Como en los tristes casos de los informes de presidentes y primeros ministros europeos (como Pedro Sánchez en España o Angela Merkel en Alemania) que con motivo de la pandemia del covid-19 realizan las reuniones en los parlamentos con los hemiciclos de 400 o más curules vacíos, apenas con unos cuantos representantes de los partidos, ese patetismo llegó a su cúspide el 5 de abril con motivo del primer informe trimestral del año de Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Patetismo político
De pie frente al atril que sostenía su discurso y el micrófono, solo en el enorme “patio de honor” del Palacio Nacional, AMLO se dirigió por radio y televisión a los millones que ansiosamente esperaban oír ese discurso con una respuesta a la emergencia que atraviesa el país. Pero esa respuesta no llegó cuando finalmente terminó la larga lectura del informe gritando tres veces emocionado ¡Viva México!… sin que nadie le respondiera. Después tampoco sin nadie a su lado cantó el himno nacional y al acabar dio la vuelta y se retiró. Al otro lado de la pantalla después de esta patética escena quedaban millones de mexicanos y mexicanas inmersos profundamente en la incertidumbre. AMLO no propuso ningún plan, ninguna estrategia específica ante la gigantesca crisis que atraviesa el país en la cual se combinan letalmente la peor catástrofe sanitaria del covid-19 y la irrupción de las consecuencias de un desastre económico mundial que ya se anuncia como la peor depresión económica del capitalismo desde la crisis de 1929.
En lugar de apaciguar o como él dice “serenar a México”, después de este informe el país, en plena cuarentena del covid-19 iniciada más de una semana antes, quedó más polarizado, más tenso y sin claras perspectivas para las inmensas mayorías de trabajadores y del pueblo espeso y municipal inmersos en la crisis dual que constituye la catástrofe sanitaria y la depresión económica y sin que se avizore ninguna protección para los males que están llegando y se acumularán en los próximos días. AMLO actuó como cada día (cada mañanera) lo hace, buscando llenar con sus palabras y ocurrencias la “agenda del día” y respondiendo pragmática e inmediatistamente a los problemas que van surgiendo tratando de ir saliendo como mejor se pueda. Pero en el informe mencionado no se trataba de un asunto de todos los días. Y así como no dio respuesta específica abarcadora de la crisis tampoco se refirió a otras cuestiones que han afectado directamente a su gobierno, destacando la cuestión que descarnadamente lo enfrentó con la movilización masiva de las mujeres sólo días antes. Y sobre la cuestión de la situación desastrosa en que se encuentra el sector salud (según las propias autoridades tiene un déficit de 200.00 médicos y 300.000 enfermeras entre otras tantas carencias) simplemente no añadió nada nuevo, subestimando su terrible gravedad.
México, como todo el mundo, se enfrenta a una catástrofe histórica, ante la cual AMLO y su gobierno no enfocaron ningún objetivo radicalmente nuevo. Esta crisis dicen “es pasajera, es transitoria” no afecta los planes planteados el 1° de diciembre de 2018, de hecho los ha reafirmado y se mantienen. Lo ha dicho AMLO con todas sus palabras: la crisis dual sanitaria y económica “ha caído como anillo al dedo para poner en práctica la Cuarta Transformación (4T)”. Para él no hay cambios significativos importantes. Sus planes insignias de la 4T se mantienen incólumes (el Tren Maya, el nuevo aeropuerto de santa Lucía y la nueva refinería de Dos Bocas en Tabasco). Y de acuerdo al más añejo conservadorismo que él tanto impugna elevó a la familia como la institución clave en donde se encontrará las soluciones más pertinentes a la crisis, sin ni de lejos comprender que los feminicidios en su abrumadora mayoría suceden en el ámbito doméstico. Para él “el capital cultural” y la “fuerza moral” de México superarán con creces los obstáculos y su pueblo saldrá finalmente triunfante. Y así enfatizando el triunfo por venir salió como había estado, como el solitario del Palacio.
AMLO, asistencialismo y desempleo
Como era de esperarse las decisiones de AMLO han sido acogidas con críticas y con estupefacción por todos lados. Sólo el sector duro de sus partidarios las ha aprobado sin cuestionamiento y las señales indican que por el momento en Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) su partido, la reacción de marchar firmes con su jefe se ha impuesto. No obstante aunque todavía bastante fuerte, se palpa, como lo dicen las propias encuestas, la lenta erosión de su popularidad en el seno de los sectores más amplios de la población: de los índices de más de 80 y 70 por ciento de aprobación de hace un año ya ese porcentaje se acerca al 50 por ciento. Sin embargo más allá de las encuestas, después de todo sólo instantáneas de los ánimos masivos en constante cambio, la combinación de las dos crisis, la económica y la de salud, se profundiza y está haciendo una radiografía del país, como sucede en toda crisis importante.
