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Crítica del libro "1970: Cuando los periodistas se enfrentaron al poder", de Miguel Pinto Parabá

Algo más que novilleros

Fuentes: PSI

El 17 de Octubre tiene, en Bolivia y en el pueblo del altiplano la misma sonoridad transformadora, el mismo eco nacional y popular, las mismas resonancias patrióticas y revolucionarias que en la Argentina. Fue el 17 de octubre de 2003 cuando la rebelión popular de la ciudad de El Alto y las barriadas humildes de […]

El 17 de Octubre tiene, en Bolivia y en el pueblo del altiplano la misma sonoridad transformadora, el mismo eco nacional y popular, las mismas resonancias patrióticas y revolucionarias que en la Argentina. Fue el 17 de octubre de 2003 cuando la rebelión popular de la ciudad de El Alto y las barriadas humildes de La Paz hicieron poner en fuga al gobierno imperialista de Gonzalo Sánchez de Lozada.

Y fue el 17 de Octubre de 1969, unos meses después del alzamiento obrero estudiantil del Cordobazo, que depusiera al estólido espadón argentino Juan Carlos Onganía, que el gobierno del general Alfredo Ovando Candia, nacionalizó la Bolivian Gulf Oil Company y asumió el control total de sus campamentos y campos productivos. Con esa medida patriótica se inició una nueva etapa en el dramático proceso de revolución y contrarrevolución que ha vivido el altiplano desde el levantamiento obrero y popular de 1952.

Por intermedio de ese incansable periodista argentino -y, posiblemente, el más grande amigo con que cuenta Bolivia y los bolivianos en las costas del Plata-, don Máximo García Reyes, ha llegado a mis manos un libro excepcional: «1970: Cuando los periodistas se enfrentaron al poder», del joven investigador y trabajador de prensa Miguel Pinto Parabá.

Eran aquellos años de heroísmo y lucha en todo el Continente. El ejército peruano, comandado por el general Velazco Alvarado había depuesto al conservador Fernando Belaunde Terry y había dado inicio a la Revolución Peruana. La Reforma Agraria decretada por su gobierno puso fin a quinientos años de explotación de encomenderos y gamonales.

Chile vislumbraba ya el triunfo popular de la Unidad Popular y la presidencia de Salvador Allende.

La dictadura argentina había sido herida de muerte y los levantamientos populares del interior del país anunciaban una nueva época que terminara con el ciclo iniciado en 1955. Y desde el humo y el fuego de las barricadas, desde las asambleas estudiantiles y desde los sindicatos obreros se miraba con especial atención lo que ocurría en ese pueblo paciente y sufrido, en la legendaria mina Siglo XX con sus asambleas obreras y su dinamita, en aquel campesinado que había vivido la reforma agraria del «Tata» Paz, Víctor Paz Estenssoro, y había visto al Che Guevara caer en desigual combate. El presidente de Bolivia, general René Barrientos Ortuño, un tosco militar de comprensión abotagada por su asidua frecuencia a las chicherías, hombre de confianza del embajador norteamericano y agente de la CIA, Ernest V. Siracusa, por esos caprichos de Clío, desaparece de la escena política. Su helicóptero se enreda en un cable de alta tensión y se precipita a tierra poniendo punto final definitivo a su vida y a su dictadura.

La muerte del responsable de la masacre de San Juan en 1967 fue celebrada con estruendosas salvas de dinamita en los yermos campamentos mineros. En los socavones que se adentran en el seno mismo de la Pachamama, los callados hijos de la tierra volvían a mirar desafiantes bajo la linterna de su casco

Después de un breve interinato, a cargo del vicepresidente Adolfo Siles Salinas, el ejército se hace cargo del poder Ejecutivo y asume la presidencia el general Alfredo Ovando Candia. Su programa es expuesto en el documento llamado «Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas de la Nación». Entre los civiles que lo acompañan hay tres jóvenes que se destacan. Ellos son Marcelo Quiroga Santa Cruz, nuevo ministro de Minas y Petróleo, Alberto Bailey, de Cultura, Información y Turismo, y José Ortiz Mercado, titular del Ministerio de Planificación. La Revolución Boliviana de 1952 toma un nuevo impulso.

