Muy difundida está la estrategia de «gobernar por encuestas» o recurrir permanentemente a la métrica de algo muy usado discursivamente que llaman «opinión pública» y que muchos no sabemos quién es ese «sujeto que opina». Es entonces cuando gobiernos, partidos políticos, medios de comunicación, organismos públicos, universidades, entre otros, sacan de la manga un as […]
Muy difundida está la estrategia de «gobernar por encuestas» o recurrir permanentemente a la métrica de algo muy usado discursivamente que llaman «opinión pública» y que muchos no sabemos quién es ese «sujeto que opina». Es entonces cuando gobiernos, partidos políticos, medios de comunicación, organismos públicos, universidades, entre otros, sacan de la manga un as ganador: los «resultados» fabulosos e incuestionables de mediciones estadísticas.
Estos resultados funcionan como prueba casi de cualquier postura, vienen a mostrar y demostrar la «verdad» de muchas verdades; integran cuerpos de argumentos opuestos y se funden como justificaciones de acciones de carácter casi sagrado: «porque las encuestas lo dicen», «porque lo dijo la opinión pública». Sin embargo, no debiera asombrarnos el decir que muchas veces se producen las pruebas que necesitamos mostrar… ¿cómo? Sí, hay pruebas que se fabrican y se colocan para desviar nuestra atención hacia una conclusión incorrecta; como si fuera un crimen perfecto que no sólo no deja pruebas, sino que produce «pistas que nos despitan».
Pero hablando de crímenes «imperfectos», todos repentinamente hemos descubierto las trampas de al menos uno de los malignos: las mediciones del INDEC son una farsa; su prueba de la inflación es una evidencia imperfecta. Repentinamente, también, como técnicos calificados para la crítica de las condiciones y resultados de uno de los crímenes más famosos («La mentira de la inflación»), ninguno se atreve a cuestionar aquellas otras mediciones de consultoras privadas, aparentemente neutrales, incuestionables y limpias de todo interés de poder. Es más, recurrimos a ellas como contrapruebas y símbolo de objetividad.
¿Y qué tal si se tratara de otra prueba construida para ocultar otro crimen? ¿Y qué pasaría si las pruebas nunca fueran reflejos perfectos y puros de la realidad? A veces miramos y usamos datos estadísticos con tal nivel de confianza que nos olvidamos que, independientemente de nuestra habilidad detectivesca de descubrir la intencionalidad o no con la que se producen, nunca dejan de ser datos producidos artificialmente.
La encuesta ha sido una magnífica creación que la sociología se dio a sí misma para conocer las «tendencias» de una sociedad y regular sus «patologías». Por ello, es una técnica que fue pensada y producida de modo no independiente a las condiciones de su aplicación. Como toda producción de conocimiento, no pude evadirse de un campo de aplicaciones propuestas. Es dudoso que el desarrollo tecnológico que permitió la creación de la bomba nuclear que hizo desaparecer Hiroshima no imaginara o no supusiera el uso mortal al que luego fue destinada.
Además de su «sesgo de origen» (ese que hace que haya ciertas cosas que no se podrían descubrir con una encuesta), como otros instrumentos estadísticos de recolección de datos, debemos estar muy atentos a las formas en que las consultoras, universidades, fundaciones, etc., aplican una encuesta. En este nivel sí es válida una famosa metáfora: un martillo puede ser usado para clavar un clavo y colgar un reloj, o como un arma para matar. Si a un cuchillo lo tomo de su mango, puedo cortar una manzana; pero si lo tomo desde su parte filosa, puedo cortarme la mano. Como vemos, serán diferentes los resultados de usar el martillo o el cuchillo de una u otra manera, aunque, de todos modos, sí está garantizada la modificación o alteración que estos instrumentos generan sobre un «otro» (la pared, mi mano).
En el caso de las encuestas, esas «condiciones de uso» refieren a cuestiones tales como: el modo bajo el cual se seleccionó a quienes conforman la muestra de individuos que contestarán, cómo se implementó la encuesta (telefónica, presencial, por correo, etc.), cómo se formularon y ordenaron las preguntas del cuestionario, qué procedimientos permitieron la agregación de los datos obtenidos, entre otros.
Ahora, resulta necesario explicitar y problematizar esas condiciones de uso de una encuesta – y de cualquier otro instrumento de medición- al momento de hacer interpretaciones de los resultados que nos ofrecen. Esto requiere tener muy presente que la interpretación de los datos siempre agrega «algo» al dato mudo y concreto. Por ejemplo, los resultados de una encuesta que publica el «Matutino La Nación» (realizada por una consultora privada, Poliarquía Consultores, y publicada el día 15 de agosto de 2010. Puede consultarse en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1294895) y dicen que hay un 66% de casos encuestados que desaprueban la gestión de gobierno actual. Si a este «dato puro» le agregamos que eso significa que entre los ciudadanos argentinos existe una tendencia golpista o de desaprobación de la democracia, estamos agregando (y suponiendo) que hay una relación unívoca entre la «desaprobación» y el «golpismo».
