La impotencia del gobierno frente a la corrida cambiaria acelera un dramático desenlace de la crisis. Macri intentó contener la desvalorización del peso anunciando un inexistente auxilio adicional del FMI y terminó empujando la cotización del dólar por encima de los 40 pesos. Luego se recluyó en un frenético fin de semana para renovar su […]
La impotencia del gobierno frente a la corrida cambiaria acelera un dramático desenlace de la crisis. Macri intentó contener la desvalorización del peso anunciando un inexistente auxilio adicional del FMI y terminó empujando la cotización del dólar por encima de los 40 pesos. Luego se recluyó en un frenético fin de semana para renovar su gabinete y fracasó en implementar los cambios en danza. Finalmente apareció en la pantalla con la novedad de un ajuste sobre el ajuste. Con la drástica meta del «déficit fiscal cero» mendigó un respiro a los acreedores.
El bienio de fantasías solventado en un alocado endeudamiento ha quedado definitivamente sepultado. La abrupta extinción del acuerdo concertado hace sólo 90 días con el FMI ilustra la gravedad de la coyuntura. El socorro del Fondo no logró detener el naufragio.
Ese hundimiento obedece al temor a un default de la deuda. La eventual cesación de pagos es internacionalmente advertida por los principales diarios financieros. Genera una interminable sucesión de jornadas negras de devaluación del peso. Mientras se desploma la cotización de los bonos argentinos, la tasa del riesgo-país prende alarmas en todos los mercados.
El pánico a un quebranto de las finanzas públicas se asienta en el incumplimiento de las metas pactadas con el FMI. Los peores escenarios de inflación, devaluación y recesión previstos en ese convenio han quedado desbordados. Por eso Macri juega su última carta con la prometida reducción del desequilibrio fiscal a cero en el 2019.
Pero esa decisión potencia el desmoronamiento de una economía agobiada por la sub-ejecución del presupuesto. La paralización de obras públicas, el recorte de las asignaciones familiares, la suspensión de vacunas y la carencia de medicación oncológica son las últimas postales del desbarranque. Ya se sabe que la eliminación de ministerios amputará las últimas partidas significativas de salud y educación.
El objetivo primordial del ajuste es la licuación del salario. El gobierno reconoce un piso de inflación del 42% con sueldos que subirán entre 18% y 25%. Redujo el status del Ministerio de Trabajo para bloquear cualquier obstrucción a esa demolición del ingreso popular.
La poda de las jubilaciones es otra prioridad del oficialismo. Con la reubicación del ANSES en la órbita de Desarrollo Social se recortan las coberturas del sector pasivo. Esa reorganización afianzará, además, el descarado uso de los fondos de la seguridad social para financiar la fuga de divisas.
El próximo padecimiento ya está a la vista en el traslado de la última devaluación a los precios. Las remarcaciones son terribles en los medicamentos y los alimentos. Macri anunció que atenuará esa escalada con el restablecimiento de los «Precios Cuidados». Pero su gabinete de CEOs enterró ese sistema y no piensa reponerlo. También prometió incrementos en la asignación universal, cuando en los hechos sólo efectiviza irrelevantes aumentos ya acordados. Con un hipócrita rostro de sufrimiento reconoció que esas migajas no impedirán la extensión de la pobreza.
LA ÚLTIMA BALA
El termómetro de la crisis no se localiza sólo en la cotización del dólar. La magnitud de la recesión es igualmente ilustrativa del descalabro. El nivel de actividad está por debajo del 2015 y el descenso al compás de la mega-devaluación. La única función de este desmadre es asegurar el pago de la deuda. Pero la recesión genera un círculo vicioso de ampliación de la hipoteca y mayor incumplimiento potencial de los desembolsos pactados.
Los ahorros impuestos en el gasto primario se despilfarran en el pago de intereses. Esas erogaciones absorben montos superiores a todos los salarios de la administración pública y superan en dos veces y medio lo invertido en infraestructura. Como la recesión afecta la recaudación y achica los ingresos requeridos para cumplir con los acreedores, los sacrificios serán inútiles. Sólo derivarán en nuevos ajustes igualmente inservibles.
