Los ritmos del Pachakuti, el libro más reciente de Raquel Gutiérrez Aguilar, es un audaz intento del pensamiento, y de una experiencia de vida que lo respalda y nutre, la de Raquel, para entender y explicar los ritmos y los tiempos de una de esas violentas trasformaciones en las relaciones sociales que llamamos «revolución», a […]
Los ritmos del Pachakuti, el libro más reciente de Raquel Gutiérrez Aguilar, es un audaz intento del pensamiento, y de una experiencia de vida que lo respalda y nutre, la de Raquel, para entender y explicar los ritmos y los tiempos de una de esas violentas trasformaciones en las relaciones sociales que llamamos «revolución», a partir de un caso único, actual y revelador: la nueva revolución boliviana, iniciada en el año 2000 con la «guerra del agua» y que, como el rayo de Miguel Hernández, no quiere cesar.
Los ritmos del Pachakuti es pues un libro fuera de lo ordinario, como lo son las revoluciones; es decir, un libro extraordinario. Diré en lo que sigue mis razones.
Estamos ante un nuevo ciclo mundial de expansión del capitalismo, es decir, de la relación de capital. No se está hundiendo, está atravesando una de sus periódicas y violentísimas crisis de expansión. Se trata de una mutación y una extensión a nuevos territorios y sociedades de esta forma histórica de la dominación que consiste en la subordinación, mediante la violencia, del trabajo viviente al trabajo objetivado, para que los dominadores, los dueños del capital, puedan continuar la apropiación del producto excedente que deja ese trabajo humano. A esta apropiación le llaman ganancia, renta, lucro, interés, sueldos de ejecutivos, como se quiera: siempre queda en manos de los ricos.
Cada uno de los ciclos históricos de expansión del capital ha significado crisis y disputa entre los varios capitales; nuevas formas de violencia sobre el trabajo; nuevo despojo de los bienes de la economía natural; y, como contraparte, nuevas formas de resistencia y rebelión de los explotados y despojados. Éstas surgen e insurgen como contragolpe a la nueva dominación, pero se nutren de la experiencia de antiguas resistencias – es decir, se nutren de la historia propia de los subalternos en la cual crecen las sucesivas generaciones y de la cual pocas veces saben decir los libros.
En el ciclo presente de cambio y crisis nuestras preguntas básicas son tres:
1) Cuáles son y cómo se constituyen las nuevas formas de pensamiento y organización del trabajo asalariado, hoy que esta mutación de la dominación del capital ha dejado obsoletas a muchas de las anteriores. 2) Cómo organizar, defender y proteger el nuevo y extenso tejido social urbano, cuando la mitad de la población del planeta es ya urbana y más de mil millones, según las estimaciones de Mike Davis, viven en slums, en ciudades miseria, en el despojo hecho vida cotidiana. 3) En qué términos se ubica y se organiza la defensa del territorio, pues los derechos y la reproducción vital de las comunidades agrarias no se resumen en la parcela sino en el territorio. Así es como los movimientos agrarios contra el despojo, en su relación directa con la naturaleza amenazada por el capital, revelan su carácter universal.
Lo que se nos plantea no son sólo cuestiones de análisis y diagnóstico del proceso actual del capital como forma globalizada de la relación social. Son, también y en consecuencia, cuestiones de organización de los seres humanos en ese proceso, dentro de esa relación y contra ella.
Para esas tres preguntas, Los ritmos del Pachakuti nos da algunas claves para abrir las puertas y salir al camino, y algunas propuestas para el andarlo.
* * *
La nueva revolución boliviana es el objeto concreto del estudio y el tema para anclar en la realidad la reflexión teórica de Raquel Gutiérrez Aguilar.
Raquel estudia un momento preciso, fugaz y tercamente repetitivo: el de la insubordinación social contra los órdenes de la opresión. La insubordinación es recurrente, en tanto expresión violenta de la voluntad humana de existir contra la violencia ubicua de la dominación que la quiere poner a servir.
