Apenas transcurrido un mes y medio de la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia de la República, se ha presentado, como era de preverse, un acontecimiento que es el conato de una grave crisis. Con motivo de la lucha contra el robo de combustible (el popularmente llamado huachicoleo) que emprendió su […]
Apenas transcurrido un mes y medio de la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia de la República, se ha presentado, como era de preverse, un acontecimiento que es el conato de una grave crisis. Con motivo de la lucha contra el robo de combustible (el popularmente llamado huachicoleo) que emprendió su gobierno a principios de enero, AMLO ha decidido profundizar la militarización de México que sus antecesores Felipe Calderón del PAN y Peña Nieto del PRI iniciaron y ampliaron sembrando la violencia y la muerte por todo el país a partir de 2007. El 16 de enero, después de una discusión de cerca de diez horas en la Cámara de Diputados, Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) con el apoyo decisivo de la bancada del PRI, aprobó una reforma constitucional de trascendencia decisiva: la formación de una Guardia Nacional que será dirigida por una Junta de Jefes de Estado Mayor integrada por funcionarios civiles de la secretaría de Seguridad Nacional y militares de las secretarías de la Defensa Nacional y la Marina. Esta nueva institución híbrida será de hecho la máscara que encubra apenas la integración, la disciplina y el mando del control militar de facto de la nueva creación del gobierno obradorista, la Guardia Nacional. Se propone que empiece con 35 mil policías militares y marinos, que se incremente a 50 mil en 2020 y que al final del sexenio llegue a 150 mil. Con esto el aparato represivo del régimen se fortalece seria y estrepitosamente pues son elementos a los cuales hay que agregar los 270 mil que constituyen la tropa de las secretarias de la Defensa y la Marina (sin mencionar a los miles que integran las instituciones policíacas).
Las consecuencias políticas de esta decisión de AMLO no tardarán mucho en profundizar la situación de una crisis de gran envergadura que está latente en el país desde hace años. La decisión fue tomada a pesar de numerosas intervenciones y declaraciones de personalidades, organismos diversos democráticos y de derechos humanos nacionales e internacionales, así como de un sector de su propio partido Morena, que se declararon en contra de la iniciativa y señalaban con legítima preocupación el peligro de seguir el curso de los gobiernos anteriores iniciado hace más de una década, a saber, de confiar y poner la seguridad pública en manos de los militares. No es posible dejar de señalar en este contexto el hecho central que constituyeron los resultados de las elecciones presidenciales del 1° de julio de 2018 en las cuales más de 32 millones de mexicanos y mexicanas dieron uno de los triunfos históricos políticos más grandes a un dirigente nacional. AMLO ha llegado a la presidencia de la República ante todo como resultado del hartazgo de la mayoría abrumadora de la población con la conducción de México por los dos partidos dominantes durante décadas, el PRI y el PAN. Las promesas repetidas de AMLO que lucharía contra lo que definió como» la mafia del poder» responsable de la situación de crisis social y humanitaria en que se encuentra el país cayeron en un suelo abonado por ese malestar creciente. El tsunami de votos que lo llevó al Palacio Nacional fue una suerte de rebelión cívica electoral de millones de mexicanos y mexicanas que pusieron en el líder sus esperanzas de cambio. La ausencia de alternativas radicales y socialistas explican esta explosión de sentimientos caudillistas característicos de poblaciones políticamente huérfanas de consciencia social. Pero la persistencia de la crisis alimenta su surgimiento en los sectores que van atravesando las experiencias cada vez más contradictorias del periodo actual. Y una de esas contradicciones es precisamente la que representa la Guardia Nacional. Los sentimientos de cambio se verán frustrados y de ahí surgirán sectores decepcionados pero también muchos otros que la profundización del descontento les permitirá, a su vez, radicalizar su consciencia de cambio.
Los militares en el centro de la crisis
¿Qué ha sucedido en estos meses transcurridos desde el 1° de julio pasado? ¿Cómo se ha producido esta inclinación decisiva de AMLO por la profundización de un curso que tan obviamente ha constituido un fracaso rotundo en lograr su objetivo de «pacificar el país, de acabar con la violencia»? Porque todas las señales indican que el ejército y, en general, los medios militares son fuente de violencia indiscriminada, de corrupción y de expansión de la criminalidad más que de apaciguamiento de la misma. Desde 2007 cuando el presidente Felipe Calderón decidió sacar a los militares de sus cuarteles para «combatir la delincuencia», ésta se ha extendido con efectos sangrientos y mortíferos sembrando todo el país de cadáveres, de desaparecidos, de secuestros, de femenicidios y torturados, haciendo de México un país que parece estar en guerra pues los índices de violencia actuales no están lejos de los que existen en Siria.
