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Alianzas PRD-PAN ¿Alguna novedad’

Fuentes: Rebelión

En las últimas semanas se ha dado a conocer que el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional competirán juntos, en coalición, para disputar algunas gubernaturas y puestos públicos en el presente año, en los estados de Durango, Oaxaca e Hidalgo, y probablemente en Puebla y Veracruz. En general, el asunto ha […]

En las últimas semanas se ha dado a conocer que el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Acción Nacional competirán juntos, en coalición, para disputar algunas gubernaturas y puestos públicos en el presente año, en los estados de Durango, Oaxaca e Hidalgo, y probablemente en Puebla y Veracruz. En general, el asunto ha despertado expectativa ya que después de la confrontación del 2006 en las elecciones presidenciales, un fraude electoral llevó al candidato del PAN, Felipe Calderón, a la presidencia y el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, desconoció el resultado de la elección y fue declarado por sus seguidores «el presidente legítimo de México». Algunos, quienes con buena fe, insisten en identificar al PRD como un partido de izquierda, se encuentran confundidos al respecto y han criticado dicha política de alianzas. Por mi parte no criticaré en estas líneas la postura del PRD, porque la crítica tendría que partir del supuesto de que el PRD es un partido de izquierda y con principios, pero trataré de avocarme a la única fuente que admite el marxismo para analizar la política, los hechos, no los supuestos, por lo que en vez de criticar a los coalicionistas, trataré de explicar cómo es esto posible.

Además trataré de atender a la polémica que, como es costumbre surge en estos casos, ¿Deben las organizaciones de izquierda revolucionaria sumarse a alguna de estas campañas, o tienen que persistir en practicar la política de otra forma?

El espectro partidario electoral mexicano

Como sabemos, en el supuesto ideológico de los partidos políticos que hoy en día gestionan el Estado mexicano, el PAN es el partido de derecha, el PRD de izquierda y el PRI, de centro. La lógica indicaría que sería más factible pensar en una alianza entre el PAN y el PRI o bien, entre el PRI y el PRD, pues esto les permitiría a ambos polos de la confrontación el evitar que su antagonista se posicione políticamente. Si atendiéramos a ese criterio, las alianzas entre el PAN y el PRD serían ilógicas ¿Será entonces que la política es ilógica? O será más bien que las premisas son en realidad incorrectas. Además ya han existido en décadas pasadas distintas coaliciones formadas por panistas y perredistas[2].

Tal vez para algunos resulte repetitivo el que insistamos en que el Estado tiene un carácter de clase, en que el carácter del estado mexicano es burgués y que las fuerzas políticas que componen la burocracia que lo dirige responden en general a este principio. Por supuesto, la burguesía no es homogénea y tampoco lo son las fuerzas y partidos políticos que la representan en el aparato de Estado ¿Qué los distingue entonces?

Marx advertía en su método para analizar las disputas políticas que es un error muy frecuente el caracterizarlas dando por cierto todo aquello que las fuerzas o agrupaciones políticas dicen de sí, el método correcto para él es caracterizarlas a partir de los intereses que representan, y no de los que dicen representar[3].

Para entender el problema tenemos que remitirnos a que en México, los principales capitalistas están conformes con el neoliberalismo, sobre todo quienes están vinculados con el mercado exterior, ya sea porque son importadores o exportadores, o bien porque las políticas neoliberales les permiten acumular más ganancias como es el caso de los banqueros, hasta hoy beneficiados con el dinero público a través del IPAB. Existe una parte cada vez más insignificante de la burguesía que estaba hecha al modo de la política económica precedente al neoliberalismo y que considera que sería bueno tomar algunas medidas de fortalecimiento del mercado interno, y existe también una buena parte de la burguesía que obtiene beneficios del libre comercio pero que para realizar sus expectativas de ganancias requiere también de cierta capacidad de consumo interno, como es el caso de Carlos Slim quien tiene muchas operaciones en el mercado exterior como lo es la importación de tecnología, pero que en gran medida su mercado son los consumidores mexicanos de todas las clases sociales.

De acuerdo con sus intereses, dicha burguesía apoya en campañas y pre-campañas, concediendo espacios o gestionando acuerdos a los partidos o candidatos de su preferencia. Algunos impacientes estarán preguntando ¿Pero cuál es el partido de la burguesía?

Lo curioso es que dicha pregunta no tiene una sola respuesta, y esto obedece a algunas características esenciales de la burguesía como clase. El espíritu burgués está movido por el mayor beneficio, al menor costo y lo más pronto posible, esa es su guía, ésta condición determina su ideología y no al revés. ¿Y tiene moral? Claro, lo moralmente correcto para ellos es lo que les permita obtener el mayor beneficio, al menor costo y lo más pronto posible, y lo inmoralmente correcto es todo aquello que lo dificulte.

