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Bolivia: Por el camino de la reforma a la revolución

Fuentes: www.tinku.org

Las victorias pacíficas de la izquierda en Latinoamérica están lejos de tener objetivos revolucionarios inmediatos y se distinguen en cambio por su marcado carácter reformista. Ya sea porque el pensamiento socialdemócrata predomina hoy allí donde antes el marxismo revolucionario tenía hegemonía, o sencillamente porque la represión de las dictaduras civiles y militares -que ha hecho […]

Las victorias pacíficas de la izquierda en Latinoamérica están lejos de tener objetivos revolucionarios inmediatos y se distinguen en cambio por su marcado carácter reformista.

Ya sea porque el pensamiento socialdemócrata predomina hoy allí donde antes el marxismo revolucionario tenía hegemonía, o sencillamente porque la represión de las dictaduras civiles y militares -que ha hecho fácil la labor al neoliberalismo- ha destruido partidos y organizaciones populares, lo cierto es que sólo algunos grupos sostienen ahora la revolución como la tarea inmediata en el continente.

La izquierda más intratable, partidaria incurable de la «teoría de la conspiración» sostiene que los nuevos gobiernos de izquierda proclaman las revoluciones tranquilas para calmar a los Estados Unidos y sus socios locales. Pero la realidad es que esta vocación pacifica de transformación gradual es sincera, y el nerviosismo de Washington y las oligarquías criollas ante este inesperado giro a la izquierda en nuestros gobiernos latinoamericanos se explica solamente por su aversión enfermiza a cualquier reforma. Para la derecha latinoamericana y Washington cualquier cambio, por más insignificante que sea, es sinónimo de revolución, violencia, caos y en el mejor de los casos manifestación de «populismo irresponsable» y demagogia.

Pero si se prescinde de la propaganda interesada y manipuladora y nos atenemos a la gestión de los gobiernos progresistas, no es posible abrigar dudas acerca de su carácter reformista. Es más, en algunos casos su proclamada reacción contra el neoliberalismo es muy relativa y las políticas económicas del pasado en buena medida se mantienen. Inclusive, Se lleva tan lejos su moderación que impacientan a una ciudadanía deseosa de medidas más enérgicas.

Se puede decir que el esfuerzo por la recuperación del Estado como instrumento decisivo en la vida política y económica del país, la revisión de las privatizaciones de las grandes empresas, la defensa de los recursos naturales, medidas para mejorar la situación económica de la mayoría, el impulso a la integración regional (como rechazo o como medida alternativa frente al ALCA) y, en general, el empeño en reivindicar la soberanía nacional es sincero.

En términos generales podría decirse que se apuesta por el desarrollo del capitalismo de Estado, por un énfasis en el mercado interno (sin abandonar las políticas de expansión de exportaciones) y por la redistribución de la riqueza nacional. Es destacable también la búsqueda de nuevos mercados y nuevos socios (diferentes a EEUU), en especial China, La Unión Europea y los llamados países emergentes. A diferencia de los anteriores gobiernos neoliberales, el nuevo liderazgo de la izquierda establece distancias prudentes y claras con relación a Washington.

Si bien es cierto, cada país tiene su propia dinámica y sus procesos son singulares, existe un elemento que les identifica: el elevado nivel de las reivindicaciones y el descontento generalizado de la población. Y demostrar que el sistema es mejorable y que la democracia funciona, es sin duda el principal reto en Latinoamérica. La satisfacción de reivindicaciones tan profundas y sentidas no es ya posible con los modelos monitoreados por Washington, después del amargo trago del neoliberalismo. El capitalismo latinoamericano y, en particular, su rejuvenecida democracia tienen en esta contradicción entre expectativas legítimas y capacidad efectiva del sistema para satisfacerlas su principal desafío.

Naturalmente el reto alcanza también a Bolivia que propone un socialismo de inspiración nativa y que se alcanzará a fuerza de «profundizar la democracia; radicalizándola hasta sus últimos extremos». El triunfo de Evo Morales es apenas un primer paso hacia conquistas mayores. Esta revolución democrática y pacífica se somete a las reglas del sistema y «se propone construir una patria nueva dentro del capitalismo» de la misma manera que lo intentaron en su momento la Unidad Popular de Allende (Chile) o el gobierno de La Nueva Joya de Bishop (Grenada).

