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Bolivia: la izquierda ante su mayor derrota y el desafío de reconstruirse

Fuentes: Por el Socialismo

El derrumbe electoral de la izquierda en Bolivia era previsible, pero no por eso menos doloroso. La división abierta entre Evo Morales y Luis Arce Catacora, sumada a las pugnas internas, debilitó profundamente al campo popular y terminó entregando el triunfo a la derecha.

Quienes hemos acompañado este proceso —aun con críticas— reconocemos su importancia histórica. Durante más de una década, los sectores indígenas, históricamente relegados, recuperaron autoestima, dignidad y protagonismo político. Se saldaron deudas sociales largamente postergadas, la pobreza y la desigualdad disminuyeron de manera significativa, y Bolivia vivió un ciclo de estabilidad con justicia redistributiva. Pero también debemos admitir que advertimos hace tiempo sobre la posibilidad de este desenlace y, sin embargo, fuimos incapaces de evitarlo. Esta derrota no solo interpela a los líderes, sino también a quienes, desde el campo popular, no supimos frenar una catástrofe largamente anunciada.

La fractura interna

Luis Arce y su candidato Eduardo del Castillo apostaron a apropiarse de la sigla del MAS a través de una maniobra judicial que inhabilitó a Evo Morales. Confiaron en que podían captar el voto indígena y popular, pero el resultado fue desastroso: apenas superaron el 3%. Fue un castigo a quienes manipularon la legalidad y traicionaron a quienes los llevaron al poder, pero también a una gestión económica fracasada que dejó inflación, escasez y estancamiento, golpeando con más dureza a los sectores vulnerables.

Por su parte, Andrónico Rodríguez, llamado en algún momento a ser el heredero natural de Evo, se lanzó sin el respaldo del Pacto de Unidad y sin base orgánica sólida, gesto leído por los movimientos sociales como una deslealtad. Su campaña fue errática, desconectada de las bases, y más dirigida a convencer a la clase media de que era un candidato “tranquilo” y “moderado” que a hablarle a los barrios populares y a las comunidades indígenas. A esto se sumó una compañera de fórmula percibida como una “niña rica con ínfulas de izquierda”, lo que reforzó la sensación de elitismo y desconexión con el pueblo.

Evo Morales, impedido de postular por una interpretación judicial alineada con el Ejecutivo, optó por llamar al voto nulo. La respuesta fue significativa: alrededor del 20% de las papeletas. Si se suma el voto blanco, se trata de la segunda opción electoral del país. Sin embargo, al ser inferior a la lista más votada, no alcanzó para impugnar la legitimidad del proceso, que era justamente el objetivo de Morales. En los hechos, su estrategia mostró tanto su vigencia como líder hegemónico de la izquierda como los límites de su convocatoria en la coyuntura actual.

El giro del electorado popular

Los resultados reflejan un mapa complejo. Evo Morales conserva una fuerza indiscutible en áreas rurales e indígenas —sobre todo quechuas y aymaras—, pero ha perdido peso en sectores urbanos, en el oriente y la Amazonía. El caso más simbólico es El Alto, bastión histórico de la resistencia antineoliberal, donde amplios sectores se inclinaron por una opción inesperada: Rodrigo Paz y Edman Lara.

El binomio Paz–Lara, y en particular Lara, expolicía famoso por su diatriba anticorrupción en Tik Tok, encarna un populismo de derecha con retórica religiosa y patriótica, inspirado en figuras como Nayib Bukele. Sus promesas son grandilocuentes y poco viables en la actual coyuntura económica: multiplicar por seis la Renta Dignidad para los adultos mayores sin jubilación o pagar un salario mensual a las mujeres dedicadas al cuidado. Sin embargo, lograron conectar con un electorado urbano popular que decidió castigar la gestión del MAS y su interna fratricida, sin apostar al neoliberalismo más radical representado por Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina. Este último, pese a su millonaria campaña, volvió a cosechar otra derrota en su insistente intento por convertir poder económico en poder político.

Un nuevo mapa político

La segunda vuelta enfrentará a dos derechas: una populista, representada por Rodrigo Paz y Edman Lara, y otra neoliberal y ortodoxa, encarnada por Tuto Quiroga y respaldada abiertamente por la embajada estadounidense. Todo indica que Paz se impondrá, aunque en Bolivia nunca nada está asegurado.

Sea cual sea el resultado, la fragmentación parlamentaria y la crisis económica auguran un gobierno débil, obligado a aplicar ajustes que recaerán sobre los trabajadores y sectores populares. Como en el pasado, es previsible que las políticas económicas y sociales vuelvan a dictarse en el Departamento de Estado norteamericano, desandando parte de lo construido en los años del proceso de cambio.

En este escenario, la liberación de Marco Pumari y Luis Fernando Camacho —actores centrales en la crisis de 2019 y en las masacres de Sacaba y Senkata— confirma el giro institucional hacia la derecha y demuestra, una vez más, que la justicia boliviana es todo menos independiente.

El desafío de la izquierda

La izquierda boliviana tiene por delante una doble obligación: recomponer su unidad y redefinir su proyecto. Evo Morales sigue siendo el referente ineludible; sin él, nada es posible. Pero su desgaste muestra la necesidad de un relevo generacional, construido no desde la improvisación individual, sino desde los cauces deliberativos y orgánicos de las organizaciones sociales.

Más que nombres, lo fundamental es el programa. El “proceso de cambio” permitió grandes avances sociales, pero agotó un modelo basado en la renta de los recursos naturales. Hoy se requiere un proyecto que coloque en el centro el desarrollo productivo, con soberanía estatal sobre sectores estratégicos, pero también con la creación de empresas comunitarias contempladas en la Constitución. Un modelo capaz de romper la hegemonía de las élites oligárquicas agroindustriales, diversificar la economía, fortalecer el consumo interno y ampliar las exportaciones.

El horizonte debe ser el de un socialismo comunitario, no solo redistributivo sino productivo, que permita superar la dependencia extractivista y sentar las bases de un desarrollo soberano y descolonizador.

La derecha y sus aliados externos ya trabajan en la restauración neoliberal. Para resistir, el movimiento popular necesita autocrítica, generosidad y unidad. Se perdió una batalla muy dura, pero la lucha histórica del pueblo boliviano no termina aquí.

La tarea inmediata es pasar de la disputa interna y la recriminación a la construcción colectiva, defendiendo lo conquistado y proyectando una Bolivia verdaderamente descolonizada, en manos de sus verdaderos dueños: las clases trabajadoras e indígenas-populares.

Esta ha sido una derrota dolorosa, pero la historia de Bolivia enseña que ninguna derrota es definitiva. La guerra de largo aliento por la dignidad y la soberanía continúa, y en las trincheras de lucha, volveremos a encontrarnos.

René Behoteguy Chávez, boliviano residente en Euskal Herria y miembro del Colectivo de Migrantes Tinkuy.

Fuente: https://porelsocialismo.net/bolivia-la-izquierda-ante-su-mayor-derrota-y-el-desafio-de-reconstruirse/