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La venta del gas, la soberanía en peligro, la xenofobia de las clases pudientes ¿Financiado y alimentado por quiénes? ¿Una nueva amenaza en perspectiva?

¿Asesinato de una nación?

Fuentes: Rebelión

Probablemente estemos asistiendo ya, al preludio de una guerra civil fratricida que provocaría la muerte del país. Y esto comporta gravedad. Lo que hasta ahora fue una agonía más o menos encubierta por los poderes del Estado; de un tiempo a esta parte, se acelera brutalmente la destrucción de lo poco que nos queda de […]

Probablemente estemos asistiendo ya, al preludio de una guerra civil fratricida que provocaría la muerte del país. Y esto comporta gravedad. Lo que hasta ahora fue una agonía más o menos encubierta por los poderes del Estado; de un tiempo a esta parte, se acelera brutalmente la destrucción de lo poco que nos queda de soberanía nacional.

En los últimos meses se extendió la arremetida ultra-conservadora de los privilegiados del país. La embestida de las transnacionales de petróleo y del gas no se dejó esperar. En las ciudades de Santa Cruz y El Alto, el alza de los carburantes decretada en diciembre pasado por el gobierno de Mesa, provocó olas de protesta generalizada. La indignación bien fundada, por cierto, fue rápidamente aprovechada por las elites de Santa Cruz. En lugar de exigir la derogación inmediata de éste decreto leonino, revindicaron «autonomía cruceña», que en lenguaje claro quería significar secesión de Santa Cruz del resto del país.

Mientras tanto, en una coyuntura inquietante, alianzas y disputas hegemónicas se entretejen sordamente entre grupos de poder económicos, nacionales y regionales para desestabilizar el país. El desmesurado interés por apropiarse de las riquezas naturales es tan grande, que el contubernio que se organiza tiene características de conspiración. La propaganda rinde sus frutos. Programas televisivos de inspiración fascista concebidos en los EE.UU. machacan la conciencia ciudadana. Estas campañas de alienación, buscan lo esencial: formatear los cerebros del pueblo boliviano, así la ofensiva ultraliberal podrá tener mayor eficacia.

El desastre económico y cultural de muchas regiones del país son hechos dramáticos irreversibles, nos muestra el papel destructor de los medios de producción y de comunicación en manos de los poderosos. La incapacidad del gobierno para crear mecanismos de control, es prueba clara de su negligencia. Según informes oficiales del Ministerio de Finanzas las compañías petroleras se dedican al contrabando de carburantes. Desde hace 5 años atrás, no pagan o nunca pagaron impuestos al Estado boliviano, esto a vista y paciencia de quienes correspondería exigirla.

Al mismo tiempo, las argumentaciones ambivalentes de los directivos del Comité Pro Santa Cruz y Tarija, dejan entrever designios separatistas bajo el epígrafe hipócrita de la palabra «autonomía». La connivencia con sectores neo-nazis de la mal llamada «Nación Camba» y las castas dominantes de Santa Cruz adquiere dimensiones de complot, todos ellos escarban rencores gratuitos para atizar la discriminación y la xenofobia entre bolivianos.

Se abren espacios de proselitismo reaccionario, intentan vender una ideología de usura; utilizan todos los recursos «técnicos» a fin de engatusar a incautos. Los medios audiovisuales patrocinados por ciertas sectas religiosas y empresarios privados, inculcan en la conciencia colectiva la superioridad «blanca» como prototipo racial, en un país donde paradójicamente solo existen morenos. Los concursos de belleza son caricaturas torpes que se ajustan invariablemente a patrones gringos de belleza. Se desdeña sistemáticamente a las mujeres del país. Solo dudosas rubias platinadas u oxigenadas entran a las bufonadas.

Los ultrajes de contenido racista contra el pueblo boliviano son el pan de cada día. En un país donde casi todos tienen ascendencia indígena, «cambas» y «collas» confundidos, los discursos retrógrados publicados por la prensa reaccionaria llenan páginas enteras. Esta propaganda que proviene de círculos los más obcecados del mundo occidental y nacional, es el alimento diario que se mastica hasta el cansancio para quebrantar la resistencia del pueblo boliviano.