La mayoría de los capitalistas ni siquiera están afiliados a algún partido político, y sus preferencias normalmente se guían por el criterio descrito en el párrafo anterior; pero esto de ninguna forma significa que estén fuera de la política, es sólo que ellos sí se saben los conductores de la misma y son quienes en última instancia deciden el curso de la mayoría de las polémicas y decisiones políticas. Los capitalistas no se dejan moldear por los partidos, son ellos quienes los moldean. Incluso en ocasiones apoyan a más de un candidato simultáneamente, y muchas veces lo hacen confidencialmente.

Una vez comprendido lo anterior, no resultará difícil comprender que la esencia de la política en un estado burgués está determinada por la conciencia y la moral de la clase dominante, una vez más, la burguesía. Y por tanto no será difícil comprender que la lógica con que se conducen los partidos y fuerzas políticas que lo gestionan es la lógica del mayor beneficio, al menor costo y lo más pronto posible.

Sin duda, es el Partido Revolucionario Institucional, PRI, el que mejor ha comprendido esto, y por ello ha sido el partido que más tiempo ha estado en el poder presidencial, además de ser el partido que mayor poder tiene en el país hoy en día, a pesar de no estar en la presidencia; es un partido sumamente pragmático y para los parámetros de la política burguesa esa es una gran cualidad. Y así ha sido aún cuando ideológicamente el PAN parezca representar más los intereses de la burguesía; el PRI suele ofrecer una gama de políticos bien entrenados para hacer cualquier principio a un lado con tal de complacer a los capitalistas que los respalden, a la vez que discursivamente enarbole las banderas del nacionalismo y cuente con un sinnúmero de mecanismos para contener la inconformidad popular, los cuales van desde la cooptación de líderes sociales, la gestión de programas de asistencia gubernamental, hasta la capacidad de formar grupos de choque para reprimir ilegalmente a los inconformes.

Así pues, el PRI mantiene hoy en día la mayoría de las gubernaturas, la mayoría en el Senado y la Cámara de Diputados, la mayoría de los municipios y mantiene importantes cotos de poder en otras instituciones del estado como los sindicatos y las universidades; y más aún, en prácticamente cada gobierno panista o perredista participan o colaboran priístas o expriístas. Incluso para citar uno de los casos que hoy nos atañen, el abanderado por la coalición PAN-PRD al gobierno de Durango, José Rosas Aispuro, hace tan solo unos meses militaba en el PRI.
Así pues, panistas y perredistas tienen una admiración oculta por el PRI, a su modo tratan de imitar su camino de éxito político recurriendo incontables veces a los métodos corruptos que caracterizan a dicho partido, aún cuando discursivamente lo critican.

Por un sinnúmero de razones que no podemos describir en tan pocas líneas, PAN y PRD han ganado espacio de acción en la gestión estatal mexicana, el PAN controlando desde hace nueve años la presidencia, gubernaturas importantes como la de Jalisco y numerosos municipios; mientras que el PRD lo hace en distintas entidades y municipios entre los que destaca la capital del país. Aún así, en muchos de los estados de la república, el PRI sigue siendo lo que siempre había sido, el partido predilecto de la burguesía, el único en quien ésta confía para tomar ciertas decisiones y con quienes tienen acuerdos y pactos. El estado de Oaxaca es un ejemplo muy notable.
Entonces; ¿Qué puede hacer que PAN y PRD hagan a un lado sus diferencias y participen juntos en algunas coaliciones? Pues lo mismo que los motiva a hacerlo por separado; el interés de poder.

En su cálculo político, es más conveniente asociarse con sus enemigos ideológicos y así obtener, como se dice popularmente, una buena rebanada del pastel, en lugar de resignares a que todo el pastel será para otros. La capacidad de poder del PRI en Oaxaca, Durango y Puebla es tal que no necesita aliarse con ninguno de los otros dos para aspirar seriamente a conservarlos, ellos apuestan al triunfo completo, arriesgando un poco pero con expectativas muy serias de llevarse todo para ellos. Además, el PRI pasa, según sus parámetros, por un buen momento pues fue proclamado por los medios como el gran vencedor de las elecciones del 2009, pues recuperó la mayoría en el Congreso de la Unión, recuperó gubernaturas en estados gobernados por el PAN como San Luis Potosí y municipios tradicionalmente panistas como Monterrey, Guadalajara, Naucalpan y Tlalnepantla, además de arrebatarle al PRD municipios importantes como Nezahualcóyotl, Ecatepec, Chalco y Texcoco[4]. Mientras tanto, panistas y perredistas prefieren evidenciar ante todos su carácter de mercenarios antes que resignarse a quedar fuera de la jugada y cediendo sus posibles beneficios.

