El grito se repite en mil gargantas y se mete en el cuerpo como una pequeña descarga eléctrica. Y si al espectador le eriza la piel, al jugador que gambetea defensores le pasa algo mucho más intenso. Parece avanzar traccionado por ese rugido sin final, que lo impulsa a hacer un esfuerzo más antes de […]
El grito se repite en mil gargantas y se mete en el cuerpo como una pequeña descarga eléctrica. Y si al espectador le eriza la piel, al jugador que gambetea defensores le pasa algo mucho más intenso. Parece avanzar traccionado por ese rugido sin final, que lo impulsa a hacer un esfuerzo más antes de que el dos de Laferrere lo voltee de una patada en la pantorrilla.
Ir a la cancha a ver jugar a Deportivo Morón, al Gallo, es un ritual que comienza desde la mañana temprano en cada barrio. En el Santa Laura, pasa casi lo mismo que todas las semanas: los pibes se van juntando en un potrero con arcos de madera, casi al borde de donde terminan las calles de tierra. Mientras llegan las familias, la cerveza y el fernet con coca corren de mano en mano, acompañando una espera que hoy es triste: es el primer partido sin Marcelo Gomez, el Goma.
De 36 años, Marcelo era uno de los vecinos más queridos de de su barrio, hasta que el sábado 13 de Agosto una bala le robó la vida en las mismas calles que pisó casi desde su nacimiento.
En la esquina se van juntando los que van a colgar las banderas que exigen justicia para su memoria. Hay desocupados, mecánicos, recolectores de residuos y familias con niños de uno o dos años, vestidos con la camiseta del club. Y, sobre todo, hay pibes con tatuajes que en el pecho o la espalda muestran a un gallo musculoso que -mitad malevo, mitad risueño- guiña un ojo desde el dibujo.
Camino a la cancha , en una peregrinación improvisada por las calles de Morón, nuestro grupo va entonando las primeras y todavía tímidas canciones que se multiplicarán en el estadio. Y cuando por fin lleguamos, nos encontramos un operativo de más de 250 policias y un vallado que da la vuelta a todo la cancha.
Las boleterías son dos colectivos, uno para las plateas y otro para polular, pero nadie tiene el dinero suficiente para pagar los doce pesos que vale la entrada.
-Lo importante -explicará después un fanático del club- es la actitud. No tenemos un mango, pero buscamos la forma de entrar por la nuestra.
Entonces pensamos en buscar moneditas, amagamos con hablar con alguien para que nos haga pasar, tratamos de encontrar algún papelito que simule una entrada, y hasta especulamos con colarnos esgrimiendo una sonrisa como único pasaporte.
En el medio de la peripecia, nos alejamos de la cancha para tomar una cerveza, porque nadie vende alcohol en los alrededores.
Antes del último trago ya se escuchan las canciones llegando desde la tribuna, y entonces optamos por la variante mas cara y segura: pagar los que puedan, y encarar con tickets para menores los demás. Entramos justo cuando la hinchada está por subir a la tribuna. Envueltos en banderas y gritos, nos sumergimos en un tablón dominado por el olor dulce del porro y el choripán.
Alla abajo, en la cancha, el equipo en pleno ya salió del tunel y posa para la foto, desplegando un estandarte que dice «justicia para el Marcelo Gomez». La tribuna estalla en aplausos. Llueven papelitos. Los equipos se acomodan alrededor de la mitad de la cancha. El referí toca el silbato y comienzan a jugar.
Alentar al equipo es sólo una de las funciones que cumplen las canciones que entona la hinchada. A veces, también construyen epopeyas que narran las incursiones en estadios rivales. En Morón, hay una canción en particular que habla de Marcelo Gomez, el Goma.
Es la que cuenta un partido en la cancha de Laferrere, donde la rotura de un portón que separaba a las hinchadas desató la represión de la infantería.
Los policias ‘cabeza de tortuga’ avanzaban a tiros y palos, encerrando al público en la tribuna. El Goma retrocedió, tomó carrera, se tiró contra el cordón de infantes, empujó hasta abrir un agujero entre ellos y siguió de largo. Dicen que lo corrieron dos cuadras a tiros, y que jamás lo pudieron agarrar.
-Es que el Goma era un gigante, pero nunca se abusaba de su tamaño si no te metias con el -. Así lo describe un hincha que se baja del paravalanchas en el entretiempo, pero lo mismo podria haber dicho cualquiera de sus vecinos, que lo recuerdan como a un referente natural.