El libro de Miguel Pinto Parabá realiza una sucinta historia de aquellas jornadas revolucionarias y destaca, en lo que es su mayor aporte analítico e historiográfico, el trascendental papel que jugaron los periodistas independientes bolivianos y el Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz (STPLP).

Posiblemente no haya otro suceso revolucionario en el mundo en el que los periodistas hayan tenido un papel tan decisivo que les haya permitido, por unos meses, cambiar la relación de fuerzas en el seno de un ejército dividido entre los herederos del 52 y los agentes de la Embajada norteamericana. El libro de Pinto Parabá, por un lado, cuenta con gran profusión de fuentes testimoniales y documentales, el desarrollo de ese estado de conciencia y organización en los periodistas paceños, primero, y del resto del país, después. El relato adquiere vuelo épico cuando se llega al lanzamiento del semanario Prensa, editado y escrito por el STPLP, un medio de prensa que se eleva por encima de los objetivos reivindicativos del gremio, al nivel de un órgano que expresa los más amplios y profundos contenidos políticos del proceso revolucionario en curso. El papel que jugó Prensa fue decisivo. Su edición del 3 de agosto de 1970, en cuya primera plana convoca al «pueblo a las calles para contrarrestar golpe gorila», tuvo como resultado el fracaso del golpe de los sectores militares proimperialistas, por un lado, y su propio cierre, por el otro. Si bien, el semanario cayó en el intento, las fuerzas de la revolución nacional y popular lograron mantenerse en el poder.

El autor, licenciado en Comunicación Social, de la Universidad Mayor de San Andrés, rescata en estas páginas, junto a la de los jóvenes ministros nacionalistas de Ovando y al propio presidente con sus debilidades y vacilaciones, la acción sindical y política de un, en aquella época, joven periodista y hoy un maduro analista y político que continúa denunciando el saqueo de las riquezas de su país, Andrés Soliz Rada. La acción política e ideológica de Soliz Rada fue, además de la voluntad y entrega de sus colegas, el alma de aquel intento periodístico en el que escribió sus 19 editoriales. Entre otros textos que caracterizaron aquel momento singular, el libro pasa revista al documento, del que Soliz Rada fue autor, «Mantener la independencia del gobierno con participación en el proceso revolucionario». Este texto fue la tesis política sustentada por el sindicato de prensa en el congreso de la Central Obrera Boliviana y constituye una verdadera síntesis, para el caso concreto de los acontecimientos altiplánicos, de las concepciones políticas centrales de la Izquierda Nacional Latinoamericana, corriente a la cual ha pertenecido desde joven su autor.

Notable libro el de Miguel Pinto Parabá. Trae a las nuevas generaciones el recuerdo de aquella confabulación de derecha imperialista y de izquierda cipaya que lograron desestabilizar el último gran intento de los bolivianos para sacarse de encima la expoliación extranjera. Pero también permite un acercamiento a una generación de periodistas y hombres y mujeres de prensa que no sucumbieron al progresismo bienpensante y se entregaron en cuerpo y alma a la liberación de su Patria. Su lectura y estudio debería ser obligatorio en las facultades de Comunicación Social y permitiría, entre otras cosas, que nuestros nuevos periodistas aspiren a un destino mejor que el miserable papel de ganapán movilero que ofrece el sistema semicolonial.

En 1970, en Bolivia, efectivamente, los periodistas se enfrentaron al poder.

«1970: Cuando los periodistas se enfrentaron al poder». Miguel Pinto Parabá. Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario, ENTEL y la Editorial Malatesta. 2005, La Paz, Bolivia.