A dos semanas de las elecciones, el ambiente se va caldeando cada vez más. No podría ser de otra manera, puesto que lo que se dirime no es poca cosa: o el neoliberalismo sigue adelante por seis años más y se profundiza, recrudeciendo todavía más los daños que ya ha causado a los mexicanos -una […]
A dos semanas de las elecciones, el ambiente se va caldeando cada vez más. No podría ser de otra manera, puesto que lo que se dirime no es poca cosa: o el neoliberalismo sigue adelante por seis años más y se profundiza, recrudeciendo todavía más los daños que ya ha causado a los mexicanos -una crisis profunda, económica y social, y un clima de inseguridad y violencia sin precedentes-, o por primera vez en treinta años llega a la presidencia un gobernante no neoliberal, es decir, uno no entreguista frente al capital y los poderosos Estados imperialistas, ni lacayo de la gran burguesía local.
En lo señalado se traduce la fórmula nacida del movimiento popular de masas que dice: ¡o ellos o nosotros! La magnitud de lo que está en disputa explica el grado de agudización de la lucha entre los dos bandos en pugna y anuncia que esa tendencia avanzará más, al margen de los pactos de no agresión y de reconocimiento a los resultados electorales que se lleguen a firmar.
Como ya lo habíamos analizado, la lucha es sólo entre dos bandos: ambos son diversos y más amplios que los partidos políticos que participan desde el punto de vista formal.
El PRI y el PAN, a pesar de que cada uno hace cuanto puede por ganarle al otro, en lo esencial coinciden pues son igualmente neoliberales, entreguistas y pro patronales. Por eso, a pesar de que sus ambiciones de grupo los enfrentan, en las cuestiones de fondo -como la de preservar y profundizar el neoliberalismo rampante– cierran filas. Junto con sus satélites, el PVEM y el PANAL, son los instrumentos electorales al servicio de un pequeño grupo de «mexicanos» formales, dueños de inmensas fortunas, a quienes en verdad nada importa México como nación, ni nuestro pueblo, pues sus capitales están enlazados con los demás capitales imperialistas y, por tanto, apátridas, del mundo. Hay que contar a Azcárraga y Salinas Pliego, dueños de Televisa y TV Azteca, dentro de este selecto grupo. El bando de los neoliberales juega con tres candidatos en esta ocasión: Peña, Josefina y Quadri, idénticos en lo medular, aunque por estrategia pregonen lo contrario. Y también promueve el voto nulo, como su cuarta opción, aunque sus promotores formales sean diversos, como el señor Javier Sicilia, de filiación anarco-cristiana, según su propia definición, y algunos breves grupos de lo que Lenin llamó la izquierda infantil, verdaderamente despistados.
El bando antineoliberal tiene un solo candidato: Andrés Manuel López Obrador; a su alrededor se agrupa un amplio y diverso conjunto de fuerzas que conforma un complejo entramado. Tres partidos políticos con registro: el PRD, el PT y el llamado Movimiento Ciudadano; un movimiento político y social en proceso de construcción, denominado MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), que es la principal fuerza en la que AMLO se apoya. Numerosas otras corrientes sociales y políticas de trabajadores, mujeres y jóvenes; partidos obreros, en proceso de construcción, como la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores, OPT, y otros marxistas leninistas revolucionarios sin registro, como el Partido Popular Socialista de México.
La estrategia inicialmente diseñada por el bando neoliberal consistió en usar la tecnología mercadotécnica más sofisticada para construir una candidatura destinada a ganar la elección de manera abrumadora. Para ese fin usaron los servicios de un complejo empresarial especializado, que encabeza Televisa, y su producto es Peña Nieto. Ésta sería su primera opción, a la vista del enorme desprestigio del PAN, después de los pésimos gobiernos de Fox y Calderón. No queriendo dejar nada al azar, además prepararon un plan «B» o segunda opción, por el partido de la derecha tradicional, que a fin de cuentas recayó en Josefina Vázquez Mota. Y para asegurarse más, fabricaron un supuesto «candidato ciudadano» con la tarea de atacar a AMLO y restarle votos, los de aquéllos escépticos, decepcionados de «los políticos de siempre» del PRI y el PAN, procurando ocultar que Quadri en verdad es un presta-nombre de quizá la peor de las «políticas de siempre», Elba Esther Gordillo, contumaz aliada del PRI y el PAN y paradigma de la corrupción.
Paralelamente, hubo una larga e intensa campaña de desprestigio contra López Obrador, que duró todo el sexenio: era un loco, un mesiánico, un autoritario, enfermo de poder y enemigo de las instituciones -distorsionando la frase que López Obrador pronunciara: «al diablo con sus instituciones»; era un hombre peligroso al que nadie debería hacer caso. Así lo machacaron los medios que inciden en la mentalidad de millones de compatriotas, privados de otros mecanismos de información.
