Varios factores explican el resultado del referéndum de Bolivia. En el margen de votos, atribuyamos 2 por ciento a la arrogancia del vice-presidente García Linera y a sus terribles insultos a los ecologistas por la carretera del Tipnis y temas parecidos; otro 2 por ciento por haberse negado Evo Morales a reconocer abiertamente su paternidad […]
Varios factores explican el resultado del referéndum de Bolivia. En el margen de votos, atribuyamos 2 por ciento a la arrogancia del vice-presidente García Linera y a sus terribles insultos a los ecologistas por la carretera del Tipnis y temas parecidos; otro 2 por ciento por haberse negado Evo Morales a reconocer abiertamente su paternidad y actuar legalmente en consecuencia, como cualquiera debe hacer sea obispo o ministro; y finalmente otro 2 por ciento al cambio en la coyuntura económica, pues la política extractivista de Bolivia ha sido errada como indica el hecho que la balanza comercial sea ya negativa (como en casi todos los países sudamericanos). Con todo eso, ya alcanza para perder el referéndum. Yo hubiera votado por Evo Morales (pero no por García Linera). Hubiera lamentado una vez más los 500 años de racismo; me hubiera encomendado al espíritu del añorado René Zavaleta (1936-1984) (quien hubiera disfrutado tanto con la «guerra» del agua en Cochabamba, con la «guerra» del gas, con la expulsión del Goni y la elección de Evo Morales hace diez años pero que hubiera sido más abierto que García Linera a la crítica anti-extractivista).
En cualquier caso, Evo Morales ha perdido el referéndum que hubiera permitido su candidatura presidencial, y tal como Cristina Fernández, Rafael Correa y seguramente Nicolás Maduro, va ya de retiro. Y Dilma Rousseff también. Eso no tiene por qué suponer un triunfo permanente del neoliberalismo. Vean que Macri lo primero que ha hecho es dar más ventajas a la exportación de soja y a las multinacionales mineras, suprimiendo las «retenciones» (impuestos) a la exportación. El nuevo presidente de Argentina se encamina por una senda tanto o más extractivista que su predecesora.
Se dice a veces que el nacionalismo popular sudamericano está de retirada no por su culpa sino por un cambio de ciclo económico. Lo sucedido tiene explicación. El volumen de la extracción de materiales y también el de la exportación aumento cuatro veces, en América Latina en conjunto, desde 1970 al 2008. Algo parecido ocurrió en varios países africanos exportadores de materias primas. Los mercados mundiales no iban a absorber ese creciente exceso para siempre. Al aumentar las cantidades, ha bajado el precio de la soja, del mineral de hierro, de los hidrocarburos, del cobre. La reacción inmediata es intentar exportar más, hundiendo más los precios.
El valor en dinero de las exportaciones bolivianas registró una caída de 31,6 % en 2015, lo que provocó un déficit comercial de 773 millones de dólares, el primero tras doce años de tener una balanza comercial con saldos positivos. Las ventas bolivianas en el exterior fueron de 8.908 millones de dólares en 2015, 4.120 millones menos que los 13.028 millones registrados en 2014. Las importaciones ya descendieron un 8,3 %, de 10.560 millones de dólares en 2014 a 9.682 millones en 2015. La devaluación, el ajuste y el creciente endeudamiento son ya una realidad en Bolivia lo mismo que en Brasil, Argentina, Perú, Colombia o Ecuador. Lo mismo da que los gobiernos sean «neo-libs» o «nac-pocs», aunque el costo de la crisis se repartirá de otra manera según sea el gobierno.
El nacionalismo popular sudamericano cometió un grave error al menospreciar la crítica de los post-extractivistas como Alberto Acosta, Eduardo Gudynas, Maristella Svampa. Esta crítica tiene cuatro puntos principales: la economía extractiva exportadora alcanza volúmenes físicos sin precedentes y por tanto conduce como nunca antes a la destrucción de ecosistemas y ataca la supervivencia de los habitantes locales; esta economía no es sostenible físicamente; esta economía lleva a un déficit democrático, al imponer autoritariamente decisiones gubernamentales conjuntamente con empresas nacionales o multinacionales, criminalizando a los ambientalistas y prohibiendo en la práctica las consultas populares; esta política económica, en fin, no es sostenible económicamente porque el exceso de exportaciones puede llevar a un derrumbe de los precios.
Cabe argumentar que la economía industrial convierte en residuos casi todo lo que se extrae (ya sea energía de los combustibles fósiles, que es disipada por la combustión, ya sean materiales como cobre, aluminio, mineral de hierro, pasta de papel, alimentos para el ganado como la soja, que se reciclan en pequeña parte). Eso asegura una buena demanda futura de producciones primarias. Eso es cierto. Pero difícilmente habrá otra época de tanta alegría exportadora primaria como la que hubo en Sudamérica hasta hace poco – sin que Alicia Bárcena y la CEPAL advirtieran en contra.
La inquina o el desprecio anti-ecologista de Rafael Correa, Alvaro García Linera, Cristina Fernández, de los presidentes Lula y Rousseff les cobra ahora un precio en beneficio temporal del neoliberalismo, que no tiene ninguna política mejor que ofrecer. Es urgente que, de una vez, la izquierda latinoamericana se vuelva ecologista.
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