AMLO considera que su carta fuerte para confrontar la situación es que su posición es diferente a la de sus antecesores priistas y panistas. Él no va a rescatar a las empresas como lo hicieron los gobiernos anteriores con el resultado del inmenso enriquecimiento de los grandes capitalistas. Por tanto, se mantendrá la postura que fue una de los principales lemas de su campaña electoral: “primero los pobres”. Con ese planteamiento considera que “se blindan los programas sociales, se reactiva la economía y se garantizan los energéticos”. Los más de 20 millones de receptores (una sexta parte de la población del país) de las ayudas asistenciales en efectivo de los programas sociales (jóvenes estudiantes, mayores de la tercera edad y otros sectores populares) son la base dura del apoyo electoral de AMLO, por ello su “blindaje” lo mantiene con los recursos equivalentes a 400.000 millones de pesos. (El Universal, 25.03.2020). Ayudas que sólo alcanzan para sobrevivir sino es que para malvivir, pero que son vitales para soldar una plataforma de apoyo al gobierno de AMLO en 2021, fecha de las elecciones intermedias del sexenio de AMLO.
Pero la crisis ha cambiado drásticamente ese panorama. El desastre social del desempleo y la precariedad plantea despiadadamente la terrible crudeza de la situación, cuya solución no es ni de lejos el simple asistencialismo, como pretende AMLO.
Las tres fuentes principales del financiamiento del capitalismo en México son en el orden siguiente: en primer lugar las remesas de los mexicanos y mexicanas que trabajan en Estados Unidos ( EUA), en segundo lugar el turismo y en tercer lugar la exportación de petróleo. Los trabajadores de origen mexicano sin duda serán de los primeros afectados duramente por la crisis en EUA, el turismo se ha desplomado y también por los suelos ha caído el precio del petróleo. Los cálculos de la depresión económica, por tanto en México, varían: se perderán entre cuatro y ocho puntos del PIB anual, o sea entre 450.000 y 900.000 millones de pesos en solo tres meses (Ricardo Raphael en Proceso, 05.04.2020).
El panorama del desempleo es tremendo, espantoso. Según la oficina de la Organización Internacional del Trabajo en México, el país perderá más de 1,5 millones de puestos de trabajo en las próximas semanas. Son cifras que se quedan cortas con respecto a las que se calculan están teniendo otros países, en especial el país vecino del norte. Pero a diferencia de los desempleados de EUA, los desempleados en México están por completo desprotegidos pues en su abrumadora mayoría carecen de un seguro de desempleo y laboran en las pequeñas y medianas empresas (las Pymes) golpeadas sin compasión por la crisis. Además poco más de la mitad del mercado laboral (6 de cada 10) la integran trabajadores del sector informal quienes carecen de derechos laborales ante los patrones y el Estado. Por eso para el fin de la pandemia, cuando éste llegue, la cifra de desempleados que arrojarán la industria, el turismo, el comercio, los servicios estará medida por una cifra de millones de dos y no de un solo dígito (alrededor de 13 millones aproximadamente).
AMLO y la burguesía
Un país en crisis requiere de una política que responda específicamente a la misma. Se trata de eso, de una decisión política. Los momentos de crisis exigen tajantes y radicales decisiones políticas. Es el Estado obviamente el responsable principal de delinear y forjar dicha política.
La transición democrática pactada en el 2000 entre los partidos dominantes tradicionales, el PRI y el PAN, no duró ni veinte años. Hoy la “democracia burguesa” mexicana es una caricatura. Su fracaso protagonizado por el grotesco Fox, el horrendo Calderón y el siniestro Peña Nieto no logró trascender la decadencia del régimen político imperante durante el siglo XX. AMLO es hoy la cabeza de ese Estado, beneficiario de la victoria electoral de 2018 que representa la derrota aplastante de aquellos. Con ella AMLO ha resucitado los añejos hábitos bonapartistas imperantes durante el siglo XX. Ni el PAN, ni el PRI tienen la menor legitimidad, ni fuerza para hacer una verdadera oposición a AMLO. Por lo que toca a Morena se trata de un agrupamiento heterogéneo que no es, como algunos han creído, un nuevo PRI. Está lejos de ser un verdadero partido integrado como está por las corrientes más dispares y antagónicas cuyo único común denominador es el apoyo al caudillo presidente. Coexisten en su seno desde fundamentalistas cristianos y católicos como antiguos priistas, panistas, perredistas e izquierdistas de todos los plumajes (ex comunistas, ex maoístas, ex castristas y hasta ex trotskistas y alguno que otro ex anarquista).