La introducción de las retenciones constituye la única novedad de esta sangría. El oficialismo las presenta como un impuesto equitativo que extenderá los sacrificios a los ganadores de la devaluación. Pero con un dólar a 40 pesos los exportadores igualmente aumentan sus ganancias. Las primeras estimaciones para el caso de la soja indican incrementos del 90% de esa rentabilidad. El beneficio será superior para avispados que anticiparon la declaración de ventas al exterior.
Como el nuevo impuesto establece un monto fijo en pesos, su magnitud perderá gravitación con las próximas devaluaciones. Los propios exportadores controlan la liquidación de divisas y pueden inducir el tipo de cambio, para reducir al mínimo su pago de las retenciones.
Macri desechó la fijación de ese gravamen en un porcentaje significativo del total exportado. Para colmo, lo reintrodujo pidiendo perdón y reiterando su inconveniencia. Con esa actitud reduce la efectividad de la recaudación y torna más dudosa la meta del déficit cero. La flaqueza de los ingresos fiscales persistirá, además, por haber descartado un tributo a los tenedores directos de dólares. El gobierno ni siquiera contempló elevar la tasa de bienes personales o introducir un gravamen a los ahorros superiores a cinco millones de dólares.
Los dueños de la economía cotidianamente se preguntan si funcionará un plan tan improvisado. La restauración de la famosa «confianza» está exclusivamente centrada en develar si permitirá asegurar el pago de la deuda.
Esos interrogantes tensionan al directorio del FMI. Macri espera de sus mandantes adelantos de dinero y autorizaciones para utilizar más reservas frente a la disparada del dólar. Pero ya no presenta como un hecho consumado lo que se negocia en Washington.
El FMI afronta serios problemas internos para seguir rifando dólares en el agujero argentino. Las divisas que ha otorgado fueron inmediatamente adquiridas y fugadas por los tenedores de bonos y los capitalistas locales. Por eso hay cortocircuitos entre el doblemente renunciado Dujovne y su jefa Lagarde. Conviene recordar que en el pasado, el Fondo cortó la financiación cuando el riesgo país tocó el techo de 1000 puntos.
Macri imagina una acción salvadora del gobierno estadounidense a través de un auxilio especial del Tesoro. Pero es más fácil conversar telefónicamente con Trump que lograr ese socorro, El imperio sólo abre excepcionalmente esa canilla para apuntalar a sus vecinos o aliados militares.
La viabilidad del nuevo plan también depende de la reacción de las clases dominantes. El fervor inicial con el gobierno de los CEOs declina en forma acelerada. Los poderosos coinciden en descargar el ajuste sobre los trabajadores, pero temen el efecto de la topadora sobre sus propios negocios.
Los bancos y los distintos lobbies del agro, la energía y la minería exigen un mega-ajuste sin retenciones. Pero ese rumbo no sólo conduce a la total liquidación de «Club de la Obra Pública». También afecta la supervivencia de otras porciones significativas de los grupos empresarios.
Los sectores que vislumbran esos peligros promueven retenciones más elevadas, límites a la bicicleta financiera y puentes con el Partido Justicialista, para que acompañe la cirugía del aparato productivo. Massa ha presentado un programa muy valorado por los popes del establishment. Las propuestas de Melconían sintonizan con ese curso, pero su implementación quedó obstruida por los fondos de inversión que manejan el Banco Central.
El mayor problema actual radica en el descontrol de la crisis. Todas las caracterizaciones que atribuyen la convulsión a las tormentas externas (Turquía, aumento de las tasas de interés, guerra comercial entre China y Estados Unidos) han perdido auditorio. Es evidente que esas adversidades afectan a un amplio espectro de «economías emergentes», sin generar catástrofes equivalentes a las padecidas por Argentina.