El afán de liquidar en dos zancadas a todo un pueblo, se acomoda perfectamente a la ideología de los dominadores del siglo XXI. El lucro determina el tipo de sociedad que merece beneficiarse de las migajas que dejan los Dueños del Mundo. La sociedad que no corresponda al perfil concebido por planificadores de alto vuelo en asuntos de mercadotecnia, debe desaparecer. La doctrina ultra-liberalista, por lo que va de Bolivia, en este momento acomete contra todo aquello que represente diversidad, contra todo aquello que implique oposición al saqueo de riquezas, contra todo aquello que encarne respeto por el hombre y el medio ambiente.

La tarea prioritaria de los que ven el mundo cuadrado – tal como si fuera una simple mercancía -, es la de acelerar la destrucción de sociedades heterogéneas, ricas en sabiduría, valiosas en experiencia pero que incomodan terriblemente al abrumado mundillo planetario de negocios y comisiones. En otras palabras, el propósito fundamental de los que acaparan el mundo, es la de remplazarla por otra: postiza, dependiente, uniforme, manipulable, sumisa, corrompible a las componendas y señuelos pecuniarios.

La entrega concreta del país ya se ha iniciado. La oligarquía cruceña levanta banderas separatistas y acude a los medios de comunicación para tergiversar la realidad histórica de Santa Cruz. Aquellos «guardianes de la cruceñidad» de origen europeo, esencialmente racistas, no llegan ni siquiera al 0.5% de la población, sin embargo, se autoproclaman «genuinos representantes» sin que nadie los haya elegido en elecciones democráticas.

Desde hace dos años atrás, diplomáticos, economistas, consejeros, expertos, empleados, informadores de firmas estadounidenses y españolas, llegan al país en inusitado ajetreo, motivados por el brillo del dinero que les ofrecerá a raudales el gas descubierto en la región del Chaco, considerado como los más importantes de toda América. El interés por explotar estos yacimientos es enorme. Gigantescas compañías transnacionales ponen al país al borde del precipicio. Este descubrimiento debería producir alegría en los hogares bolivianos, pero como era de esperar, – exactamente como en el pasado con el descubrimiento de riquezas minerales – se torna en pesadilla.

Poseer riquezas naturales, hoy en día, es una cruel adversidad porque amenazan las estructuras económicas, sociales y culturales de los pueblos. La codicia de EE.UU. es ejemplo claro de lo que pasa en el mundo, basta mencionar a Irak que fue destruido en un abrir y cerrar de ojos con el argumento inverosímil de instalar «paz y democracia». La economía local fue paralizada. El terror, los crímenes y el odio provocado por los agresores hoy se campean impunemente. Las esperanzas de mejores días de aquel pueblo mártir se esfuman.

Criminales modernos de cuello blanco y corbata, en una cadena macabra de consignas, tienen el propósito de fundir al país, pretenden romper la base social y cultural que aún queda en pie, después de la noche trágica del colonialismo. Las polémicas contradictorias sobre el gas son fabricadas por consejeros en comunicación venidos del Norte. Acuerdan por adelantado enemistar, dividir a las regiones y a sus pobladores según sus proyectos. Elaboran estrategias de vocabulario ideadas por expertos en lingüística y propaganda comercial para confundir a los ciudadanos. Suministran argumentos y conceptos para que todos debatan en torno a reglas que ellos mismos crean. Urden tácticas y maniobras para demoler a los que incomodan. Instalan una atmósfera de desconfianza para sacar ventajas. En fin, la eficiencia empresarial, la competencia profesional, la mentira organizada y la persuasión bien estructurada al servicio de los dominadores se aplican para destruir a toda una sociedad.

