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Bolivia y el Socialismo del Siglo XXI en América Latina

Fuentes: Tlaxcala

El golpe de Estado ocurrido en Bolivia a mediados del mes de noviembre de 2019 fue el resultado de una serie de episodios de violencia ocurridos a partir de las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019. La complicidad por omisión de las fuerzas armadas con los golpistas, la renuncia de Evo Morales precipitada […]

El golpe de Estado ocurrido en Bolivia a mediados del mes de noviembre de 2019 fue el resultado de una serie de episodios de violencia ocurridos a partir de las elecciones presidenciales del 20 de octubre de 2019. La complicidad por omisión de las fuerzas armadas con los golpistas, la renuncia de Evo Morales precipitada por la «sugerencia» del estamento militar a que lo hiciera y el posterior comportamiento de la policía y el ejército contra el pueblo boliviano, han llamado la atención en torno al modelo político denominado «Socialismo del siglo XXI» y su implementación en Nuestra América.

Lo primero es precisar el uso del término socialismo en los últimos 150 años. Denostado y alabado en diversos momentos históricos, cabe recordar que muchos partidos socialistas o socialdemócratas, miembros de la II Internacional, apoyaron a sus respectivas burguesías en la Primera Guerra Mundial, la excepción fue el Partido Obrero Social Demócrata Ruso que se opuso a tan demencial aventura y recogió los frutos de tan sabia decisión en octubre de 1917. Pocos años después la III Internacional Comunista calificó como una herejía al partido que tuviese el «apellido» de socialista, este fue uno de los motivos por los que el Partido Socialista Revolucionario (PSR) en Colombia fuera mal visto por algunos dirigentes comunistas en Moscú, se fijaron en el nombre y no en lo que hacía tan combativa organización política.

El término socialista fue utilizado hasta por los nazis, Partido Nacional Socialista Obrero Alemán fue el nombre adoptado por los seguidores de Hitler. No obstante, algunos herederos de la II Internacional fundaron en 1923 la Internacional Obrera y Socialista (IOS), diferenciándose de la III Internacional Comunista. Luego de la Segunda Guerra Mundial, varios partidos socialistas, socialdemócratas y el laborista inglés «fundaron la Internacional Socialista en junio de 1951 en Frankfurt, se autodenominaron «socialismo democrático», criticando «tanto al «capitalismo descontrolado», como al «comunismo soviético», por ser un «nuevo imperialismo». Afirma que el socialismo quiere construir una sociedad «libre y democrática», buscando reemplazar al capitalismo por un sistema donde los intereses públicos tengan preferencia por sobre los intereses privados, entre otras cosas»[1].

Queda claro entonces que esta vertiente del socialismo se constituye en una alternativa al «capitalismo descontrolado» o «capitalismo salvaje» en palabras de hoy, pero lo hace sin desafiar la esencia de cualquier capitalismo: de un lado, el enriquecimiento de una clase y el empobrecimiento de otras, y de otro lado, el monopolio del poder coercitivo del Estado a favor de la clase o clases dominantes. El ejemplo que mejor representa este tipo de partidos es el Partido Socialista Obrero Español, en el exilio durante la dictadura franquista (1939-1975), fue prácticamente invisible durante los duros años de la resistencia al dictador, pero en los albores de la «democracia post franquista» renunció al marxismo y con el millonario apoyo de la Internacional Socialista se convirtió en el partido de gobierno que neutralizó la poderosa influencia del Partido Comunista, que no se exilió y le puso el pecho a las luchas obreras y sociales durante la larga noche fascista.

Luego de la crisis del socialismo real y de la derrota de buena parte de la izquierda armada en América Latina, se asentó en la región una nueva categoría: «Socialismo del Siglo XXI». Su creador, el sociólogo alemán-mexicano Heinz Dieterich Steffan, hace una propuesta en apariencia novedosa, plantea «releer la historia de la economía política, porque en su opinión algunos de ellos no logran hacerse manifiestos por confusiones conceptuales en esa disciplina: la primera, ocurrida a lo largo de los doscientos últimos años, identificó al capitalismo con el liberalismo; la segunda, ocurrida en este siglo, identificó al socialismo con el estatismo. Su tesis es que el camino más expedito para alcanzar la sociedad más justa, se consigue con una alianza entre el socialismo y el liberalismo, una vez que el socialismo haya dejado a un lado al estatismo y el liberalismo haya dejado a un lado al capitalismo»[2]. El término de marras tomó fuerza a partir de los discursos de Hugo Chávez y en Colombia se le adjudicó a los políticos de la «izquierda democrática».

Álvaro Hamburger, recogiendo a Marta Harnecker, señala que doctrinalmente el énfasis del Socialismo del Siglo XXI es no cometer los errores del Socialismo Real (soviético) del siglo XX. «El término fue acuñado por Hugo Chávez para diferenciarlo de los errores y desviaciones del llamado «socialismo real» del siglo XX en la Unión Soviética y los países del Este europeo. La lección principal del proyecto chavista es la necesidad e importancia de combinar el socialismo con la democracia, no una democracia liberal, sino una democracia participativa y directa»[3].

Son varios los intelectuales que lo han intentado definir. Rafael Díaz-Salazar y Juan Carlos Monedero se identifican con Marta Harnecker, ella «propone unos «rasgos del socialismo del siglo XXI» en perspectiva latinoamericana. Esos rasgos son esencialmente cinco, a saber: el hombre como ser social, el pleno desarrollo humano, una democracia participativa y protagónica, un nuevo modelo económico, y un alto grado de descentralización que permita un real protagonismo popular»[4]. La organización popular para la defensa de los derechos adquiridos brilla por su ausencia.

En Ecuador, Rafael Correa, lo asumió categóricamente durante su mandato. Alberto Acosta, ex ministro y ex presidente de la Asamblea Nacional ecuatoriana en el año 2007, consideraba al «Socialismo del Siglo XXI» como aquel que no «tenía enraizadas sus respuestas en manuales. No partimos de visones dogmáticas. Si logramos un manual, será con la posibilidad de cambiarle las hojas cada vez que se necesite. Será para corregirlo constantemente, pues no podemos creer en la verdad definitiva. Tenemos que hacer un ejercicio de construcción democrática permanente. Así se debe de construir el socialismo del Siglo XXI»[5].

Correa enfatizó: «Estamos por una revolución ciudadana, de cambio radical, profundo y rápido de las estructuras políticas, sociales y económicas»[6]. La situación actual del Ecuador y el giro de 180° protagonizado por Lenin Moreno, Vicepresidente durante la gestión de Correa y supuesto continuador de su obra, dejan mucho que pensar de los reales cambios estructurales construidos por el «Socialismo del Siglo XXI» en aquel país y de las muchas hojas que habrá que cambiarle a dicho modelo, en palabras de Alberto Acosta.

La ola de victorias electorales progresistas en América Latina durante la primera década del siglo XXI llenó de entusiasmo a muchos, en algunos casos sus ciudadanos pudieron recibir del Estado los mínimos derechos fundamentales que por siglos habían sido negados por las oligarquías de sus países. Fue tal el impacto que muchos hablaron de revolución y de socialismo, pero resulta que las clases dominantes siguieron intactas, en no pocas ocasiones haciendo dinero con los contratos estatales, y eso sí, desarrollando la más feroz e ilegal oposición a los nuevos administradores del Estado, y, además, reproduciendo mentiras y arribismo a través de sus medios de comunicación. El periodista uruguayo Raúl Zibechi es bastante crítico con los llamados gobiernos progresistas en América Latina, reconoce que el aumento del ingreso de los más desposeídos ha elevado el nivel de vida, pero vía consumo y teniendo como intermediario al sistema financiero, el cual, por supuesto se ha enriquecido, como el caso del Brasil de Lula, por poner sólo un ejemplo[7].

Ahora bien, el estado de bienestar, o mejor, uno que garantice los derechos fundamentales a la población, es relativamente costoso; los recursos deben salir de alguna parte, y dado que a las élites tradicionales no se les afecta sustancialmente, toca recurrir a la explotación de las riquezas naturales, que algunas veces choca con los intereses de comunidades indígenas que tienen una visión del desarrollo del buen vivir, en equilibrio con la «madre tierra» y que dificulta la financiación del «Socialismo del Siglo XXI». Para muestra el conflicto del gobierno boliviano por el control de la región de la Chiquitanía, la cual pasó a manos de terratenientes brasileños y desde la cual se organizó el golpe de estado contra el presidente Lugo en Paraguay[8].

Luego está el manejo del sistema financiero mundial en el que el dólar sigue siendo la moneda principal para las transacciones internacionales, sus circuitos siguen en poder del capitalismo, de los cuales es muy difícil separarse. El asunto se complica aún más en la medida que Bolivia ha acudido a préstamos internacionales por 10.177 millones de dólares a 31 de diciembre de 2018 [9], lo que indica que el crecimiento económico se ha venido subvencionando por la peligrosa ruta del endeudamiento externo.

En lo organizativo se ha folclorizado la participación indígena en el país andino, es decir, mucha pollera y sobrero, pero en la práctica unas relaciones sociales burguesas al interior de la élite socialista.

En últimas, de conjunto, sociedades en las que los valores burgueses siguen siendo hegemónicos, los nuevos gobernantes se convirtieron en una fracción del bloque dominante que salva al país de los desastres neoliberales, no exenta de la «dulce miel de la corrupción». Aunque no se pueden desconocer dos aspectos que la diferencian de la oligarquía tradicional: de un lado, la inversión social y la toma de conciencia de vastos sectores de la población, y de otro, el distanciamiento de los EEUU y la alianza con las nuevas potencias (Rusia y China), como expresión de un orden multipolar.

Los gobiernos socialistas o también llamados progresistas, excepción hecha de Venezuela que ya traía unas fuerzas armadas de izquierda y que oportunamente ha ido armando al pueblo y de Nicaragua que de alguna forma recoge su pasado insurgente, han dejado intacto el andamiaje militar, hasta hace poco fiel guardián de la Doctrina de la Seguridad Nacional y cruel verdugo de su propio pueblo. Por supuesto que esos estamentos no se cambian de un día para otro, pero la creación de nuevas instituciones armadas que garanticen la seguridad y la soberanía popular era tarea urgente, inmediata, pero compleja y dura, pues las oligarquías y los gringos se opondrían a ella, a costo incluso de generar una guerra civil, pues saben que esas nuevas entidades serían sus sepultureros; la pregunta es, ¿cuándo es más factible construir herramientas de ese tipo, en el gobierno o en la oposición?

El caso boliviano ejemplifica esa conciliación de clases, que más temprano que tarde, se torna trágica. Evo Morales y el Movimiento al Socialismo realizaron sin duda la mejor gestión de la historia boliviana en sus 13 años de mandato; tanto en lo social, económico e infra estructural, los datos son elocuentes, no los vamos a repetir. Salta a la vista que Morales no armó a su pueblo para batallas estratégicas, un modo de funcionamiento burgués en la élite socialista consideró que se tenían las fuerzas suficientes para continuar con el ejecutivo por otro período a partir de las elecciones, aparentemente razón no les faltó, sólo que no aprendieron del levantamiento de la oligarquía santacruceña al poco tiempo de haberse instalado Evo en el poder a finales de la década antepasada, ni de Allende en 1973. Su actitud conciliadora, con una élite y unas fuerzas armadas de lo más retrógrado y asesino de América Latina, le hacía creer que la alianza militar-campesina sería duradera. Podría catalogarse como secundario lo sucedido con la «carambola» jurídica que permitió a Evo una cuarta reelección, después de que en 2016, en un plebiscito, el 51% de los ciudadanos le dijeran que NO; dice la embajadora de Bolivia en Irán, en entrevista televisada [10], que Evo sí respetó el resultado plebiscitario, pero que pasado un año la ley boliviana permite que el juez constitucional se volviera a pronunciar sobre el tema, pues hablamos de un derecho fundamental; entonces, el máximo custodio de la ley de leyes decretó que Morales SÍ tenía el derecho a ser elegido nuevamente; argumento trivial, pues la mayoría de la población, luego de tres períodos de gobierno, le había dicho que NO lo quería más a él, que le apetecía darle ese derecho a otro; ante esa colisión debían primar los derechos del 51% de los electores y no el de una persona. Unos jueces le dieron a Morales la posibilidad de un nuevo período en 2017, otros jueces, de pronto los mismos, hace unas semanas, reconocieron a la usurpadora Añez, a la que un militar le colocó la banda presidencial. Repito, el asunto es aparentemente secundario, sólo que puso en bandeja de plata un excelente argumento para iniciar el golpe organizado desde hace mucho y desprestigiar al «Socialismo del Siglo XXI».

Viene a colación una cita de Régis Debray:

«No se es reformista por aplicar reformas en lugar de «hacer la revolución». Se es reformista si se imagina que las reformas no desembocarán un día en una situación revolucionaria y que los mismos métodos que permiten la aplicación de reformas permitirán también resolver una situación de crisis revolucionaria, en la que lo que está en juego no es ya la modificación de un artículo de la Constitución o el número exacto de empresas que nacionalizar, sino la vida o la muerte, la derrota o la victoria de uno de los dos campos en presencia»[11].

«Una situación revolucionaria no es una situación que ponga «la revolución» al alcance de la mano, como un hermoso fruto bien maduro que bastaría coger. Una situación puede ser llamada revolucionaria no cuando la revolución es en ella inevitable, sino a partir del momento en que se hace inevitable elegir entre un salto hacia adelante revolucionario y un salto hacia atrás contrarrevolucionario, porque soluciones de compromiso y posiciones intermedias no son ya viables. En este sentido, toda situación revolucionaria es también, y por el mismo movimiento, una situación contrarrevolucionaria: la crisis, indeterminable por sí misma, puede ser decidida en un sentido o en otro de acuerdo con las fuerzas en presencia o la habilidad y el espíritu de decisión de las direcciones políticas opuestas»[12].

Continúa Debray:

«…una clase dominante puede perder de manera transitoria el control del proceso político aparente, en caso de derrota electoral por ejemplo, sin perder el control del Estado, cuyo verdadero centro neurálgico -como lo revela toda crisis política aguda…- es el aparato represivo armado. En un momento de crisis (= transformación de la contradicción en antagonismo…[como si fuera un] duelo), un gobierno popular sin policía ni ejército populares deja de tener los medios para gobernar, es decir de mantenerse…Y es una ilusión de la voluntad pedir al aparato de Estado un funcionamiento fisiológico nuevo sin tocar su anatomía»[13].

La obediencia de las fuerzas armadas a las autoridades legalmente constituidas, sea cualquiera su ideología, se pone a prueba en momentos de crisis política.

Para terminar, la renuncia de Morales de la presidencia estuvo a punto de convertirse en mayúscula humillación. Está claro que los golpistas lo iban a matar, no interesa un ex presidente en la oposición y menos en la cárcel. A Evo se le presentaban varias opciones, morir como Allende y pasar a la historia, o morir, huyendo como un cobarde, en manos de los fascistas, probablemente su cadáver habría sido vejado y seguramente desaparecido (una tumba sigue siendo un símbolo poderoso). La intervención de sus simpatizantes y la solidaridad internacional le salvaron la vida, por los pelos. Su renuncia y sus exhortos a que los golpistas cesaran la violencia no aplacaron la furia depredadora de la derecha boliviana, confundieron al pueblo e hicieron ver al estadista como un endeble.

La izquierda que se defiende nunca será bien vista por los poderosos de siempre. Sigamos con Debray:

«Si…el socialista contra ataca para defenderse, si vigila sus fronteras y confía al pueblo el cuidado de ocuparse por sí mismo de su autodefensa (como en Cuba, los Comités de Defensa de la Revolución), si aplica a sus enemigos sus propios métodos, ojo por ojo, diente por diente, hasta inmovilizarlos, evitará la dictadura burguesa cuya venganza es mil veces más horrible y sangrienta que la dictadura del proletariado; pero en este caso será un déspota totalitario y paranoico, un neoestaliniano, y en nombre de la libertad y los Derechos del Hombre se le vituperará …»

«Puesto que, en este terreno, se pierde siempre, es preferible perder la reputación de humanista que el poder y la vida. Es preferible no hacerse perdonar la existencia a hacerse ennoblecer a título póstumo»[14].

El «Socialismo del Siglo XXI» debe aprender mucho del «Socialismo del Siglo XX». La individualidad histórica, el tipo de hombres y mujeres que debe producir la izquierda, son aquellos que luchan por la transformación radical de las sociedades, de tal forma que impida la existencia de oprimidos y opresores, no solamente la solidaridad entre hermanos, muy de moda en las palabras del sacerdote Frei Betto, pero que no deja de tener un cierto parentesco con la caridad cristiana, ¡es la solidaridad al calor de la lucha!