Pero ¿Y la opinión pública? En estos casos como en tantos otros pasa a segundo término, en todo caso siempre es más fácil obtener votos estando en el poder que fuera de él; si triunfara alguna de las coaliciones referidas, tanto PAN como PRD gozarían de más instrumentos y recursos para financiar campañas en dichos estados, tendrían más acceso a medios de comunicación, podrían rehacer los pactos con los grupos económicos de poder local y los posicionaría mejor para consolidarlos a nivel nacional.

Entonces ¿Para qué tanta ideología en los partidos? Finalmente la ideología de los partidos representa intereses, tampoco es algo gratuito, a través de ella obtienen la confianza de quien los apoya en la medida en que los electores y los patrocinadores ven reflejados sus intereses en alguna plataforma política. Esto vale tanto para los capitalistas como para los sectores populares que participan en las elecciones, sólo que no de la misma forma.
Para los patrocinadores, entiéndase los capitalistas, quienes deciden apoyar una campaña, es importante que sus candidatos defiendan sus intereses en todos los terrenos, incluso en el terreno ideológico, pero la burguesía es una clase que no se caracteriza por regalar el dinero desinteresadamente sino por invertirlo en todo aquello que pueda generar futuras ganancias; así pues, los capitalistas no consideran solamente la propuesta ideológica de un candidato o partido sino su capacidad real de cumplir sus expectativas, es decir, su capacidad real para hacer más redituables sus inversiones a través de pactos con el gobierno en turno.

Por tanto la tendencia será que los grupos económicos de poder apoyarán las candidaturas de quienes ofrezcan mayor seguridad para sus inversiones, mayor gobernabilidad y mayor disposición a negociar con ellos. A final de cuentas si un candidato ofrece negocios seguros por su capacidad de gestión económica y política, y está dispuesto a respetar íntegramente los intereses de los capitalistas, pero se pasea en los medios vociferando su vocación popular, afirmando estar del lado de los pobres o de los desposeídos, bien puede ser un buen candidato. Al mismo tiempo, si un candidato ostenta su carácter pro-capitalista pero no demuestra tener propuestas y mecanismos claros para cumplir con las expectativas de los propios capitalistas, puede ser para ellos un mal candidato.

En tanto para los sectores populares que participan en las elecciones habría que señalar que pueden ser muchos los motivos que provocan el voto a favor de uno u otro candidato, pero finalmente existe un límite, sólo se puede votar por candidatos registrados, y sólo se vota por un candidato bien publicitado y conocido, el problema para los sectores populares es que ellos no determinan ninguno de estos factores y suelen verse orillados a votar por lo más conocido. O bien, arrastrados por la lógica burguesa de la política, la cual permea también en la conciencia y la práctica política de los desposeídos, orientan su voto a favor del candidato que parece ofrecer un mayor beneficio, al menor costo y lo más pronto posible, orientando muchas veces su decisión electoral a la obtención de un soborno, o de un compromiso inmediato pero intrascendente que suele obtenerse a través de representantes de sindicatos, gremios o comunidades. En este sentido, el PRI tiene ampliamente desarrollado un sistema de corrupción de electores que funciona en prácticamente todo el país, sistema que por cierto es imitado tanto por panistas como perredistas.[5]

Es por ello que en la política electoral mexicana alcanzan mayor protagonismo y relevancia los personajes más pragmáticos, que conocen su ideología pero que no permiten que ésta les estorbe para negociar, mientras que los políticos que creen fervientemente en su ideología partidaria y la anteponen al cumplimiento de las expectativas de sus patrocinadores son sencillamente aislados y desechados por sus propios partidos; en el mejor de los casos los partidos los conservan como estandarte ideológico pero los mantienen alejados de las decisiones estratégicas.

La necesidad de hacer notar la diferencia entre la política burguesa y la política revolucionaria

Aún con todo lo anterior ha habido momentos de efervescencia electoral, son momentos en que por el hartazgo de ciertas prácticas o de la misma cotidianeidad que asfixia, algún candidato puede canalizar las expectativas populares y atrae a las urnas a un número inusual de votantes. El PRI, si bien ha sabido mantenerse en el poder, también ha acumulado tras de sí una lista interminable de agravios que no son olvidados por gran parte del pueblo, así pues, ha habido candidatos tanto del PAN como del PRD que han logrado despertar entusiasmo, destacándose las candidaturas presidenciales de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y de Andrés Manuel López Obrador en el 2006, también la candidatura a la jefatura de gobierno del Distrito Federal de Cuauhtémoc Cárdenas en 1997. Sin embargo este fenómeno no ha sido exclusivo del PRD, habría que reconocer que esto sucedió también en la campaña de Vicente Fox en Guanajuato en 1991 o de Salvador Nava en San Luis Potosí en 1961 y 1991, ambos abanderados por el PAN.

