El gobierno del presidente Evo Morales desplegó toda la capacidad del Estado para apoyar el desplazamiento de miles de comunarios indígenas desde los cuatro puntos cardinales del país para llegar a la ciudad de Sucre, sede de la Asamblea Constituyente que se instaló el pasado 6 de agosto. El acto estelar de esta majestuosa movilización […]
El gobierno del presidente Evo Morales desplegó toda la capacidad del Estado para apoyar el desplazamiento de miles de comunarios indígenas desde los cuatro puntos cardinales del país para llegar a la ciudad de Sucre, sede de la Asamblea Constituyente que se instaló el pasado 6 de agosto. El acto estelar de esta majestuosa movilización que tuvo las connotaciones de una histórica acción revolucionaria, pacífica y democrática para la reconstitución estatal, se produjo el 7 de agosto, cuando los indígenas marcharon al son de las bandas militares para saludar el 181 aniversario de las Fuerzas Armadas de Bolivia.
El homenaje ofrecido por las 36 identidades étnicas de Bolivia a las Fuerzas Armadas del país, en el aniversario 181 de la creación del Ejército celebrado este 7 de agosto, ha sido el mejor acto inaugural para la Asamblea Constituyente instalada en Sucre. Un desfile protagonizado por miles de indígenas de diversa etnia saludando a las FF.AA. con tricolores y wipalas, no se vio nunca en la historia democrática de Bolivia; de esta Bolivia que ahora sí renace como un solo pueblo originario. El desfile de los indígenas bolivianos en Sucre representó aquel arco iris que, como dijo Galeano, se ponía frente a nuestros ojos y no lo veíamos porque estábamos ciegos de racismo.
Aquella presencia de miles de representantes de cada una de las etnias que componen el abigarrado mapa poblacional de Bolivia, fue posible gracias al apoyo estatal brindado por el gobierno del presidente indígena Evo Morales, quien no sólo instruyó el despliegue de los necesarios recursos logísticos para facilitar la movilización indígena desde confines rurales todavía inaccesibles por la falta de caminos y otros medios de comunicación, sino también convenció a los altos mandos militares extremar esfuerzos para coordinar con los contingentes campesinos, ya desde los primeros días de agosto, todo detalle conducente a garantizar el éxito de los desfiles cívico-militares del 6 y 7 de agosto.
Jefes y oficiales del Ejército y otras ramas de las Fuerzas Armadas de Bolivia impartieron «cursos intensivos» a los indígenas, entre ellos cientos de mujeres que llegaron a Sucre con sus hijos e incluso bebés de pecho, en pasos militares y organización de escuadras. No fue muy difícil la tarea, pues la mayoría de los ciudadanos originarios mayores de 16 años han cumplido su respectivo Servicio Militar Obligatorio. De hecho, a diferencia de los jóvenes citadinos, los indígenas son los primeros en alistarse para «servir a la patria» en los cuarteles de este país andino-amazónico sin salida al mar.
El desfile del 6 de agosto, cuando se inauguraba la Asamblea Constituyente, fue conmovedor porque mostró por primera vez en la historia de Bolivia, desde su fundación el 6 de agosto de 1825, una fluida interacción entre los militares e indígenas bolivianos conscientes, ambos, de la trascendencia histórica de los cambios sociales que experimenta este país con un 70% de población originaria.
Llegó la hora del cambio
Según los censos oficiales, de las 36 identidades étnico-linguísticas que existen actualmente en Bolivia desde antes de la conquista española, los más representativos en población mayor a 15 años son: quechuas con 1.555.841 habitantes, aymaras 127.881, chiquitanos 112.218, guaraníes 81.011 y moxeños 43.638. Los dos primeros son de origen andino y los tres restantes de raíz amazónica. Menor representatividad tienen otros grupos de origen amazónico como los movima con 6.183, guarayos 8.010, chimanes 4.991, takanas 3.580, reyesano 2.741, leco 2.413, itonama 1.492 y yurakaré 1.899; weenhayek 1.022, ayoreos 880 cavineño 852, mosetén 810, baure 495, ese ejja chama 409, cayubaba 328, chacobo 255, canichare, 213, joaquiniano 169 y siriono 134, entre otros. Una etnia andina lejanamente emparentada con los aymaras y quechuas, los Uru chipaya, sobrevive con 1.210 habitantes en una isla del Lago Poopó que fue inaccesible para todo conquistador.
Esta es la población que ha sufrido una sistemática postergación durante casi dos siglos de la existencia de una república dominada por criollos y mestizos desarraigados de esta profunda realidad boliviana. Por ejemplo, a pesar de los avances de los programas de educación intercultural bilingüe, el abandono escolar y el rezago es más elevado entre las y los jóvenes indígenas: solamente un 37% de la población de 20-24 años de edad tiene la secundaria completa frente a un 54% de los no indígenas. En materia de salud, la mortalidad infantil de los niños indígenas es de 76 por mil nacidos vivos y la de los no indígenas de 52 por mil, según un diagnóstico sociodemográfico elaborado por el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), organismo especializado de la CEPAL.
Desmitificando el mestizaje
Durante preciosos segundos, una cámara de canal 7 de la Televisión Boliviana enfocó a un representante de la etnia Weenahyek que marchaba el lunes en la Plaza 25 de Mayo de Sucre, al son de la banda militar, moviendo su cabeza como si estuviera bailando y tarareando esa monótona melodía marcial, que en el cuerpo del indígena guaraní se había transformado en un ritmo sincopado. Lástima que el camarógrafo no siguió más tiempo mostrando esa hermosa ruptura indígena de nuestro convencional concepto occidental de marchar como soldaditos de plomo.
El desfile indígena de Sucre del 7 de agosto no sólo fue un acto revolucionario y profundamente democrático. Tuvo también una fuerza cultural y desmitificadora a fondo. Desmitificó, por ejemplo, la idea de que Bolivia es un país dominantemente mestizo y que lo indígena es tan relativo que está condenado a su disolución, lo cual es un falaz mito neocolonial.
La diversidad de vestimentas originarias que se vio en Sucre es una prueba inobjetable que el mestizaje está muy lejos de ser el rasgo común de los bolivianos de tierra adentro. Los bolivianos somos mestizos solo en la piel y un poco en el gen, llevando el estigma colonial con que nos marcó la Conquista; pero lo indígena está en la memoria larga y en nuestro ser nacional más íntimo, tan íntimo que se encarna en los textiles y en las artesanías con que los indios e indias del oriente y occidente cubren y adornan esos cuerpos morenos que, cuando se desnudan, son tan humanos como el de cualquier cristiano. Y son cuerpos que, además, tienen alma.
Los aymaras, quechuas y amazónicos de Bolivia son más que sí mismos. Dentro de cada una de estas naciones subsisten identidades múltiples. Los aymaras de La Paz hablan una lengua diferente a la de los aymaras del Poopó. Los quechuas de Potosí y Oruro visten distinto a los de Aiquile y Mizque. Los tacanas y cavineños de Beni y Pando no bailan como los araona o los lecos del norte de La Paz. Lo mosetenes no son mojeños ni son chimanes; tampoco los yuquis hablan yuracaré, aunque sus flechas para cazar son del mismo material.
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