No hay duda que la presidenta de facto de Bolivia repite todo lo que le dicen sin pensar. En el acto de reposesión del ministro de Defensa, Fernando López, la autonombrada jefa del Estado Plurinacional, Jeaninne Añez, hizo dos afirmaciones, de la que una es una ofensa a la memoria de los muertos en Sacaba y Senkata, y, la segunda, una amenaza contra el candidato presidencial que lidera la intención de voto.
Vayamos por partes. En la nueva posesión de López, quien día antes había dejado sin efecto la designación de López en cumplimiento a la resolución de censura aprobada por la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) el pasado viernes 6, Añez afirmó, textual, “¿Por qué quieren destituir al ministro López? Porque él trabajo en la recuperación de la tranquilidad de los bolivianos, porque tuvimos que enfrentar la amenaza de una violenta guerra civil y la derrotamos sin usar violencia”.
Las palabras de la presidenta han sido tomadas como una ofensa a la memoria, y a la de los familiares, de más de una treintena de personas muertas en la represión de la marcha de Sacaba, en Cochabamba, el 15 de noviembre, y el bloqueo de Senkata, un barrio de la ciudad de El Alto, vecina de La Paz, el 19 de ese mismo mes.
La segunda afirmación, sin presentar prueba alguna, es la lanzada contra el economista Luis Arce -candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) que lidera la intención de voto en todos los estudios conocidos en las dos últimas semanas-, a quien acusó de haber iniciado “la desestabilización de la democracia” a través de la bancada que tiene ese partido en la ALP. Es decir, la ex senadora, que criticaba la ausencia de trabajo de fiscalización en el gobierno de Evo, ahora, sin tener los dos tercios del MAS, quiere un Legislativo reducido a un mero apéndice del Ejecutivo.
Las palabras de Añez son algo más que una bravuconada, y representan más bien un llamado, con forma de declaración, a que el “cazador” de “terroristas”, el ministro de Gobierno, Arturo Murillo, y el Ministerio Público, tomen cartas en el asunto y vayan tras el ex ministro de Economía que, en su condición de candidato a la presidencia por el MAS, se ubica en primer lugar en la preferencia de la gente para las elecciones de mayo próximo.
Las intervenciones de Añez, todas leídas, se caracterizan por ser de confrontación, por ejemplo, como las mencionadas en un encuentro de agencias de inteligencia de Estados Unidos, Colombia, Perú, Ecuador y Chile, donde calificó de “grupos violentos” a los movimientos sociales, y aseguró que los iba a “perseguir y derrotar”.
No es la primera vez que Añez dice palabras que no encajan en la realidad de los hechos. El 7 de noviembre de 2015, en un encendido discurso contra el gobierno de Evo Morales en la ALP, que tuvo más de emotivo que de intervención con argumentos, la senadora beniana sostuvo con tono de seguridad: “todo lo que sube, baja”. En ese momento se podría decir que la parlamentaria tenía conocimiento de quien formuló la ley de la gravedad, pero lo que provocó la risa de los parlamentarios, incluso de su tendencia política, fue cuando atribuyó esa ley de la física a Albert Einstein, cuando en realidad corresponde a Isaac Newton.
Pero las declaraciones de Añez no son criticadas, en este su nuevo papel, por ignorar de lo que está hablando, sino por la carga de soberbia y desprecio que contienen. Y ahí es cuando salta el tipo de asesoramiento que tiene. Es sabido que los discursos de la presidenta de facto los prepara Erik Foronda, un agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que tiene la instrucción, de un equipo de asesores de Estados Unidos hasta ahora no identificados, de no separarse ni un minuto de Añez, no tanto porque se desconfíe de la lealtad de la hasta noviembre pasado desconocida senadora, sino por sus grandes limitaciones de instrucción política, historia y cultura general.
Tras la renuncia forzada de Evo Morales, el 10 de noviembre, y una vez consumado el golpe de Estado que tuvo la participación de militares, policías, dirigentes cívicos, jefes políticos de la oposición y algunos diplomáticos, Añez se autonombró, primero presidenta del Senado, y después, presidenta de Bolivia, en la tarde del 12 de noviembre, en dos sesiones que no contaban con el quorum necesario.