Esta violencia ubicua es permanente, cultiva el miedo como si fuera la forma obligada de la vida y está en la esencia constitutiva de la dominación y de la relación de dominación/subordinación. Aquella violencia, la de la insubordinación, se nutre de la ira y el coraje y es impermanente o intermitente. Pero es indispensable para la existencia de la voluntad del trabajo viviente, del ser humano que trabaja y con la naturaleza crea riqueza, ese ser que dentro de la dominación nunca cesa de cuestionar y negociar su subordinación.
Esa negociación del mando, que en tiempos normales es la regla, estalla periódicamente en insubordinación para romper y modificar las reglas del mando y la obediencia, para abrir nuevos espacios y horizontes de realización humana y de disfrute de la vida, para mirar más cercanos lo que la autora denomina horizontes de deseo, es decir, horizontes de posibilidades a imaginar y a realizar, herencia teórica de Ernst Bloch y El Principio Esperanza.
La insubordinación no es un simple estallido espontáneo, nos dice Raquel Gutiérrez, una conmoción de la naturaleza. Es un acto de la voluntad humana múltiple, que no se puede comprender ni explicar como tal si se ignora que esa voluntad se forma en la historia, tanto en la historia larga de las dominaciones y las opresiones como en la historia corta de los actos y las ofensas de los poderes realmente existentes, formados también en esa historia y herederos y usufructuarios de ella.
Dije ofensas y cuando lo digo, digo además y sobre todo humillación, esa relación atroz en que se materializa el hilo invisible e interminable de las dominaciones. La insubordinación, que a escala de una sociedad se llama revolución social, es la ruptura violenta de ese hilo cuando, en la acción común, aflora la antigua convicción consustancial a la subordinación: «esto no es justo». Entonces los que se sublevan se lanzan a romper ese orden existente que se quiere hacer pasar por naturaleza humana. Se lanzan a vengar las humillaciones y a afirmar en la acción su propia humanidad, en esa acción que en tiempos ordinarios se llama trabajo y en tiempos extraordinarios se llama revuelta, rebelión, revolución, insubordinación.
De este mismo modo fue como en múltiples estallidos locales, no coordinados pero sí simultáneos, surgió hace un siglo en Chihuahua y La Laguna esa creación única del pueblo mexicano que fue la División del Norte. Sus primeras apariciones fueron a fecha fija, el 20 de noviembre de 1910. En esos días, por ejemplo, una partida de rebeldes mal armados, unos a caballo y otros a pie, tomó fugazmente la ciudad de Torreón al grito memorable de «Ahora es tiempo, yerbabuena, de que des sabor al caldo», y luego se remontó a los cerros para proseguir y extender las resonancias de su grito.
«Ahora es tiempo»: es así cómo empiezan las revueltas, al ahora es cuando. De esas rupturas nos habla Los ritmos del Pachakuti.
* * *
La insubordinación contra los órdenes sucesivos de la humillación, nos dice Raquel Gutiérrez, es permanente y es discontinua. La insurrección, en tanto forma material de la insubordinación, tiene sus ritmos. Raquel acude a la antigua voz aymara Pachakuti para nombrar ese fuego que, según medida, en permanencia se enciende y en permanencia se apaga, tal como el abuelo Heráclito decía de este universo no creado por ningún dios ni ningún hombre sino siempre existente según ritmo y medida.
