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¿Enemigos mortales o variantes del sistema?

Blumberg y Kirchner

Fuentes: Socialismo o Barbarie

Aunque la marcha polarizó los ánimos, la relación entre el ingeniero de derecha y el presidente «progresista» muestra que las coincidencias son más profundas que los desencuentros. En el momento inicial de las marchas securitarias de Blumberg, el gobierno kirchnerista mantuvo una cierta distancia política y una aspiración ulterior de cooptación del tosco y zafio […]

Aunque la marcha polarizó los ánimos, la relación entre el ingeniero de derecha y el presidente «progresista» muestra que las coincidencias son más profundas que los desencuentros.

En el momento inicial de las marchas securitarias de Blumberg, el gobierno kirchnerista mantuvo una cierta distancia política y una aspiración ulterior de cooptación del tosco y zafio ingeniero (con manifestaciones recientes como la presencia de Blumberg en el acto oficialista en Gualeguaychú).

Baste recordar que cuando el Parlamento discutió sus propuestas, Blumberg fue a presenciar la sesión y retaba a los parlamentarios que no aceptaban sus propuestas como si se tratara de los sirvientes de su casa.

El gobierno consideró seriamente parte de las propuestas de Blumberg y las incluyó en su plan de seguridad para la provincia de Buenos Aires. Hay que recordar esto para ubicarse políticamente en esta coyuntura en la que muchos de los cuadros «progresistas» del kirchnerismo tratan de hacer creer que Blumberg y Kirchner son tan opuestos como el agua y el aceite: la política de Kirchner fue incorporar una parte mayoritaria de las demandas de Blumberg. Esto le permitió mantenerse en el centro de la escena política en el momento que Blumberg pasaba su «luna de miel» con la sociedad. Incorporar el resto, es decir, el núcleo duro de las demandas de seguridad como la rebaja en la edad de imputabilidad, implicaría para Kirchner desdibujar el perfil político que le está dando evidentes réditos en el gobierno.

Por otro lado, en el último año y medio la violencia policial contra los jóvenes en el Gran Buenos Aires ha pegado un fuerte salto, según los datos manejados por la CORREPI. Estamos empezando a recoger los frutos del plan de seguridad que ha sido obra conjunta de Kirchner y Blumberg, tan aparentemente distantes en este momento.

Sin embargo es evidente que hoy, a pesar de ser una contradicción no antagónica, predomina el enfrentamiento en las relaciones Kirchner-Blumberg. Hay varias razones para ello.

La casi unanimidad inicial que tuvo Blumberg terminó siendo la causa de la caída en la consideración social que experimentó hace un año, cuando «sinceró» su visión del mundo. En ese primer momento convivía el reclamo de los ricos en favor de reforzar la policía para que los cuide a ellos y el reclamo de algunas víctimas del «gatillo fácil» de esa misma policía. Esto no podía prolongarse indefinidamente, era una coalición imposible. Las cosas se han ido clarificando, y el empresario Blumberg reclama la seguridad por las vías y métodos propios de su clase: a través del estado-gendarme clásico del liberalismo y actualizado a la época neoliberal. Lo que no entra en este formato no es considerado.

Entonces, la vuelta de Blumberg a la escena política presenta un doble movimiento. Por un lado reafirmar y tratar de movilizar a su base social orgánica: burgueses y clase media alta. Y por otro lado tratar de expandir en la sociedad el imaginario social que representa, reinstalarse con un perfil más potable, intentando propagandizar el «manodurismo» en nombre del «bien común», al tiempo que da a su actuación una ubicación más política. Como se sabe, el nombre de Blumberg está en danza como candidato de la derecha opositora en provincia de Buenos Aires. Termine dándose esto o no, lo que es notorio es el reagrupamiento, alrededor de Blumberg, de la derecha que reivindica tanto la «mano dura» como la represión antiobrera de los años 70, que busca recomponer su falta de iniciativa. Piensan que Blumberg, pelele patético pero que empatiza con la sensiblería de algunos sectores sociales, puede resultar un heraldo más presentable ante la sociedad que Cecilia Pando (que reivindica abiertamente la dictadura militar) y demás monstruos.