La «construcción del socialismo en un solo país» en la década del treinta del siglo pasado, o la «transición pacífica al socialismo» desde finales de la década de los cincuenta (convencidos de que la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción hundirían al capitalismo), fueron terreno fértil para que un burocratismo se ensañara contra los ciudadanos de su propia patria en los países del socialismo real, otro mundo hubiera surgido si los soviéticos hubieran salido a luchar contra las metrópolis capitalistas y sus aliados en la periferia, como lo señaló Trotsky luego de la muerte de Lenin.

En cambio, el capitalismo obsesionado por la baja tendencial en la tasa de ganancia, solventaba sus crisis recurriendo a su esencia: asesinar, robar, expoliar, explotar a pueblos enteros, destruyendo la naturaleza a su paso. Las burguesías han entendido que la lucha de clases es el motor de la historia, más aún cuando ellas van ganando.

Las derrotas del socialismo enseñaron que no todo hay que estatizarse, no siempre tiene que existir un solo partido, hay que fomentar individualidades que trasciendan en lo económico, lo científico, lo cultural, lo artístico, pero hay aspectos esenciales que no se pueden eludir. El «Socialismo del Siglo XX», cometió muchos errores, pero capeó invasiones y guerras civiles, derrotó a la formidable maquinaria de guerra nazi que contó con la complacencia de los EEUU en la 2ª GM, elevó el nivel de vida material y cultural de centenares de millones, construyó duraderas obras de infraestructura, fue el primero en visitar la órbita terrestre, duró siete décadas. El «Socialismo del Siglo XXI» lleva apenas unos años, sus resultados, aunque importantes, siguen siendo contradictorios, sus bases no aguantan el «manotazo» de un «golpe blando», que más temprano que tarde se convertirá en «golpe duro».

Es probable que gracias a los aguerridos indígenas Evo regrese a Bolivia, esperemos que tanto él como los otros mandatarios progresistas de Nuestra América se hayan dado cuenta de lo que les espera, si realmente defienden al pueblo hasta las últimas consecuencias.

Notas

[1] Internacional Socialista. I Congreso Internacional Socialista. https://web.archive.org/web/20100507001613/http://www.lainternacionalsocialista.org/viewArticle.cfm?ArticleID=39#

[2] Dieterich, Heinz. Origen y Evolución del Socialismo del Siglo XXI. 29/03/2010. https://www.aporrea.org/ideologia/a97929.html

[3] Hamburger, Álvaro. El Socialismo del Siglo XXI en América Latina: Características, desarrollos y desafíos. En: Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad, vol. 9, núm. 1, enero-junio, 2014, pp. 131-154 Universidad Militar Nueva Granada Bogotá, Colombia. Pg. 134

[4] Hamburger, Ibid, pg. 140

[5] Calvo, Hernando. El Presidente Rafael Correa y el Socialismo del Siglo XXI (Entrevista). 09/12/2019. https://blogs.mediapart.fr/hernando-calvo-ospina/blog/091219/entrevista-el-presidente-rafael-correa-y-el-socialismo-del-siglo-xxi

[6] Calvo, Ibid.

[7] Muñoz, Gloria. El saldo negativo de los gobiernos «progresistas» y la nueva presidencia de México (Entrevista a Raúl Zibechi). 10/12/2018 https://www.rebelion.org/noticia.php?id=249995

[8] Zelada, César. Bolivia al rojo vivo. 12/11/2019 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=262352

[9] Los Tiempos. Deuda externa de Bolivia sube a US 10.065 millones hasta julio [de 2019]. 10/09/2019 https://www.lostiempos.com/actualidad/economia/20190910/deuda-externa-bolivia-sube-us-10605-millones-julio

[10] Hispantv. «Golpe de Estado en Bolivia». Detrás de la razón. https://www.youtube.com/watch?v=zoixKpfVv3E (minuto 30:58 a 35:22)

[11] Debray, Régis. La crítica de las armas I. Madrid: 2ª edición, Siglo XXI, 1975. Pg. 262

[12] Debray, Ibid, pg. 262, 263

[13] Debray, Ibid, pg. 252, 253

[14] Debray, Ibid, pg. 258

Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=27761

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.