(Este artículo fue escrito inmediatamente después de la resolución de la jueza, antes de saber que el tribunal no concedería a Assange la libertad condicional)
La inesperada decisión de la jueza Vanessa Baraitser por la que rechaza la demanda estadounidense de extradición de Julian Assange, que desbarata los esfuerzos realizados para enviarle a una supercárcel de seguridad en EE.UU. por el resto de su vida, supone una victoria legal bien recibida, que se ve enfangada por lecciones de más amplio alcance que deberían causarnos una profunda perturbación.
Quienes hicieron campaña para mantener el caso de Assange en el candelero, a pesar de que los grandes medios de comunicación en EE.UU. y Reino Unido trabajaran sin descanso para mantenerlo en la oscuridad, son los héroes del día. Esas personas pusieron un precio demasiado alto para que Baraitser o el establishment británico se atrevieran a encerrarle indefinidamente por mostrar los crímenes de guerra y contra la humanidad de EE.UU. en Iraq y Afganistán.
Pero no debemos minimizar el precio que se nos exige a cambio de esta victoria.
Una celebración momentánea
Todos nosotros hemos contribuido colectivamente, cada uno en su modesta manera, para que Assange recupere cierto grado de libertad y, con suerte, un aplazamiento de lo que podría ser una sentencia de muerte mientras su salud continúa deteriorándose en la congestionada prisión de alta seguridad de Belmarsh, convertida en caldo de cultivo para el covid-19.
Solo por esto, deberíamos permitirnos un momento de celebración. Pero Assange sigue corriendo peligro. Estados Unidos ha afirmado que apelará la decisión. Y todavía no está claro [cuando escribo estas líneas, el 4 de enero] si Assange seguirá encarcelado en Reino Unido (posiblemente en Belmarsh) durante los próximos meses mientras duren los próximos acontecimientos procesales.
A los establishment de Estados Unidos y Reino Unido les importa poco dónde esté encarcelado Assange, ya sea en Suecia, en Gran Bretaña o en EE.UU. Lo fundamental para ellos es que continúe encerrado en una celda de cualquier lugar, donde puedan destruir su fortaleza física y mental y esté eficazmente silenciado, para que otros puedan comprender el elevado precio de la disensión.
La batalla personal por Assange no habrá terminado hasta que se encuentre verdaderamente libre. Incluso entonces, tendrá suerte si las diversas formas de reclusión y tortura a las que ha estado sometido durante una década no le dejan permanentemente traumatizado, emocional y mentalmente dañado, una vaga sombra del campeón enérgico y sin complejos de la transparencia que era antes de que comenzara su calvario.
Eso solo ya sería una victoria para las instituciones británicas y estadounidenses que tanto temieron y se sintieron tan avergonzadas por las revelaciones de sus crímenes en Wikileaks.
Extradición rechazada por un tecnicismo
Pero, dejando a un lado lo que es una victoria personal para Assange, suponiendo que no pierda la apelación, lo que nos debería preocupar enormemente son los argumentos legales que Baraitser expuso para rechazar la extradición.
La demanda de EE.UU. fue rechazada en base ni más ni menos que a un tecnicismo. El sistema de encarcelamiento masivo de Estados Unidos es tan claramente bárbaro y depravado que, como demostraron concluyentemente los expertos en las audiencias celebradas en septiembre, Assange correría un grave riesgo de suicidio si se convirtiera en una víctima más de sus supercárceles.
Tampoco deberíamos descartar otra de las probables consideraciones que debió tener en cuenta el sistema británico: que en pocos días Donald Trump habrá abandonado la Casa Blanca y una nueva Administración se instalará en ella.
No hay ninguna razón para ser optimista sobre el presidente electo Joe Biden. El también es un ferviente admirador de la encarcelación masiva y no será más complaciente con la prensa disidente, los denunciantes de conciencia y los periodistas que se enfrentan al sistema de seguridad nacional de lo que fue su predecesor demócrata Barack Obama. Es decir, nada en absoluto.
Pero, probablemente, Biden no necesita que el caso de Assange penda sobre su cabeza, se convierta en un grito de guerra contra él, en un incómodo residuo de los instintos autoritarios de la Administración Trump que sus propios funcionarios se vean obligados a defender.
Sería magnífico imaginar que el sistema legal, judicial y político británico haya tenido agallas para rechazar definitivamente la extradición. Pero lo más probable es que tantearan al nuevo gabinete de Biden y recibieran su permiso para renunciar a un veredicto inmediato a favor de la extradición, basado en un tecnicismo.