Debe reconocerse que AMLO ha actuado siempre sin engañar a nadie con respecto a su relación con los militares. Francamente ha reconocido y elogiado siempre a las instituciones militares como las mejores del Estado. Se entiende entonces que confíe en ellas. Pero la contundente realidad se pronuncia contra esa confianza y le augura pésimas consecuencias. Históricamente el ejército ha sido protagonista de numerosas atrocidades represivas entre las cuales están, para sólo nombrar dos de ellas, la masacre de Tlatelolco de 1968 en la que fue el ejecutor central y los hechos terribles de la noche de Iguala de 2014 cuando los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa fueron salvajemente agredidos con el resultado de varios muertos y 43 desaparecidos en los que fue cómplice por omisión. En su lucha contra la delincuencia es cada vez más un hecho notorio que los capos de los narcos han tejido lazos de complicidad y sobornado a generales y oficiales de las jerarquías más altas, como el juicio que se lleva actualmente en Nueva York contra Guzmán Loera, El Chapo, lo ha puesto en evidencia.
La lucha contra la corrupción
Y en la lucha contra el huachicol también hay ejemplos contundentes de la porosidad de las filas militares. Uno de los más escandalosos ha salido a relucir con la investigación que la Procuraduría General de la República realiza al general León Trauwitz, encargado de la dirección de la seguridad de Pemex y protegido de Peña Nieto, quien manejó en su gobierno un presupuesto de 5 mil millones de pesos (sin considerar sueldos), recursos que no lograron evitar el saqueo de la empresa petrolera cuyos ductos fueron perforados exponencialmente durante esos años: de 6000 tomas al principio del sexenio se elevaron a 12000 al final del mismo. Tampoco evitó que el robo de combustible dejara de tener su fuente en la propia empresa petrolera, de la cual provenía el 80 por ciento del mismo y sólo el 20 por ciento era ajeno a Pemex. (Proceso, 13.01.2019).
Las pérdidas de Pemex por el huachicoleo son milmillonarias: van de 35 mil millones de pesos anuales según algunas fuentes hasta 50 a 70 mil millones según ha afirmado el propio AMLO. Aquí también AMLO se comporta con falta de consecuencia escandalosa pues a pesar de que él mismo ha dicho textualmente que sus antecesores en la presidencia desde Fox sabían del saqueo de la empresa clave del gobierno y la economía nacional, no hicieron nada para evitarlo. En el gobierno de Peña los niveles de corrupción llegaron a niveles en los cuales era imposible que el mismo presidente no estuviera salpicado: uno de los directores, Lozoya, fue señalado como sobornado con millones de dólares por la compañía brasileña Oderbrecht. No hay señales que el gobierno de AMLO esté dispuesto a investigarlo y llamarlo a declarar. Al contrario, en la votación para aprobar la Guardia Nacional fueron decisivos los votos de los diputados priistas cuyo jefe, René Juárez no se mordió la lengua para reconocer que el PRI le daba «el beneficio de la duda al presidente».
Esta corrupción cuya fuente son las grandes corporaciones capitalistas no ha sido objeto del interés de las denuncias de AMLO, cuando, como el caso de Oderbrecht lo muestra de modo palpable, es una de las fuentes fundamentales que inunda con un torrente de millones de dólares los más altos círculos gubernamentales. Por supuesto es la lógica conclusión de la política privatizadora de los gobiernos neoliberales a partir de Miguel de la Madrid en 1982-88 que ha significado el desmantelamiento de la compañía más importante de México. La investigación y clausura de estos ductos de corrupción financieros de las grandes empresas deberían tener tanta o más importancia para detener e impedir el huichacoleo que el cierre de los ductos de gasolina.
¿Hacia dónde va AMLO?