Esta ausencia de portavoces partidarios políticos con legitimidad y eficaces ha tenido como consecuencias que las relaciones críticas entre el Presidente de la República y los sectores burgueses tienden hoy a centrarse en un pulso entre AMLO y los dirigentes directos de los capitalistas: las cámaras de industria (Concamin, Canacintra), de comercio (Conaco), patronales (Coparmex), de banqueros (ABM), todas ellas representadas en la cúpula por el Consejo Coordinador Empresarial (CCE). Con ellos y ellas AMLO se ha reunido constantemente desde el inicio de su gobierno, lo ha hecho antes y después del 5 de abril. La política de AMLO que supone verbalmente una ruptura con el neoliberalismo y la vuelta a los patrones prevalecientes en los años de los presidentes nacionalistas, son patéticas concepciones del todo a destiempo de los días actuales. No hay ya “soluciones nacionales” a la actual crisis. Su presentación del informe del 5 de abril no agradó a los sectores capitalistas. Un día después eso fue muy evidente con las declaraciones del dirigente del CCE Carlos Salazar Lomelí: “Hay que organizarnos para lograr la revocación de su mandato en las elecciones de 2021”. Esta abierta convocatoria a deshacerse de AMLO por parte de uno de los más representativos dirigentes de la gran burguesía no podía quedar en el aire. Inmediatamente AMLO se reunió con los tres hombres más ricos de México, Carlos Slim, Germán Larrea y Alberto Balléres y los rumbos cambiaron. Al salir de la reunión con ellos no escatimó en elogios con “el espíritu de colaboración” que le demostraron. Una semana después el mismo Salazar Lomelí declaraba: “Ni la división, ni la descalificación infundada, ni la confrontación ayudan en un momento tan delicado para nuestro país […] diálogo abierto y respeto a las posturas distintas”. (La Jornada, 11.04.2020).
Los sectores más perspicaces de los capitalistas se percatan que no pueden actuar como lo hicieron en las crisis anteriores. Los rescates de carreteras, el rescate bancario del aborrecido Fobaproa de los años de Salinas de Gortari y Zedillo que para muchos siguen siendo los modelos a seguir, otros más consideran que no pueden repetirse impunemente. Están buscando las nuevas formas para medrar de la actual crisis, las adecuadas a los cambios habidos, teniendo en cuenta que el trato con AMLO no puede ser igual al que tuvieron con el PRI y el PAN. El suceso mencionado de la conducta de uno de los líderes más connotados del gremio de los grandes capitalistas tiene ese significado. Serán formas tácticas nuevas para conseguir el mismo objetivo de siempre mejores, más lucrativas ganancias como su razón misma de existencia
Por su parte AMLO no escatima elogios y favores hacia el ejército y la Armada. Son los pilares de la construcción de de sus proyectos icónicos, hoy en el aeropuerto de Santa Lucía, mañana en el Tren Maya. Y ante todo son y serán siempre los garantes de la estabilidad cuando las turbulencias de la lucha de clases así lo amerite para “serenar a México”. Y con respecto al poderoso vecino del norte, en Washington la figura de AMLO está en su punto más alto, con los elogios públicos que le hizo el presidente Donald Trump por la labor de miles de soldados de la Guardia Nacional que resguardan las fronteras para impedir el paso del flujo de emigrantes centroamericanos a EUA.
Ciertamente en los tiempos de giros bruscos en que nos encontramos muchos imprevistos están esperándonos. La tendencia, no obstante será al crecimiento acelerado del descontento masivo y la necesidad del mantener el equilibrio catastrófico que se produce en las situaciones que dan lugar a los momentos de los bonapartismos. Pero el de AMLO no se proyecta como el clásico ejemplo que definió Trotsky durante su exilio mexicano en 1937-40 cuando fue testigo de los hechos del gobierno de Lázaro Cárdenas, el famoso bonapartismo sui generis heredero directo de la Revolución mexicana. Como se sabe después su vigencia interpretativa ha sido notoria en otros casos parecidos como el de Perón en Argentina y el de Nasser en Egipto. En pleno siglo XXI muchos vieron en Hugo Chávez y su gobierno bolivariano otra experiencia de ese tipo de bonapartismo. Hoy en México lo que despunta en el caso de AMLO no es producto de ninguna revolución sino de la descomposición del viejo régimen imperante a fines del siglo XX. Es una combinación más parecida a lo que Trotsky llamaba, guardando las proporciones, bonapartismos seniles de muchos gobiernos europeos de los años de entre las dos guerras mundiales que a la experiencia cardenista de esos mismo años. La coyuntura a la que ha llegado la lucha de clases ha determinado su surgimiento. Los trabajadores, la inmensa población empobrecida abrumada ante la crisis se mantiene a la expectativa, una gran mayoría dominada todavía por el engaño tradicional de la consciencia burguesa y siguiendo al caudillo de turno. Es la base millonaria pasiva destinataria del asistencialismo. Los terribles aguijones de la crisis la removerán hasta sus cimientos.
