Los recientes gestos de parte de máximos dirigentes de potencias centrales, entre ellos Barack Obama, favorables a Cristina Kirchner, causaron algarabía entre los defensores del gobierno que pretendieron ver en esto un reconocimiento de la autoridad, ahora también internacional, del «modelo». El discurso de la presidenta contra el «anarco-capitalismo» en la reciente cumbre del G20 […]
Los recientes gestos de parte de máximos dirigentes de potencias centrales, entre ellos Barack Obama, favorables a Cristina Kirchner, causaron algarabía entre los defensores del gobierno que pretendieron ver en esto un reconocimiento de la autoridad, ahora también internacional, del «modelo».
El discurso de la presidenta contra el «anarco-capitalismo» en la reciente cumbre del G20 en Francia, fue reivindicado como una «lección» y hasta un reto, hacia aquellos líderes mundiales de países que atraviesan tormentas económicas y sociales y continúan con la aplicación de las recetas ortodoxas. No faltaron quienes profetizaron «una solución argentina para los problemas del mundo».
Sin embargo, si bien es verdad que hubo un interés por parte varios líderes de llevarse «la foto» con una presidenta que venía de obtener el 54% de los votos, en el caso de los EEUU, hay un profundo interés geoestratégico, para adjudicarle un rol a la Argentina, en el delicado equilibrio internacional.
El nuevo (des)orden mundial
La festejada caída del muro de Berlín y del llamado socialismo real en 1989, que ponía fin, en la lectura de Eric Hobsbawm, al «corto siglo XX», tuvo consecuencias contradictorias. Por un lado significó la conquista de mercados y mano de obra barata para el capitalismo global en la ex – URSS y Europa del Este (y también en China), pero a la vez planteó un problema a la «gobernanza» del sistema internacional de estados y al equilibrio surgido desde el fin de la Segunda Guerra mundial.
Desapareció lo que se conoció como el «orden de Yalta y Postdam», en referencia a los acuerdos firmados en aquellas ciudades, donde los vencedores de la guerra (EEUU, URSS, Inglaterra) se «repartieron» zonas de influencia y garantizaron la estabilidad mundial durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX.
Los Partidos Comunistas, convertidos en satélites obedientes de la burocracia moscovita, jugaron un rol muy importante en la contención de los levantamientos que se dieron a nivel mundial en los años 60 y 70. Lo que se conoció como la «guerra fría», en realidad ocultaba una «pax» de garantía del orden global.
Desarmada la URSS, EEUU como principal potencia hegemónica, aunque en declinación, debió comenzar a lidiar con los problemas mundiales en relativa soledad.
La primera Guerra del Golfo, fue un intento más o menos exitoso de imponer la fuerza de EEUU en la arena internacional.
Sin embargo, la crisis del capitalismo mundial emergió nuevamente un par de años después de la caída del muro, con el cuestionamiento al «neo-liberalismo» abierto por las crisis mexicana primero, asiática, rusa y la misma argentina, después. En un largo y tortuoso ciclo, que en última instancia se remonta a los años finales de «boom» y termina de estallar en 2008. Hoy se viven sus consecuencias más catastróficas y se vuelve a poner en cuestión el rol dirigente y dominante de EEUU en el mundo.
Los atentados a las Torres Gemelas el 11S del 2001, dieron cierto aval coyuntural a las ofensivas de Bush (h) contra Afganistán y luego Irak. El empantanamiento en el que terminaron estas aventuras militares (que trajeron a la memoria colectiva las reminiscencias del «síndrome Vietman»), aportaron a debilitar el liderazgo norteamericano. La «novedad» de un afroamericano en la presidencia del país, en el que tan sólo décadas atrás se perseguía y se segregaba a las personas de ese origen étnico, tiene que ver más con estas contradicciones, que con los avances integracionistas y civilizatorios del imperio. La seguidilla de asesinatos espectaculares de «enemigos N°1», como Osama Bin Laden o recientemente Gadafi, festejadas estridentemente por el gobierno norteamericano, fueron éxitos coyunturales que no aportaron a la recomposición de su hegemonía. La crisis social en el plano interno, agrava esta situación. La «primavera árabe» se llevó puesto a varios aliados de EEUU en esa región del planeta.
