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Algunas coordenadas de una compleja elección

Fuentes: Rebelión

No hubo sorpresa alguna en el triunfo de Claudia Sheinbaum, que seguirá siendo comentado y analizado por mucho tiempo, en la elección presidencial.

Lo habían anticipado prácticamente todas las encuestas de intención de voto, de algunas empresas confiables y de otras muy desprestigiadas de años atrás. Lo sorprendente fue el porcentaje del triunfo, que se aproxima al 60 por ciento del total de votos válidos, superior al alcanzado por López Obrador seis años atrás, y duplicando el obtenido por Xóchitl Gálvez, de la oposición coaligada. La participación ciudadana, del 60.92 del listado nominal también fue muy importante, pero no estableció un récord en elecciones presidenciales.

Sin duda, tan apabullante triunfo es resultado de múltiples factores, algunos muy visibles y otros sujetos a la interpretación. La sostenida popularidad del presidente, su factor; el voto duro de los tres partidos postulantes; el propio perfil de la candidata; habrá quienes le dieron su sufragio por ser mujer y académica; el desprestigio de los partidos opositores y más aún el de sus dirigentes; y una mala candidata opositora, producto más de la improvisación que de la preparación, han de contar en el sorprendente resultado.

Tener por primera vez una mujer en la presidencia es también, indiscutiblemente, un progreso político-cultural relevante en un país tradicionalista, patriarcal y machista. Un triunfo de género que, hay que decirlo, se construyó desde hace varias décadas y desde el ala izquierda, cuando en 1982 apareció la candidatura de Rosario Ibarra de Piedra a la presidencia, y luego las de otras mujeres: Marcela Lombardo, Cecilia Soto, Patricia Mercado. Por el PAN mismo, cuyo fundador Manuel Gómez Morín opinaba que las mujeres no tenían lugar en la política y debían quedarse a criar hijos y hacer las tareas domésticas, Josefina Vázquez Mota y ahora Xóchitl Gálvez. Cierto, un hecho político no modifica de inmediato ni a profundidad la cultura tradicional, pero sí es significativo.

De nueve gobiernos locales en discordia, Morena pudo quedarse con seis que ya ostentaba desde 2018 y sumar el de Yucatán, arrebatándolo al panismo. Conservó también el gobierno de la Ciudad de México y perdió sólo en Guanajuato —bastión máximo del PAN— y Jalisco ante Movimiento Ciudadano, que refrendó también su triunfo de hace seis años.

En la elección sí operó el voto diferenciado, pero no de manera contundente. Siempre según el PREP, única fuente oficial al momento de redactar esta nota, frente al 59 por ciento de Claudia Sheinbaum en la presidencial, los partidos que la postularon, Morena, PT y PVEM habrán obtenido un 54.23 por ciento en la elección de diputados, y 54.88 % en la de senadores, cinco puntos menos que la candidata presidencial. El Verde y PT no ganaron ni un solo distrito uninominal.

Pero, más allá de lo rotundo de ese triunfo, hay cinco elementos que no se puede dejar de señalar.

1. Se trató de un proceso electoral —y no sólo ha de decirlo la oposición— plagado de violaciones a la Constitución y la ley desde el inicio hasta el final. Las precampañas y campañas se adelantaron hasta dos años con respecto de lo señalado por las normas, desde julio de 2021, cuando López Obrador destapó sus corcholatas. La designación de Sheinbaum como “coordinadora nacional de los comités de defensa de la cuarta transformación”, cuando la suya ya era una candidatura a la presidencia en toda la forma, no fue sino una coartada para burlar la legislación una vez más y que siguiera adelante con su campaña.

2. El derroche de recursos en bardas, espectaculares, volantes, spots y demás medios de difusión fue un evidente rebase de los topes de gastos de campaña, a complacencia del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. ¿Cuánto de lo gastado por los precandidatos en viajes y propaganda en todo el país habrá salido de las arcas públicas? ¿Algún día se sabrá?

3. Las cotidianas intervenciones de López Obrador en favor de su partido y contra los opositores y críticos, desde el destape de mediados de 2021 hasta el final de las campañas, hicieron de las llamadas mañaneras no un foro de información de Estado sino un medio de propaganda electoral, y a su protagonista un vocero del Morena.

Quedará para el análisis político o histórico contrafactual, sobre todo cuando vayan apareciendo más elementos hasta ahora no visibles, interrogarse cómo hubieran sido la campaña morenista y el triunfo de su candidata si no se hubieran dado las palmarias intervenciones presidenciales a su favor ni el uso de recursos públicos. Para cerrar su campaña, López Obrador llegó a proclamar que la elección del 2 de junio era en realidad un plebiscito de aprobación de su gestión. La candidata, en consecuencia, no era lo más importante.

4. El manejo electoral de los programas sociales, que adquirieron centralidad en las campañas, tanto la oficial como en la de la oposición de derecha, se hizo explícito en la disputa del ¿quién da más?

5. A pesar de la proclamación del presidente de que la de 2024 sería la elección más limpia, participativa y pacífica de la historia, tenemos un saldo de 34 candidatos de todos los partidos asesinados en la contienda, según recuentos de la organización Data Civica y la Consultoría Integralia; y más de 400 ataques y agresiones políticas; 38 homicidios en el cálculo de Datalnt. Sólo en Chiapas hubo más de 500 candidatos a diputados, presidentes municipales, síndicos o regidores que renunciaron en medio de las campañas, en su mayoría a causa de la violencia. En Zacatecas, más de 200, en su mayoría mujeres. En Michoacán cerca de 400. Muchos más en el resto de las entidades del país.

En relación con el aplastante triunfo de Sheinbaum y el Morena vale resaltar otro elemento, si no nuevo, sí más recurrente en este proceso: el de las alianzas e integraciones de políticos profesionales de otros partidos (chapulinazos). Además del archiconocido negocio familiar llamado Partido Verde, que ha servido lo mismo al PAN que al PRI, y ahora al Morena, citaré sólo un caso.

En su reciente libro ¡Gracias! (Ed. Planeta, 2024), Andrés Manuel López Obrador escribió en relación con la campaña y elección presidencial de 2012: “[…] El 12 de junio, en Toluca, en la residencia oficial del gobernador del Estado de México, 16 gobernadores del PRI se reunieron con Peña Nieto y su equipo de campaña. Ahí se asignó cuota de votos por mandatario. Por ejemplo, Eruviel Ávila, el gobernador mexiquense, se comprometió a conseguir 2 900 000 votos que, casualmente, fue los que obtuvo Peña Nieto en esa entidad federativa. La confabulación de los gobernadores en el Estado de México se tradujo en la utilización de recursos del presupuesto público de los estados para comprar millones de votos en todo el país” (Pág. 274). Doce años después, en 2024, Eruviel Ávila Villegas, ex gobernador del Estado de México y operador electoral (mapaches, les dicen), se incorporó, para orgullo de los simpatizantes claudistas, a la campaña de Sheinbaum a través del… Partido Verde; y operó, desde luego, en la campaña del Estado de México. La alianza con el llamado Grupo Atlacomulco, que por ocho décadas, desde 1942 hasta 2023, controló el gobierno de esa entidad, se consolidó con la recepción por Sheinbaum de Alejandra del Moral, que apenas un año atrás era la abanderada de ese grupo, y la renuncia al PRI del también ex gobernador Alfredo del Mazo III. Notas periodísticas ha señalado que también Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación de Enrique Peña Nieto, trabajó para la campaña del Morena. ¿Qué tendrá para ellos el nuevo gobierno? ¿Embajadas? ¿Cargos en la administración federal?

Esa movilidad política, especialmente del PRI hacia el Morena, aunque también desde otros partidos, incluido el PAN, tiene raíces profundas. Más que entre bloques con identidad de clase y programas contrapuestos, la disputa en 2024, como en las anteriores elecciones desde hace unos 20 años, se ha desarrollado entre la parte ideológicamente más conservadora y radical de la burguesía financiera, que arrastra consigo por diversas razones a otros grupos sociales, y un segmento de la burocracia política que fue desplazado en los ochenta por los gobiernos tecnocráticos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. Esta fracción se alió con agrupamientos de las izquierdas y se dotó de un programa progresista y nacionalista, ya esbozado desde 1988, para formar el PRD. Fue ahí, como candidato en Tabasco, presidente del partido en el periodo en el periodo 1996-1999, y como jefe de Gobierno del Distrito Federal entre 2000 y 2005, que creció políticamente Andrés Manuel López Obrador, para formar luego su propia organización partidaria, el Morena, tras de dos candidaturas presidenciales fallidas marcadas por el fraude electoral. Mucho más que con Cuauhtémoc Cárdenas en el PRD, se trata de un partido personalista con rasgos acentuados de legitimidad carismática, no ideológica ni de racionalidad política.