Marcelo era albañil, ciruja a veces. A ese oficio errático, que practicaba cuando no le quedaba otra, le debía su primer y única estadía en la carcel: cinco meses por cirujear lo que, interpretó la policía y el juez, eran los restos de una parada de colectivo abandonada.
De su pasado como militante político, Marcelo conservaba principios que en las calles de su barrio se transformaron en códigos. Cuentan sus amigos que una vez saltó la pared de su casa porque había escuchado que los hijos de su vecina lloraban. Allí se encontró con Chocolino, un pibe de la bandita de los rastreros, que tenía a la mujer por el cuello, amenazándola con un cuchillo para robarle.
El Goma lo sacó, literalmente, a patadas en el culo.
Tiene 19 años y los ojos rojos de tanto colar pastillas. Está parado en la puerta de su casa, tratando de dominar todo con una mirada. En la mano tiene un Doberman, un revolver calibre 22 largo con un tambor de 10 tiros.
Está a punto de cometer un crimen, pero Alejandro «Tomate» Serrano es una víctima de la historia reciente, y de un sistema perverso que lo obligó a ocupar el lugar mas bajo en la escala social. Hijo bastardo de la década del 90, se crió en los territorios ahora inexistentes de narcos y ladrones con modales y estilos de vida menemistas. De aquellos años, Tomate no pudo heredar casi nada; apenas un oficio que se degradó con la devaluación, que sólo le permitió ser ‘rastrero’, uno de esos pibes que se dedican a robar lo que tienen a mano, incluyendo las pocas pertenencias de sus vecinos.
Ultimamente, Tomate está lleno de problemas. Casi nadie lo banca en el barrio, y el territorio que alguna vez soñó con dominar se reduce al pequeño sector que rodea su ranchada.
Afuera es todo enemigos; los vecinos no se olvidan de sus ofensas, de los pequeños robos y las apretadas cotidianas. Menos ahora, que anduvo dando vueltas por ahí, preguntando ‘y ahora qué’, mientras mostraba el fierro que se compró a medias con sus amigos.
Sucedió el 13 de Agosto del 2005 por la noche. Marcelo Gomez, el Goma, iba para la almacén, dicen que a comprar un vino para compartir con sus amigos. Tomate lo vió cuando pasaba por la puerta de su casa. Salió y increpó como había hecho con varios vecinos. ‘Y ahora qué’, le dijo. Después le apuntó a la cabeza y le disparó un solo tiro. Cuando Marcelo Gomez cayó muerto al piso, los amigos de Tomate se le tiraron enicima.
Como si tuviesen miedo de que el muerto se levante, le pegaban con cadenas y cinturones.
Alejando «Tomate» Serrano desapareció del barrio después de correr a tiros a los que se habían acercado al cuerpo de Marcelo. Algunos dicen que lo vieron escaparse escondido en un coche, y otros aseguran que corrió sin control tratando de encontrar un lugar para descartar el arma con la que había matado a Marcelo.
Lo cierto es que Tomate es sobrino ñieto de Juan Milano, un concejal de segunda linea del oficialista Partido Nuevo Morón. Muchos vecinos denunciaron que la esposa de Milano, que maneja un comedor y reparte planes sociales en el barrio, amenazó a los vecinos con cortar la ayuda a los que se animasen a declarar.
En el Barrio Santa Laura eso se vivió como un encubrimiento. «Ellos -señalaban varios vecinos refiriéndose a los Milano- apañan a los que mataron a Marcelo, porque son de la misma familia y porque son su patota».
Una semana después , dos centenares de vecinos marcharon hasta la municipalidad de Morón, pidiendo ser recibidos por el intendente Martín Sabbatella. Enterado de la movilización, el jefe comunal se presentó la noche anterior en el barrio Santa Laura, visitó a la familia de Marcelo y también le habría ordenado al concejal Milano que entregue a su sobrino.
A diez días de los hechos, y cuando se organizaba una nueva movilización, el propio Milano se presentó a declarar en la fiscalía nro. 8, denunciando donde se escondía el asesino.
Alejandro ‘Tomate’ Serrano fue detenido poco tiempo antes de que los pibes del barrio Santa Laura inundaran las tribunas de Deportivo Morón con un ‘se siente, se siente, el Goma está presente».
-La vida se constituye de actos cotidianos. Y lo cotidano es esto-.En el entretiempo del partido Morón-Laferrere, un hincha sopló la frase al oído del cronista, como forma de explicar que el mejor homenaje es estar ahí, sufriendo y gozando, porque ese defensor que tenemos cuidando el area chica no sabe ni donde está parado.