En los últimos días, era ya sabido que los días de Martín Lousteau al frente del Palacio de Hacienda estaban contados. Las insistentes versiones de su alejamiento, motorizadas por el Ministro de Infraestructura, Julio de Vido, las críticas que recibía de diferentes sectores del oficialismo -Curia, Solá, Moyano-, así como la completa autonomía operativa de […]
En los últimos días, era ya sabido que los días de Martín Lousteau al frente del Palacio de Hacienda estaban contados. Las insistentes versiones de su alejamiento, motorizadas por el Ministro de Infraestructura, Julio de Vido, las críticas que recibía de diferentes sectores del oficialismo -Curia, Solá, Moyano-, así como la completa autonomía operativa de la secretaria de Comercio Interior, a cargo de Guillermo Moreno, respecto de su superior formal, no eran buenos augurios. El Ministro, como antes había sucedido con Miceli y Peirano, estaba al frente de un Ministerio vaciado: no tenía injerencia en el INDEC -que, bajo el control de Moreno, navega firme en el limbo de las estadísticas-, no participaba de las negociaciones con las entidades rurales -conducidas por el jefe de Gabinete, Alberto Fernández y el secretario de Agricultura, Javier de Urquiza-, y tampoco estaba en condiciones de anunciar medidas concretas respecto de la inflación.
El detonador final fue activado por sus propias declaraciones en el Seminario sobre Microfinanzas que tuvo como estrella a la Princesa de Holanda, Máxima Zorroguieta. En dicho seminario, sorprendentemente, Lousteau planteó que «trabajar por una mejora en la distribución del ingreso implica tener una inflación moderada y previsible», un disparo de lleno a Guillermo Moreno. Poco después, en un encuentro organizado por el BID, se acercó de manera sutil a los argumentos de economistas de la oposición, como Alfonso Prat Gay, al señalar las ventajas de un crecimiento estable y macroeconómicamente contenido. «Si logramos crecer diez años a 5,5% o 6% anual, podríamos incrementar en un 50% nuestro ingreso por habitante, y lograríamos generar una cantidad de recursos muy importante para atender un montón de falencias que todavía tenemos», fueron las palabras (finales) de Lousteau como Ministro.[1]
Sucede que la Argentina, desde 2003 en adelante, ha crecido siempre a cifras muy superiores, que rondan en general el 8% anual. En el primer bimestre de este año, el avance es del 9,4%. La cifra del 5% elegida por Lousteau para referirse a sus expectativas futuras, en este contexto, no podía tener repercusiones menos evidentes. Anteayer, el propio Néstor Kirchner, en un durísimo discurso, salió a negar que el gobierno estuviese considerando aplicar medidas de tipo recesivo -subir las tasas de interés, reducir el gasto fiscal, etc.- para contener la escalada inflacionaria, de la que acusó al oligopolio formador de precios, vinculado al complejo agroindustrial. Por la noche, alrededor de las 22:30, Lousteau finalmente renunció a su cargo, luego de presentar un amplio paquete de medidas de ese tenor que, junto a la normalización del INDEC, fueron descartadas de plano por Cristina Fernández.
Algunos observadores, atentos al hecho de que Miceli, Peirano y el propio Lousteau fueron apadrinados por Alberto Fernández, especulaban a horas tempranas con que la salida del joven ministro conllevase la renuncia del jefe de gabinete. Nada es más improbable. Aunque Alberto Fernández, enfrentado con Julio De Vido, indudablemente ha salido debilitado de esta interna, sigue teniendo, por ahora, la confianza de Néstor Kirchner. Y con eso, sobra. El problema es que De Vido, protegido de la CGT y protector de Moreno, puede decir lo mismo.
El sucesor de Lousteau, Carlos Fernández, viene de estar al frente de la Aduana. Sin un currículum suficiente para el cargo, da la impresión de contar con dos virtudes invaluables: la confianza del matrimonio presidencial, y su absoluta insignificancia personal y política. Carlos Fernández, evidentemente, viene a un Ministerio que, desde la partida de Lavagna, se caracteriza por no tener relieve alguno en la elaboración de las políticas públicas. Su figura gris, entonces, resulta más que adecuada a un cargo que, bajo la presidencia de Cristina Fernández, será del mismo tenor.
[1] Véase Página 12, 23/04/08, p. 9.