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Capitalismo andino, masas urbanas y Estado plurinacional

Fuentes: Página 7, La Paz

¿Cuántas veces escuchamos que Bolivia es un país abigarrado? El problema con el término es que a menudo se usa no para dar pie a entender ese «abigarramiento», sino casi como un sinónimo de «qué quilombo es esto…». Es decir, más que desentrañar con base sociológica cuáles son esos tipos de sociedad superpuestos se cae […]

¿Cuántas veces escuchamos que Bolivia es un país abigarrado? El problema con el término es que a menudo se usa no para dar pie a entender ese «abigarramiento», sino casi como un sinónimo de «qué quilombo es esto…». Es decir, más que desentrañar con base sociológica cuáles son esos tipos de sociedad superpuestos se cae en la definición de la Real Academia. Abigarrado: 1 adj. De varios colores, mal combinados. 2. adj. Heterogéneo, reunido sin concierto. El Estado Plurinacional busca ese concierto, pero como no termina de dar cuenta de la realidad social boliviana, ello queda a medias.

Un segundo problema es exagerar el tema del abigarramiento y la diversidad. En primer lugar hay muchas diversidades y la diversidad que capta el Estado Plurinacional (de manera a menudo muy distorsionada) es la diversidad étnica-cultural. Las otras en absoluto. Por ejemplo, parece difícil que en Bolivia se discuta algo equivalente a lo aprobado por el congreso argentino, donde el género que aparecerá en el carnet de identidad pasó a ser prácticamente por autoidentificación. También hay que tener cuidado en pensar «nuestra diversidad» como si el resto del mundo fuera súper homogeneo, pensando en estados homogeneizadores estilo siglo XIX y no en el actual capitalismo posmoderno para el cual la diversidad -especialmente la que se puede mercantilizar- no es precisamente un problema.

Si hay hoy algo abigarrado es entrar a un vagón de metro en París o darse una vuelta por los barrios populares londinenses, lo que ha dado lugar a diversas paranoias civilizatorias en Europa, al decir de Marc Saint-Upéry.

En Bolivia, muchos análisis (políticos) sobre la diversidad suelen dejar de lado a las grandes urbes populares como El Alto, o se las subsume en visiones ruralizadas de la sociedad boliviana. Y a veces no sabemos si la diversidad refiere a cocinas regionales o a lógicas civilizacionales supuestamente diferentes.

En ese marco, creo que libros como Arquitecturas emergentes en El Alto, de Randolph Cárdenas, Edwin Mamani y Sandra Beatriz Cejas (2010), pueden darnos más claves de lectura de nuestra realidad que muchos usos arbitrarios, superficiales y sin mediaciones ni aterrizaje sociológico de teorías novedosas que sobrevuelan el mundo global.

Por ejemplo, en el libro se recogen conflictos surgidos cuando alguien copia un «diseño exclusivo» que un propietario se hizo hacer, por todo lo que implica ese diseño en términos de «salir de lo común», identificaciones con fraternidades, diferenciación social, por ejemplo, a través de las fachadas:

«[En] la casa de la avenida, un arquitecto que estaba aquí, ha trabajado ahí también, igualito que aquí estaba haciendo… todo estaba copiando, yo le he ido a buscar al dueño… ya molesto le quería pegar, le he dicho: ‘Por que está haciendo así, estos diseños a mí me cuestan, tienes que cambiar'».

Pero al mismo tiempo puede verse un tipo de relacionamiento con el Estado (municipal en este caso): rechazo al pago de impuestos y a las regulaciones urbanas sobre el uso del suelo, que se consideran en contradicción con las necesidades de las viviendas/negocios (según la entrevista a la directora de Catastro el 85% de las viviendas alteñas no cuenta con registro catastral, en parte debido a la quema de la Alcaldía en las protestas de febrero de 2003). También se puede ver la asociación entre «El Alto productivo» y la propia lógica de la vivienda como espacio habitacional y comercial al mismo tiempo, como las tierras en el área rural. Pero ese «El Alto productivo» es «capitalismo andino» (¿dónde está el ayllu urbano?). Sin duda hay una desafío al urbanismo «occidental», pero ello no impide que haya empezado la construcción de un shopping center de ocho pisos con cines 3D, patio de comidas y 750 locales comerciales, frente a una plaza de la identidad alteña con una fuente con la cruz andina… como dijo un lector en un blog sobre la obra «Al fin un mall en El Alto». Pero un mall con identidad (alteña/andina), según se anunció.

El uso de Laclau de la razón populista para analizar las ferias -en el libro citado- no es muy convincente. Parece más prometedora la línea que se abre a partir de algunas menciones al rol de las ferias y las fiestas en la jerarquización de los barrios -incluyendo sus efectos económicos-, o el rechazo de una parte de la población a las fiestas (por los problemas que generan a quienes no participan de ellas).

De todo esto surge una pregunta simple: ¿dónde entra una ciudad como El Alto -o dicho de otro modo, los sectores populares urbanos- en el Estado plurinacional? Es porque no hay respuesta para ello o la respuesta es demasiado genérica -y no por una secreta conspiración de malvados nacionalistas- que la idea fuerza, aprobada en la Constituyente, sigue siendo de «baja intensidad» (como dice Fernando Mayorga). No hay mucho misterio en eso. Mientras tanto, la movilidad social popular va haciendo su trabajo silencioso.

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