Medio Oriente, Israel e Irán
En esta compleja escena contemporánea de debacle económica, fracasos militares y pérdida de peso político global, EEUU desarrolla, fiel a su pragmatismo, políticas para sostener su rol de potencia dominante (y evitar el surgimiento de posibles competidores en sus zonas de influencia).
El equilibrio en Medio Oriente y el peso regional de Irán, plantean problemas para el enclave y aliado central de EEUU en la región, el estado de Israel. El fracaso yanki en Irak y el retiro de su presencia militar deja como resultado, en un complejo escenario interno, a fracciones con poder que, paradójicamente, pueden convertirse en aliadas de Irán y fortalecer su influencia en la región (históricamente EEUU alentó el enfrentamiento de ambos países para desgastar mutuamente su poder). De aquí se desprende la insistencia israelí sobre la necesidad de un ataque a Irán. La campaña contra el desarrollo de investigaciones nucleares iraní y la presión del estado de Israel para obtener resoluciones favorables en la ONU, a la limitación de la proliferación nuclear del país persa, se enmarca en el intento de mantener incuestionado su poderío en el Medio Oriente. Tanto Israel (el quinto ejército del mundo), como EEUU y Francia, desarrollan sus proyectos nucleares sin problemas.
Las idas y vueltas de Brasil en relación a votar o no resoluciones contra Irán, siempre bajo la cínica excusa de la «violación a los DDHH» (bajo el gobierno de Lula siempre se pronunció favoreciendo a Irán, con la elegante forma de la abstención y dio un giro con Dilma Rouseff en marzo de este año votando en contra), muestra la relativa autonomía que pretende tener este país, con respecto a EEUU, ya que el vuelco de Rouseff fue para lograr como contra-favor de EEUU, un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El peligro de potencias semi-independientes que choquen con algunos intereses norteamericanos en Oriente Medio (Irán, Siria), en América Latina (Brasil) o la misma China en Asia, obliga a estrategias de contención fortaleciendo a nuevos aliados.
Argentina en la «estrategia de contención» norteamericana
En este marco, el ascenso de Brasil en la geopolítica mundial representa un fenómeno novedoso en la historia latinoamericana, aunque no consideramos -como mecánicamente afirman algunos analistas- que pueda convertirse en una potencia central (no por lo menos sin mediar grandes convulsiones), es una realidad que este país-continente está adquiriendo un peso político y económico que puede entrar en colisión con determinados intereses estratégicos del imperio.
George Friedman, fundador de la consultora de análisis estratégicos internacionales Stratfor (citado por Julio Burdman en «El estadista»), afirma que Argentina puede contrabalancear el poder interno en América del Sur a partir del diseño de una nueva relación de largo plazo que EEUU debería impulsar. Friedman atribuye a la Argentina la potencialidad de crecer y reducir la brecha que hoy lo separa de su principal vecino. La nueva «amistad» de Obama con Cristina, está determinada por estos intereses de fondo.
La realidad es que mientras se le permite a Cristina, ante la evidencia de una crisis económica histórica, lanzar sus diatribas contra el «anarco-capitalismo», que por otra parte ya no ofenden a nadie, se rearma una nueva estrategia para colocar a la Argentina, como un peón que ayude a la conservación del poder norteamericano (el gran padre de la criatura «anarco-capitalista»).
Los festejos recientes de reivindicación de la famosa cumbre de Mar del Plata del año 2005 (donde Chávez afirmó que «se enterró al ALCA»), en el mismo momento en que los poderes reales tejen sus verdaderos objetivos, para sostener un orden mundial dominado por EEUU, dejan en ridículo a los fabricantes del «relato» y sus fantasmagóricas epopeyas del «antiimperialismo kirchnerista».
La debacle económica de Europa (y del mundo) y las crisis sociales que están generando, con el punto más alto del «2001 griego» y las reciente «primavera árabe», puede hacer saltar por los aires estos planes de reconfiguración geoestratégica, pero eso remite a otro análisis sobre cómo puede desarrollarse la emergencia de «los de abajo» en este precario (des) orden mundial. Mientras tanto, la Argentina de los años «cristinistas» se acomoda al nuevo armado norteamericano en la región, eso sí, siempre investida de relato «Nac&Pop».
Blog del autor: http://elviolentooficio.blogspot.com/2011/11/argentina-un-lugar-en-el-mundo-junto.html
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