El artículo 2º de la Constitución argentina reza que «el Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano». Según la primera encuesta nacional sobre las creencias y actitudes religiosas, realizada el año pasado, nueve de cada diez argentinos creen en Dios.
Del total de los encuestados, el 95 % declaró haber sido bautizado. Sin embargo, según el mismo sondeo, la mayoría de los fieles de la Iglesia católica no va a misa de manera habitual y prefiere creer, pero no practicar. «Yo estoy bautizado pero, para mí, no soy católico. Para la Iglesia sí, pero yo no me considero católico porque no creo ni en la Iglesia, ni en el bautismo, ni nada».
Esta respuesta, recogida por Radio Nederland en una informal encuesta callejera, ejemplifica la situación de muchos argentinos que, por una costumbre más cultural que religiosa, han sido bautizados. «Me casé por Iglesia, estoy bautizada, pero no soy creyente ni voy a misa. A mis hijos también los bauticé, pero por una costumbre cultural», explica Silvia, una mujer de 33 años que dentro de poco bautizará a su tercera hija.
Tradición familiar
Cristina Ferreyra nació en el seno de una familia profundamente creyente, que había llegado a la Argentina desde el norte de Bolivia. Fue bautizada en una iglesia de la ciudad de Buenos Aires pocos meses después de haber nacido. Sin embargo, muchos años después de haber recibido el primer sacramento, Cristina decidió tomar otro camino. «Fui una de esas personas que fue introducida en la religión. A medida que fui creciendo, me llegó la duda, el replantearme qué estoy haciendo, qué hago acá, cómo es que estoy haciendo este tipo de prácticas y por qué las tengo que hacer. Me lo pregunté y, a raíz de eso, logré tener una idea de lo que representa el no creer. Y entonces, elegí la no creencia, que es el ateísmo», explica.
Cristina fue miembro fundadora de la Federación Internacional de Ateos, con sede en España, y de la Asociación Civil de Ateos en Argentina (ArgAtea), la primera organización que promueve la difusión del pensamiento ateo en el país. En su rol actual de coordinadora de la asociación, explica que su misión es defender las libertades, los derechos civiles, y luchar por la implantación de los valores laicos en la sociedad «desde el respeto a la libertad de pensamiento, a los valores democráticos y a la tolerancia». Buscan que la Iglesia no se entrometa en las políticas de estado en temas de educación o salud, entre otros.
Pero además, Cristina fue una de las primeras personas en Argentina que decidió apostatar. Según el Código de Derecho Canónico, apostatar es declarar «el rechazo total de la fe cristiana». Para la asociación que coordina Cristina, en otras palabras, significa «darse de baja de la Iglesia Católica».
«Rito social naturalizado»
Según la primera encuesta de creencias religiosas de Argentina, el 76 % de los que se definieron católicos no son practicantes: aseguran que van poco o nunca a lugares de culto, y sólo el 23 % participa frecuentemente de los ritos religiosos. Sin embargo, ante la pregunta de si renunciarían al bautismo, se escuchan respuestas como éstas: «No sé si renunciaría porque lo que ya está hecho, ya está»; «No renunciaría porque no es algo que me moleste. Si mis hijos algún día quieren cambiar de religión, lo harán»; «No necesito renunciar a nada porque no me siento parte de eso. Que las demás personas crean o sientan que yo soy católico, no me interesa. Lo que importa es lo que pienso yo».
Sin embargo, aunque no se definan como practicantes, todos los bautizados son considerados católicos. Según la Asociación Civil de Ateos en Argentina, «la Iglesia argumenta que casi el 90% del país es católico e indirectamente apoya sus doctrinas». Y aunque pueda parecer que el dato sólo tiene valor estadístico, en la asociación aseguran que esta información es utilizada para pedir subsidios y sostener su influencia política. «Basando su legitimidad en el alto porcentaje de personas bautizadas sin su consentimiento en el marco de un rito social naturalizado, la Iglesia implanta su moral dominante en las relaciones sociales, subyugando y condenando toda forma de vida que no se le doblegue», explican en ArgAtea.
Habeas data
Cristina Ferreyra logró que en el registro de la iglesia en donde fue bautizada, al lado de su nombre, escribieran que ella es apóstata. Sin embargo, no está conforme con el valor simbólico de su renuncia. Y va por más. «Solicito que todos los datos relativos a la filiación personal y circunstancias de quien suscribe sean eliminados a todos los efectos de cualquier apunte registral, base de datos, estadístico u otro, y muy particularmente lo sea del registro de bautizados que mantiene la Iglesia católica», dice el texto de una carta dirigida al obispo de la diócesis en la que fue bautizada.
En Argentina, una ley protege los datos personales que forman parte de archivos, registros y bancos de datos públicos o privados. La ley 25.326 de Protección de Datos Personales, conocida como Ley de Habeas Data, establece que «toda persona tiene derecho a que sean rectificados, actualizados y, cuando corresponda, suprimidos o sometidos a confidencialidad, los datos personales de los que sea titular, que estén incluidos en un banco de datos».
Cristina quiere que sus datos sean borrados definitivamente de los registros de bautizados de la Iglesia Católica. En sintonía con esta idea, varias asociaciones han lanzado la campaña ‘¡No en mi nombre!’, que convoca a todas las personas bautizadas en la Iglesia católica «que se sientan lejanas a la institución y que quieran apostatar colectivamente».
«En la Iglesia en donde se encuentra el libro, que se llama registro, anotaron que yo soy apóstata al lado de mi nombre. Sin embargo, yo puedo pedir que esos datos no sean utilizados, ni siquiera la información de que yo apostaté», explica Cristina. Desde su punto de vista, ya no se trata de un planteo religioso. «Para ellos, teológicamente, el bautismo es indeleble, de por vida. Pero yo estoy haciendo un planteo jurídico. Si como ciudadano hago un planteo jurídico a una institución a nivel civil, sea religiosa o no, esa institución tiene que aceptar la ley. El hecho de que esos registros estén escritos, a mano o como sea, a mí no me interesa», sostiene.
Apostasía colectiva
En este mes de marzo, las asociaciones que organizan la campaña ‘¡No en mi nombre!’ realizarán una presentación colectiva y le harán llegar a la Iglesia Católica argentina las solicitudes de apostasía, fundadas en la ley de Habeas Data. Para eso, han creado un sitio web (www.apostasiacolectiva.org), en donde los interesados en pedir la apostasía pueden descargar y completar una carta dirigida a las autoridades eclesiásticas.
«Sr. Obispo: quien suscribe este escrito, cuyos datos de filiación completos constan en el anexo de este documento, mayor de edad y en pleno uso de sus facultades y derechos, comparece ante usted, a través de este medio, a fin de manifestar lo que es su libre voluntad en los aspectos que se detallan seguidamente…». La carta debe ser dirigida a la diócesis en la que el interesado fue bautizado. En el texto, la persona deja constancia de que el hecho de haber recibido el bautismo al poco de nacer, «por una decisión familiar unilateral sin duda presionada por la costumbre social que hace siglos impuso la Iglesia», implicó que se le negaran «todos los derechos que jurídicamente le correspondían y corresponden, y de facto, se le obligó a formar parte activa de un determinado núcleo de creencias».
Los organizadores de la campaña explican que la Iglesia Católica «condena el aborto, la homosexualidad, boicotea los intentos del Estado por generar una política de educación sexual, se opone al uso y reparto de anticonceptivos, a la eutanasia, al divorcio», entre otras cosas, en nombre de quienes están bautizados, incluso aquellos que son críticos de la institución y no se sienten parte de ella. «La apostasía colectiva es un acto de repudio público a la manipulación ideológica y material de la Iglesia Católica en la vida ciudadana. Es una forma de manifestar el desacuerdo con su política social, sexual y económica, dejando en claro que no nos representa y que no queremos que reciba, del presupuesto del Estado nacional, subsidios ni privilegios en nuestro nombre», aseguran.
El objetivo que persiguen los organizadores es conseguir la no intromisión religiosa en las cuestiones civiles. «El hecho de que tus padres te impongan una religión, tal como lo hicieron conmigo, va contra los derechos humanos. Y de eso hay que tomar conciencia: es un abuso a la libertad de conciencia del ser humano. Así como yo, que tuve que pasar tanto tiempo en una religión encriptada hasta que pude decir basta, una criatura también tiene el derecho de elegir. Y no hay que abusar de la conciencia de ese niño e imponerle una religión», relata Cristina. Y aclara: «No podemos ignorar que hay otras religiones que pueden llegar a hacer lo mismo. Esto es un límite para todos los dogmatismos».