Después del proceso político que llevó a la presidencia de Bolivia al dirigente cocalero Evo Morales Ayma, en el año 2006, los reflectores mundiales se centraron en Bolivia, pues era la primera vez en toda la historia que un indígena gobernaría ese país a pesar de que los pueblos originarios representaban el 62% de la […]
Después del proceso político que llevó a la presidencia de Bolivia al dirigente cocalero Evo Morales Ayma, en el año 2006, los reflectores mundiales se centraron en Bolivia, pues era la primera vez en toda la historia que un indígena gobernaría ese país a pesar de que los pueblos originarios representaban el 62% de la población, misma que había padecido discriminación, violencia y pobreza. Bolivia, rica en recursos naturales, estaba convertida en una de las naciones más pobres de todo el hemisferio occidental; en ese contexto, la llegada de un indígena luchador social despertó esperanzas en los sectores progresistas de todo el mundo, curiosidad en otros sectores no proclives a la izquierda y, como no podía ser de otra manera, tampoco estuvo ausente el odio de las clases sociales que controlan los medios de producción, las vías de comunicación y el aparato político de aquella nación andina. En suma, después de Evo, Bolivia ha estado varias veces en el ojo del huracán.
Pero hay una figura importante junto al presidente Evo Morales, la cual es poco conocida por las mayorías -con la excepción del pueblo boliviano-, aunque en la esfera de la izquierda marxista latinoamericana y en la academia se ha ganado un lugar desde hace muchos años. Me refiero al vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera. Este académico y político nacido en la ciudad boliviana de Cochabamba, en octubre de 1962, se formó como matemático en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la década de los ochenta, para luego estudiar sociología mientras se encontraba recluido en la cárcel de San Pedro, en la ciudad capital de La Paz. Además de ser maestro universitario y analista político, participó en diversos movimientos sociales, incluido el Ejercito Guerrillero Tupac Katari. Ha sido vicepresidente desde que Morales asumió el poder y no hay señal de que deje de serlo en un futuro cercano.
Aunque la labor política de Álvaro García Linera es fundamental pues, como han señalado no pocos personajes cercanos al gobierno boliviano, no hay reunión importante en la que no esté presente el vicepresidente, me interesa resaltar su papel como pensador de los problemas sociales y, sobre todo, el carácter marxista que él ha asumido, aunque el espacio de esta columna no permita abarcarlo todo. El mismo tamaño de su abundante bibliografía; que lo mismo abarca desde trabajos acerca de la toma del poder en Bolivia hasta reflexiones sobre el Manifiesto del Partido Comunista, impide hacer un intento de reseña de toda su obra. Por eso, sólo hablaremos de lo que García Linera ha llamado, en su libro Las Tensiones Creativas de la Revolución, la cuarta tensión: el socialismo comunitario del vivir bien. El propio autor señala que: «Una última tensión que impulsa la dialéctica y el proceso de nuestra revolución, es la contradicción creativa entre la necesidad y la voluntad de industrialización de las materias primas, y la necesidad imprescindible del Vivir Bien entendido como la práctica dialogante y mutuamente vivificante que la naturaleza que nos rodea«.
García Linera nos recuerda que el proceso de nacionalización de los recursos naturales no puede completarse, ni siquiera expandirse, si no se procede a una segunda fase de industrialización. Procediendo de esta manera, el Estado aumentará sus ingresos y podrá destinar los recursos necesarios para responder a los graves problemas de la sociedad boliviana; asimismo, la industrialización creará una capacidad productiva nacional, un manejo tecnológico y un conjunto de saberes científicos. Esto sentará las bases para superar los lastres del modelo primario-exportador boliviano.
Sin embargo, esta transformación económica genera una serie de consecuencias que significan una agresión a la naturaleza, que a la larga también incide sobre el ser humano y que ha llevado al mismo Fidel Castro a llamar la atención de la humanidad sobre los peligros que se ciernen por el notable deterioro ambiental, entre los cuales se encuentra la propia extinción del hombre. Pero a diferencia de los ecologistas del sistema, que no quieren señalar las causas esenciales del desastre, el vicepresidente boliviano no oculta que la tragedia ecológica no es ajena al capitalismo: «Toda actividad industriosa tiene un costo natural, siempre ha sido así, pero lo que hace el capitalismo es subordinar las fuerzas de la naturaleza, retorcerlas y degradarlas al servicio del valor de cambio, de la ganancia privada, no importándole si con ello se destruye el núcleo reproductivo de la propia naturaleza. En el fondo, el capitalismo es suicida pues en su acción devoradora y devastadora destruye la naturaleza y a la larga también el ser humano».
Evitar el holocausto ecológico sin que esto signifique regresar a la edad de las cavernas -como señaló el célebre presidente uruguayo, José Mujica-, es una tarea de las fuerzas socialistas. Para ello, es necesario retomar la experiencia de lo que Álvaro García denomina la comunidad agraria; como las fuerzas productivas comunitarias y la ética laboral agraria agregan una visión diferente a la que tiene el capital para vincularse con la naturaleza, la debemos asimilar dialécticamente. Dicha visión consiste en considerar a las fuerzas naturales como miembros de un organismo vivo, del que el ser humano y la sociedad significan una parte dependiente y que, por lo mismo, las tecnologías y saberes sobre la naturaleza deben darse en el contexto de una actitud dialogante y reproductora de la totalidad natural. Desde esta óptica, la naturaleza es concebida como la prolongación orgánica de la subjetividad humana, a la cual se le debe garantizar su continuidad creadora puesto que sólo de esa manera se garantizará la continuidad de la vida humana. De esta forma se podrá evitar el colapso de la humanidad.
Seguramente que existen otras visiones sobre este mismo problema, pero es indudable que la visión de García Linera tiene características que la hacen una propuesta seria. Una de ellas, y quizá no sea la menor de todas, es que su propuesta no ha salido sólo de la reflexión en una aula universitaria o de un cubículo de investigador; más bien, ha sido el resultado de muchos años al lado de los movimientos sociales bolivianos y del presidente Evo Morales. Ya lo había dicho Lenin, otro teórico y dirigente curtido en la intensa lucha: «Una acertada teoría revolucionaria sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario».
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