El ejercicio de un derecho forma parte de las garantías de libre expresión, no puede ser coartada y mucho menos a través de la fuerza física, es decir la violencia, que no tiene ningún uso legítimo en detrimento de la expresión colectiva organizada. Cualesquiera que sean las circunstancias de dicha manifestación, serán siempre más agraviantes […]
El ejercicio de un derecho forma parte de las garantías de libre expresión, no puede ser coartada y mucho menos a través de la fuerza física, es decir la violencia, que no tiene ningún uso legítimo en detrimento de la expresión colectiva organizada. Cualesquiera que sean las circunstancias de dicha manifestación, serán siempre más agraviantes cuando la violencia emane de los grupos judiciales dependientes del gobierno, que no sólo son llamados servidores públicos, sino que su soberanía reside en el pueblo mismo, porque su función es de protección, nunca la de herramienta del poder enquistado en el gobierno deslegitimado por sus propios actos.
Esto no es mera retórica, no es una exposición de determinadas condiciones sino la denuncia testimonial de un caso específico ocurrido hace apenas unos días, en la víspera de la visita a México del presidente de los E.U. George W. Bush. Esto no es la palabra contestataria que emana de los dolientes, sino el llamado que se alza como una exigencia de justicia. Esto no es la actitud pasiva de unos cuantos que se congojan de la impotencia ante un gobierno represivo y servicial a los intereses del actual imperio transnacional, es la evidencia de la nulidad real de la que somos todos presos, a la hora de manifestar nuestras ideas.
Alrededor de las 18:30 p.m. del día 13 del presente mes, en el marco de la manifestación en contra de la visita de Bush, frente a la embajada de los Estados Unidos sobre Av. Reforma, los ánimos de un grupo de los manifestantes se encendió, lo que deviene en una arremetida de los granaderos sobre el contingente, lanzando gas lacrimógeno y golpeando brutalmente a quien tuvieran en frente. Ante esta embestida tres compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; Libertad, Patricia y Pablo, se refugian en el parasol de una cafetería, a donde llegan tres granaderos y sin razón empiezan a golpearlos y patearlos, con visos de escarmiento y no como producto de un proceso de detención por algún motivo. El caso más lastimoso y con consecuencias más severas es el de Libertad, quien fue en primera instancia golpeada en la cara, hiriéndola y fracturándole la nariz. Se le llevó a una clínica para recibir atención, donde le suturaron la herida con cuatro puntos. De ello hay una señora y dos jóvenes como testigos, que ofrecieron al momento sus testimonios y respectivos números telefónicos, en caso de que se decidiera llevar a cabo una denuncia penal, lo cual es posible puesto que tenemos las pruebas médicas y testimoniales suficientes.
Quisiéramos hacer énfasis en una situación, cualesquiera que sean las circunstancias de la manifestación social, es intolerable y merecedora de total repudio, la violencia ejercida desde el estado hacia las expresiones de descontento, no solamente porque seamos hoy nosotros quienes carguemos con el peso de una culpa no merecida, sino porque nuestra vivencia se concatena con otros hechos a nivel nacional e internacional que de igual forma ponen en el fondo de lo humano al ser humano mismo.
Los interlocutores y exegetas de esta voz, no están obligados a tomar partido en acción, no ahora, puesto que el tiempo se nos adelanta al grado de organización y los hechos están consumados. La voz pide sólo, un momento de reflexión entorno a los hechos que demuestran el uso de la violencia como recurso que acalla lo que no es posible ocultar. Esto lo dirigimos en primer término a la opinión pública, en segundo a los protagonistas de casos semejantes, y por último a quienes desde el dolor propio guarden aun la capacidad de experimentar el ajeno. Como jóvenes y como estudiantes universitarios aun esperamos de la gente oídos prestos para las experiencias como esta, que descarnan el precario hilo de conciencia que crece de a pocos, con mucho esfuerzo.
No debemos ser los ilusos que aun confíen al estado y a sus instituciones el reparo de los daños que consideramos irreparables. La pretensión es la de articular un poder distinto, esto es, una nueva forma de asumir las relaciones sociales donde el ser humano sea siempre el fin y nunca el medio. La construcción de un tejido social en que se ejerza la política con base en un análisis a conciencia de la realidad, con su posterior paso en pro de las metas por consenso tomadas. Nosotros creemos aun en la posibilidad de un espacio-mundo distinto, donde trabajemos ya no en la homogeneidad sino en la diferencia y la diversidad, donde los lazos afectivos sean quienes determinen el carácter de los grupos sociales y donde la posibilidad real de transformación resida en la real posibilidad de transformar el presente, en la construcción de un futuro más digno y más justo para todos.