K y la oposición burguesa

Gran parte de estos realineamientos surgen a causa de la naturaleza del kirchnerismo. Desde el MAS lo hemos definido como el «hijo burgués del Argentinazo». La rebelión popular del 2001 redefinió una serie de puntos importantes en la política argentina. Su impulso no fue suficiente para gestar una alternativa propia de los trabajadores, pero determinó que el kirchnerismo, a falta de otra política, dado el desprestigio e incapacidad hegemónica de la política neoliberal dura, integrara algunas banderas de los grupos políticos y movimientos sociales ligados a las clases subalternas.

Esta integración de reivindicaciones se hace en función de fortalecer el dominio capitalista. Es decir, tiene un carácter conservador y no progresista como busca hacer creer. El cambio no se dio en lo económico. Kirchner sostuvo una variante más regulada de las políticas económicas de los 90. Lo que ha distinguido claramente a este gobierno respecto a sus antecesores de la postdictadura ha sido su política de desbloquear la investigación de los crímenes de la dictadura, la prisión de algunos represores y la intención de juzgar a otros, la reivindicación genérica de la militancia de los desaparecidos, la «desbancada» del asesino Patti, etc. [1] La mayoría de los acusados son unos gerontes marginales respecto del actual aparato del Estado y represivo, si bien esto no quita que la política «legitimadora» haya permitido la cooptación en bloque de la gran mayoría de los organismos de DDHH y de una parte importante de la opinión pública. Lo que parecía imposible para la mayoría, tocar los puntos sensibles de la transición democrática, Kirchner lo hizo casi sin despeinarse, precisamente porque el tiempo transcurrido sirve de «colchón». De paso, muestra cómo usar los derechos humanos para sostener el consenso de una nueva estabilidad capitalista.

Los sectores burgueses que piensan que Kirchner se extralimita en el gobierno y que, por lo tanto, recusan esta versión más regulada del capitalismo neoliberal, han decidido atacarlo levantando las banderas de la «inseguridad». Hace dos años que se repiten los discursos que contraponen la «seguridad» del presente a los derechos humanos «del pasado». Buscan explotar un imaginario instalado en varios sectores sociales y agitado cotidianamente por los medios, cuya tesis es que una parte sustancial de la responsabilidad de los crímenes y delitos corresponde a una supuesta «dictadura» de los derechos humanos que impediría a la policía «proteger a la comunidad».

La marcha del jueves 31/8 es una apuesta importante para la oposición burguesa de derecha. Una marcha con una concurrencia importante mejorará el terreno para la futura confrontación electoral, ya que le dará una mayor importancia al único tema en el cual el kirchnerismo no le gana por goleada.

El escenario opuesto diluirá a Blumberg como candidato posible del marketing electoral de la democracia burguesa y lo retornará forzadamente a la vida privada. La derecha perderá las esperanzas de una confrontación en mejores condiciones con el kirchnerismo y limitará sus ambiciones a tratar de quedarse con el mejor pedazo posible del electorado radical de derecha.

Nota:
[1].- Varios de estos hechos implican lo que podemos considerar «conquistas democráticas». No nos aflige ni estamos en contra de que lacras humanas como el Turco Julián vayan a la cárcel. Pero ubicamos esos hechos en el marco de un mecanismo que definimos como conquista-concesión-trampa que, en un plano más general busca recrear la hegemonía burguesa, aún cuando su implementación choque con la oposición y encono de miembros de la clase dominante. Como elemento ilustrativo del contexto en que se ha dado la sentencia en contra del Turco Julián, conviene prestar atención a la denuncia de algunos organismos de DDHH acerca de que el fiscal que condujo la acusación había sido nombrado cuatro meses después de instalada la dictadura y había presenciado sesiones de tortura. Como diría Trotsky, «Poncio desenmascara a Pilatos».