«Arte y trabajo», semanario nacido en la bella época de los años 20 del siglo pasado, y que desapareció oponiéndose a la Guerra del Chaco, es el precedente intelectual más paradigmático del anarquismo cochabambino. Su fundador y director Cesáreo Capriles López, un señor ácrata, lanzó el primer número de la revista el 27 de febrero […]
«Arte y trabajo», semanario nacido en la bella época de los años 20 del siglo pasado, y que desapareció oponiéndose a la Guerra del Chaco, es el precedente intelectual más paradigmático del anarquismo cochabambino. Su fundador y director Cesáreo Capriles López, un señor ácrata, lanzó el primer número de la revista el 27 de febrero de 1921, con un tiraje de 800 ejemplares. La página editorial de aquel primer número contenía un homenaje póstumo al príncipe de Kropotkin que había fallecido a principios de ese año 21. Decía Capriles acerca del noble libertario ruso:
«Renunció a sus prerrogativas de príncipe, a los halagos de la corte de Nicolás II y a todas las ventajas que sus condiciones personales e intelectuales podían granjearle en las sociedades europeas. Los bolcheviques mismos no lo querían, porque sus mirajes libertarios iban más allá de la dictadura del proletariado. Mas el hombre cuyas palabras dignas acaso del Sermón de la Montaña: ‘mientras existan miserables el lujo es un crimen’, tiene ganada inmortalidad».
La aversión despiadada que «Arte y Trabajo» propalaba en contra del poder elitario era un sello inconfundible de esta revista sin precedentes en la historia del periodismo boliviano.
El ideario de Cesáreo Capriles -notoriamente influido por pensadores como Bakunin y Proudhon- apuntaba a fortalecer las expresiones democráticas de la Sociedad Civil y a frenar los autoritarismos organizados desde el Estado, la Iglesia y los partidos políticos, pues era evidente su animadversión para con clérigos señoriales y demagogos de toda laya, contra quienes oponía estrategias comunitarias y ciudadanas.
El anarquismo, en la visión ética de Cesáreo Capriles, resultaba ser una doctrina sometida al interés humano de desarrollo integral, de bienestar y felicidad común.
Por eso, tomar posición racional y enarbolar temas de interés municipal (entendiendo el municipalismo como el escenario comunitario esencial dentro la cotidianidad), así como de desarrollo regional y productivo (entendiendo la economía como un instrumento natural de las personas para alcanzar y compartir el bienestar material) implicaba una acción libertaria que definía el contenido y el formato de «Arte y Trabajo».
En esa línea Capriles promovió, por ejemplo, la construcción del primer sistema de alcantarillado en la ciudad, pues afirmaba que «higienizar la población es una necesidad tan primordial que debe, por hoy, ser la única preocupación de autoridades y particulares». En tono crítico decía también que «la salubridad y ornato, esencial atribución del cuerpo edilicio, han sido totalmente descuidados por las camarillas que, impuestas por los gobiernos, vienen sucediéndose sin más novedad que la nominación partidista».
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El anarquismo, dicen los prejuiciosos estadólatras, es una doctrina destructiva, negadora de todo lo existente. Y se encargan de darles razón quienes llamándose «anarcos» hacen culto de la extrema desprolijidad moral y la indisciplina más abusiva, como si el anarquismo fuese un simple estado de ánimo.
Cesáreo Capriles, sin embargo, demostró que el anarquismo -en tanto doctrina fundada en dos pilares: la inteligencia emotiva y el conocimiento científico- no es una ligereza de adolescentes inconformes. Es una visión de vida, una praxis cotidiana que construye puentes inequívocos entre la palabra y la acción, lo cual exige altos grados de responsabilidad ética y estética. Por tanto el anarquismo es una opción política muy singular, porque viene desde lo no político. Es el contra-poder, la contra-hegemonía en desacuerdo con el orden establecido, es la Sociedad Civil en su «menuda» y modesta cotidianidad, frente a la grandilocuencia hipócrita y corrupta de la sociedad política. La Sociedad Civil es la ética del trabajo, la simpleza sabia del indígena, la lucidez del obrero con conciencia de clase. La sociedad política es el parasitismo del demagogo partidista, la corrupción del cholo urbanizado, la indolencia del acaudalado.
No más allá de aquel choque entre lo ético y lo político -ante el cual el anarquismo asume militancia en la Sociedad Civil buscando un justo equilibrio frente a los escandalosos desbordes de la sociedad política-, Cesáreo Capriles racionalizaba su irreverencia limitándola a esa dicotomía. Al fin y al cabo, don Cesáreo era conservadoramente respetuoso de la condición humana y su divina imperfección, optimista y lúdico ante la vida y sus alegrías, a pesar de los demás.
Esta concepción constructiva del anarquismo, esta alternativa de real cambio, se reflejaba en las páginas de «Arte y Trabajo». Sus editoriales en portada a principios de los años 20 planteaban visionariamente la necesidad de apoyar al Regimiento Zapadores comandado por el coronel Federico Román para construir el camino de Cochabamba al Beni (proyecto hasta hoy inconcluso); o demostrando la factibilidad de financiar -con una colecta entre «hombres de buena voluntad»- aquella empresa cochabambina que en 1925 vendría a ser el Lloyd Aéreo Boliviano.
La Guerra del Chaco aplastó aquella construcción comunal que emergía en Cochabamba, partidizó la esfera pública y nos deparó en 1952 una revolución muy mal parida por la partidocracia de turno.