Mientras tanto, López Obrador recorrió el país municipio por municipio; hizo contacto personal y directo con millones de compatriotas. Supo de carencias y sus anhelos. Se dio cuenta que en muchos mexicanos del pueblo germinaba la idea correcta de que el neoliberalismo es el causante de los gravísimos daños que sufrimos y de que nada se puede hacer si no se rompe con ese programa ideado por el imperialismo. Reflexionó, avanzó en sus ideas y abrazó diversas causas justas. Encabezó la construcción de un movimiento social que culmina en el hoy llamado MORENA.
Llegó a su segunda candidatura presidencial, venciendo muchas resistencias y oposiciones, sobre todo en su antiguo partido, el PRD. Y a su derredor se formó un frente amplio, con un fuerte componente popular.
Su candidatura rebasó el marco estrecho en que lo quiso encajonar el diseño de los neoliberales. Pronto se vio que no ocuparía un lejano tercer lugar en la votación, como los poderosos querían. Con aportes de los componentes del frente, destacadamente la muy combativa clase trabajadora -electricistas, maestros de la CNTE, mineros- y con la irrupción de un movimiento juvenil tan animoso como inesperado- llegó al segundo lugar aun en las encuestas oficialistas, y rondó el primero, en tanto la señora que se pregonó «diferente» quedó a la vista que sólo era más de lo mismo, y se desplomó, y el candidato mediáticamente fabricado, Peña, mostró que no poseía méritos ni calidad, pues era un vulgar producto chatarra, nocivo para la salud social, concitando un masivo y público repudio popular.
Ante el evidente crecimiento de la perspectiva de triunfo de López Obrador, la coalición antiobradorista acudió a todos los recursos a su alcance, legales e ilegales, con el fin de cerrarle el paso a como dé lugar. Reapareció la guerra sucia, cuestionando la honestidad del adversario, aunque hayan tenido que echar mano de argumentos sin sustento -como en el caso del llamado «pase de charola», que ya hemos examinado-; también lo acusaron falsamente de ser partidario de la vía armada y pretender dividir al país y sumirlo en el odio; asimismo dicen ahora que pretende recurrir al endeudamiento exagerado para financiar su gobierno, y mil mentiras más.
Lo que buscan con todas esas falsedades es asustar a los segmentos de la población que están menos informados para que, engañados, voten por sus verdugos. Por eso inventan que se nos vendrán toda clase de calamidades si López Obrador llega a ganar. Pero además, afinan los preparativos para adulterar la voluntad popular, aprovechando todos los huecos que deja la legislación electoral vigente -hecha a la medida– y la incondicionalidad de los organismos que fungen como «árbitros» del proceso, el IFE y el TRIFE, que se aseguraron oportunamente, al designar a sus integrantes. Y ¡el colmo!, cada vez que AMLO presenta alguna denuncia sobre irregularidades, en vez de investigarlas y corregirlas, pregonan que sus denuncias, al poner en duda la rectitud del proceso, lo que demuestran es que no es un demócrata, sino un peligroso agitador.
Así, con una muy alta expectativa de triunfo electoral del único candidato no neoliberal ni entreguista, y con una feroz cerrazón del bloque neoliberal para, sea como sea, impedir su victoria, llegamos a este momento, cuando faltan 15 días para el 1 de julio.
En el frente obradorista, las tareas fundamentales siguen siendo: a) asegurar la concurrencia del mayor número de compatriotas a las casillas, a votar por López Obrador; b) desmontar las calumnias, las maniobras y la campaña del miedo, y c) vigilar que no se adultere la voluntad popular, pues ese riesgo es inminente.
Pero hay también una cuarta tarea que es fundamental: la de estar listos, los jóvenes, los trabajadores y el pueblo, para la inmediata movilización, porque cualquiera que fuere el desenlace el 1 de julio, la batalla no terminará allí. Ya sea para demandar respeto para los sufragios, repudiar y combatir el intento de fraude, o ya sea para apoyar a López Obrador, triunfador de la contienda, y fortalecer al proyecto antineoliberal, asegurando que a pesar del entorno que será desfavorable, no se estanque, sino que avance lo más más posible, la lucha seguirá, en una nueva etapa, tanto o más combativa que la actual. Porque en ningún momento podemos perder de vista que el verdadero sujeto del cambio son las masas populares y todo lo que se consiga tendrá que ser el fruto de nuestra lucha. O como bien lo ha dicho López Obrador, «solo el pueblo puede salvar al pueblo».
Fuente: http://alainet.org/active/55662