigiéramos».
Así fue hasta la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, la más audaz y la más zapatista de las iniciativas que hemos lanzado hasta ahora. Con la Sexta al fin hemos encontrado quien nos mira de frente y nos saluda y abraza, y así se saluda y abraza. Con la Sexta al fin los encontramos a ustedes. Por fin, alguien que entendía que no buscábamos ni pastores que nos guiaran, ni rebaños a los cuales conducir a la tierra prometida. Ni amos ni esclavos. Ni caudillos ni masas sin cabeza.
Pero faltaba ver si era posible que miraran y escucharan lo que siendo somos. Al interior, el avance de los pueblos había sido impresionante. Entonces vino el curso «La Libertad según l@s zapatistas». En 3 vueltas, nos dimos cuenta de que ya había una generación que podía mirarnos de frente, que podía escucharnos y hablarnos sin esperar guía o liderazgo, ni pretender sumisión ni seguimiento.
Marcos, el personaje, ya no era necesario.
Y entonces regresamos a esa cuestión de la justicia. Del dolor y la rabia, de la gramática de la ira y la caligrafía de la dignidad. Porque a La Realidad llegó la Comandancia General y la dirigencia militar del EZLN con ese dolor y esa rabia, con ese clamor de justicia. Pero, como bien dijo el Subcomandante Marcos, hay otros dolores y otras rabias en tantas otras geografías:
Ahora mismo, en otros rincones de México y del mundo, un hombre, una mujer, unoa otroa, un niño, una niña, un anciano, una anciana, una memoria, es golpeada a mansalva, rodeada por el sistema hecho crimen voraz, es garroteada, macheteada, baleada, rematada, arrastrada entre burlas, abandonada, recuperado y velado su cuerpo, enterrada su vida.
Y como si fuera poco, «la burla mayor» es la pantomima de la «justicia» que jamás amenaza ni castiga ni daña al poder que entierra y pisotea la vida. Ante esto, ¿qué le decimos a nuestros muertos? ¿Es suficiente el susurro impotente del dolor y la indignación? «Nuestros susurros», dijo Marcos, «no son sólo para lamentar la caída de nuestros muertos injustamente. Son para así poder escuchar a otros dolores, hacer nuestras otras rabias y seguir así en el complicado, largo y tortuoso camino de hacer de todo eso un alarido que se transforme en lucha libertadora.»
La justicia pequeña se parece tanto a la venganza. La justicia pequeña es la que reparte impunidad, pues al castigar a uno, absuelve a otros. La que queremos nosotros, por la que luchamos, no se agota en encontrar a los asesinos del compa Galeano y ver que reciban su castigo (que así será, que nadie se llame a engaño). La búsqueda paciente y porfiada busca la verdad, no el alivio de la resignación. La justicia grande tiene qué ver con el compañero Galeano enterrado. Porque nosotros nos preguntamos no qué hacemos con su muerte, sino qué debemos hacer con su vida.
Desde temprano ese día, la Comandancia General del EZLN dijo que habían llegado para desenterrar al maestro Galeano. Pero para que Galeano viva, dijo Marcos, es necesario que otro muera.
Y qué mejor que sea alguien que de por sí nunca ha existido. Y para que esa impertinente que es la muerte quede satisfecha, en su lugar de Galeano ponemos otro nombre para que Galeano viva y la muerte se lleve no una vida, sino un nombre solamente, unas letras vaciadas de todo sentido, sin historia propia, sin vida.
Así que hemos decidido que Marcos deje de existir hoy.
***
Cuando dejó de escucharse la voz del ahora Subcomandante Insurgente Galeano y los aplausos se fueron desvaneciendo en ese lugar indeciso entre la luz y la sombra, bajo la llovizna de esa madrugada en la Realidad zapatista, nos invadió un silencio impregnado por la certidumbre de que algo «terrible y maravilloso» acababa de suceder. Algo que aún no entendíamos, algo que quizás tardaríamos días, meses, años, toda la vida, en entender. Algo que sería, para nosotras y nosotros, los que tuvimos la suerte de presenciar, fuente perpetua de búsqueda y la convicción de jamás claudicar.
Imágenes: (CC) Medios libres, alternativos, autónomos o como se llamen.
Para escuchar las últimas palabras del Subcomandante Marcos antes de dejar de existir, haz clic aquí: ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA