Bolivia vivió un golpe de Estado fallido el pasado 26 de junio, pero lo sorprendente del hecho no es la experiencia misma del intento del golpe y su consecuente fracaso, sino que lo que está ocupando los espacios de debate y análisis es la sostenida dinámica de acusaciones entre bandos opuestos que, al anterior del partido (del Instrumento Político), se enfrentan por demostrar, de un lado, el intento mismo del golpe y -del otro- demostrar la puesta en escena de; “un autogolpe para elevar la popularidad del Presidente unos puntitos…”.
Que el debate esté en este marco es, en los hechos, lo más preocupante, pues parece ser que no dimensionamos que lo ocurrido -en sí mismo- la jornada de movilización militar es por demás útil para otro tipo de intereses y que (así sea ese montaje por intereses electorales dentro el partido) vamos –en realidad- legitimando, poco a poco, la posibilidad real de tener regímenes totalitarios que, sea con militares o con civiles (estilo Añez) terminen instaurando en el país un gobierno de “mano dura”, un gobierno que se presente como eso “que el país necesita”, pues lo ocurrido los últimos días de junio y lo que vivimos entre octubre y noviembre de 2019 pueden tener ese hilo que los une, es decir, es probable que Bolivia esté siendo –los últimos años- laboratorio de pruebas de validación y aceptación social de una oleada de gobiernos dictatoriales que, dentro un escenario de hegemonía –al menos discursiva- de la ideología democrática, se necesita validar para su sostenibilidad en el tiempo.
En 2019 el quiebre democrático se lo validó a partir de la “movilización de masas” muy bien acompañada y sobredimensionada por los medios de comunicación (sólo recordar que el término “pititas” alude a la movilización, en ausencia, de gente que sólo dejaba sus cuerdas para cortar los pasos en las calles con muy pocos movilizados), pues el discurso de ruptura democrática se lo posicionó como resultado de la denuncia de la violación de la misma democracia por parte del actor al que se quiere derrocar (es decir, para violar la democracia se denunció que Evo Morales –el presidente democráticamente electo- había violado la democracia), mientras que el papel de los militares estuvo presente sólo de modo discursivo al “sugerir” la renuncia del presidente, a partir de ahí jugaron también estratégicamente en ausencia, en el 2024 su papel “subió de nivel”, esta vez salieron a las calles de La Paz con algunos tanques, tomaron la misma Plaza Murillo y llegaron a forzar la puerta del “Palacio Quemado” para ingresar en uniforme. Muchas de las escenas grabadas que aún hoy circulan y van mostrando esa irreverencia frente a ellos, esos videos en cantidad que están presentes en redes sociales, memes que se “hacen la burla” de la presencia militar podrían, en realidad, expresar exactamente algo que se busca generar, lo que podría ser, naturalizar esa presencia que, simbólicamente, podría, frente a un gobierno que “no pone orden”, comenzar a verse como posibilidad “factible”, “real” y, sobre todo, como “necesidad” la presencia de un régimen que “se haga respetar de verdad”.
El aprendizaje que deberíamos tener presente es que ningún gobierno totalitario es factible sin un proceso previo de validación y legitimación para que sea visto como “lo que se necesita”. En Bolivia, por ejemplo, para hacer factible la dictadura de Banzer fue necesario tener -por no decir, colocar- a Torres y así deslegitimar por completo un gobierno “socialista” que incluso llegó al punto de sustituir al Parlamento por una Asamblea Popular, cosa que simbólicamente (porque en los hechos no tenía factibilidad de ser sostenida) sirvió mucho a estos intereses que, de este modo, lograron poco a poco que mucha de la población “termine pidiendo esa mano dura” como la “única solución a este país”. El escenario de crisis económica en el cual ya estamos hace algunos años hace que, necesitemos comprender que estos intentos de golpe no son meras aventuras de “lobos solitarios” con problemas mentales y, sobre todo, que trivializar la movilización militar de junio no hace otra cosa que legitimarlo para cuando el intento deje de serlo y se haga asalto real al poder.
Más allá de la conspiración, se necesita comprender de modo autocrítico qué es lo que, internamente, hace factible estos intentos de derrocamiento de carácter (incluso) militar, punto en el que se necesita reconocer, que hace mucho, se ha perdido rumbo ideológico en el gobierno de las organizaciones sociales. La disputa intestina entre bandos está corroyendo la aceptación social del gobierno y, sobre todo, del partido, cosa que no es menor y que está abriendo las posibilidades, de par en par, a estos intentos de captura del orden democrático. Ante esta situación, se necesita comprender que lo propiamente militante se encuentra en la capacidad de recuperar la legitimidad real del partido y del proceso de cambio en Bolivia. Legitimidad que acá no se puede referir a un concepto reducido a márquetin político, sino como esa capacidad de generar involucramiento de la sociedad en el programa básico de acción que el partido debe encarnar, dicho de otra manera, no como mero discurso que incite al consumo de un producto, sino como generación de algo que se haga construcción colectiva real y que, en consecuencia, sea conjuntamente defendido. Es por ello que en este momento el discurso de la unidad debe tener un aditamento, pues en el escenario actual de –ya casi tres años- de disputa interna por la candidatura ya no basta con decir que “debemos unirnos”, ya no basta con decir; “separados la derrota es segura”.