Ciertamente Turquía duplicó sus pasivos externos, pero a lo largo de una década y para apuntalar fracasados programas de ampliación del consumo, reducción de las tasas de interés e incrementos de la inversión. Por eso su endeudamiento golpea mayormente al sector privado. En cambio Macri, simplemente asumió una hipoteca sin precedentes en tiempo récord, para financiar la fuga de capitales.
Los voceros del gobierno encubren ese desfalco, atribuyendo todos los males de la economía a una irresponsabilidad fiscal histórica de los argentinos. Con esa disolución de culpas ocultan que el gobierno transformó el viejo desbalance de las cuentas públicas en un monumental desequilibrio. El desplome actual no deriva de indisciplinas de los últimos 70 años. Es un resultado directo de un modelo neoliberal que exportó ahorro e importó deuda.
Macri repite las tonterías de siempre. Con la retórica de la sinceridad («decimos la verdad», «no escondemos nada») disfraza las mentiras que propagó en los últimos dos años. Utiliza la impostura de la valentía («no recurrimos a los atajos») para proteger a los poderosos y empobrecer a las mayorías.
Con su habitual cinismo se distancia de la política («no especulamos con la próxima elección») para negociar con el «PJ racional», atacando al resto de la oposición. Con esa estrategia espera preservar su gobierno.
Pero lo más ridículo de su último discurso fue la presentación de la crisis actual como un sacrifico pasajero que enaltecerá al país. Ni siquiera sus propios fieles comparten ese disparate. Todos saben que se aproxima un desplome económico mayúsculo de impredecibles consecuencias.
COMPARACIONES CON EL 2001
Las analogías con lo ocurrido hace 17 años están a la orden del día y se han convertido en una referencia obligada de todos los análisis. El propio gobierno induce a esa revisión al resucitar el intento del «déficit cero», que Cavallo ensayó antes de abandonar la escena. Dujovne y Caputo retoman esa destructiva obra de su maestro.
En el 2001-02 la devaluación promedió el 300%, los precios subieron 40% y el PBI se desplomó un 11%. Con el dólar a 40 pesos el tipo de cambio ya alcanzó un nivel semejante a esa época. El consiguiente aliento de la exportación, conduce a los varios funcionarios a imaginar que una gran cosecha -complementada con la reversión del déficit turístico- reproducirá la reactivación iniciada en el 2003.
P ero la repetición de ese sendero supondría mantener la brecha entre el tipo de cambio y los precios internos y esa distancia tiende a diluirse. A diferencia de lo ocurrido a principios del nuevo siglo un número mayor de precios está indexado. Además, la resistencia social es mayor y la tasa de desempleo no alcanzó los terribles porcentuales del período precedente. Si se mantiene el piso actual del 3% de inflación mensual, las ganancias de los exportadores quedarán licuadas en poco tiempo.
Tampoco la recesión -que morigera el ascenso de los precios- se ubica en el piso depresivo de la etapa anterior. Promediaría la mitad de ese antecedente, si el PBI cae 2% este año y 5% en el 2019. Ese desplome fue 4,4% en el 2001 y 10,9% en el 2002 . El escenario de catástrofe total puede igualmente reaparecer, si Dujovne-Caputo continúan succionando pesos del mercado, mediante gigantescos recortes monetarios y tasas de interés del 60%.
Se afirma correctamente que a diferencia del 2001 los bancos no tienen enlazados sus depósitos en dólares con créditos en pesos. Esas colocaciones están concentradas en préstamos en divisas a los exportadores. Pero este dato no elimina la potencial extensión de la corrida cambiaria a su equivalente bancario. Todas las entidades tienen fuertes tenencias de bonos públicos desvalorizados. Además, ya se perciben problemas de cobrabilidad por la ruptura de la cadena de pagos.
