El imperio contra el mundo Se ha hecho un lugar común asistir al abuso de poder y la prepotencia de los EEUU a lo largo y ancho del mundo. Lo que es peor, observar con cierta indiferencia estas prácticas agresivas e impunes ejercidas contra pueblos y gobiernos que discrepan del unilateralismo hegemónico o que no […]
El imperio contra el mundo
Se ha hecho un lugar común asistir al abuso de poder y la prepotencia de los EEUU a lo largo y ancho del mundo. Lo que es peor, observar con cierta indiferencia estas prácticas agresivas e impunes ejercidas contra pueblos y gobiernos que discrepan del unilateralismo hegemónico o que no comparten su escalofriante crueldad en procura de convertir al mundo en un teatro de marionetas.
La violencia de alcance global y el doble estándar con el que actúa el imperio más poderoso del planeta está vaciando el contenido elemental de lo que suele llamarse conducta civilizada de las naciones modernas. Custodiado en el lenguaje anodino de la «democracia occidental» prospera la mayor impunidad corporativa de la que tiene memoria la humanidad. El maniqueismo conceptual de democracia, expresada con tono casi místico por funcionarios norteamericanos a los que hacen eco sus bufones trasnochados en la OEA carece de sustancia. Esta, no tiene nada que ver con la libertad, la representación ni la participación ciudadana, peor aún, con la soberanía del voto popular o la capacidad de decisión que emerge de los electores con efectos en la esfera pública. Las mediaciones financieras, la manipulación mediática y la enajenación en la que vive la sociedad y que sustentan el poder político en Washington, han vaciado todo indicio de la cualidad democrática. En la patria de Lincoln la democracia es una quimera entretanto gobiernen magnates, corporaciones extractivas, bancos que encubren activos, santuarios financieros y mafias semioficiales que viven de la guerra.
La apelación a la defensa de los derechos humanos que discurre por el mismo camino desborda en cinismo. Bastaría observar con estupor las ejecuciones de ciudadanos en la silla eléctrica en pleno siglo XXI, las espeluznantes torturas cometidas por soldados norteamericanos en las cárceles de Abu Ghraib, en el Centro de Internamiento de Bagram o en el campo de detenidos de Guantánamo o los asesinatos inmisericordes de afrodescendientes o migrantes ejecutados a sangre fría por la policía blanca. Los Derechos Humanos no conjugan con los 50 millones de pobres que produce en su propio domicilio el sistema capitalista que permite que 250 personas ricas concentren el PIB de 30 países juntos. En éste contexto de sacralidad jurídica y de aparente independencia de poderes no se puede dejar de mencionar el tenebroso papel con el que la Asociación Nacional del Rifle (ARN), además de financiar campañas a demócratas y republicanos, promueve la industria de armas de todo calibre para todos los mercados existentes en el planeta. Estas, cierran el suculento negocio de la muerte abonada por masacres cotidianas contra sus propios ciudadanos, amén de los millones de víctimas que producen sus «guerras humanitarias».
No es menos importante otra categoría venida a menos en la panoplia de la doble moral: la corrupción. Quienes pregonan ser los abanderados o los paladines de la democracia vinculada a la transparencia olvidan que en su territorio, y en otros en los que prima la ley de la selva, está incubada una de las causas más funestas de la codicia humana. En ningún otro lugar la corrupción tiene más adeptos que en el propio imperio cuando pasamos revista a la cuestión de los impuestos y a sus evasores congénitos, a los salvatajes financieros que obligan a pagar a los pobres la irresponsabilidad que producen los ricos, la colusión entre poder político y financiamiento proveniente de corporaciones, amén de los paraísos fiscales y su dolosa función de blanquear dinero del mundo turbulento y anónimo.
El imperio no anda con sutilezas. Gobierna sobre los escombros, el miedo, la muerte y el terror y lo hace con las tecnologías de poder más sofisticadas del planeta. Afortunadamente su vulnerabilidad es cada vez más evidente como consecuencia de la infidencia de sus propios agentes de seguridad que no resisten el silencio frente al inescrupuloso sistema de violación global de la privacidad.
