«La reserva moral de México está baja. Dejó pasar demasiadas cosas sin estar en la calle… y sigue dejando pasar demasiadas cosas», sentencia el profesor ítalo-mexicano Pietro Ameglio, de la organización humanitaria Servicio Paz y Justicia (Serpaj). La conversación de IPS con este activista por la no violencia en México ocurrió en un momento de […]
«La reserva moral de México está baja. Dejó pasar demasiadas cosas sin estar en la calle… y sigue dejando pasar demasiadas cosas», sentencia el profesor ítalo-mexicano Pietro Ameglio, de la organización humanitaria Servicio Paz y Justicia (Serpaj).
La conversación de IPS con este activista por la no violencia en México ocurrió en un momento de la fría noche juarense, en la carpa que los ayunantes por la paz instalaron en el monumento a Benito Juárez, una zona céntrica que cuando oscurece parece muerta.
«La vida nocturna se acabó. El viernes no hubo ni un solo cliente en el bar», contó José Alberto Dávila, un trovador local que ha visto pasar mejores días en un tradicional ‘cantabar’. Lo mismo repitieron los empleados de El Centenario, la «burrera» (comercio de la comida típica de Juárez) más vieja de la ciudad. Nadie quiere salir después de las 10 de la noche, aseguró.
Sin embargo, el pasado fin de semana, decenas de militantes de diversas organizaciones sociales tomaron el monumento a Benito Juárez, considerado el reformador progresista de México como presidente en la segunda mitad del siglo XIX y que le da nombre a esta ciudad fronteriza con Estados Unidos,
Los activistas fusionaron los aniversarios de la muerte del líder pacifista indio Mahatma Gandhi (1869-1948) y el año de la masacre de 16 jóvenes en Villas de Salvárcar, al sudeste de la ciudad, para hacer una jornada de protesta civil y demandar a las autoridades un cambio en la estrategia de seguridad.
«Justicia» fue la palabra formada con veladoras en las escalinatas del monumento, que acompañó la noche de los ayunantes que llegaron de distintos lugares del país.
Ciudad Juárez es un símbolo del fracaso de la llamada guerra contra el narcotráfico que lanzó en 2007 el gobierno del conservador Felipe Calderón. La matanza de Villa de Salvárcar, en la madrugada de 31 de enero de 2010, inauguró una modalidad de la violencia que no se había visto en esta ciudad, donde cada día ocho personas son asesinadas.
La última masacre se perpetró apenas el 24 de enero. El objetivo de los asesinos fue un grupo de jóvenes que jugaban al fútbol sala. Mataron a cinco y dejaron heridos a otros tres.
En otro sitio y país habría sido un escándalo. Aquí ya no lo es. El domingo, mientras los ayunantes ataron cordones como símbolo de solidaridad, otros jóvenes jugaban al fútbol al lado, ajenos a la ceremonia ecuménica. Lo mismo ocurrió en Salvárcar, durante la misa que ofreció para los muertos el obispo católico Renato Asencio León.
«Somos organizaciones jóvenes y no hay todavía un proceso amplio de base», dijo a IPS Elizabeth Flores, de la católica Pastoral Laboral de Juárez, para luego repasar los factores que a su juicio provocan la poca participación de la comunidad juarense.
«La falta de arraigo de mucha gente que no nació aquí y que vino a buscar un ingreso, y las propias condiciones de explotación en las maquilas (fábricas en zonas francas), que poco tiempo dejan a la gente para participar…», detalló.
«Pero, además, porque nunca habíamos vivido lo que hemos vivido los últimos años. Nunca habíamos tenido este miedo», afirmó.
El misionero carmelita Peter Hinder, de casa Tabor y fundador de Cristianos por la Paz en El Salvador, tiene su propia versión. «La violencia comenzó con el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado en 1994 entre México, Canadá y Estados Unidos) que está empobreciendo al país y se basa en un sistema económico que favorece al narcotráfico…», opinó.
«¡No hay sistema mejor para los narcos que el actual!»», afirmó Hinder, quien tiene 16 años de trabajo en el barrio juarense Lomas del Poleo, donde comenzaron a aparecer mujeres asesinadas en 1994.
Los activistas por la paz realizaron el sábado pasado una protesta binacional en el muro fronterizo que divide a Ciudad Juárez, la más violenta de México, de El Paso, una de las más prósperas y seguras de Estados Unidos. En este sitio se congregan cada 2 de noviembre familias en una misa por los inmigrantes muertos,
Jacinto Rodríguez, un albañil de 88 años, llegó con su nieto, de cuatro años, y una pancarta que le dio una organización en su colonia: ¡Stop The Violence! (paren la violencia). «Vine porque ya no se puede vivir en este país», aseguró el hombre a IPS.
Pero Juárez es una ciudad agotada.
Después de la masacre de Salvárcar, el gobierno nacional de Calderón puso en operación el plan Todos Somos Juárez, que en su cuarta versión no acaba de dar resultados, pero sí logró desmovilizar a la gente.
En Salvárcar es evidente la división entre padres que piden justicia o otros que no quieren nada más que sanar su dolor y que, aferrados a la fe, lanzaron palomas y globos blanco en la misa del domingo, que se realizó en el foro del recién estrenado club deportivo del barrio, que costó 27 millones de pesos (dos millones de dólares) y tiene canchas de fútbol, básquetbol y béisbol.
La grandeza y colorido de estas instalaciones deportivas parecen fuera de lugar en este barrio. Pero más grotescas se ven las enormes pintas con el lema oficial del gobierno de Calderón: «Vivir Mejor».
El centro incluyó un «monumento» para los 15 muertos: una fuente con un árbol seco al centro.
«Es muy bonito, pero el precio que pagamos por él fue muy alto», dijo a IPS Luis Rodríguez, padre de una de las jóvenes heridas hace un año. El hombre tiene la tristeza atorada en los ojos. A raíz de la masacre, la joven de 17 años se convirtió en huraña.
«Ella no era así, no los debieron dar de alta», dijo.
En cada calle del barrio hay casas abandonadas que lucen desoladas. Una de ellas está enfrente del número 1310 de Villas del Portal, donde fue la masacre. Edwin, de 17 años, vivía ahí. El joven estaba en la fiesta cuando fue la matanza y recibió 11 balazos en las piernas, pero sobrevivió. Su padrastro entró para sacarlo y lo mataron. La familia dejó la casa y la zona.
«No tenemos confianza en nadie», confesó Edwin a IPS, antes de comenzar la misa.
En el ayuno, organizaciones históricas de defensa de derechos humanos de los inmigrantes se unieron al himno de las mujeres asesinadas («Ni una más»), a los hijos de desaparecidos, del movimiento Pacto por la Cultura, de comunidades de base católicas y protestantes. Y de madres y padres que buscan justicia.
El obispo no llegó, ni la mayoría de los juarenses. Pero la evaluación de los activistas fue positiva. «Es un proceso largo, lo importante es que ya empezó», resumió la pastora bautista Rebeca Montemayor.