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La presentará en la Feria del Libro

Ángel Parra sobre su novela Manos en la nuca : »Me saqué la lanza»

Fuentes: El Mostrador

En la nueva producción literaria -que en Chile saldrá a la venta en octubre-, el músico y folclorista, hijo de la legendaria Violeta, relata sus experiencias como preso político desde una perspectiva no testimonial. En pocos días más estrenará, a su vez, «La pasión según San Juan» en el Teatro Municipal de La Pintana y […]

En la nueva producción literaria -que en Chile saldrá a la venta en octubre-, el músico y folclorista, hijo de la legendaria Violeta, relata sus experiencias como preso político desde una perspectiva no testimonial. En pocos días más estrenará, a su vez, «La pasión según San Juan» en el Teatro Municipal de La Pintana y en el centro cultural Matucana 100.

Se ríe fuerte. Detrás de las respuestas que da al teléfono, desde su taller en París, se adivina la sonrisa, o el ceño fruncido. Es sorprendentemente expresivo, hasta a distancia.

Ángel Cereceda Parra -Ángel Parra, para los amigos- prepara por estos días su viaje a Chile. Viene a estrenar su obra musical «La pasión según San Juan», en la que cantará acompañado por el coro de la facultad de Música de la Universidad de Chile en el estadio municipal de La Pintana y en el centro cultural Matucana 100.

Viene saliendo de un largo parto, y está alegre. Su más reciente novela Manos en la nuca acaba de presentarse en Madrid, y ya está en los escaparates de España. En Chile, tendremos que esperar hasta octubre. Es una novela política, una narración de sus vivencias durante el tiempo en que estuvo preso, en el Estadio Nacional y en el centro de detención Chacabuco. El tono, sin embargo, no es testimonial.

El antihéroe ‘evolucionario’

Es una ficción que narra una realidad. Para conducirla, Ángel se invento otro ángel: un Rafael. «Es un jardinero poeta, lo situé en el 11 de septiembre. Es un joven que trató de estudiar literatura en el Pedagógico, pero que lo echaron porque lo encontraron vendiendo pitos -y no precisamente para hacer una banda. Es un personaje un poco indolente; él dice que es ‘evolucionario’ y no revolucionario. Su compañera, la madre de un hijo que se llama Camilo -que después en la novela pasa a ser un personaje dentro de los relatos que les cuenta a los presos- lo deja el mismo día 11. Entonces le pasan una serie de cosas bastante jodidas. Se queda sin amor y se lo llevan preso.»

Sin embargo, no hay que engañarse. No es una comedia de equívocos. Es un relato que usa el humor como modo de sobrellevar la muerte y el horror. Y el personaje tampoco es un sinsustancia, porque, en palabras del autor, «se demuestra a través del tiempo que la libertad él la busca y la va encontrando en el desarrollo de estas historias que les cuenta a los presos, y es un gran desarrollo del espíritu, que es lo único que va quedando en estos casos.»

Y advierte, de entrada, que no es un superdotado de la literatura, que lo movió el tema. La idea de contar una historia sobre un tipo que cuenta historias en un contexto tan adverso, históricamente hablando. «Yo no soy ni novelista ni escritor. Me tiré el lance porque me encantó ver las páginas en blanco y el lápiz, y vamos llenando páginas. De repente me di cuenta de que estaba haciendo una novelita», asegura.

Antihéroe

-¿Por qué eliges a esta suerte de antihéroe?

-Exactamente, es un antihéroe. Creo que hay muchos relatos que son reales, testimonios de gente que la sufrió y que la vivió. Yo tenía ganas de tomar un poquito de distancia y poder ver a esos presos. La novela tiene dos partes: una, con el estadio, que es real, con lo que se vivió y con las personas que conocí allí, como Patricio Guzmán, Manuel Cabieses, Alberto Gamboa, el doctor Raúl Díaz, Luis Alberto Corbalán… son personas con las que yo compartí. Yo quería estar un poco fuera, y este otro personaje, que es como una especie de muñeco que yo manejo, mi marioneta, los ve y cuenta lo que le sucede a Ángel Parra cuando le avisan de la muerte de Víctor Jara. Quise hacerlo así porque ya existen muchos testimonios. Y porque me nació.

-Puede que sea una forma de distancia afectiva de una experiencia que fue muy fuerte.

-Así es. Es una experiencia bastante fuerte, pero te insisto: han pasado más de 30 años. Yo he tratado de limpiarme y purificarme en ese tema para no vivir obsesionado, o con la lanza clavada. Yo me saqué la lanza.

-A lo mejor es por el hecho de que hayan pasado más de 30 años que puedes contarlo hoy día.

-Es verdad eso. Antes no salió. Yo en realidad nunca pude hablar de Chile cuando estuve afuera. Si revisas las canciones que hice, siempre tenían que ver con los exiliados, con la esperanza, con la posibilidad, con la nostalgia y la melancolía; nunca me puse en el pellejo de ustedes, o de los que vivieron en Chile en esa época. Nunca pude. La única manera de poder ser honesto para mí fue hablar del Chile del exilio. Y ahora, después de tanto tiempo, al sacarme la lanza aparece este texto que habla de cosas muy concretas. Por eso hay dos partes: una es la realidad y la otra es una voladera que le sucede a este personaje, Rafael, y que está inspirado en otro personaje que conocí en el estadio, un compañero que contaba películas, particularmente mexicanas. Durante estas pequeñas celebraciones que hacíamos los presos para fechas especiales, lo único que sabía este personaje era recitar una poesía -que estuvo a punto de decir que era de él, y por suerte alguien lo interrumpe y le dice, ‘sí este poema lo escribió Martí’. Y como recita siempre el mismo poema, decide un día contar una historia. Y dice ‘yo les voy a contar la historia de Camilo’. No te puedo contar el resto.

En defensa de la dignidad

-En tu novela subyace la idea de que es precisamente a través de lo vivido en estas circunstancias que el hombre toma conciencia de su vida y le da una motivación nueva. Tenemos una suerte de antihéroe que es un poco equívoco en sus inclinaciones y que finalmente encuentra un sentido dentro de esta experiencia que vive.

-Claro, porque él se convierte en una especie de narrador para gente que está tendida en el suelo, que ha sido torturada, que ha sido humillada, maltratada. Él cuenta cosas divertidas, y la gente de repente le pide ‘por favor que no sea tan divertido porque me duele la espalda al reírme’. O por ejemplo, cuando la historia se lanza y hay una situación erótica, y de repente aparece uno por ahí que le dice ‘por favor no cuentes ese tipo de cosas.’

-La costumbre de contarse historias y hacer actos culturales fue efectiva por esos días. ¿A qué lo atribuyes tú?

-A la defensa de la integridad nuestra, de la dignidad. Lo atribuyo a la solidaridad entre los presos. Cada uno aportaba lo que sabía y podía. Era la única manera de mantener la moral en alto y decir ‘nosotros somos presos políticos, estamos presos por nuestras ideas; no somos delincuentes, no hemos robado, no hemos asesinado, no tenemos las manos manchadas de sangre’. Desarrollar el espíritu, no quedaba otra. Sacar afuera lo mejor de cada uno. Y eso lo hacíamos desde que limpiábamos los water en la mañana hasta que repartíamos la comida en la tarde. Lo hacíamos en cada momento. Hay una grandeza enorme que se va aprendiendo, y que sólo se da en situaciones lími