Es notable cuán aceleradamente se han desarrollado los acontecimientos en estos días. Corresponde el proceso a una situación que madura definiciones trascendentales. Desde el 1° de julio pasado AMLO se transformó en el personaje central incuestionable de la política nacional. Al mismo tiempo su triunfo que es evidentemente muy suyo, millones también lo consideran de ellos: comparten millonésimas partículas de esa victoria que identifican en el voto que deslizaron en las urnas. El anhelo de un cambio es casi unánime. Las encuestas diversas que se han hecho muestran niveles de aprobación del Peje que la crisis del huachicol, a pesar de los exabruptos en su contra de los sectores de la clase media más derechistas vinculados ante todo al PAN, no han mermado sustancialmente. Pero la decisión de poner en pie la Guardia Nacional es una medida que lleva a AMLO a definiciones que lo inclinarán cada vez más con la «mafia del poder». Hasta ahora sus representantes han aceptado y apoyado la lucha contra el huichacol que AMLO muy cuidadosamente, como hemos señalado, se ha preocupado porque no les afecte a pesar de que muchos de sus miembros están literalmente por completo involucrados en el saqueo de Pemex. Pero esta inclinación indefectiblemente afectará al otro componente de su poder, su aceptación ante las grandes masas. Un ejemplo que estamos presenciando en estos momentos es el del sindicato más poderoso del país, el petrolero. También uno cuya dirección destaca como de las más corruptas. AMLO no ha convocado en absoluto a la base de los trabajadores petroleros a unirse a su lucha contra el huachicol, cuando, a pesar de los grupos minoritarios controlados y cómplices del charro Romero Deschamps, la absoluta mayoría seguramente votó por él. Las 500 pipas que ha comprado para distribuir el combustible y superar el desabasto que produjo el cierre de los ductos de gasolina, no las puso en manos de los trabajadores sindicalizados sino decidió que fuera la dirección de Pemex la que contratara nuevo personal.
Morena ha experimentado la primera discusión en la que la propuesta del caudillo no fue aceptada simple y llanamente sin chistar. Hubo posiciones argumentadas que se oponían a la militarización implícita en la puesta en píe de la Guardia Nacional como la ha propuesta AMLO. Apenas han transcurrido menos de 50 días del gobierno obradorista y ya se presentó el primer conato de gran crisis. En su manejo hubo atisbos de preocupación, incluso de desesperación hasta el punto de que se cortejó a los votos priistas para que garantizaran los dos tercios requeridos para realizar con éxito la «reforma constitucional» que significó la creación de la Guardia Nacional. Muy pronto se están definiendo las características del nuevo gobierno.
Las implicaciones internacionales de esta decisión de AMLO merecen un tratamiento detenido posterior. Una es evidente de entrada: fortalece el músculo represivo del estado mexicano, lo cual no es visto con malos ojos seguramente por el gobierno de Trump que ya ha dicho y propuesto al gobierno que sea su asistente aliado en la detención de las oleadas de emigrantes centroamericanos que han cruzado, cruzan y cruzarán por el territorio mexicano rumbo a la frontera con Estados Unidos. La Unión Europea, en cambio ha sido explícita y se ha lamentado la decisión de AMLO
En el campo de los grupos socialistas e independientes la urgencia por preparar una respuesta organizada y unitaria que responda a las medidas que se anuncian a partir de las acciones emprendidas durante el presente combate al huachicoleo, es la tarea prioritaria en su agenda. Una actitud de inclinación por la rutina del hecho consumado, en la práctica sinónimo de una actitud de impotencia ante la realidad de que la magnitud de las tareas parece desproporcionada con respecto a las condiciones en que se encuentra las modestísimas fuerzas independientes y socialistas, sería muy dañina. Equivaldría a reconocer que la situación no permite la acción de la voluntad y la iniciativa revolucionarias y socialistas. Esa voluntad de acción y su correspondiente iniciativa creativa e inteligente siempre serán necesarias y dependerá de la lucha misma ligada a los trabajadores el éxito de su desarrollo y crecimiento. Lo peor es aceptar el conciliacionismo, el frentepopulismo, la abdicación a la independencia clasista, la aceptación del caudillismo que conducen a la derrota segura. El futuro pertenece a los que no se rinden y luchan.
En México ya existen varios grupos que han sacado lecciones de las derrota pasadas y están elaborando las tesis y las organizaciones que sus enseñanzas les indican. Además la situación mundial es también un acicate para entender que no es posible dejar que las fuerzas ciegas de la decadencia y la barbarie capitalista nos aplasten como factores abrumadores y consumados. 2019 debe ser el año en el cual de su unificación surja el embrión estratégico y organizativo del partido socialista, revolucionario, feminista, ecologista e internacionalista que es indispensable para garantizar la victoria de las luchas que se avecinan en México.
Manuel Aguilar Mora es militante del Liga de Unidad Socialista (LUS).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.