En consecuencia, conjuntamente con las condiciones de uso de un instrumento como la encuesta debemos preguntarnos por la forma en que se interpretan y presentan los resultados. Esto exige identificar en primera instancia quiénes anuncian estas interpretaciones y hacia o para quiénes lo hacen; pero también problematizar esas interpretaciones.
En la encuesta publicada por este diario se anuncia que «Después de siete años en el poder, lo que más valoran los argentinos del gobierno kirchnerista son las políticas hacia los jubilados y de derechos humanos. Y lo que más cuestionan, la forma en que tratan la inseguridad y la falta de combate a la corrupción».
Según los datos de la misma nota, esta medición consistió en 1000 consultas telefónicas a centros urbanos de más de más de 10.000 habitantes. Primero, que la encuesta haya sido telefónica implica que sólo tienen probabilidad de contestar la encuesta quienes poseen un teléfono, en la mayoría de los casos, fijo, no un celular. Sabemos, por ejemplo, que gran parte de las villas y barrios populares no hay conexiones telefónicas fijas. Primera exclusión que nos matiza esa frase de presentación de los resultados que dice que «los ciudadanos argentinos valoran…»; claro está, no son todos los ciudadanos argentinos.
Además, se trató de una encuesta a centros urbanos, no a personas que habitan áreas rurales o pueblos pequeños. Según los datos del Censo 2001, esta exclusión no sería tan significativa para provincias como Buenos Aires, que tienen una población urbana por arriba del 96%, o como Córdoba, con un 88,73%; pero sí para Santiago del Estero, por ejemplo, cuyo 44% de la población vive en ámbitos rurales. Segunda exclusión que, no obstante, podríamos relativizar considerando que, en promedio, es bastante alto el porcentaje (alrededor del 85%, o más, considerando que éstos son datos censales del año 2001) de población urbana en el total del país y que ésta, además, se concentra en Buenos Aires.
Al momento de presentar los resultados, la nota de La Nación detalla que aquello que en un 55% es señalado como negativo en la gestión kirchnerista actual es la política de seguridad. Asimismo, un 50% destaca como negativa la relación que el kirchnerismo tiene con los piqueteros.
Por un lado, es probable que dentro de los 1000 consultados, no estuvieran o fuera insignificante la presencia de alguna persona que integró algún movimiento de piqueteros, tal como se los denomina en la nota; suelen carecer de un teléfono fijo y, en algunos casos, de celular. Tercera exclusión. Por otro lado, si no se encuestó a gente que vive en ámbitos rurales, es casi imposible que se nombrara la política de sojización, desmonte o concentración de la propiedad de la tierra como aspecto «negativo» del gobierno actual o el incremento de las obras viales que favorecen el tráfico de mercancía para la exportación, que ‘casualmente’ conducen a Buenos Aires. Cuarta exclusión.
Por último, la nota señala: «A lo largo de toda la encuesta se observa un detalle relevante, que es la ausencia de componentes ideológicos. Al Gobierno se le reconocen virtudes o defectos sólo relacionados con medidas». ¿Es que la ideología ha desaparecido? ¿Es que la crítica en base a «números objetivos» (nivel de inflación, tasa de criminalidad) está más fundamentada que la crítica orientada por una ideológía? ¿No es la fe ciega en las mediciones una ideología? ¿Y aquellos que desconfiamos de las «medidas»? Ah, perdón, seguramente no nos van a hacer la encuesta. Quinta exlcusión.
Estos ejemplo de exclusiones bastan para llamar la atención sobre la forma en que se generan, se agregan y se interpretan los resultados de una medición de este tipo. Las encuestas no son moralmente buenas o malas, mentirosas o tramposas; no son neutrales tampoco pues tienden a regular o controlar, gobernar lo disperso. Lo cuestionable es cuando les hacemos decir aquello que no dicen, o cuando pretendemos que ellas nos rescaten una porción de la realidad «tal cual es». Así pensadas, funcionan como pruebas y evidencias fabricadas a las cuales recurren los más hábiles abogados para defender o defenderse.
El crimen perfecto es -como dice el francés Jean Baudrillar- aquel cuya verdad habría desaparecido para siempre, y cuyo secreto no se desvelaría jamás por falta de huellas. «Pero, precisamente, el crimen nunca es perfecto, pues el mundo se traiciona por las apariencias, que son las huellas de su inexistencia». Descubramos esas huellas en el mismo elemento que sirve a muchos como prueba: la encuesta. Descubramos que no es tan perfecta su «pureza» como evidencia de la realidad. Descubramos esa porción del mundo que la contradice y muestra su falla; potenciemos esa parte de la práctica social que se niega a convertirse en un número o en una medida objetiva. El crimen nunca es perfecto, menos su prueba.
Candela de la Vega es Integrante del Colectivo de investigación «El llano» y militante del Colectivo Villa La Lonja en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.