Será preciso estar atentos para ver si la Administración Biden decide renunciar a la apelación del caso. Pero lo más probable es que sus funcionarios permitan que siga su curso durante muchos más meses, en la medida de lo posible fuera del radar de los medios de comunicación.
El periodismo como espionaje
Es muy significativo que la jueza Baraitser defendiera los principales argumentos legales de la Administración Trump para la extradición, a pesar de que fueran exhaustivamente demolidos por los abogados de Assange.
Baraitser aceptó la peligrosa nueva definición del gobierno estadounidense del periodismo de investigación como “espionaje” e insinuó que Assange también había quebrado la draconiana Ley de Secretos Oficiales británica al sacar a la luz los crímenes de guerra del gobierno.
Convino que el tratado de extradición de 2007 es aplicable en el caso de Assange, ignorando que dicho tratado excluye literalmente casos políticos como el suyo. De esta manera abrió la puerta para que otros periodistas sean apresados en sus países de origen y entregados a Estados Unidos.
Baraitser aceptó a su vez que la protección de las fuentes en la era digital (como hizo Assange con la denunciante de conciencia Chelsea Manning, lo que es una obligación esencial de los periodistas en una sociedad libre) equivale ahora a un acto delictivo de “piratería”. Aniquiló los derechos de libertad de expresión y libertad de prensa al afirmar que estos no proporcionaban a Assange “la discreción para decidir qué publicar sin restricciones”.
Aparentemente la jueza dio su aprobación al espionaje realizado por Estados Unidos a Assange dentro de la embajada ecuatoriana, lo que contraviene el derecho internacional y una de las prerrogativas de la relación cliente-abogado, algo que viola sus derechos legales más fundamentales y que, por sí solo, debería haber servido para invalidar la demanda de extradición.
Baraitser argumentó que Assange tendría un juicio justo en Estados Unidos, aunque es casi seguro que tendría lugar en el distrito occidental de Virginia, donde están las sedes de las principales agencias de seguridad e inteligencia. Cualquier jurado elegido en esa jurisdicción estaría dominado por personal de los servicios de seguridad estadounidenses y sus familias, que no tendrían ninguna simpatía por Assange.
Por tanto, a la vez que celebramos este dictamen debemos también denunciar contundentemente que es un ataque a la libertad de prensa, un ataque a las libertades colectivas por las que tanto hemos luchado y un ataque a las iniciativas encaminadas a exigir cuentas a los sistemas británico y estadounidense por pisotear los valores, principios y leyes que afirman defender.
Aunque con una mano el sistema nos haya ofrecido una pequeña victoria legal, con la otra nos quita mucho más.
El vilipendio continúa
La resolución del juicio para la extradición de Assange nos proporciona una lección final. Los últimos años han servido para desacreditar, deshonrar y demonizar a Assange. Esta resolución debería contemplarse como una continuación de dicho proceso.
Baraitser ha rechazado la extradición exclusivamente en razón de la salud mental de Assange y de su autismo, y del hecho de su riesgo de suicidio. Es decir, los argumentos de principios para liberarle han sido firmemente rechazados.
Si recupera su libertad será exclusivamente porque se le ha considerado mentalmente enfermo. Eso servirá para desacreditarle no solo a él sino también a la causa por la que ha luchado, la organización Wikileaks que contribuyó a crear, y a cualquiera que se atreva a enfrentarse al sistema. Esta idea penetrará en el discurso público a menos que nos enfrentemos a dicho argumento en cada ocasión que tengamos de hacerlo.
La batalla de Assange en defensa de nuestras libertades, en defensa de aquellos habitantes de tierras lejanas a los que bombardeamos a voluntad para promover los intereses egoístas de la élite occidental, no ha sido autista o muestra de una enfermedad mental. Su lucha por hacer que nuestras sociedades sean más justas, por responsabilizar a nuestros dirigentes de sus acciones no evidencia una disfunción. Es un deber colectivo hacer que nuestros políticos sean menos corruptos, nuestros sistemas legales más trasparentes y nuestros medios de comunicación menos deshonestos.
Si muchos más de nosotros no luchamos por esos valores, –por la por la verdadera cordura, no por los intereses perversos, insostenibles y suicidas de nuestros dirigentes– estaremos condenados. Assange nos ha mostrado cómo podemos liberarnos a nosotros mismos y a nuestras sociedades. Nos corresponde al resto continuar su lucha.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/01/04/assange-wins-the-cost-the-crushing-of-press-freedom/
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