De esta nueva tendencia no se salvan ni los revolucionarios de Centroamérica que aspiran a gobernar con programas moderados: el FSLN, en Nicaragua; el FMLN, en El Salvador, y los antiguos insurgentes de Guatemala. La victoria muy probable del PRD en México también llevaría al gobierno a un partido reformista con un programa que está lejos de ser revolucionario.

Hasta las actuales fracciones guerrilleras de Colombia apuestan por un gobierno de reformas a pesar de su lealtad al marxismo revolucionario. Tanto el ELN como las FARC han declarado muchas veces su disposición a abandonar las armas si se dan ciertos cambios económicos y políticos en el país, y se les garantiza el ejercicio de la acción política sin riesgo de sus vidas; alegan en su favor que la opción armada es una respuesta que impone el sistema político excluyente y violento que impera en el país. Sus objetivos inmediatos no incluyen el socialismo, sino un gobierno de carácter nacionalista, democrático y pluralista.

Por supuesto, ninguna de estas tendencias políticas renuncia al socialismo, pero asumido como un objetivo a largo plazo. Parecen compartir la idea que la construcción del socialismo no es viable sin ciertas condiciones materiales de desarrollo del capitalismo (fuerzas productivas), sin una determinada extensión de las relaciones sociales del capital por el tejido económico y sobre todo, sin un nivel suficiente de conciencia, organización y capacidad de lucha de los agentes históricos del cambio, es decir, las vanguardias políticas y sus soportes sociales. Aún en el caso de una victoria revolucionaria, las medidas económicas de estos revolucionarios en el poder serían bastante parecidas a las del reformismo y tendrían en el capitalismo de Estado su columna vertebral. La diferencia vendría dada tan sólo por la fuerza política que ejerza la hegemonía y la orientación que se imprima al proceso.

Revolucionarios y reformistas, coinciden en la necesidad de emprender profundos cambios en el actual sistema económico y político para superar la pobreza, la desigualdad y la marginación de las mayorías, y sobre todo, para recuperar la soberanía nacional.
El modelo neoliberal que en su día se ofreció como la fórmula mágica para salir del atraso se convirtió hoy en día en la pócima vomitiva que nadie desea ingerir.

Vista en perspectiva llama la atención. La caída general y estrepitosa del modelo de dominación, la profundidad y amplitud de la movilización popular y la monumental incapacidad de Washington para mantener su influencia y realizar sus planes neocoloniales en el continente.

Sin embargo de esta tendencia latinoamericana, las cosas se precipitan en [WINDOWS-1252?] Bolivia… La Asamblea Constituyente se aproxima velozmente polarizando el escenario político, y en medio, una mas que extraña casualidad entre algunos sindicalistas «revolucionarios» con lo más granado de la oligarquía boliviana asentada en Santa Cruz, que coinciden en la febril organización de movilizaciones contra el gobierno del Presidente Morales.

Sometido a una intensa artillería verbal desde la delirante izquierda y la salvaje extrema derecha, el gobierno ha dado señales claras e indudables acerca del carácter de su gobierno. No se trata de un gobierno de ruptura, al contrario todo hace suponer que transitaremos por el camino de una revolución tranquila, gradual, sin sangre y tolerante de la diversidad nacional. Todo bajo la égida de una democracia más cercana al pueblo, sin alejarse mucho de los empresarios que según el propio presidente tienen su lugar en Bolivia.

Es decir un tinku o encuentro, entre los sectores sociales antagónicos que a momentos puede llegar a ser virulento e impetuoso pero que en su dialéctica se complementan y hacen girar las ruedas de la historia de este espacio patrio llamado Bolivia.

En todo caso hoy día es mas imprescindible que nunca que la enorme masa silenciosa de la bolivianidad abandone su modorra e intervenga en el escenario político morigerando la radicalidad de la izquierda y derecha acostumbradas a incendiar cada determinado tiempo la institucionalidad democrática sin animarse a asaltar el cielo.