Lo mezquino del enfrentamiento interno tiene consecuencias, es por ello que una “unidad” sin contenido, es decir, sin una discusión programática que recupere espíritu del proceso genera todas las condiciones para ser visto como mero acuerdo de élites que ratifique a la población que la dirigencia actual del partido no es otra cosa que “la misma clase política de siempre”, es decir, una élite política que -en estos años- no se ha diferenciado, sino que ha reproducido la clase política tradicional. En esas circunstancias la unidad “como si nada hubiera pasado” se hace por demás cuestionable para cualquiera, es por ello que lo urgente es la apertura de un espacio –dentro el partido- de deliberación programática para decir –junto a la población- cómo es que se debe actuar desde el gobierno, cosa que implica el inicio de un proceso honesto de reconciliación del partido con la sociedad. Más allá de pelear por quién es el candidato, debemos discutir qué es lo que se va a hacer en el poder, lo cual se traduce en responder a cómo es posible salir de la actual crisis, lo cual significa recuperar horizonte y no presuponer que “el programa está ya dado”, no es posible presuponer que las respuesta “son obvias”. Se debe demostrar que el tiempo en el gobierno le da al Instrumento Político capacidad de gobernanza.
Esto significa que se debe convencer a la sociedad que el partido está preocupado por solucionar los problemas y es por ello que debe ocupar el gobierno, pues hoy ya da la sensación de ser sólo una estructura electoral que ha ocupado el gobierno para concretar proyectos individuales de una clase dirigente que, por un lado, no le preocupa los problemas nacionales o, por el otro, no los comprende y por lo tanto no puede -porque no tiene la capacidad- de solucionar los problemas que nos atingen. Nuestra mirada política debe superar la mirada del topo, es decir, debe ir más allá de la lógica que concibe al gobierno como el espacio privado (propio de algunos dirigentes) que cuidan el lugar como un feudo, necesitamos recuperar la mirada que, desde arriba (arriba en tanto amplitud de mirada), vea el panorama entero para tener respuesta estratégica a los problemas nacionales, regionales y globales. Bolivia se muestra, una vez más en la historia, como país con recursos naturales estratégicos de interés global, eso nos hace aún más vulnerables, al mismo tiempo, estamos en un momento en que nuestra experiencia puede significar el logro más importante de la descolonización, es decir, por primera vez en la historia –al menos de América Latina- podríamos lograr algo más que independencia para conseguir, en los hechos, soberanía. El llamado en el Instrumento Político debe ser, en consecuencia, a algo más que un Congreso de Unidad por definir, desde arriba, un candidato, una discusión de este tipo pudo tener pertinencia hace un par de años, hoy es ya extemporáneo, es más, colocar el debate sólo en el punto de la candidatura es traición al proceso, eso es así porque significa que todos los demás problemas son secundarios respecto o, en otras palabras significa, que la respuesta a los problemas está en la respuesta a quién es el candidato, es decir, es el líder (el caudillo en lenguaje nacional) quien debe responder por los problemas, debemos lograr que la respuesta programática condicione al candidato antes que sea sólo el caudillo quien nos marque la dirección programática.
Desde la objetividad más transparente es posible argumentar que la candidatura en el partido la debería tener Evo Morales, pues él es quien articula –al menos aún- de mejor manera al grueso de organizaciones sociales con legitimidad social, ahora bien, un Evo elegido en una cúpula como resultado de un acuerdo de élites le resta mucho ante la opinión pública, sin embargo, un Evo Morales elegido como fruto de la participación de toda la militancia y con una estructura democratizada en el partido y un programa legitimado en la discusión compartida permite dar oxígeno al Instrumento Político, al proceso de cambio y al liderazgo histórico en su interior. Evo Morales cometió un grave error en 2016, buscó la salida al problema de su veto a postularse por la vía jurídica, es decir, judicializó su problema sin darse cuenta que su entuerto era político y no jurídico, su postulación debería ser conseguida por la necesidad histórica y la movilización con sentido, hoy estamos reproduciendo mucho de la misma equivocación. Se está aún buscando una salida jurídica, sin darse cuenta que el Órgano Judicial en Bolivia (que se vende siempre al gobierno de turno) ya tiene definido su exclusión, ante esta situación la movilización popular que podría buscar forzar su candidatura tiene la debilidad de mostrarse como mezquina, es decir, es la movilización que desde el gobierno se lo muestra como quien “paraliza el país por una persona para ser presidente”. Es por ello que Evo Morales es quien debe ser primero en abanderar la discusión programática y de solución real de los problemas del país para darle sentido a la lucha por sostener al proceso de cambio en Bolivia. Lo otro será sólo pelear por un espacio mezquino que daría la razón a los opositores y, sobre todo, a la conspiración que hace rato ha penetrado al gobierno y que, es obvio, está dispuesto a ayudar a que este gobierno (aunque también a jugar con él) no caiga, pero con condiciones básicas en la que la primera de ellas es; naturalmente, que Evo Morales no sea candidato.
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