La elección de 2023-2024 ha puesto una vez más en blanco y negro esa pugna entre la derecha caracterizada como neoliberal y esa estructura política con tintes izquierdistas y populistas, originada en el antiguo régimen y que no rompe tampoco con el neoliberalismo económico.

Pero la verdadera disputa, también está claro, no está en la presidencia, sino en el Congreso. Como se destaca más arriba, según el PREP, y a reserva de lo que resulte de los cómputos distritales y la calificación de la elección en agosto, los partidos de la coalición triunfante Morena-PT-PVEM obtuvieron en las urnas poco más de 54 % de la votación para senadores y diputados, 5 puntos menos que Sheinbaum. Con esa votación, y con albazos informativos de la Secretaria de Gobernación —que no tiene autoridad en materia electoral—, se quiere asignar a esos tres partidos el 67 % de las cámaras del Congreso, abusando de la sobrerrepresentación, compensatoria que la Constitución permite hasta en un ocho por ciento para aproximar el porcentaje de curules de cada partido a la votación real que hubiera obtenido.

La urgencia de construir esa mayoría calificada artificial, que nos retorna a la antigua cláusula de gobernabilidad que operaba en los gobiernos del PRI hasta 1997 (35 % de votos = 50 % + 1 de los diputados), deviene de la pretensión de López Obrador de hacer las modificaciones constitucionales que planteó el 5 de febrero, ya con Sheinbaum como candidata oficial, sin necesidad de negociarlas con la oposición, algunas de ellas aberrantes: la del Poder Judicial para subordinarlo al Ejecutivo bajo el expediente populista de poner a elección popular la designación de ministros, magistrados y jueces; la incorporación plena de la Guardia Nacional al ejército; la eliminación de la representación proporcional de las minorías en el Congreso; la supresión o subordinación al Ejecutivo de los organismos de control constitucionalmente autónomos. Sheinbaum en su momento las asumió en su totalidad y las integró a su plataforma de campaña. Ahora, López Obrador, si logra esa mayoría calificada, se plantea incluso realizarlas durante el último mes de su mandato, con Sheinbaum ya electa como próxima titular del Ejecutivo.

Muchas facetas están todavía por revelarse. No sabemos en este momento si cuajará la mayoría legislativa que López Obrador apetece con avidez; si la nueva presidenta logrará poner distancia en algunos temas y actitudes políticas con respecto de su factor político; si habrá la apertura que en este sexenio no hubo, no sólo hacia opositores sino a movimientos sociales y organismos legítimos de la sociedad civil: feministas, movimientos de víctimas y madres buscadoras, ecologistas, defensores de derechos humanos; si los medios oficiales de difusión dejarán de ser órganos propagandísticos del gobierno para asumirse como instancias del Estado mexicano; si se adoptará una política de seguridad más eficaz que logre abatir realmente la tragedia social que vivimos hoy de asesinatos, desapariciones y extorsiones sin freno ni medida; si Movimiento Ciudadano será en el Congreso un partido satélite o sostendrá la independencia de la que se preció durante la campaña, para ser el partido bisagra en temas fundamentales del debate, y varios puntos más, cruciales para la sociedad mexicana en su conjunto.

A pesar de cómo ha cuidado Andrés Manuel López Obrador las variables macroeconómicas para atraer y retener el capital especulativo, y pese también a la promesa de Claudia Sheinbaum de mantener al neoliberal Rogelio Ramírez de la O en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, la recesión amenaza. Las proyecciones del PIB para 2025 por el Banco de México y organismos internacionales se reducen, y el crecimiento del gasto público en este año electoral y, en consecuencia, del déficit y el endeudamiento, sumados a la perspectiva de u próximo gobierno sin contrapesos que altere las ecuaciones de poder en favor sólo del Ejecutivo y sin un Legislativo y un Poder Judicial con autonomía, generaron en los mercados la caída de la Bolsa, fuga de capitales y depreciación del peso. Más allá del festejo y la euforia que tan contundente triunfo ha generado, hay nubarrones que se ciernen sobre el país y ante los cuales, cualquier error puede ser de graves consecuencias.

Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH

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