América Latina bajo fuego cruzado
La cercanía geográfica, el valor geoestratégico del continente de cara al comercio del siglo XX y XXI así como la disponibilidad de recursos naturales incrementaron la vulnerabilidad de nuestra región frente a los EEUU, además de incitar al apetito voraz de sus capitales. La falta de unidad regional y su solapada desvertebración facilitaron el dominio extranjero.
Desde fines del siglo XIX, América Latina ha sido una víctima proverbial de los EEUU mediante intervenciones militares, injerencia en asuntos internos, invasiones sistemáticas, ocupaciones territoriales prolongadas, golpes de estado, instalación de bases militares y la ejecución de planes siniestros como el Plan Cóndor, cuyo objetivo, además de la eliminación física, el exilio, la tortura, persecución de opositores a regímenes militares apoyados por Washington, fue impedir conquistas democráticas, derechos civiles y la instalación de proyectos de liberación nacional.
La región adquirió una importancia geopolítica particular en la disputa ideológica durante la guerra fría y posteriormente un enorme valor estratégico en la provisión de materias primas así como en el control de rutas marítimas, canales, cuencas y mercados de ultramar.
Centroamérica se convirtió en un campo de batalla en los 80 y los 90 del siglo XX. Se perdieron miles de vidas ocasionadas por las «guerras de baja intensidad» impulsadas por la CIA y en algunos casos financiadas por el narcotráfico que la misma DEA promovía. ¿ Acaso se recuerda el caso Irán-Contras dirigido por el coronel Oliverth North?. Panamá, Haití y Granada fueron invadido por los norteamericanos entretanto impulsaban golpes de estado contra la Venezuela de Chávez y agudizaban el bloqueo genocida contra Cuba. Colombia y Ecuador se convirtieron en cabezas de playa del Comando Sur con sus bases militares, hasta la llegada de Correa y su revolución ciudadana, mientras el mundo andino era objeto de la fracasada política antidroga al amparo del Plan Colombia que ha permitido alojar en casa a sus propios verdugos. Hoy se repite la misma tragedia con el Plan Puebla Panamá y el Plan Mérida. Nuestras madres siguen pariendo los futuros muertos que los vivos y poderosos van matando cotidianamente.
La región fue minada de miedo para que las naciones más ricas, de la mano de sus oligarquías más serviles, resignaran sus recursos naturales a las empresas norteamericanas más prósperas del planeta, aquellas que extrañamente producen la mayor cantidad de energía fósil para dejar en la obscuridad a millones de seres humanos fosilizados por el hambre, la desnutrición y la barbarie capitalista.
Bolivia y EEUU: del trato cortesano a la rebelión indígena anticolonial
En lo que toca a la relación de EEUU con Bolivia no caben muchas conjeturas. Más de un siglo de intervención sistemática no sólo produjo una enajenante cultura de domesticación política y cultural sino también una suerte de dependencia adictiva. Por ello, el idilio entre las aguas del Potomac y el mundo andino-amazónico no ha sido propiamente la característica de ésta relación. Fue más bien la imposición y el chantaje, junto a la conducta cortesana de gobernantes previos a Evo, lo que facilitó su dominio, con excepciones honorables y patrióticas que concluyeron dramáticamente.
EEUU ha tratado a Bolivia como a una pequeña colonia enclaustrada e incómoda para su protocolo hegemónico arguyendo su falta de educación democrática, instituciones precarias e inestables, población pobre en un país desvertebrado e indígenas ignorantes e incultos pero imprescindibles para sostener su poderío militar, económico, político y financiero. Desde ésta perspectiva la «cooperación norteamericana» fue asumida como una manera de ejercer dominio mediante la civilización de los indios díscolos y disciplinando a obreros política y sindicalmente irreductibles o persistentemente insurrectos que interferían el saqueo extranjero de áreas estratégicas del país.
La victoria electoral del pueblo boliviano, en diciembre del 2005 cambió la historia: la sumisión a EEUU se convirtió en rebeldía genuina del pueblo boliviano cansado de ser humillado y ninguneado por su pobreza secular. No obstante, el país recuperó la capacidad de definir su propio destino. Con el ocaso de la relaciones carnales con EEUU, Bolivia pasó a constituir objetivo estratégico en los planes desestabilizadores del norte. En consecuencia, el proceso político liberador sufrió la mayor agresión imperial de la que se tiene memoria en estos casi 200 años de vida. La decisión de impedir la continuidad de la condición semicolonial del país fue respondida con el golpe cívico-prefectural, separatismo y secuestro aéreo del Presidente Evo Morales y su tripulación en pleno vuelo en 2013, para vergüenza de algunas potencias europeas.
Conviene recordar que la diplomacia norteamericana ni en sus mejores momentos de sometimiento del país se caracterizó por los buenos modales con sus homólogos bolivianos. Tampoco el respeto fue una norma de conducta en ésta controvertida relación asimétrica. Por el contrario, la sistemática violación de la Convención de Viena, que se supone regula la relación armónica entre estados parte, fue una constante a través de sus múltiples aristas injerencistas.
Derrotado el neoliberalismo desde las calles, y lejos de adaptarse a la emergente constitución de nuevos sujetos políticos que modificó la correlación de fuerzas internas, el gobierno norteamericano convirtió a Bolivia en cabeza del pelotón de países en los que debía reimplantar su tutela, es decir su excepcionalismo y supremacía cultural. Aunque políticamente los «populismos radicales», como ellos llamaban a los procesos progresistas, jamás constituyeron una amenaza militar para la hegemonía norteamericana, su sólo discurso liberador advertía de su fuerte incidencia política regional con riesgo de contaminar la vecindad con el mal ejemplo.
En la lógica tradicional supremacista de EEUU el riesgo de contaminación provenía no sólo de la democratización del poder y gobierno sino de los procesos de nacionalización, recuperación de las soberanías hipotecadas por los regímenes neoliberales y de la puesta en marcha de proyectos económicos en los que el Estado pasaba a ser un actor estratégico, redistribuyendo excedentes y propiciando proyectos de industrialización. Por cierto, las grandes corporaciones multinacionales que se creían dueñas del país, frustradas por la imposibilidad de seguir alimentando su voracidad en el proceso de acumulación fácil y saqueo de nuestros recursos naturales, marcaron su impronta. El país se les escapaba de las manos y un indio rebelde e irredento, al que se lo intentó desaparecer físicamente, matar civilmente y exonerar de su cargo políticamente, liderizaba el proceso que entre otras cosas llevaba como marca la descolonización y el antiimperialismo.
El imperio mostró todo su poderío movilizando fuerzas conservadoras de la derecha nacional más reaccionaria, recuperó la plantilla de funcionarios amaestrados y dóciles que el neoliberalismo usó como su rostro modernizador, llevó a cabo maniobras mediáticas al límite de la grosería en su afán de frenar la fuerza irreversible del proceso político boliviano. La nación derrotada decidió convertirse en Estado Plurinacional dejando de lado el protectorado republicano. Como era previsible, a éste proceso de descolonización y de autonomía política le fue aplicada la política del garrote.
Apegado a sus intereses geopolíticos EEUU lanzó su mayor contraofensiva encarnando su tradicional papel de policía mundial. Cegados por la intolerancia e iracundos por haber perdido la mala costumbre de disponer del país a su antojo optaron por la estrategia de la restauración conservadora descargando su arsenal desestabilizador contra el gobierno, dirigentes y funcionarios públicos.
La pérdida de un eslabón clave como Bolivia en la cadena colonial suramericana conmocionó a Washington. El sentimiento de pérdida fue más dramático en tanto el país, desobedeciendo las recomendaciones y amenazas de la potencia, se integró a los mal llamados países del «eje del mal» como Irán, Irak, Libia o Cuba. Resultaba inadmisible que algún ciudadano del mundo – léase nación, país o estado – se atreva a desobedecer los designios imperiales, peor aún desde Bolivia, nación que estaba intervenida durante muchos años y que había sido objeto de domesticación laboriosa a lo largo de más de un siglo.
Comprendiendo el peso histórico en la formación social boliviana, atrapada en la humillante dependencia imperial, que desvertebró el país e impidió su desarrollo e industrialización, Evo Morales hizo posible el sueño de millones de bolivianos que aspiraban recuperar la dignidad nacional. Expulsó al embajador Goldberg por sus acciones desestabilizadoras y su injerencia en los asuntos internos, echó a USAID del país por su doble moral y su trabajo larvario contra el proceso, mandó de vuelta a casa a los agentes de la DEA por su largo historial de violación de los DDHH y su impostura en la lucha contra las drogas y puso cortapisas a las acciones siniestras de la CIA y sus adláteres.
A pesar de todas las amenazas que recibió el gobierno se recuperó la soberanía nacional teniendo en cuenta que cualquier acción contrahegemónica que surgiera en cualquier parte del planeta estaría condenada a ser sofocada por cualquier medio, incluso la destrucción del proyecto emancipador, el asesinato selectivo o el magnicidio, para satisfacer el imperativo del nuevo orden global. En consecuencia, el proceso político boliviano rompió la aparente barrera cultural aparentemente infranqueable que dictaba su corolario más abyecto – contra el imperio no se puede – para una nación empobrecida, sedienta de emancipación.
La historia nos recuerda cada día el terrorismo de estado forjado por los gobiernos de EEUU y sus agencias de inteligencia que operan planetariamente. Nadie olvida la invasión norteamericana en Playa Girón contra la revolución cubana, el pacto de sangre entre la CIA y los militares fascistas en Chile que terminaron con el gobierno socialista de Allende, el golpe de Estado contra Arbenz en Guatemala e incluso, el asesinato del propio Presidente Kennedy. Po lo tanto, la «rebelión» de los que apuestan por otro mundo o que desean liberarse de toda forma de opresión capitalista o imperial está preñada de amenazas o condenada a su sofocamiento. El llamado «poder blando» que no es otra cosa que la tercerización de los golpes de estado o el «poder duro», invasión militar de por medio, continúa siendo reeditado en América Latina y contra el mundo.
Forma parte indivisible del injerencismo norteamericano la artera estrategia del miedo, canalizado por los grandes medios hegemónicos, convirtiendo a los países rebeldes o no alineado en «estados paria», «narcoestados» o «estados fallidos» para legitimar su discipinamiento, producir violencia contra ellos y montar una gigantesca cortina de humo capaz de inocular la mayor de las ignorancias globales.
Esta concepción suprema sobre el mundo tiene una larga historia dirigida a frenar la rebelión popular o la disidencia antiimperial. Contra éstos opera la estrategia de siempre. Primero se busca su alineamiento sutil o se aplica el chantaje financiero, estilo D. Greenlee. En segundo lugar opera el mensaje extorsivo, la sanción económica y la producción de miedo colectivo, estilo Manuel Rocha. En tercer lugar, se criminaliza y junto al mensaje, se desencadena el bombardeo, la guerra psicológica, la muerte social y civil inmisericorde, hasta lograr la destrucción absoluta de los que osan enfrentarse a ellos, como sucedió en Bolivia contra el Gral. Torres, en Panamá contra Torrijos o en Ecuador contra Roldós, solo para mencionar algunos casos. Está claro que no hay imperio sin impunidad como no hay democracia sobre la punta de las bayonetas.
La pieza clave de la maquinaria planetaria: la «embajada» y sus embajadores
Para gobernar el mundo en simultáneo se requiere contar con una maquinaria planetaria demencial: 1) bases militares instaladas geográfica y geopolíticamente distribuidas con arreglo a la existencia de materias primas estratégicas, 2) flotas navales con poderío convencional o atómico para disuadir o intervenir, 3) agencias de inteligencia con capacidad de colectar megadatos de los ordenadores de todo el mundo, 4) embajadas que aplican mecanismo de poder blando y duro bajo el velo de la diplomacia y que actúan como plataformas de sostenimiento de su poder extraterritorial y 5) como operadores y soportes del poder extraterritorial disponen de un conjunto de medios hegemónicos de comunicación, encargados de censurar la información, manipular la realidad y mutilar todo aquello que se aproxime a la verdad: crímenes de lesa democracia.
En el caso boliviano, la tarea del sometimiento político del país fue cumplido, prioritaria y proporcionalmente por su embajada, agencias de diversa naturaleza, operadores especializados y oficiosos/soplones nativos. Un laborioso estudio de la conducta o comportamiento de cada uno de ellos en determinados momentos históricos en el país nos proporcionaría una asombrosa manera de acercarnos a los rasgos criminales del poder imperial, al prototipo de las operaciones encubiertas, – golpes de estado, conspiraciones e incluso magnicidios – a sus métodos de reclutamiento pero también nos conduciría a conocer los oscuros pasadizos y lógicas en las que fueron entrenados sus embajadores y funcionarios jerárquicos como sujetos de ésta maquinaria depredadora.
A pesar de su bajo rango en la escala política global, son proverbiales los embajadores asignados a «cumplir misiones» especiales en Bolivia en momentos claves de nuestra historia. Los tenemos de toda estirpe y calaña. Desde el célebre Stephansky (1961-1963) que ayudó a mejorar el montaje de la CIA en Bolivia a principios de los 60, pasando por Siracusa (1969-1973) que operó el golpe contra Tórres, instalando en el poder dictatorial a Bánzer en los 70s, el inefable Gelbart (1988-1991) hasta la petulante y poco graciosa Donna Hrinak (1998-2000) sin desmerecer las torpezas aberrantes de Manuel Rocha (2000-2002). No obstante, en éste largo listado de embajadores con poder virreinal también contamos con la sombra criminal de Goldberg, el oficioso separatista de la ex Yugoslavia cuyo mandato entre el 2006 y 2008 fue acabar con el gobierno de Evo Morales para ofrecer Bolivia como trofeo imperial y como festín a las corporaciones trasnacionales.
Las embajadas, mediante distintas modalidades de injerencia, constituyen los sujetos violadores del derecho internacional público y sus delitos son detestables como lo son sus operaciones encubiertas ejecutadas contra nuestros pueblos bajo el mando de sus embajadores. Estos últimos, ungidos por el poder casi absoluto de la metrópoli muestran su total desprecio por las leyes nacionales y su desdén por las normas básicas de respeto a la nación que los acoge. No es casual que EEUU no forme parte de ningún acuerdo, pacto, declaración, protocolo o convención internacional que fiscalice o condene sus abusos, mine su dominio, sea capaz de deteriorar su proyección global o lastime su liderazgo supuestamente «moral».
Brennan y el legado de Goldberg
Forma parte sin duda de este elenco diplomático el ya célebre Peter Brennan, actual encargado de negocios en Bolivia, en cuyo desempeño mantuvo, con algunas variantes el guión central que diseñó Goldberg a su paso por el país. La continuidad del legado Goldberg lo demuestra elocuente y categóricamente los cables de wikileaks, vinculados a Nicaragua, firmados y rubricados por Trivelli (2005/2008), entonces embajador de EEUU y por el propio Brennan en su condición de Encargado de Negocios en ese entonces.