También las comparaciones con el escenario político del 2001 se han generalizado ante la abrupta devaluación de la figura presidencial. Las últimas apariciones televisivas de Macri recuerdan la total desconexión con la realidad que caracterizaba a De la Rúa. El líder de Cambiemos exhibe la misma incapacidad para cambiar la dirección un Titanic que se aproxima al iceberg.
A pesar de esas semejanzas muchos piensan que Macri logrará evitar el helicóptero. No recibió todavía la paliza electoral de su precursor y mantiene una estrategia política activa. Trabaja en sintonía con el poder judicial y los medios para achacar todo los males del país a la corrupción del kirchnerismo. Esas incursiones son un arma de doble filo, puesto que potencian el desplome de la economía. La detención de empresarios y la depreciación de las firmas involucradas en el escándalo de los Cuadernos añadieron nafta al fuego.
Hasta ahora Macri sorteó el desbande de la coalición oficialista. No sufrió la disgregación de la Alianza que precipitó la partida del Chacho Álvarez. Pero algunos síntomas de fractura se observaron en los últimos días. En lugar de los grandes cambios insinuados, el desconcertado mandatario concretó un irrelevante truque de figuritas. Tampoco logró suturar la feroz interna que genera el protagonismo de su hombre de confianza (Peña). Las nuevas caras que se anunciaban para remozar el elenco ministerial (Melconían, Prat Gay, Lousteau, Sáenz), evitaron el compromiso con un barco que zozobra.
A diferencia del 2001 predomina una gran cautela en el Justicialismo. Nadie quiere repetir el triste papel de Rodríguez Saa en el default o Duhalde durante el fin de la convertibilidad. Por eso apuestan a que Macri realice el trabajo sucio y transfiera un gobierno con el ajuste ya concluido. A la espera de esa auto-extinción de Cambiemos, el PJ negocia el presupuesto y rehúye cualquier posibilidad de adelantamiento de las elecciones.
Pero el principal contrapunto con el período que antecedió al 2001 se verifica en la lucha popular. Las grandes movilizaciones continúan en un clima de creciente descontento y gran protagonismo de los trabajadores sindicalizados. Sólo la parálisis de la burocracia sindical impide convertir esa resistencia en una acción contundente y unificada. La masiva marcha universitaria añadió a esa caldera la estratégica participación de los jóvenes, que ya ocuparon las calles durante la batalla por el aborto.
En el 2001 no existía la malla de contención que aportan los planes sociales percibidos por millones de personas. Esa conquista es actualmente sostenida por movimientos organizados que reúnen multitudes en sus convocatorias. Como los poderosos preservan una gran memoria de los piqueteros, no se atreven a cortar los auxilios sociales. Pero ese temor los induce a reforzar el ajuste sobre otros sectores, multiplicando los frentes de conflicto.
La clase media vacila. Está golpeada por los tarifazos pero teme los efectos de una crisis devastadora. En los intersticios de esos titubeos emergen algunos cacerolazos e insultos públicos a los emblemáticos exponentes del ajuste.
Como el nivel de militancia y conciencia popular es muy superior al 2001 son mayores las posibilidades de forjar una salida popular desde abajo. Esa alternativa se construye en la lucha, la coordinación y la resistencia, para impedir que los efectos de la crisis recaigan sobre los trabajadores
El principal sendero para lograr ese objetivo es el rechazo al acuerdo con FMI. El Fondo no ha cambiado y cualquier negociación con sus representantes conduce a la desmovilización, la frustración popular y la continuidad del ajuste.
La única forma de evitar los despidos masivos, la pulverización del salario y la contracción del nivel de actividad es la suspensión del pago de la deuda. Esa decisión permitiría cortar la especulación con los títulos públicos y facilitaría la reducción de las tasas de interés que sofocan la producción. Con la misma urgencia hay que revisar el estado real del endeudamiento mediante una detallada auditoría.
Macri dispara sus últimos cartuchos mientras la economía se desliza hacia el abismo. Los movimientos populares que ganan la calle tienen la palabra. Más que nunca son ellos o nosotros.
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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