El golpe contra el legítimo gobierno de Evo Morales que aún se está llevando adelante en Bolivia contó con la intervención, entre otras, de las llamadas «iglesias evangélicas» o «neopentecostales». Ariete religioso en la construcción simbólica del «enemigo», identificado con el diablo, explotaron la antigua grieta racial transformando a los pueblos indígenas en los salvajes […]
El golpe contra el legítimo gobierno de Evo Morales que aún se está llevando adelante en Bolivia contó con la intervención, entre otras, de las llamadas «iglesias evangélicas» o «neopentecostales». Ariete religioso en la construcción simbólica del «enemigo», identificado con el diablo, explotaron la antigua grieta racial transformando a los pueblos indígenas en los salvajes herejes de creencias primitivas contrapuestos al pueblo de Dios, portador de la Biblia, por supuesto los blancos. El «único Dios verdadero» versus la Pachamama. Pretenden construir una grieta entre la Biblia y la Whipala.
El sincretismo religioso perverso fue construido con una mixtura de cristianismo primitivo de rasgos extraídos de la Santa Inquisición con el más crudo racismo digno del apartheid. Manipulación y financiamiento de la CIA mediante, en Bolivia pasaron de cumplir su función de aglutinamiento de una fanatizada turba política derechista, a grupos de choque dispuestos a una caza de brujas en formidables jornadas de violencia. Muy semejante a Al Qaeda o el Isis mediorientales trasladados al territorio boliviano, siempre operados y financiados por igual por los EEUU. Hay quiénes, como la prestigiosa Rita Segato, afirman que justamente lo que buscan es crear un escenario semejante al que desestabilizó a Medio Oriente.
En el caso de Bolivia la utilización de la grieta de identidad, profundizada con la excusa religiosa, sirvió para detonar una violencia y un clima destituyente que eclosionó con la renuncia de Evo Morales y Alvaro García Linera. Pero los desbordes racistas infrigiendo humillaciones a las comunidades indígenas han generado una reacción que incluso va más allá de la defensa del liderazgo del Evo y de su investidura presidencial. La quema de la Whipala radicaliza el conflicto político en Bolivia. Y por supuesto Evo es consustancial a la creación de la República Plurinacional de Bolivia y la labor de recuperación de la dignidad identitaria que implicó. Pero la arremetida Biblia en mano, cual lanza de cruzados de la Santa Inquisición, retrotrae 500 años a un escenario con Hernán Cortes lanzado a la conquista del territorio de los salvajes. Un escenario improbable para estabilizar un Golpe de estado.
Tampoco el marco general es favorable al neoliberalismo, que en última instancia es de lo que se trata. Fracasadas las recetas económicas del FMI, agotada la etapa de creación de ilusión neoliberal con el estallido popular en Chile, que hizo trizas el ejemplo del modelo, para el imaginario de los actuales líderes del imperio en decadencia, es la oportunidad de los Bolsonaro, los Camacho o en el «mejor» de los casos de los Pichetto y especialmente del temor sembrado a su alrededor. Pero su cosecha real es la respuesta cada vez más airada de los pueblos y el enrojecimiento de la confrontación.
Para completar la caracterización del momento debemos decir que al desencanto del fracaso económico del modelo se le suma el deterioro extremo de todo el andamiaje institucional, el de las democracias tuteladas, en eterna transición hacia una democracia liberal que no satisface a los movimientos populares y que nunca siquiera llega a ser auténticamente liberal. No es una simple suma sino la interrelación lógica entre la economía y la política en el momento de la finalización en ciernes del ciclo o etapa del modelo neoliberal. Es decir del momento de la verdadera transición entre un mundo que muere y otro que no acaba de nacer.
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