En el marco de la estrategia desestabilizadora y con experiencia previa, Brennan y su equipo político nunca dejaron de estudiar y privilegiar la volatilidad, la vulnerabilidad y la alta sensibilidad de una parte de la opinión pública nacional, cada vez más sometida a la infernal influencia de las redes sociales, como el núcleo fundamental del ataque contra el proceso de cambio. Si la impronta de Goldberg fue el golpe político, separatismo de por medio, acercándose peligrosamente al magnicidio, la impronta de Brennan es sin duda el golpe mediático, tan criminal como el primero, pretendiendo la muerte civil del proceso y sus dirigentes.
Por lo tanto, de Brennan queda poco por explorar en su sinuosa trayectoria diplomática y en su burdo desempeño político. Basta leer sus propios cables, escritos desde Managua al Departamento de Estado, para darnos cuenta de su refinado prontuario labrado a fuerza de corromper dirigentes sindicales, envilecer a comunicadores y medios de comunicación, pagar candidaturas de líderes políticos de la derecha nicaragüense, emprender una carnicería moral contra Ortega y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), incentivar conflictos entre el FSLN y los pueblos indígenas mizquitos o manipular a ONGs favoreciéndolas con gruesas sumas de dinero con el sólo objetivo de frenar el ascenso al gobierno de Daniel Ortega y el FSLN.
¿Le suena familiar al pueblo boliviano esta historia escrita por la propia mano del imperio?
Este personaje en esencia siniestro, que en la simple gramática política tendría el título de sicario, es el diplomático de carrera que el Departamento de Estado de los EEUU envió a Bolivia el año 2014 con el mismo mandato que recibió Goldberg para destruir el proyecto político boliviano el año 2006. Empero, habría que agregar a éste expediente indecoroso la íntima, atípica e inescrupulosa relación que mantuvo con un narcotraficante, torturador, testaferro y pseudoperiodista de Santa Cruz con el afán de cumplir su mandato desestabilizador. No fue menor su acendrada capacidad para alinear a su proyecto a un entusiasta coro de bufones maquillados de analistas políticos y adiestrarlos para sus fines arteros.
El servicio de inteligencia y el Departamento de Estado, que asignaron a Brennan el triste papel de conspirador del proceso nicaragüense y boliviano, tendrán que repensar sus próximas misiones para evitar la ridiculización del excepcionalismo norteamericano. Por cierto, nuestros testaferros nativos también tendrán que replantearse cierta flexibilidad en sus tarifas.
Y no se crea que Brennan o el imperio operan en la soledad de su miserable poder subterráneo. Estos prosperan en la carroña que hace posible su impudicia pero también en la nuestra, en la carroña criolla que hace posible que una nueva rosca encomendera tenga la oportunidad propicia para asestar el puñal artero y traidor contra su propia patria. Es una historia que lastimosamente se repite. No hay Brennan sin los «comensales de la patria» como diría el extinto Gonzalo Ruiz Paz como no hubo Goldberg en su momento sin su Rubén Costas y sus secuaces separatistas. Basta verlos en la tele, leerlos en la prensa o escucharlos en la radio preñados de odio digitado y entusiasmo servil. Bajo el «Método Brennan/Goldberg» cualquier ira ciudadana se galvaniza, cheques/contratos/becas/viajes de por medio, para convertirse en «causa justa» y democrática y de ello pueden dar fe algunos conversos.
De la rosca encomendera nos encargaremos luego. Por de pronto, Brennan regresa sin bandera aunque con un pequeño trofeo pírrico al núcleo vital de su poderosa maquinaria que lo protegerá por el resto de sus días. Como lo hicieron con Goldberg, – a quien asignaron a su retorno de Bolivia la tarea sanguinaria de seguir degollando naciones desde sus agencias de inteligencia-, Brennan estará esperando el próximo de la lista. Pero los próximos están advertidos del método Brennan y de su tutor emblemático, Goldberg.
Nota:
El presente artículo es de responsabilidad exclusiva del autor y su opinión no compromete al Estado Plurinacional de Bolivia
Juan Ramón Quintana Taborga. Embajador de Bolivia en Cuba
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.