Hacia momentos cruciales
La gravedad de la situación desafía los calificativos. Hay que ir al diccionario para encontrar la definición apropiada: extraordinaria, descomunal, etc. El Estado, su capitán, la clase gobernante del barco, lo han demostrado fehacientemente como lo hemos visto arriba, no tienen los atributos que exige la situación. El naufragio está a la vista si no lo impedimos. La alternativa positiva, sólo imaginable como anticapitalista, socialista, deberá ser construida a partir de las actuales condiciones en las que los sectores avanzados revolucionarios están saliendo de la enorme confusión ideológica que ha representado el esfuerzo de hacer el balance político-histórico del siglo XX, al nivel nacional y mundial, con tantas victorias populares pero también pleno de atrocidades contrarrevolucionarias.
Pero desde hoy hay que comenzar. Se necesitan medidas simples pero inauditas, revolucionarias para enfrentar las necesidades que exigen las urgencias sanitarias y económicas, lograr la salud colectiva de las masas populares víctimas principales de las devastadoras consecuencias de la pandemia y de los sufrimientos del desempleo. Los recursos socioeconómicos existen para la formación de nuevos médicos y del diverso personal de salubridad, para la construcción de nuevos hospitales en todo el país y de renovación de los ya existentes, para el abastecimiento de las farmacias y el mejoramiento de la infraestructura necesaria de instrumentos y todo tipo de accesorios indispensables para el cuidado, curación e investigación de la población enferma, no sólo la afectada por la pandemia actual sino pacientes de todas las enfermedades. Para lograrlo será necesario unificar en un solo sistema nacional de salud todos los hospitales, clínicas, laboratorios y demás instalaciones destinada a ese objetivo. La entidad resultante no puede ser sino pública, la salud de los seres humanos no es una mercancía que deba estar sujeta a las leyes de las ganancias capitalistas. La pandemia será erradicada con la ciencia y la solidaridad, con la convicción de que la salud del pueblo es la meta por excelencia de toda sociedad sana. Esto significa el enfrentamiento con los grupos capitalistas que cada vez controlan más el sistema de salud existente convirtiéndolo en un lucrativo negocio.
Lo mismo significa la lucha contra el desempleo. No bastan ni con mucho dos millones de nuevos empleos. Serán de dos dígitos la cifra millonaria del desempleo que está gestando la actual depresión (que no mera recesión) económica. Un gigantesco plan de obras públicas que trascienda con mucho el planteado por la 4T deberá ponerse en marcha los próximos meses.
La recaudación de impuestos en México es la más baja de los países pertenecientes a la OCDE, equivale al 16 por ciento del PIB, cuando el promedio de los países de la misma organización es del 34 por ciento. También con respecto a los países latinoamericanos México queda muy debajo de la recaudación fiscal de países como Chile 20 por ciento, Argentina 30 por ciento, Brasil 30 por ciento y Uruguay 30 por ciento.
El resultado ha sido la colosal acumulación de riquezas por parte de la gran burguesía mexicana a costa de millones de mexicanos y mexicanas empobrecidos. Los Slim, los Larrea, los Salinas Pliego, los Azcárraga, los Bailléres son inmensamente ricos. Los diez más ricos de México acumulan un capital equivalente a cerca de 125.000 millones de dólares. La urgencia de la situación exige cargarles con un impuesto especial. Lo mismo debe hacerse con los directores y dueños de las firmas que adeudan al fisco la inmensa cantidad de más de 200 billones de pesos (millones de millones): Cemex, América Móvil, Telmex, Grupo México, GrupoModelo, Bimbo, Wal Mart y decenas de otras grandes empresas mexicanas. A todos ellos la situación demanda imponerles un impuesto especial por la crisis que atraviesa el país.
Hay que suspender inmediatamente el pago de la deuda pública, en la cual van incluidas las deudas heredadas por los detestados presidentes de los gobiernos neoliberales de Salinas, Zedillo y demás: la deuda bancaria (Fobaproa que se sigue pagando religiosamente), la de las carreteras y por supuestos la contraída con las agencias financieras (usureras) internacionales.
La doble crisis sanitaria-económica está poniendo el escenario para una lucha aun más fiera que se avecina y en la medida que el equilibrio catastrófico del régimen se mantenga y el desgaste del momento bonapartista no impida su desarrollo, se dará con “normalidad”. Aunque después de la formidable crisis que estamos atravesando ya no habrá vuelta a la “normalidad”. En realidad estamos entrando a tiempo anormales.
Manuel Aguilar Mora. Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS).