La cumbre del clima de Cochabamba es una buena oportunidad para reflexionar a propósito de la coherencia entre los discursos y las acciones. Como la última película de James Cameron, para muchos militantes alterglobalizadores, los indígenas bolivianos serían hoy a los na’vis de Avatar, que se enfrentan heroicamente a una empresa minera que busca acabar […]
La cumbre del clima de Cochabamba es una buena oportunidad para reflexionar a propósito de la coherencia entre los discursos y las acciones. Como la última película de James Cameron, para muchos militantes alterglobalizadores, los indígenas bolivianos serían hoy a los na’vis de Avatar, que se enfrentan heroicamente a una empresa minera que busca acabar con un árbol-mundo en el que habitan. Obviamente, para liberarse, los na’vis necesitaron de un héroe blanco, americano, etc. Y Evo Morales contribuyó al nexo Bolivia-Avatar al elogiar al film como ejemplo de la resistencia al capitalismo. De hecho, Cameron fue invitado a la cumbre de la Llajta.
Pero sin debate serio, la cita podría ser el equivalente a los festivales de la juventud en los países del «socialismo real», donde por unos días se simulaba que esas dictaduras eran el espacio de grandes debates, casi libres de censura, sobre los principales ejes de un mundo mejor. Bastaba que los jóvenes bienintencionados abandonaran Berlín oriental o Pyongyang para que las luces se apagaran y la obra terminara. En Bolivia el problema no es la falta de libertad sino el desinterés generalizado por discutir el modelo de desarrollo.
El discurso pachamámico, en este y otros puntos, no hace más que llevar los debates al terreno de la filosofía, una disciplina digna del máximo respeto excepto cuando se la usa como coartada para no abordar los problemas candentes que debemos enfrentar.
Días atrás circularon -sin grandes repercusiones, a excepción de una oportuna columna de Andrés Soliz Rada- datos sobre el escándalo de San Cristóbal: extracción masiva de agua -que podría dejar en la sequía a Nor Lípez- y míseros pagos de impuestos en «uno de los yacimientos de zinc, plomo y plata más grandes del mundo».
Pero resulta aún más interesante un seguimiento del diario Cambio. El 8-4-2010, el matutino estatal informa que «Dañar la Madre Tierra es delito contra la humanidad». Se señala que varias organizaciones pedirán que esa sea la tipificación del delito en el virtual Tribunal Climático, un equivalente a la Corte de la Haya para juzgar a los genocidas contra la naturaleza. Pero sin solución de continuidad -y sin ver contradicción alguna- el mismo diario informa al día siguiente: «Cantumarca, zona de emergencia». Las aguas ácidas podrían llegar hasta el Pilcomayo. Mientras tanto, la Korea Resources Corporation (Kores) y el Ministerio de Minería se entusiasman con el tamaño de las vetas de cobre en Corocoro, que operará a cielo abierto. Y recientemente, el Gobierno desestimó discutir en la Cumbre nimiedades como los conflcitos socioambientales, porque empañarían el evento.
Sin duda, son los grandes países contaminantes (EE.UU., China…) los principales enemigos de la Madre Tierra, pero poco provechosa sería la cumbre si sólo sirviera para confirmar la (merecida) popularidad internacional de nuestro Presidente y para hacer anticapitalismo emotivo en una multitudinaria catarsis colectiva. La reprimarización creciente de la economía boliviana y el modelo extractivista en boga no debería estar fuera del debate, aunque ello conspire contra la imagen romántica de la Bolivia Avatar.