Lamentablemente para los entusiastas electores, la mayoría de estas experiencias han derivado una vez tras otra en profundas decepciones que conducen en algunos casos a la radicalización política, pero en gran medida conducen también a la inmovilidad política derivada de la sensación de impotencia que conduce finalmente a la resignación. Esto explica en gran parte el hecho de que las elecciones en México, a diferencia de lo que ocurre en otros países de América Latina, cuentan con una participación que cuando es alta gira alrededor del 60% del padrón electoral.

Una tarea importante para la izquierda revolucionaria del país es el convencer a los cientos de miles de mexicanos que viven profundamente decepcionados de la política, que es posible hacerla, pero de otra forma. Finalmente la inmovilidad y el pesimismo tampoco juegan a favor de nuestro proyecto, incluso pueden ser elementos muy útiles para el Estado y la clase dominante.

La credibilidad del Estado, de sus partidos e instituciones está profundamente desgastada y es posible canalizarla en función de un proyecto de transformación radical del orden social existente, pero para ello es importante que la política practicada por las fuerzas revolucionarias sea visiblemente distinta de la que practican los capitalistas y sus lacayos. Esto no implica de ninguna forma el practicar una política ingenua, es decir, pensar que porque se tienen principios ya se está haciendo la política correcta, pero tampoco y mucho menos pensar que insertándose en la política burguesa a través de prestar apoyo y credibilidad a los partidos electorales, se podrá convencer al pueblo de en un futuro apoyar un proyecto revolucionario; éste pensamiento también es tremendamente ingenuo y oportunista.

Prácticamente todas las organizaciones de izquierda que en el pasado se han prestado a engrosar las campañas de candidatos comprometidos con grupos de poder y de capital, han terminado por desdibujarse y por corromperse en dicha lógica, dejando de representar, en los hechos, la posibilidad de hacer política revolucionaria. Suponiendo sin conceder que exista alguna excepción, no deja de ser eso, una excepción, la generalidad sin embargo es avasalladora. Hoy quienes en Oaxaca y Durango, por citar los casos más avanzados, justifiquen la política de apoyo al PRD por considerarlo comparativamente más progresista, tendrían que explicar cómo se favorece al proceso de acumulación de fuerzas haciendo campaña simultáneamente por el PAN.

Decía que los principios no bastan para hacer una política revolucionaria, pero sí son indispensables para hacerla; es sólo que además de tener principios hay que tener inteligencia, estudiar la teoría y la historia revolucionaria, tener la capacidad de identificar a las fuerzas reales y no las aparentes que hacen la política, tener la capacidad de planear, de organizarnos, de elaborar estrategia y táctica, todo en función de nuestro objetivo que no puede ser otro que la emancipación de los explotados.

Finalmente, si verdaderamente queremos conducir la inconformidad popular por el camino de la Revolución, es necesario que esto se note en los ojos y percepción del pueblo, porque sin él no habrá tal, y aunque resulte tremendamente tentadora la posibilidad de acercarse a las masas a través de alguna fuerza política burguesa y además corrupta, esto difícilmente permitirá hacer política revolucionaria, no son los cuadros revolucionarios los que utilizan el sistema electoral para hacer política revolucionaria, sino que son los partidos burgueses los que utilizan a cuadros formados en la lucha revolucionaria para hacer política burguesa. Los resultados de dichas prácticas son notables y están a la vista de todos.

La política revolucionaria no se caracteriza siempre por ser estrepitosa, ruidosa, llamativa, ni siquiera masiva, es una labor ardua y tenaz que muchas veces no encuentra resultados inmediatos, tampoco es a un bajo costo ni rinde ningún beneficio personal, pero si persiste y mantiene el rumbo, suele encontrar el caudal de la Revolución, más tarde o más temprano.

– El autor es militante del Comité de Lucha por el Movimiento de Emancipación Nacional (COLMENA), es Maestro en Estudios Latinoamericanos y Licenciado en Sociología por la UNAM. Actualmente estudia el Doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM.
[2] Incluso lo que no ha habido, formalmente, son coaliciones electorales PRI-PAN o PRI-PRD, aunque sabemos que existen mecanismos para ceder en el proceso electoral en función de otro candidato o partido. En las elecciones del 2006, por ejemplo, fue evidente el apoyo de algunos sectores del PRI a la candidatura de Felipe Calderón, y de sectores relegados del mismo que apoyaron la candidatura de López Obrador.
[3] Puede revisarse el método seguido por Marx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
[4] Todos ellos figuran entre los municipios más poblados del país y algunos como Monterrey, Guadalajara, Tlalnepantla y Naucalpan tienen además la importancia de tener una significativa actividad industrial.
[5] En la política electoral mexicana es muy común el canje de votos o la participación en mítines por despensas, materiales de construcción o promesas como el otorgamiento de espacios para ejercer el comercio ambulante, concesiones de taxis y transporte colectivo, licitaciones de vivienda, aprobación de alguna obra pública, etc.