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Arqueología del «cuarto de empleadas»

Fuentes: Página 7

Los arqueólogos que en el futuro estudiarán las ruinas de La Paz, venida abajo por el paso de las centurias, encontrarán una extraña anomalía en los cimientos mohosos de las casas solariegas y, repetida, en los restos de edificios residenciales que, como tocones de árboles talados, se conservarán todavía en pie. Esta anomalía les ofrecerá […]

Los arqueólogos que en el futuro estudiarán las ruinas de La Paz, venida abajo por el paso de las centurias, encontrarán una extraña anomalía en los cimientos mohosos de las casas solariegas y, repetida, en los restos de edificios residenciales que, como tocones de árboles talados, se conservarán todavía en pie.

Esta anomalía les ofrecerá pistas muy importantes para entender las relaciones clasistas y étnicas de la sociedad que estarán estudiando.

Consistirá en lo siguiente: Hallarán, estos científicos, y con no poca sorpresa, que viviendas erigidas sobre la friolera de 150 a 500 metros cuadrados, en algunos casos de varias plantas y -a juzgar por los fósiles de la tubería- dotadas de tres a cinco -e incluso siete- baños, algunos de ellos francamente descomunales, poseían también una habitación minúscula y casi inadvertible, adjunta a, o, a veces, provista ella misma de un espacio con vestigios de asfalto del que probablemente emergía un inodoro.

También descubrirán -aunque sólo en una ocasión, que celebrarán ruidosamente-, a pocos centímetros del sitio en el que supondrán debía de estar ese inodoro, y pendiendo de una pared que por milagro seguirá allí, los rastros de una cañería que en su tiempo alimentaba una ducha.

Luego de varias observaciones similares, los arqueólogos concluirán que este cuarto de dimensiones liliputienses, en el que debía de caber como máximo una cama y un pequeñísimo velador, lo que bastaba para llenarlo por completo -y sin espacio, por tanto, para un armario donde colgar ropa o incluso una mesa sobre la que asentar un televisor (el aparato de entretenimiento de la época)-, se situaba siempre afuera de la casa o, cuando se trataba de edificios, en una ubicación excéntrica; esto es, dentro de un área muy ventilada (y fría) que los antiguos arquitectos llamaban «de servicio».

Estas observaciones confirmarán las hipótesis que habrán surgido años antes, gracias al estudio de los planos, siempre fragmentarios, que los investigadores habrán salvado del gran incendio de 2067. 

Área generalmente anexa a la cocina, destinada a las tareas hogareñas, los arqueólogos encontrarán pruebas de que albergaba lavanderías y, en algunos casos, artefactos como lavadoras y calefones. No podrán encontrar, en cambio, huellas de que hubiera habido conexión entre estos calefactores y las duchas de los cuartitos (que -supondrán- debían de haber estado provistos de duchas eléctricas, más baratas y menos confortables).

Reportarán que en esta área también solía estar el depósito de cosas viejas, que en algunos casos era más grande y aireado que esta otra habitación, ésta que, al cabo del tiempo, sería tan reveladora para sus colegas, los antropólogos.

En la época de estos descubrimientos, la servidumbre habrá dejado de existir como institución social y sólo se mantendrá como una de las muy publicitadas rarezas en la vida de los multimillonarios. Por esta razón, las revelaciones de estos arqueólogos, que levantarán sus tiendas de campaña en lo que otrora fuera la «Plaza Humbolt» (llamada así por un viajero y naturalista que vivió 600 años antes que ellos), tendrán un gran impacto mediático y las publicarán, además de las revistas científicas, las secciones de curiosidades de muchos periódicos on line en el mundo, con títulos algo sensacionalistas como: «Más espacio para los baúles y los adornos viejos que para las personas de la servidumbre», «El vestidor, dos veces más amplio que el cuarto del servicio», «El baño de la señora era 50 veces más grande que el baño de la empleada». Éste último artículo terminará con la inquietante cuestión siguiente: «¿Por qué las autoridades municipales de la época autorizaban edificaciones de este tipo?»

Uno de estos arqueólogos, el más listo, escribirá un libro para el lector no especializado que tendrá cierto éxito en las librerías electrónicas. El mismo se llamará «La segregación cotidiana de los pobres y los indígenas, con pruebas empíricas, 64 años después de la Declaración de los Derechos Humanos».

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