«Desde el principio, la oligarquía boliviana no sirvió ni siquiera como oligarquía y hasta hoy ha sido lo que podríamos llamar una oligarquía birlocha, aprisionada por su propia sensualidad, adormecida en su falta de sentido de la historia» René Zabaleta De las oligarquías del continente, ensimismadas y ajenas a toda realidad, a Bolivia le cayeron […]
De las oligarquías del continente, ensimismadas y ajenas a toda realidad, a Bolivia le cayeron en flor, una fauna de tiranos amantes de la hamaca, de mejillas coloradas, bigotes de Bismark, prepotentes e ignorantes, ridículamente afrancesados que consideraban indigno luchar por la posesión del mar, «hubiesen preferido combatir hasta la muerte, por el santuario de Copacabana».
El artículo 14 de la primera constitución de este país vapuleado del derecho y del revés, consideraba que mujeres e indios carecían de facultades mentales, por lo que el marido y el patrón, debían sojuzgar esos cuerpos llenos de pecados abominables.
Con la plata que debieron usar para comprar buques de guerra, para detener a la armada anglo chilena, construyeron en Chuquisaca, el cementerio más bello del mundo, con árboles traídos de Europa, malvas y helechos de Colombia y siemprevivas de México. Contrataron al mismísimo ingeniero Eiffel, para que les construya en la capital, una réplica a escala de la famosa torre francesa, y una terminal ferroviaria, similar al de las capitales europeas de entonces. Con la misma intensidad con que amaban Francia, detestaban Bolivia, por lo que hicieron todo lo humanamente posible por hundirla.
En 1902, en su informe ejecutivo, el ingeniero Sénechal de La Granje, presidente de la Compañía Minera Huanchaca, señalaba: «de los 400 nacidos anualmente, muere alrededor de 360 antes de los tres meses» Sin esta formidable carnicería, las fortunas de la oligarquía minero terrateniente, jamás hubieran visto la luz.
Así nació, creció y se enriqueció, la clase social de la cual proviene Carlos Mesa y que hoy pretende vendernos el rostro humano del capitalismo salvaje.
En 1904, el mismo año en que la casta gobernante firmaba el tratado que entregaba definitivamente el mar a la rapiña mapocha, el magnate del estaño, Simón Patiño, fundó el periódico El Diario, que jamás en su larguísima vida, fue censurado por ninguna de las habituales dictaduras que inundaron de sangre la historia de Bolivia y que sobrevive hasta nuestros días, sin cambiar un ápice su rancio discurso pro terrateniente.
De allí medraron los padres, hermanos y hermanastros de la culta familia de Carlitos, como le gusta que lo llamen.
Por lo que cabe preguntarse, ¿Existe en Bolivia una oligarquía nacional capaz de construir un verdadero proyecto de país soberano e independiente? ¿Es posible encontrar en la historia de esta oligarquía, un atisbo de decencia por esta patria huérfana de padre y madre?
La respuesta, por supuesto es, no. Con su natural elocuencia, en su mensaje a la Tricontinental el Comandante Che Guevara escribió; «las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y solo forman su furgón de cola».
En un reciente acto fallido, don Carlos, prometió que de llegar a la presidencia, de un solo saque acabaría con el Estado rentista. Estos modestísimos bonos que tanto irritan a los neoliberales, detuvieron la muerte de miles de madres y niños, interrumpieron la sangría de la deserción escolar y devolvieron dignidad a los viejos, 180 años olvidados por todos los gobiernos de todos los colores.
Después, el oligarca se desdijo, pero en un lapsus línguae, volvió a mostrarnos su alma endeble y tránsfuga. Sigmund Freud, explicaba que «los actos fallidos expresan algo que, por regla general, la persona no se propone comunicar sino guardar para sí», pero que es eso, efectivamente lo que piensa, confirmando el dicho popular; el pez muere por la boca.
Entonces, ¿Qué hará don Carlos Mesa, con las empresas nacionalizadas, las volverá a vender como ya lo hizo una y otra vez su partido político?
¿Qué les sucederá a las casi 4 millones de almas que escaparon del purgatorio neoliberal y que hoy son clase media?
Los días atroces de la Masacre de Octubre, Carlos Mesa, dijo sentirse consternado por tanta muerte. Es decir, ¿Carlos Mesa, no sabía lo que eran capaces de hacer Sánchez de Lozada y Sánchez Berzaín, por lo tanto, lo engañaron? «no mames», le diría un vecino de El Alto.
El 13 de octubre de 2003, el oportunista representante del capitalismo ético, retiró su apoyo a Sánchez de Lozada, pero ya en las calles habían 42 muertos amontonados en las calzadas y aceras.
El 17 de octubre, el mismo día en que Los Sánchez, escapaban del país Carlos Mesa se reunió con el embajador de Estados Unidos, David Greenlee. Así, el imperio bendecía el reciente gobierno del neoliberal bueno.
El 7 de marzo de 2005, en otro acto de sinceramiento, don Carlos Mesa, admitió, chabacano y feliz: «señor, señora, le estoy pagando… su salario de la limosna internacional que recibo, porque extiendo la mano». Poniendo en evidencia, sin abochornarse, la mentalidad parasitaria de una casta pedigüeña.
Junto a Amalia Pando, al padre Pérez, Mario Espinoza y a una generación de periodistas sicarios, bendijeron de rodillas la llegada de los globos de la globalización y el libre mercado, no dijeron ni pio mientras el Estado neoliberal, remataba 220 empresas del pueblo.
En una complicada operación quirúrgica, los medios de comunicación, pretenden instalar en el sentido común de la sociedad, la idea de que Carlos Mesa representa lo nuevo y que Evo representa lo viejo. Este grotesco Frankenstein del libre mercado, con partes del cuerpo remendadas a una cabeza cínica y burlona, es la esperanza de la oligarquía boliviana.
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