Mientras las transnacionales confabulan, los argumentos del «desarrollo boliviano» llenan los discursos oficiales, pero ya no doran la píldora a nadie. El pueblo conoce de sobra el siniestro significado de la palabra «desarrollo». En diferentes épocas de la infausta historia boliviana, trajo dolor, luto y miseria. Solo sirvió para alimentar la dominación colonialista, en la que murieron 8 millones de indígenas durante siglos de trabajo forzado en las minas de plata de Potosí. Basta dar una vuelta por las regiones saqueadas para darse cuenta de la infamia.

Las minas de Potosí y Oruro son testimonios visibles del desvalijamiento de nuestros recursos naturales. Una vez que se agotaron sus riquezas, en los años 80 más de 70.000 trabajadores mineros con sus familias fueron arrojados al Chapare en la más completa miseria; hoy estos mismos mineros reconvertidos en campesinos cocaleros nuevamente cargan las consecuencias de la política de agresión de los EE.UU. En este momento, Santa Cruz y Tarija están en la mira de los asaltantes del mundo. Las consecuencias se tornarán funestas si no se toma partido en la defensa de los recursos del gas que pertenecen a los bolivianos, – caso contrario -, se repetirá el mismo sombrío circuito de agresión que el país sufrió en el pasado; añadiendo otros componentes perversos como la desaparición pura y simple del país.

Seamos honestos: hasta ahora el pueblo boliviano ha vivido bajo una economía clandestina, independiente de los delirios progresistas de los representantes del Estado y las burguesías locales, fuera del alcance de un estrambótico desarrollo que aniquiló y dejó en la miseria a decenas de miles de bolivianos. Esta economía arrinconada, ha servido para solucionar en cierta medida, el hambre provocada por los modernizadores de pacotilla.

Pese a los esfuerzos suicidas del Estado para hacerla desaparecer, el circuito económico de la agricultura «tradicional» sin intermediarios, fue siempre una realidad palpable e inédita. La «economía campesina» modelada por la tradición ancestral, está presente en todas partes de Bolivia, es una evidencia indiscutible. Su magnitud y originalidad proviene de las estructuras socioeconómicas, basadas en la solidaridad, la reciprocidad y el trabajo comunitario de la tierra. La producción, la distribución y el consumo en la mayor parte de las regiones del país, están aseguradas gracias a este equilibrio único en el continente americano. Los campesinos bolivianos desde hace siglos han cimentado apropiadamente, una organización recurrente de producción y de administración, inversamente a la postura oficial por desarrollar la llamada «nueva economía de mercado» sustentada en la injusticia y la desigualdad. Los gobiernos bolivianos – dictaduras y «democracias» involucradas – no obstante estas contribuciones «caídas del cielo», siempre la combatieron duramente. Este aporte generoso y original a la economía nacional es el fundamento económico y social del país.

A pesar de la proverbial oposición de los responsables del Estado por estimular la agricultura comunitaria, ésta «economía subterránea y escondida» ha limitado, en tiempos de crisis, las fluctuaciones inflacionarias de productos alimenticios; en tiempos normales, ha auxiliado a la población de escasos recursos económicos con suministros de calidad a precios accesibles y, sobre todo, ha contribuido de manera determinante a evitar la hambruna.

En estas condiciones absurdas y aberrantes de parte del poder central y de las clases dominantes, – pese a todo – fue y es una repuesta formidable a la crisis económica originada por la mundialización. Esta economía relegada, ha permitido dar un permanente respiro a la gente empobrecida, huérfana de la protección de las instituciones del Estado; y desde el punto de vista dinámico, ha servido siempre como catalizador de las actividades económicas. El fin de ésta estructura económica milenaria, ocasionaría consecuencias incalculables para el país.

Los campesinos «cambas» y «collas» en la hora actual, juegan un papel determinante en la defensa de la soberanía nacional. La tierra en manos de los campesinos es la sola alternativa realista para alimentar y desarrollar el país. El progreso auténtico se hará sobre ésta base. O no se hará. El pueblo boliviano no se beneficiará de las riquezas que explotan las transnacionales. Los recursos no renovables, solo son negocios de los poderosos y de las clases pudientes. La historia boliviana de agresiones y saqueos lo testimonia.