En una nota al pie reveladora, la autora apunta:
Con esta expresión de permanente aunque discontinua -que podría ser sustituída también por intermitente- me refiero al tipo de ritmos que fundan casi todos los procesos vitales: desde el sístole-diástole del sistema circulatorio hasta los flujos y reflujos de las movilizaciones sociales. Esta pauta de lo que podemos llamar los «tiempos vitales» se contradice, antagoniza y desborda permanentemente los falsos tiempos homogéneos, idénticos y lineales del capital y del Estado. Pensado así, el problema de la permanencia intermitente de las «acciones sociales de desconfiguración del orden dado» consiste ante todo en no colapsar los ritmos vivos del antagonismo social en los tiempos idénticos de la normatividad del capital. La posibilidad de ello ocurre, fundamentalmente, en el universo del sentido, del significado y no tanto en los ámbitos de las formas organizativas o de las «estructuras» institucionales aunque, por supuesto, estas últimas son imprescindibles.
A la autora le preocupa no sólo cernir formas y contenidos de estos procesos sociales, sino afirmar en su análisis lo que denomina la noción de emancipación, como guía para su reflexión sobre los acontecimientos de la revolución en Bolivia y sobre sus significados visibles y no visibles. En la búsqueda de esa noción está contenida su búsqueda del sujeto activo de la emancipación en los tiempos presentes.
En esa búsqueda, recurre a su conceptualización original de cerco y fuga, que viene dicen algunos de sus estudios filosóficos y matemáticos; y, dicen otros, de sus experiencias guerrilleras y carcelarias. Aquí, una vez más, no me queda de otra que recurrir a sus propias palabras para no desvirtuar su pensamiento, o para fugarme del cerco que ese su modo de pensar tiende una y otra vez sobre el mío propio. Escribe ella:
El cerco es una noción a través de la cual busco dotar de sentido a los contenidos profundos de las acciones colectivas de confrontación más enérgica ocurridas en Bolivia entre 2000 y 2005. Se sucedieron en esos años cercos políticos, fácticos y simbólicos contra las decisiones y proyectos de los gobernantes y contra sus prácticas políticas. La fuga, por su parte, es una noción para distinguir el tipo de relación que los movilizados entablan con el orden estatal y el dominio del capital; en el sentido en que utilizo el término, fuga es el antónimo de «permanencia», esto es, de subordinación, acatamiento y acuerdo dentro del orden estatal.
Extenso y complejo es el razonamiento que a partir de estas nociones se desarrolla en Los ritmos del Pachakuti. No entiendo ni puedo aquí agotar el tema, por lo demás inagotable. Pero terminaré de complicar este escrito mío con otra definición que en el libro aparece sobre el concepto clave de emancipación:
la emancipación no es sino actividad humana fluida, en confrontación y fuga contra y más allá de aquello que la constriñe. En este sentido, la construcción de autonomía no puede leerse, en clave positiva, sino como fuga y contraposición de la norma heterónoma. Emancipación es, en tal sentido, trabajo vivo que se sustrae al orden del valor -y de ahí la importancia de la reciprocidad, el reconocimiento y la generosidad contra el intercambio medido de equivalentes abstractos- y se despliega convirtiéndose en puro derroche de valor de uso.
Puro derroche de valor de uso -y como tal, no agotable en este discurso del día de hoy- es este libro, Los ritmos del Pachakuti, nacido del estudio, la reflexión, la experiencia y la pasión de ese personaje de nuestras vidas que se llama Raquel Gutiérrez Aguilar.
En su España, aparta de mí este cáliz, escribió César Vallejo: «Todo acto y voz genial viene del pueblo y va hacia él, de frente o trasmitidos por incesantes briznas, por el humo rosado de amargas contraseñas sin fortuna». También allí llamó a Francisco de Quevedo «abuelo instantáneo de los dinamiteros». El libro de Raquel es una de esas briznas, una de esas contraseñas, siendo ella misma una nieta instantánea de los dinamiteros.
NOTA: Texto leído en la UAM-Xochimilco el 24 junio 2009, en la presentación del libro de Raquel Gutiérrez Aguilar, Los ritmos del Pachakuti – Levantamiento y movilización en Bolivia (2000-2005), Sísifo Ediciones, Bajo Tierra Ediciones, ICSH-BUAP, México, 2009.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2661