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Atenco a ocho años del mayo rojo

Fuentes: Rebelión

Hay imágenes dolorosas y terriblemente inolvidables como las que hace ocho años, en San Salvador Atenco, se suscitaron. Miles de policías ocuparon el poblado; allanaron viviendas, llenaron de terror el amanecer; golpearon desquiciadamente a hombres y mujeres. Veintisiete mujeres fueron humilladas y sexualmente abusadas, vivieron largas horas de maltrato a manos de los uniformados. Dos […]

Hay imágenes dolorosas y terriblemente inolvidables como las que hace ocho años, en San Salvador Atenco, se suscitaron. Miles de policías ocuparon el poblado; allanaron viviendas, llenaron de terror el amanecer; golpearon desquiciadamente a hombres y mujeres. Veintisiete mujeres fueron humilladas y sexualmente abusadas, vivieron largas horas de maltrato a manos de los uniformados. Dos jóvenes fueron asesinados. Atenco se transformó en un verdadero infierno para sus pobladores. El 3 y 4 de mayo del 2006 fueron días de zozobra, de llanto, de incertidumbre; días de desesperación, de persecución, de gritos; días de delirio para el poder político del estado de México. El operativo policial tenía como objetivos principales, por un lado, la desaparición del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) y, por otro, sembrar el miedo que propiciara la parálisis total en aquellos que, por más de una década, han impedido a pie firme el despojo de sus tierras.

El FPDT, luego de la épica resistencia que echó abajo el decreto de expropiación emitido por Vicente Fox en 2001, se convirtió en un referente ejemplar del México bravío. La capacidad de agrupar en torno suyo a las más disimiles posiciones políticas; la solidaridad real con otras luchas; la firmeza como estrategia política; la inteligencia táctica en el espacio mediático; la honestidad de sus liderazgos, su inquebrantable amor por la tierra y los suyos, hicieron del FPDT una organización de la que el movimiento social del país tiene mucho que aprender. El operativo del 2006, buscó resquebrajarlo completamente y, con ello, terminar con el mal ejemplo de irreverencia y terquedad ante la clase política del país. Destruyendo al FPDT, Enrique Peña Nieto se anotaría una de las victorias más añoradas para el poder empresarial y político de México. Desaparecer la organización atenquense significaba, por fin, avanzar en la dirección correcta para la construcción del aeropuerto en esos suelos. Sembrando el miedo, se garantizaba mermar cualquier oposición real al proyecto aeroportuario. La persecución contra miembros destacados de la organización campesina, así como la cárcel perpetua para dos de sus líderes más representativos-Ignacio Del Valle y Felipe Álvarez-, eran elementos imprescindibles que sellaban el triunfo innegable de la política peñanietista. Con ello servía, en bandeja de sangre, las tierras de Atenco a los magnates empresariales y se presentaba, al mismo tiempo, como el único político con la capacidad de poner en cintura a los necios macheteros.

El 15 de junio de 2006, en una gira que buscaba la inversión extranjera en el estado de México, Peña Nieto se congratuló de ser el responsable directo del operativo en Atenco. David Brooks, corresponsal de La Jornada en Estados Unidos, apunta que sobre las violaciones cometidas contra las mujeres Peña Nieto afirmó: «Hay que dar la dimensión al tema. Parece que para todo se pretende afirmar que a partir de los sucesos de Atenco la policía tiene por norma las violaciones… También es conocido que los manuales de los grupos radicales dicen que hay que declararse violadas, en el caso de las mujeres, y en el de los hombres haber sido objeto de abuso y maltrato». (La Jornada, 16 de junio de 2006) De tal manera las víctimas se convierten, cuando no en mentirosas, en parte de una táctica de martirologio. Los victimarios son, en cambio, guardianes del orden que solamente cumplen con su deber. Lo relevante de esas palabras es, por supuesto, la justificación de los acontecimientos. No existe culpa alguna, cualquier denuncia es parte de «manuales de los grupos radicales», por tanto la responsabilidad del operativo, y sus consecuencias, no sólo son loables sino, sobre todo, indispensables e incluso legales como burdamente el «intelectual» de Atlacomulco pretendió establecer al presentarse en la Universidad Iberoamericana el 11 de mayo del 2012. En esa lógica está el peligro que, nuevamente, planea en Atenco.

Es bien conocida la derrota que el FPDT propinó a Peña Nieto. La organización de los rebeldes atenquenses no desapareció, el miedo no fue impedimento para continuar en la resistencia social; logró, gracias a la solidaridad de miles, la libertad de sus presos luego de cuatro años. Pero la amenaza del aeropuerto, más que disiparse, se avecina con toda su fuerza. El FPDT así lo ha denunciado en reiteradas ocasiones. El pasado 28 de abril, en conferencia de prensa, los campesinos de Atenco señalaron algunos aspectos de la táctica gubernamental que busca, de una buena vez, derrotarlos y apropiarse de sus tierras.[1]

Dos aspectos son relevantes en esta nueva ofensiva. Primero: a diferencia del 2001, del 2006, y del propio 2010, el PRI tiene todo el poder consigo. El gobierno del estado de México pertenece a su partido, el gobierno federal está en sus manos y las autoridades municipales de Atenco responden también a los intereses del hijo predilecto de Arturo Montiel. Hasta ahora, a pesar de ciertos brotes de resistencia ante las reformas aprobadas por el engominado golden boy, no ha existido una fuerza capaz de plantarle cara e impedir el avance arrollador de su proyecto. Con esa inercia, Peña Nieto avanza sin demasiados sobresaltos y las tierras a la orilla del agua están en su mira. Segundo: la estrategia seguida por la administración priista, además de haberse sostenido ininterrumpidamente desde el 2006 mismo, pretende hacer creer que sólo un grupo reducido de campesinos es el que se opone al aeropuerto.

Por tanto, contando con todo el andamiaje político y mediático, la represión al estilo del 2006 se presenta como un requisito indispensable, hasta legítimo en su lógica. Si Peña Nieto no tuvo empacho en hacerse el «héroe» cuando gobernaba el estado de México, menos lo tendrá ahora que es el mandamás del país. Todos saben, desde luego, que el FPDT jamás se arredra, que peleará hasta el último aliento por su tierra. Nadie, en cambio, desea ver otra vez las imágenes que tanto reivindica el chacal de la silla presidencial. Nadie, en cambio, desea las violaciones, ni la muerte, ni la persecución. Nadie, en cambio, desea la cárcel para los campesinos. Los atenquenses, sin embargo, están dispuestos a todo con tal de conservar lo que la lucha, la necedad, y el amor les heredaron.

Para no vivir, nuevamente, el horror y el dolor, necesitan anticipadamente la cosecha del amor y la solidaridad que, durante tantos años, sembraron en cada digno rincón de este suelo llamado México.

Nota:

[1] Ver http://www.atencofpdt.blogspot.mx/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.