El jueves a las cinco y media se rasgó el cielo oscuro de Buenos Aires y la metafórica tormenta de frente a la que el presidente Mauricio Macri insiste en culpar por la catástrofe que gestó su política devino vendaval de granizo literal, que amenazó con astillar los ventanales de la Casa Rosada, tras los […]
El jueves a las cinco y media se rasgó el cielo oscuro de Buenos Aires y la metafórica tormenta de frente a la que el presidente Mauricio Macri insiste en culpar por la catástrofe que gestó su política devino vendaval de granizo literal, que amenazó con astillar los ventanales de la Casa Rosada, tras los cuales el Presidente rumiaba bronca porque su equipo no conseguía frenar la enésima corrida cambiaria del año. A esa hora, cientos de miles de argentinos avanzábamos hacia la Plaza de Mayo para defender la universidad pública, abrigados en una multitud de semejantes. La misma lluvia gélida que exaltaba la épica de los muchos en la calle, atería la soledad de los pocos en el palacio.
A Macri le quedan cada vez menos amigues. Poca gracia le debe haber causado a Christine Lagarde enterarse el miércoles por Facebook que el Fondo Monetario Internacional, que ella gerencia, había «acordado adelantar todos los fondos necesarios para garantizar el cumplimiento del programa financiero del año próximo» de la Argentina. La intensidad de su enojo se mide en las nueve horas que debió aguardar Macri hasta que Lagarde comunicó oficialmente que le pediría a su equipo que trabaje con los funcionarios argentinos para «reexaminar las fases del programa», aclaró que no existiría acuerdo alguno hasta que esa tarea finalizara y sus conclusiones fueran aprobadas por el directorio ejecutivo del organismo y enfatizó que, a cambio, se le exigiría al gobierno que implementara «políticas monetarias y fiscales más firmes». La primera reunión del ministro de Hacienda Nicolás Dujovne con el staff del FMI recién ocurrirá el martes 4, pero luego de ese malentendido inicial Macri no debe haber creído prudente que transcurriera el fin de semana sin ofrendarle a Lagarde una prueba de su vocación de firmeza. El viernes despidió a 565 empleados del Ministerio de Agroindustria.
Se espera que el FMI acepte prestarle al gobierno el año próximo los U$D 17.000 millones que, según los términos del acuerdo original, debía entregarle en 2020 y 2021, pero sólo si el gobierno se compromete a que el déficit fiscal primario de 2019 represente 0,5% del Producto Bruto Interno en lugar del 1,3% previsto ahora. Si ese fuera el trato, no le alcanzaría a Macri con echar empleados públicos o reducir sus salarios. También tendría que aumentar los impuestos de sectores económicos que constituyen su principal respaldo. Sin embargo, la rapidez con que Macri resolvió quitarle a los trabajadores del Ministerio de Agroindustria su único sustento contrasta con la morosidad con que cavila la decisión de capturar mediante retenciones una porción de la ganancia extraordinaria que recibirán los exportadores de cereales gracias a la devaluación. La demora nos cuesta caro. Hacia el fin de la semana, las grandes cerealeras comenzaron a registrar anticipadamente operaciones de ventas al exterior por montos millonarios para eludir el mayor costo de un eventual restablecimiento de las retenciones.
Tampoco se jugó Donald Trump por el amigo en desgracia. El dato financiero más importante que revela la decisión de Macri de acudir de nuevo al FMI es que no logró persuadir a Trump que le preste recursos del Fondo de Estabilizacion Cambiaria que administra el Departamento del Tesoro y que estaba a su alcance conceder. Macri hubiese preferido la financiación directa del gobierno estadounidense porque habría recibido esos fondos de inmediato, en vez de en 2019, y podría haberlos usado para cualquier fin, incluso venderlos para intentar contener la cotizacion del dólar. Por el contrario, en el acuerdo con el FMI el gobierno se ha obligado a dejar flotar el tipo de cambio y a vender los dólares que le preste el organismo sólo para «contrarrestar períodos en que el mercado opera de un modo claramente disfuncional», aunque también es cierto que cuesta discernir en las intervenciones erráticas del Banco Central un patrón consistente con dicha regla, y tampoco se advierte demasiado interés del FMI en precisar su alcance práctico o forzar su acatamiento. Desde que el FMI desembolsó los primeros 15.000 millones de dólares del crédito stand-by, las reservas del Banco Central han caído más de 10.000 millones, principalmente por ventas de dólares a precios más bajos que el actual que lubricó la fuga, como se aprecia en el cuadro que abre esta nota.
Dentro de tres meses habrán pasado tres de los cuatro años de gobierno de Macri. El impacto combinado de los resultados de su gestión en la vida cotidiana de los atormentados argentinos será el más nocivo desde el crítico 2002. Todos los números relevantes de la economía serán peores al final de este año que en diciembre de 2015: inflación más alta, recesión en lugar de crecimiento, caída del salario real, menos trabajo, más pobreza. La tempestad arrecia y las políticas de Macri, auspiciadas por el FMI, nos dejan a la intemperie.